La hipersexualización de la adolescencia es algo que preocupa incluso a alguien tan joven como Bàrbara Farré .
Esta directora de cine nació hace apenas 25 años en Barcelona y en el
último año ha contribuido decisivamente a la imagen de tres jóvenes
iconos de la nueva música española, Rosalía, Amaia y Bad Gyal , con las que ha rodado los vídeos F*cking Money Man , El relámpago e Internationally , respectivamente.
Remotos
y caducos para siempre quedan los tiempos en los que la distancia entre
las primeras fantasías sexuales y su aplicación práctica se vivía como
una larga, acaso larguísima, travesía del desierto, dominada por el
anhelo y la frustración. Ahora mismo las púberes pierden la virginidad a
los 13 años. Y nos referimos a ellas, porque de ellas va
La última virgen ,
el primer corto de ficción de Bàrbara Farré, con el que se graduó en la
ESCAC, la escuela de realizadoras como Mar Coll, una de sus profesoras
favoritas. Ahí también conoció al director de fotografía Lucas
Casanovas, su pareja y cómplice en todos sus proyectos, incluido este
corto multipremiado, del Festival de Málaga a los pasados Gaudí.
Un pequeño gran éxito de 17 minutos , que puede verse en Filmin.
Sara
(Laia Cuadrado), la protagonista del corto, se siente obligada a perder
la virginidad, para no ser menos en su grupo de amigas, cuatro mini
rosalías, que andan solas por la noche del extrarradio barcelonés. "Se
quedan a dormir en casa de una de esas familias que no les prestan
atención, y por eso van a su aire", aclara Farré. "Pero sobre todo,
quería mostrar cómo es la adolescencia en la era de Internet .
Hablé con muchas chicas de entre 13 y 15 años, y vi que ahora todo
sucede muy pronto. Es algo muy real, pero de lo que apenas se habla, y
ellas mismas me lo agradecieron. Laia estaba muy orgullosa de poder
decir, a través del corto, que porque tus amigas se hayan iniciado en
sexo, tú no tienes por qué hacerlo. Para ella era como muy necesario".
El mundo ya puede girar cada vez más rápido, pero 13 años quizás sea un poco demasiado pronto. En
La última virgen ,
Laia se pone un tutorial de felatio, y da la sensación de que ha
saltado de Frozen a ese otro reino de fantasía que es el porno en un par
de clics. "Sí, pero con el reguetón, ya no hace falta mirar porno.
Están rodeadas de sexo, en la publi y en los clips, que se consumen un
montón. Tienen referentes como
La Zowi , que no es nada
recatada. Pensé que, si fuera madre, hay muchas letras que no me
gustaría que mis hijos escucharan a los 10 años".
No se trata, por supuesto, de culpar a la muy sexualizada música urbana ,
que ha colocado al extrarradio en el centro de todo, ni tampoco de
demonizar nuestra conexión con la Red, que no tiene vuelta atrás, aunque
podría limitarse. "Sólo quise exponer una situación de la manera más
realista posible, y que cada cual sacara lo que quisiera", señala la
cineasta, que ha vivido muy de cerca la explosión de la música urbana:
la pulposa
Bad Gyal prestó un par de temas a la banda sonora de
La última virgen , antes de convertirse en la diva de
Internationally , cuyo clip también firmó Farré, antes de lanzar el poderoso anuncio del último
Primavera Sound , tan comentado por su
poderío femenino .
Pero, si alguien ha marcado la trayectoria de Farré es
Rosalía, que considera como un referente muy positivo :
"Ha llegado a donde está ahora por su trabajo, por su entrega y su
tesón. La conocimos a través de Instagram, cuando todavía no era tan
famosa. Nos pareció que cantaba super bien, y que tenía un carisma muy
especial. Enseguida quedamos con ella, confió en nosotros, y fuimos
encadenando proyectos". Primero documentando su trayectoria, del disco
Los Ángeles a esta parte, y finalmente dirigiendo el clip
F*cking Money Man , que ya
lleva más de 15 millones de visualizaciones en YouTube .
