La mayor invasión de cocaína llega a Europa a través de España,.
Con el foco policial y mediático puesto sobre el tráfico de hachís en Cádiz, la entrada de coca en la UE por los puertos bate todos los récords,.
Escondidos entre los más de cuatro millones de contenedores que llegan cada año al puerto, camuflados entre plátanos, pollos congelados o simplemente en mochilas, miles de kilos de cocaína procedente en su mayor parte de Colombia inundan las calles europeas como jamás lo han hecho. El último informe de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), hecho público hace solo unos días, explica que hay en circulación más cocaína que nunca. Y no es una frase hecha. La cantidad de polvo blanco incautado en el año 2016 (último año con datos registrados) supera las mil toneladas -una cifra inédita- y las hectáreas de cultivo de coca han pulverizado todos los récords. El tráfico de cocaína, advierte Naciones Unidas, es ya una epidemia.
La mayor parte la droga llega desde Colombia, donde se ubica el 68% de los cultivos del mundo. Hay sobreproducción, debido en buena parte a que los acuerdos de paz han implicado la desmovilización de las FARC --que ha seguido a la de los paramilitares- y ahora decenas de hectáreas libres son controladas por nuevos grupos de narcos que, a diferencia de los cinematográficos carteles de antaño, han obviado el plomo y elegido la discreción de la plata. Si hace uno años se sacaban entre dos y tres cosechas al año, ahora hay hasta seis. El colapso de la frontera con Venezuela, además, permite una salida limpia y sin molestias del producto.
“Se ha producido además una mutación en las estructuras criminales”, explica Ignacio de Lucas, fiscal antidroga de la Audiencia Nacional, “ya no tienen las jerarquías tan estrictas de antaño. Ya no son mafias, sino una especie de franquicias con estructuras más flexibles, más dinámicas, con gente que entra y que sale, y eso hace que formular escritos de acusación contra ellos como organización criminal se convierta en algo muy complicado”.
Europa es el destino predilecto desde hace años. Reino Unido es el tercer país más consumidor de cocaína del mundo (2,3% de su población consume) y España, el cuarto (2%). Pero nuestro país se ha convertido en la principal puerta de entrada, solo equiparable a Holanda. Y los puertos son el acceso prioritario. “Al puerto de Valencia”, explica Javier Cortés, jefe del Servicio de Vigilancia Aduanera (SVA) de Valencia, “llegan casi 5 millones de contenedores al año. Vigilar todos es una utopía. Pero lo intentamos”. Más que una utopía, es imposible, como ratifica el fiscal Ignacio de Lucas: “Los grandes puertos –ya sea el de Algeciras, el de Valencia, el de Amberes o el de Róterdam- son auténticos agujeros negros”.
El contenedor es el vehículo preferido por las organizaciones que trafican con la droga. Desde Latinoamérica, explica Cortés, los contenedores transportan en ocasiones bolsas de deporte con cocaína que son recogidas en los puertos españoles por bandas denominadas como rescatadores. Los rescatadores abren el contenedor, recogen las bolsas, colocan un duplicado del precinto y se llevan la droga. Cobran mil euros por kilo rescatado. Suelen sacar entre 100 y 300 kilos. Esta técnica se llama gancho ciego. No es la única.
"No vamos a ganar jamás la guerra contra el
narcotráfico y por eso hay que priorizar. O vamos a por el narco de la
esquina o vamos a por las grandes organizaciones"
Para intentar arrojar luz sobre un agujero tan negro, Ignacio de Lucas y otros fiscales españoles participan en la Red de Fiscales Antidroga de Iberoamérica. “Todos sabemos”, admite De Lucas, “que no vamos a ganar jamás la guerra contra el narcotráfico, y por eso hay que priorizar. O vamos a por el narco pequeño de la esquina o vamos a por las grandes organizaciones. Porque, ni en España ni en ningún otro país, hay recursos para todo”.
