Son
lunáticos, en el mejor sentido de la palabra. Superan con holgura el
centenar de personas y han venido a la Casa de Campo de Madrid con el
aliciente de correr bajo la luz de la Luna llena. Fueron convocados por
medio de Facebook a dar zancadas el martes por la noche recorriendo el
contorno del parque en una fecha prometedora: justo 50 años después del
lanzamiento del cohete 'Apolo 11'. Por si fueran pocos los incentivos,
ese mismo día acontecía un eclipse parcial de Luna. ¿Qué podía fallar?
Los corredores no contaban con que las nubes les fueran a jugar una mala
pasada. De hecho, los atletas no vieron ni un jirón de rayo lunar ni
cosa que se le pareciera. Con todo, trotaron entre las sombras, dejaron
atrás carreteras asfaltadas para adentrarse en terrenos escarpados y sus
zapatillas se mancharon con el polvo del camino. La experiencia valió
la pena para los participantes. Ver desde lo alto de un cerro el perfil
de la ciudad es una buena recompensa. Además, hicieron nuevos amigos.
Habrá otros plenilunios y nuevas citas para estos descubridores del
'full moon running'.
Son las nueve y media de la noche y
quienes han respondido a la llamada de la Luna se arremolinan frente al
bar El Urogallo para hacer estiramientos y calentar. Un chaval que ha
venido con ropa deportiva reflectante para ser visto se preocupa por la
atracción que ejerce sobre los insectos. «¿Hay muchos mosquitos?»,
pregunta uno. «Sí, y van sin dorsal», le contesta un miembro de la
organización.
Desde hace 25 años,
Javier García Monserrat aprovecha las noches de Luna llena para
desfogarse por la trochas de la montaña. «Vivo en Navacerrada, en la
sierra de Guadarrama, y siempre encuentro algo hipnótico y mágico en
correr a la luz de la Luna. Pensé cuánta gente haría lo que yo hago en
todo el mundo, porque la Luna sale para todos, da igual estar en el
norte o en el sur. Una vez me dije: '¿y si hacemos una experiencia
global?' Porque cuando corremos todos somos iguales, da igual el origen
social, la edad, el sexo; no sabes si a quien está a tu lado le
desbordan los ceros de la cuenta corriente o es un becario», dice García
Monserrat, promotor de la iniciativa.
«Cuando corremos todos somos iguales; da igual el origen social, la edad o el sexo»
J. García Monserrat, Organizador
«Liberar endorfinas me estimula mucho y luego no puedo dormir»
Pilar Corredora
Al
mismo tiempo que los seguidores del 'full moon running' empezaban a
rodear el estanque del jardín madrileño, otros corredores hacían lo
mismo en Mijas, Antequera, Cádiz, Melilla, Zaragoza, Barcelona y otras
siete ciudades de España. «No son tanto carreras como quedadas. Es la
tercera vez que lo hacemos este año. Un centro de la Cruz Roja de Madrid
también ha organizado una carrera de inmigrantes sin techo de veinte
nacionalidades distintas», asegura García.
En la anterior
convocatoria, el llamamiento fue secundado en 14 países distintos. Como
si se tratara de una carrera de relevos, diferentes Estados se iban
cediendo el testigo bajo el hechizo del disco lunar. «En nuestra
iniciativa no hay ganador ni perdedor. Se trata de disfrutar e hincharse
a hacer fotos».
No está muy claro quién es el padre del invento.
En previsión de que haya otros que quieran robarle la idea, García
Monserrat inscribió el plan en la oficina de patentes en 2011. «Nunca se
sabe. Esto para mí es un proyecto de vida y me apetece desarrollarlo.
Hoy mismo en La Maliciosa (una montaña de la Comunidad de Madrid) está
corriendo Gema Hassen-Bey, la atleta paralímpica española que ha
coronado el Teide en silla de ruedas», apunta García, un publicitario
que perdió el trabajo hace años y que ha hecho de fatigar los caminos en
Luna llena el 'leitmotiv' de su existencia.
Los verdaderos
pioneros en esto de correr sin tasa son los tarahumaras, una tribu
indígena afincada en México cuyos miembros son capaces de apencar con
una carrera que puede durar dos días enteros. Sale el Sol, le sustituye
la Luna, amanece y los tarahumara siguen dando trabajo a sus pies
alados. Salvan los desniveles rocosos y los terrenos escarpados con
ropas pobres y un calzado espartano. Su dieta no tiene nada que ver con
la de un deportista de élite. Beben como si fuera la boda de su mejor
amigo y trasiegan tanta cerveza de maíz que nadie se explica cómo se
libran de la resaca.