"Se hizo en apenas una semana. Rosalía y su hermana Pili tenían muy
claro lo que querían contar, y cómo transmitirlo a su público. Se
trataba de mostrar las dos caras del dinero, que ya venían dadas por las
dos canciones que componen el clip". Esperaban polémica. "Por la
primera canción, que es en catalán, porque siempre la están acusando de
apropiarse de todo...". Y llegó por el uso de la palabra
cumpleanys , que los talibanes de la lengua no encontraban en el diccionario
Pompeu Fabra : "La gente es muy quisquillosa. Yo soy catalanoparlante, y no conozco a nadie que diga aniversari. En Barcelona hablamos así".
Como canta
Rosalía , "Dios nos libre del dinero", pero "teniendo, teniendo, teniéndolo". Bàrbara Farré está en esa misma disyuntiva.
Ha rodado anuncios para grandes marcas como Zara o Levi's ,
y el teléfono no deja de sonar en estos tres años de locura. Pero le
gustaría poder dar forma a todas las notas que algún día se convertirán
en su primer largo. Aunque le da un poco de miedo dar ese salto. No por
el hecho de ser mujer, eso ya está casi superado, en la música como en
el cine, sino por no poder conservar su independencia. "Con el corto
tuve un control total, pero tengo entendido que siempre hay que hacer
concesiones. Si hago una película, quiero que sea mía al cien por cien.
Si no, no la hago. Para eso sigo con la publi, que me da dinero, y no me
representa. Y necesito tiempo. Tendría que decir No al trabajo, y tengo
que ganarme la vida".
TITULO: Imprescindibles' estrena en La 2 -Nicole Krauss: "Yoram Kaniuk sufrió el rechazo, la pobreza y el olvido" . , Domingo -11- agosto,.
Domingo 11 de Agosto , a las 21:30 horas en La 2, foto,.
Nicole Krauss: "Yoram Kaniuk sufrió el rechazo, la pobreza y el olvido",.
La autora de 'Llega un hombre y dice' recuerda al autor hebreo, fallecido el pasado 8 de junio,.
La escritora afirma que la literatura hebrea ha perdido a uno de sus mayores autores,.
El escritor israelí Yoram Kaniuk en su casa de Tel Aviv en 2012. Alfredo Cáliz
Tras recibir cientos de cartas suyas, quedar con él quince veces, ya fuera en su piso de la calle Bilu o en algún café de Tel Aviv ,
y recibir demasiadas llamadas desde su móvil para albergar la esperanza
de poder devolvérselas, desistí de intentar contar las veces que Yoram Kaniuk
había muerto. Durante algún tiempo, después de recibir su primera
carta, en 2010, traté de llevar la cuenta. Yoram Kaniuk solía decir que
en 1941 lo mataron los Einsatzgruppen en Ternopil, Ucrania, por más que a
la sazón tuviera once años y se dedicara a comer nata agria en el
Bulevar Rothschild de Tel Aviv. A los diecisiete entró como voluntario
en el Palmaj, la unidad de combate de la Haganá, libró cruentas batallas
por la independencia de Israel en las colinas de Judea, cayó herido de
un disparo en la pierna y murió en brazos de una monja que citaba al
rabino Ben-Azzai del siglo II en judeoalemán. Más tarde se trasladó a
Nueva York, donde le curaron las heridas en el Hospital Mount Sinai,
trabó amistad con Charlie Parker, besó a Billie Holiday, se quedó toda
una década y murió allí cuando desistió de ser pintor y decidió regresar
a casa.