Galicia, el otro foco
Como un nostálgico que se resiste al retiro, Galicia sigue siendo uno de los accesos estrella de la coca en Europa. Y, como esa vieja gloria, mantiene la técnica de las lanchas rápidas, conocidas como planeadoras. “Por contenedor aquí entra poco. Seguimos usando las lanchas”, dice un narco gallego sentado a la mesa de un restaurante de la ría de Vigo. “Somos de mar. Y los colombianos quieren que lo hagamos así: envían un pesquero o un carguero con la mercancía, salimos con las lanchas a mitad del océano y traemos los fardos a tierra. Después las planeadoras se guardan. Algunas en Mauritania. Son tan potentes que llegan en unas horas”.A día de hoy, cuatro grandes narcotraficantes controlan Galicia. Ellos deciden cuánto y cómo entra la cocaína, en alianzas forjadas con las bandas colombianas que cumplen ya décadas. Son hombres discretos cuya obsesión es pasar desapercibidos. Algunos juegan el rol de honrados empresarios de éxito y conjugan descargas puntuales con decenas de negocios legales. Otros siguen siendo paisanos que jamás han salido de su pueblo costero.
De Lucas aporta dos datos que dan que pensar. El número de causas contra narcotraficantes descendió el pasado año –como se puede comprobar en la memoría de la fiscalía—y solo un 8% de esas causas fueron incoadas por blanqueo. Y, como subrayan sobre el terreno las fiscales antidroga de Cádiz y el Campo de Gibraltar, Ana Villagómez y Macarena Arroyo, lo que más daño hace a los grandes narcotraficantes es el ataque a sus bienes.
En un despacho de la Brigada Central de Estupefacientes, un policía explica quién está detrás de todo este escenario. El núcleo del narco-problema. “La cocaína pertenece a los colombianos. Ellos la traen a Europa y aquí la introducen en tierra los españoles. Después, la mercancía llega a los compradores”. Estos compradores, según fuentes de la Policía Nacional, son poderosos narcotraficantes holandeses de origen marroquí afincados en Andalucía. “Son los más peligrosos y los más potentes. Pasan del hachís y se dedican a la cocaína con discreción”. Con ellos, varias bandas de albanokosovares afincados en Valencia y mafias serbias instaladas en Barcelona. “Ellos compran y distribuyen para toda Europa. Son muy peligrosos y suponen el mayor desafío. Esta gente es nuestra lucha en el futuro”.
Hachís y narcocultura a la sombra de Gibraltar
“¡Nos estáis quitando el pan de nuestros hijos!”. Un operativo
policial había entrado en una vivienda de La Línea de la Concepción y
localizado, entre los juguetes de los niños, decenas de paquetes de
hachís. Los agentes estaban contándolos en presencia de los dueños de la
casa cuando la esposa se dirigió al jefe y le recriminó su actuación
acusándolo de dejar sin recursos a la familia. Hay barrios enteros de La
Línea –la ciudad con más paro de la provincia con más paro de
España—donde el Estado ha ido desapareciendo hasta convertirse en un
inconveniente. “Ya hay zonas donde el narcotráfico ha sustituido al
Estado”, explica el fiscal antidroga Ignacio de Lucas, “y la gente que
colabora con el narco recibe de ellos lo que no le da el Estado:
protección, empleo, financiación, ayudas a la familia en caso de
detención. De ahí que se esté creando una cultura que no es la de la
legalidad, sino la del narco”.
No hay más que darse una vuelta por la playa de la Atunara o por la vecina barriada del Zabal para constatar que la narcocultura se ha instalado en el Zabal. Un fenómeno emergente en el Campo de Gibraltar –ostentación, abierto desafío al Estado—que también se da en algunas zonas de Galicia. “A mí lo que me jode”, se queja un viejo narcotraficante gallego mientras apura su café, “es la moda esta de los narcos. Que se les retrate como héroes y se hagan camisetas con ellos. Eso de que los chavales quieran ser narcos no puede ser, joder”. El destacado agente del GRECO confirma la peligrosa tendencia: “Sigue habiendo zonas con una enorme narcocultura. Hay que tener en cuenta que, por debajo de los grandes señores de la droga, todavía hay un montón de clanes atomizados que intentan pequeñas descargas”.