El placer del silencio
Entre los
asistentes a la quedada hay quienes adoran dar trotes y calzarse las
zapatillas pero aborrecen el sonido del despertador a horas
intempestivas. Son quienes prefieren salir a correr por la noche. A los
que soportan una larga jornada laboral, lo que menos les apetece es
apechar con cuestas extenuantes antes de empezar el día. «Correr por la
noche en silencio es la mejor manera de cerrar el día. Y qué mejor si
puedes escuchar los grillos y sientes la compañía de la Luna. Me
concentro mejor y hay menos distracciones», explica Lucía.
Son las
diez de la noche y los cerca de 150 participantes se dividen en dos
grupos, ambos bajo la tutela de cuatro guías. Los más dotados o en mejor
forma culminarán un recorrido de once kilómetros, mientras que a los
menos entrenados les espera una ruta de ocho kilómetros. La gran parada
acontecerá en el cerro de Garabitas, escenario de diversas batallas
durante la Guerra Civil y hoy mirador privilegiado desde el que
contemplar la línea del horizonte de Madrid.
Según algunos
estudios, correr por la noche modifica la percepción de la velocidad.
Los objetos situados en la lejanía no son visibles, de modo que la única
referencia son los cercanos, como árboles o señales de tráfico. Al
combinarse todas circunstancias se crea una mayor sensación de ritmo y
esfuerzo que durante el día. Para Pilar, correr en grupo es «mucho más
divertido». «Aunque a veces lo que necesitas en cambio es ir sola para
ordenar tus pensamientos. Lo malo es que liberar endorfinas me infunde
muchos estímulos y estoy tan activada que luego no puedo dormir».
María
acaba de terminar la carrera, jadea y suda copiosamente. Se da por
satisfecha: «Ha sido una experiencia especial. Hemos visto un poquito el
eclipse, pero la Luna nada». Su compañero ya está preparando con unos
amigos la próxima quedada para corretear iluminados por el claro de
Luna. La celebrarán en Campello (Alicante), aunque la idea es que los
corredores se sumen a la iniciativa allí donde se encuentren. «Es una
gozada, te juntas con gente que tiene la misma afición, vas a un ritmo
tranquilo, puedes ir hablando y sin necesidad de salir a todo meter»,
apunta Agustín.
Cada vez más adeptos
No se sabe muy bien
por qué correr por la noche, que hace años se antojaba un disparate,
cada vez tiene más adeptos. «Si corres en la naturaleza, es un regalo
poder escuchar los sonidos del bosque y la montaña. Eso sí, hay que
tener buenos reflejos para esquivar las piedras, las ramas y los
agujeros», argumenta Ángel, que empezó a aficionarse al deporte nocturno
desde que participó en la San Silvestre vallecana, una carrera que se
celebra siempre en Nochevieja.
Pero que nadie se llame a engaño.
La proliferación de carreras populares está produciendo cierto hartazgo.
Hay pruebas extenuantes y para primerizos, diurnas y nocturnas,
empinadas y llanas como una tabla. En el mercado deportivo hay muchas
opciones. Uno se puede decantar por el duatlón o el triatlón, las
carreras de montaña y las de obstáculos, las rurales y las urbanas...
Toda
esa inflación de carreras importa poco a García Monserrat. Lleva años
saliendo a correr y no concibe la vida sin dar trancos. Lo suyo, más que
un deporte, es una manera de estar en el mundo. Quiere exportar como
sea el 'full moon running', que según dice es una realidad asentada en
Chile, Panamá, Argentina y otras latitudes. Como una cosa lleva a otra,
de participar en maratones ha pasado a ser un adicto a los
ultramaratones, carreras que superan el centenar de kilómetros. «He
llegado a correr 21 horas seguidas y al día siguiente he ido a trabajar
sin problemas. Es una evolución natural», alega García Monserrat, quien
vive la existencia como un puro trajín, un fin en el que no es preciso
llegar el primero.
La moda de correr viene de Estados Unidos. Este
país ha vivido tres épocas de esplendor de las carreras de larga
distancia, casi siempre en periodos de crisis. Durante la Gran
Depresión, en la Guerra Fría y después de los atentados del 11-S. Para
Christopher McDouglas, autor del libro 'Nacidos para correr', la carrera
es una respuesta de la psique que activa nuestra capacidad de
supervivencia. Aflora cuando sentimos cerca el peligro.
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