De
vuelta en Tel Aviv, se convirtió en uno de los mejores y menos
reconocidos escritores israelíes, y con cada una de sus diecisiete
novelas y siete recopilaciones de relatos cortos murió de no ser querido
ni leído, sufrió la lenta y dolorosa muerte del rechazo, la pobreza y
el olvido. En los últimos quince años de su vida adquirió la costumbre
de morir cada cierto tiempo en el Hospital Ichilov de diversas clases de
cáncer y sus respectivas complicaciones: virus, derrames cerebrales,
infecciones, neumonías. Su muerte más reciente tuvo lugar allí, el
sábado ocho de junio, después de una última comida consistente en
naranjas, que adoraba, y tras una larga y penosa lucha contra el cáncer
de médula ósea.
Tras
cada una de estas muertes se producía un renacimiento. Finalizado el
Holocausto, Kaniuk regresó a la vida y trabajó como marinero en los
barcos que transportaron a los refugiados de guerra judíos a Israel.
Tras resultar herido en 1948, abandonó el recién fundado Estado de
Israel y se instaló primero en París, donde se hizo pintor, y luego en
Nueva York, donde, según me aseguró en cierta ocasión, se hizo judío. En
el sótano batei midrash (sala de estudios) de East Broadway lo
introdujeron en la clase de enseñanzas judías que se suprimían
deliberadamente de la educación sionista. Para ciertos judíos israelíes y
estadounidenses, Israel siempre ha representado la quintaesencia de lo
hebreo, el lugar donde se viene aquilatando desde hace sesenta y cinco
años la forma más vívida y auténtica de su existencia moderna, y a lo
largo de todo este tiempo el aeropuerto Ben Gurión ha experimentado un
flujo constante de judíos estadounidenses que aspiran a beber de la
fuente esta pócima embriagadora. Pero Kaniuk se complacía en hacerlo
todo al revés, y el que fuera un escritor israelí tan atípico se debía
en parte al hecho de que este sabra (término hebreo que designa
a los judíos nacidos en Palestina después de 1948), cuyo padre fue
secretario personal de Meir Dizengoff, el primer alcalde de Tel Aviv, y
más tarde primer conservador del Museo de Tel Aviv, y que tuvo por
abuelo al poeta Chaim Nahman Bialik, este palmajnik (unidad
militar de élite de los judíos palestinos que estuvo activa de 1941 a
1948 durante el Mandato Británico de Palestina) que era la prueba
viviente del éxito de la ambición sionista de crear una nueva estirpe de
judíos —fuerte, determinada, despojada del lastre de la historia—
encontró en Nueva York no sólo el jazz y Greenwich Village, sino también
su pasado judío.
Una de las últimas entrevistas de Yoram Kaniuk concedida a JN1 y doblada al castellano.
Y si bien murió como pintor en Nueva York, renació convertido en
escritor, y los libros que llegó a escribir —en especial su obra
maestra, El último judío , en la que plantea una historia
alternativa de la existencia judía que abarca tanto la diáspora como el
Estado sionista— sólo podía haberlos escrito un israelí vuelto a nacer
en el Lower East Side. Por ello, y porque desde el punto de vista formal
y estilístico sus libros se adelantaron varias décadas a su tiempo,
dándose de bruces con el realismo imperante que practicaban sus
contemporáneos, fueron objeto de burla cuando vieron la luz por primera
vez en Israel. Pero Kaniuk regresó a la vida bastantes veces para seguir
respirando a la edad de ochenta años, cuando toda una generación de
lectores más jóvenes redescubrió sus libros y reconoció su talento, y
entonces el teléfono de Kaniuk empezó a sonar de nuevo, y finalmente se
le reconoció como lo que siempre había sido, uno de los mayores
escritores en lengua hebrea de todos los tiempos y, tal como lo definió
en cierta ocasión el New York Times , “uno de los novelistas más innovadores y deslumbrantes del mundo occidental”.