Según los datos obtenidos por las fiscalías de Cádiz y el Campo de Gibraltar, no hace falta siquiera participar directamente en una gran operación de narcotráfico para conseguir dinero fácil. “Tenemos constancia”, explica un miembro destacado de la lucha contra el tráfico de hachís en el Estrecho, “que chavales de 15 años han ganado 500 euros por plantarse en una esquina y avisar si llega la Guardia Civil”. Los clanes de la droga necesitan mucha mano de obra auxiliar para proteger sus operaciones. Les llaman “collas”, como antiguamente se conocía a las cuadrillas de jornaleros de los puertos. Pero estos no jalan atunes, sino que se dedican a desembarcar el hachís, a suministrar vehículos robados a los clanes, a proporcionar a las narcolanchas la gasolina o los víveres necesarios para aguardar en alta mar…
La preocupación creciente en el Campo de Gibraltar es que los clanes de la droga –envalentonados por sus grandes beneficios y una cierta impunidad—quieran meterse también en el negocio de la cocaína. El fiscal no lo cree probable: “Aunque cada vez menos las organizaciones criminales se dedican solo a una sustancia, el tráfico de Algeciras y La Línea no tiene punto de unión. Son fenómenos independientes. El perfil del traficante de cocaína es no llamar la atención”. El traficante de hachís de La Línea necesita en cambio la complicidad de una buena parte del entorno.
No hay más que darse una vuelta por la playa de la Atunara o por la vecina barriada del Zabal para constatar que la narcocultura se ha instalado en el Zabal. Un fenómeno emergente en el Campo de Gibraltar –ostentación, abierto desafío al Estado—que también se da en algunas zonas de Galicia. “A mí lo que me jode”, se queja un viejo narcotraficante gallego mientras apura su café, “es la moda esta de los narcos. Que se les retrate como héroes y se hagan camisetas con ellos. Eso de que los chavales quieran ser narcos no puede ser, joder”. El destacado agente del GRECO confirma la peligrosa tendencia: “Sigue habiendo zonas con una enorme narcocultura. Hay que tener en cuenta que, por debajo de los grandes señores de la droga, todavía hay un montón de clanes atomizados que intentan pequeñas descargas”.
Según los datos obtenidos por las fiscalías de Cádiz y el Campo de Gibraltar, no hace falta siquiera participar directamente en una gran operación de narcotráfico para conseguir dinero fácil. “Tenemos constancia”, explica un miembro destacado de la lucha contra el tráfico de hachís en el Estrecho, “que chavales de 15 años han ganado 500 euros por plantarse en una esquina y avisar si llega la Guardia Civil”. Los clanes de la droga necesitan mucha mano de obra auxiliar para proteger sus operaciones. Les llaman “collas”, como antiguamente se conocía a las cuadrillas de jornaleros de los puertos. Pero estos no jalan atunes, sino que se dedican a desembarcar el hachís, a suministrar vehículos robados a los clanes, a proporcionar a las narcolanchas la gasolina o los víveres necesarios para aguardar en alta mar…
La preocupación creciente en el Campo de Gibraltar es que los clanes de la droga –envalentonados por sus grandes beneficios y una cierta impunidad—quieran meterse también en el negocio de la cocaína. El fiscal no lo cree probable: “Aunque cada vez menos las organizaciones criminales se dedican solo a una sustancia, el tráfico de Algeciras y La Línea no tiene punto de unión. Son fenómenos independientes. El perfil del traficante de cocaína es no llamar la atención”. El traficante de hachís de La Línea necesita en cambio la complicidad de una buena parte del entorno.
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