Tuve ocasión de conocer a Yoram unos meses antes de ese último renacimiento. Había descubierto El último judío
por casualidad en una librería de Brooklyn y, fascinada, busqué todos
sus libros traducidos al inglés. Cada uno de ellos era de una
originalidad tremenda, y lo único que tenían en común era que todos
estaban agotados. Empecé a preguntar por él a mis amistades israelíes,
hasta que finalmente llegó a sus oídos mi interés por su obra, leyó la
mía y me escribió una carta, fechada “dos días después de la Pascua más
larga de la historia de la humanidad”. “Querida Nicole Krauss”, rezaba
el encabezamiento:
The Achrophile (El Acrófilo) (1960)
Himmo, King of Jerusalem (Himmo, rey de Jerusalén, 1968)
El hombre perro (1971)
Rockinghorse (1977)
The Story of Aunt Shlomzion the Great (La historia de la tía Shlomzion ‘el Grande’, 1978)
El buen árabe (1984)
Confessions of a Good Arab: a Novel (Su hija, 1987)
Commander of the Exodus (Comandante del éxodo, 1999)
(La casa donde las cucarachas viven en una edad añeja y fétida) (2001)
The Last Jew (El último judío, 2006)
“Creo que he escrito tu libro. Mi inglés está tan oxidado que me
siento incómodo escribiéndote en este torpe remedo de lengua, pero al
parecer estamos emparentados, quizá sea tu difunto abuelo por parte de
la tía de David que vino de Gan Yavne, donde en tiempos me enamoré de
una chica que ya no vive, y tú tenías un año cuando escribiste tu
maravilloso libro y lo habías encontrado grabado en mi tumba en
caracteres fenicios”.
Sus misivas surrealistas lo eran aún más debido a su escritura
ininteligible, resultado de sucesivos derrames cerebrales que habían
socavado su dominio del inglés. Al igual que sus libros, aquellas cartas
rebosaban humor, afecto, generosidad, pesar, irreverencia y dramatismo.
En cierta ocasión, al ver que no contestaba enseguida a un par de sus
cien últimas llamadas telefónicas y mensajes, escribió: “He buscado en
todos los hospitales de Jerusalén, en todas las comisarías, he llamado
al alcalde de Brooklyn, he mirado debajo de las piedras, bajo los
puentes de hormigón, en los libros de otros autores, te he llamado, he
llamado a mis amigos de Jerusalén, a Jeremaya, al rey David a su móvil, a
Yoske el apuesto, a Hana la lisiada, he removido cielo y tierra pero no
hay manera de dar contigo”. Era exigente, pueril incluso, y a veces
montaba en cólera sin motivo, pero un instante después llegaba otro
mensaje lleno de afecto y calidez en el que se apresuraba a pedir
perdón. En aquellas páginas y más páginas volcaba toda su gratitud, sin
duda excesiva, por la admiración de una joven escritora estadounidense y
lo que esta había dicho a propósito de su obra:
“Cuando leí tu carta, empecé a flotar y ya no fui capaz de volver a
poner los pies en el suelo, y gracias al móvil me las arreglé para
llamar a una empresa que trabaja en la demolición de casas, y vinieron
junto con un profesor de la universidad de Tel Aviv para intentar
comprender mi imposible empeño en romper la ley de la gravedad y flotar
por encima de Tel Aviv, y un helicóptero del ejército ha venido volando
hacia mí para asegurarse de que ni yo, ni la empresa de demoliciones, ni
el desdichado profesor, que agitaba las manos en el aire como un pájaro
con sus enormes gafas, fuéramos enemigos que hubiesen venido a destruir
el cuartel general del ejército de Israel, a una calle de aquí. Así que
bajé, me di una ducha y traté de pensar en la felicidad que me ha
brindado tu carta y en el hecho de que yo, un escritor fracasado, haya
recibido la bendición de una escritora maravillosa como tú, y entonces
algo bueno y algo malo me sucedió al mismo tiempo. Debo contarte algo
sobre mí mismo para que puedas entender por qué he vuelto a nacer a los
ochenta años tras leer tu carta”.
Aunque los años que pasó olvidado fueron reales, podría decirse que sentía cierta fascinación por la derrota
A veces, sin embargo, sus cartas tenían un fuerte poso de amargura
por su escaso reconocimiento como escritor, primero en Israel y más
tarde —después de que en mayo de 2010 sus memorias, recogidas bajo el
título 1948 , en las que narraba su experiencia en la guerra de
la Independencia, lo convirtieran en una celebridad de la noche a la
mañana— en Estados Unidos, país al que siempre se había sentido muy
unido. Yoram se tenía por principal culpable de esta situación, y a
menudo se refería a lo que consideraba su fracaso como escritor.
Sin embargo, si bien los años que pasó relegado al olvido fueron
reales, y el sufrimiento que experimentaba era sincero, también podría
decirse que Yoram sentía cierta fascinación por la derrota. En una
ocasión me contó que había crecido marcado por la maldición de su padre,
que parecía sentirse abocado al fracaso. Su padre, que había sido un
gran violinista y había abandonado Ternopil para estudiar música en
Berlín, había dejado de tocar para siempre tras escuchar a Bronislaw
Huberman y llegar a la conclusión de que jamás tocaría tan bien como él.
“Crecí con la convicción de que, haga lo que haga, debo aspirar al
fracaso, y eso es lo que ha sucedido”, escribió Yoram. “Siempre hago
algo nuevo pero nunca es suficiente, soy un perdedor incluso cuando no
lo soy.” No obstante, precisamente por nunca haber pretendido alcanzar
el éxito, escribía con una libertad sin precedentes, de un modo
temerario, como alguien que está más allá del miedo; a veces hasta me
daba la impresión de que escribía como un hombre que ha muerto y se
halla en la otra orilla, tratando de comunicarse a gritos con el mundo
de los vivos.
Portada de la novela 'El buen árabe', publicada en 1984.
“Quiero comprender qué es el fracaso”, dijo en una entrevista. “Forma
parte de mí, y guarda una relación muy estrecha con la cultura judía,
con el hecho de pertenecer a una tribu maldita.” Convirtió la derrota en
su forma de arte; era un artista de la derrota. En su novela El buen árabe ,
una de mis preferidas, publicada hace mucho bajo pseudónimo y olvidada
por casi todos, la novia del protagonista, Yosef, mitad judío y mitad
árabe, desgarrado por su lealtad a ambas culturas, le dice que debe
decidir qué parte de sí mismo dejará vencer a la otra. “Ambas han
perdido —replica él—. Soy la persona más derrotada de mi malhadada
familia.” Y aun así Yosef se halla entre los personajes más sublimes de
Kaniuk y, en conjunto, sus libros constituyen una de las odas más
conmovedoras que conozco al fracaso, al malogrado empeño de convertirnos
en las personas, el país, el pueblo que aspirábamos a ser. También en
eso, Kaniuk nadaba a contracorriente respecto al ideario de fuerza,
determinación e invencibilidad sobre el que se basa la identidad
israelí. Con la tozudez y la tenacidad de un sabra palmajnik , persiguió la derrota hasta que la agotó, y renació convertido en todo un éxito.
Y es que Yoram Kaniuk era, por encima de todas las cosas, israelí.
“Nuestros ridículos profesores habían estado machacándonos y dándonos la
matraca con lo de construir y ser construidos en Eretz Israel, pero no
entendíamos exactamente lo que quería decir eso —escribió en su libro de
memorias, 1948 —. ¿Acaso no habíamos nacido aquí? Con los
cardos. Con los chacales. Con los carros tirados por mulas con
anteojeras, con los higos chumbos, con los granados y los cipreses de
bellas copas, así que ¿cómo se construye y se es construido realmente?” Y
pese a haber nacido en Israel y haber luchado por la fundación del
Estado hebreo, no idolatraba a falsos ídolos ni temía alzar su voz
discrepante, por lo que se convirtió —en los incontables artículos que
publicó en varios diarios israelíes, y también en su blog— en
infatigable azote de lo que consideraba los fracasos de Israel. El año
pasado, en un conmovedor artículo publicado en Haaretz ,
escribió que, cuanto más se acercaba a la muerte, menos podía invocar
siguiera la tristeza, pues el país que tan bien conocía y tan querido le
era había desaparecido ante sus ojos.
La primera vez que veo a Yoram, tras una avalancha de cartas, se
aferra a su bastón con una mano, lleva en la otra un póster enrollado y
sujeto con un cable de teléfono y, con un tercer brazo, me coge de la
mano y me guía calle abajo mientras me explica que esa protuberancia
bajo la camisa no es su barriga sino una faja ortopédica, porque años
atrás le extirparon toda la musculatura estomacal en una operación, y me
cuenta que a veces se cae por la calle pero, como es incapaz de
levantarse por sí mismo, debe esperar que alguien pase por allí y lo
recoja del suelo.
Portada de 1948, el libro de memorias de Yoram Kaniuk.
Recorremos sin prisa las calles de Tel Aviv y pasamos por delante de
la casa en que creció, en la esquina de Ben Yehuda y Strauss, donde su
padre “solía sentarse en el balcón mirando hacia el mar como si tratara
de salvar la distancia que lo separaba de Berlín”. Me explica que 1948 ,
en cuya escritura ha trabajado de forma intermitente desde hace sesenta
y dos años, acaba de salir a la luz, y que en la portada hay una
representación de la estrella de David que pintó él mismo en 1953,
“antes de que ese cabrón [Jasper Johns] empezara a vender banderas
americanas”. Me cuenta lo emocionante que es todo aquello para él, que
no paran de invitarlo para que conceda entrevistas en la tele y la
radio, que estando allí fuera “todas las chicas de buen ver vinieron a
darme un beso; me sentí como una mezuzá (recipiente adosado a
la jamba de la puerta de entrada de un hogar judío que contiene un
pergamino con versículos de la Torá) con tanto besuqueo”, que por
primera vez se despierta por la mañana y se siente bien consigo mismo,
apreciado como alguien que ha hecho algo digno de admiración, “tan sólo
una pequeña coma en el inmenso libro de la vida, pero hasta una coma
puede ser divertida”, dice, y le comento que sí, conocía el chiste sobre
el tipo al que preguntan cómo es su mujer en la cama y contesta: “Pues
unos dicen que así, otros dicen que asá.” Nos reímos y seguimos
caminando, seguimos doblando esquinas, y el móvil empieza a sonarle en
el bolsillo de la camisa pero él sigue aferrado al póster, al bastón, a
mi brazo, disculpándose por las faltas ortográficas de sus cartas, “me
he quedado sin corrector ortográfico, y escribo tan mal que me río por
no llorar”. Me cuenta que pronto le concederán un doctorado en la
Universidad de Tel Aviv, la misma a cuya facultad de Medicina ha donado
su futuro cadáver, donde lo conservarán en una cámara frigorífica bajo
tierra y será objeto de estudio por parte de los futuros médicos, para
que su “pobre y difunta madre pueda volver y llevarse una gran alegría
cuando les diga a sus amigas Elisheva y Miriam: “¿Lo veis? Yoram ha
llegado a la universidad, y por partida doble: está arriba y abajo”“.
Seguimos caminando, aunque me pregunto cómo es posible que un hombre tan
mayor recorriera una distancia tan larga. Puede que esté recordando un
día distinto, en el que me habla de lo difícil que es dejarse querer
después de tanto tiempo. “Echo de menos ser imposible –dice-. Echo de
menos odiarme; a mis casi ochenta y un años ya no puedo ser yo mismo.”
Y de pronto, antes de lo que yo esperaba, tras más de un centenar de
cartas y un millar de llamadas de su teléfono veinticuatro horas, tras
años de paseos, llegamos al lugar al que había querido llevarme, el
viejo cementerio que desemboca en la calle Trumpeldor, más antiguo que
la mismísima Tel Aviv. Caminamos entre las lápidas arracimadas; él va
buscando la tumba de su madre. Nos sobrevuela una bandada de pájaros,
que según él vuelven de África y se dirigen a Alemania. Quería que lo
enterraran aquí, pero no podrá ser, me dice, “no tendré una tumba en el
país cuya fundación me costó tan cara”, y en un primer momento se me
antoja que lo dice por orgullo, por el temor a que nadie le ofrezca un
sepulcro digno, pero más tarde comprendo que ni siquiera ahora, a sus
ochenta y tres años, habiendo alcanzado fama y gozando de afecto, ha
dado por concluida Yoram Kaniuk su —casi, pero no del todo— exhaustiva
exploración de la derrota, la misma que antes o después todos
coincidirán en considerar una de las grandes obras de la literatura.
De la última carta suya que recibí:
“Hemos tenido unos días fríos, pero ahora ha vuelto el buen tiempo,
mi nuevo libro se vende bien y a la gente le gusta, aunque no es un
libro fácil de leer y Miranda aún se resiente del hombro que se rompió y
está cansada, Adam Kaniuk, nuestro viejo perro, está ahora ciego del
todo y apenas oye, y pronto estaremos bien. La quimio sigue dándome
molestias pero a todo se acostumbra uno. Recibe todo mi cariño. Algún
día, también yo seré escritor”.
TITULO :
De seda y hierro - El Mayorga Rock ya tiene más de 1.000 entradas distribuidas ,. Domingo -11- Agosto,.El Domingo -11- Agosto a las 20:20 por La 2, foto,.
El Mayorga Rock ya tiene más de 1.000 entradas distribuidas,.
Presentación del cartel completo.
La organización ha presentado el cartel completo del evento, que contará con grupos de rock de la talla de 'Amparanoia',.
El Mayorga Rock Fest ha distribuido ya más de
1.000 entradas a un mes de su celebración, según ha confirmado Sergio
Martínez, uno de los organizadores del evento. Este encuentro musical
celebra este año su séptima edición en el Recinto Ferial de El Berrocal
el sábado 14 de septiembre.
Parte
de estos tickets han sido distribuidos en establecimientos hosteleros
gracias a la colaboración que mantienen con la firma de cerveza Amstel,
que reparte entradas cada vez que se pide un botellín. Esta promoción se
mantendrá abierta hasta el próximo 11 de agosto. A esta cifra se suman
las 200 entradas ya vendidas en preventa.
Esta
semana, la organización ha hecho público el cartel completo del evento
que tendrá a 'Amparanoia' y a 'Sex Museum' como cabezas de cartel. Les
acompañarán los grupos 'Derby Motoreta´s Burrito Kachimba',
'Decibelios', 'Los Vinagres', 'Paté de Pato' y 'Pan-Z'.
Según
explicó Martínez, el cartel es «peculiar y diferente al que se
encuentra en otros festivales». Aunque todos los grupos tocan rock, cada
uno de ellos está influenciado por otros estilos, por lo que se pondrán
encontrar ritmos de ska, punk o incluso bailes latinos.
«Nuestra
meta» explicó el organizador «es también traer música nueva a Plasencia
y a Extremadura. Por eso no hemos repetido ningún grupo del cartel en
los siete años que llevamos celebrando el festival y esperamos seguir en
esta línea».
A
falta de un mes para la celebración, aún no se han confirmado las horas
de inicio y fin del festival. Esto se debe a que la organización está a
la espera de conocer la situación meteorológica que se dará esos días.
El pasado año el festival sumó entre 2.000 y 2.100 asistentes. En la
edición de hace dos años marcó su máximo, con 2.500 personas, una cifra a
la que la organización aspira volver a llegar.
Las
entradas anticipadas ya están a la venta con un precio de 20 euros y
también pueden adquirirse en la página web oficial del festival.
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