domingo, 3 de noviembre de 2013

ENTREVISTA, ANDY WARHOL HABLA ESPAÑOL,./ SALUD, CONOCER, SOMOS ESCLAVOS DE NUESTRA HERENCIA GENETICA,.

TÍTULO; ENTREVISTA, ANDY WARHOL HABLA ESPAÑOL,

  1. Bette Davis

    Fue la fiesta del año, anes incluso de que comenzara. En 1966, el escritor estadounidense Truman Capote citó a 500 elegidos en el gran .-foto.
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    Arte

    Memorias fotográficas del icono pop. Andy Warhol habla español

    Por fin se publica en España la obra 'América', de Andy Warhol. El libro donde el artista, que persiguió y fotografió como nadie la celebridad, desvela sus verdades y confiesa sus mentiras. Tras su máscara de hombre de mundo había un pueblerino, pero también un tipo muy listo que reflexionó con enorme modernidad sobre su país y sus ídolos.
    Fue la fiesta del año, anes incluso de que comenzara. En 1966, el escritor estadounidense Truman Capote citó a 500 elegidos en el gran salón de baile del hotel Plaza de Nueva York Se trataba de la mayor concentración de celebrities jamás vista. Katharine Graham (editora de The Washington Post), John Kenneth Galbraith (economista, embajador, amigo y consejero del presidente Kennedy), el modisto Óscar de la Renta, el productor de cine David O. Selznick, Rose Kennedy, los escritores Philip Roth y Norman Mailer, Frank Sinatra... Todo el que era alguien estaba allí. Y todos querían estar. Era una suerte hallarse en el salón de baile del Plaza, y más para alguien con ansias de fama. Pero el haber sido invitado no garantizaba la sensación de celebridad. En una esquina, al fondo de la sala, Andy Warhol (1928-1987), entonces un artista emergente, hacía sus reflexiones: «Hay un momento en la vida en el que te invitan a la fiesta de las fiestas [...], pero aun así nadie te garantiza que no te sentirás como un completo idiota».
    En aquel baile, Andy Warhol se sintió un don nadie. Y se preguntaba si esa sensación la tendrían Picasso, Liz Taylor y la reina de Inglaterra. Lo cuenta en América, un libro muy Warhol: regado de fotografías, pasajes autobiográficos y pensamientos del artista. «Es un libro fundamental, prodigioso en sus pensamientos premonitorios de un futuro que ha resultado ser muy semejante al momento presente», explica Estrella de Diego, prologuista y traductora de la primera versión española de América (Siruela).Algunas reflexiones de Warhol son acertadas y profundas. De los Estados Unidos destaca sus ansias de unión, su ambición (es el único país que añade su continente a su nombre) y su acceso igualitario a determinadas cosas: todos, desde la muy glamurosa Gloria Vanderbilt hasta el mendigo más solitario, beben la misma Coca-Cola, puntualiza Warhol.Sorprenden sus pensamientos sociales. A él, un icono de la frivolidad, el hombre que hizo arte de la sociedad de consumo y que compraba objetos compulsivamente, le preocupaba la pobreza: «El país es rico [...]. ¿Cómo podemos consentir que esto siga sucediendo?», se pregunta mientras observa a una homeless anciana y desgreñada.En América se asoma el hombre detrás de la máscara. Habla el pueblerino que quedó fascinado al salir de su Pittsburg natal. Cuenta que en 1963 emprendió un viaje en coche. «Cuanto más viajábamos hacia el Oeste, más pop parecía todo. Lo pop estaba por todas partes», proclama con entusiasmo adolescente.
    Lo pop estaba ahí, pero los otros no lo veían. Warhol fue un tipo despierto e intuitivo. El hombre que se sintió intimidado en la fiesta de Capote aprendió pronto el arte de figurar porque se dio cuenta de cuál era la clave: las apariencias. «En América necesitas dinero o buena pinta para vivir bien de verdad. Aquí hay de todo y puedes hacerte con ello, bien comprándolo o bien convenciendo a la gente para que te lo den gratis porque tienes muy buena pinta y quieren que estés a su lado», explica en América.El aspecto lo es todo. «Los clubes tienen más respeto hacia quienes tienen estilo y los tratan mucho mejor que a quienes pagan», sentencia Warhol. «Para eso está el mundo del espectáculo: para probar que lo importante no es lo que eres, sino lo que creen que eres», proclama en otra de esas sentencias rotundas que tanto le gustaban. Andy Warhol fue casi todo lo que alguien puede ser: director de cine, pintor, publicista, escritor, dramaturgo, fotógrafo, mánager del grupo The Velvet Underground y de Lou Reed, creador de la revista Interview, inventor de la modernísima The Factory... Todo eso consiguió Andrej Warhola Junior, hijo de un minero eslovaco y católico emigrado a los Estados Unidos. Logró la proeza, muy americana, de convertirse en un símbolo de América haciendo arte con los símbolos de América: la Coca-Cola, Marilyn Monroe, el billete de un dólar, la sopa Campbell...
    Ese muchacho enfermizo que devoraba revistas de cine fue quien auguró que «en el futuro todos tendríamos derecho a nuestros quince minutos de fama». Él prolongó ese instante mucho más allá de un cuarto de hora, haciendo de la fama un arte. «Los famosos son los mayores mentirosos», dijo. Y se incluyó en el lote. Cuando ya era una estrella, la gente creía que él conocía a todo el mundo. Y Warhol no lo negaba. En una ocasión lo felicitaron por haber conocido a Jayne Mansfield y él dio las gracias, a pesar de no conocerla. Su faceta mentirosa es otra de sus confesiones de América.Es curioso, porque este hombre pretencioso, ávido de reconocimiento, el mismo que confesó «he conocido al 80 por ciento de la gente que creen que conozco y me muero por conocer al 20 por ciento que me falta», tuvo a la vez una cara reservada y chocante con su imagen pública: era feligrés habitual de la Iglesia bizantina católica, y no le gustaba hablar de sus orígenes, pero adoraba a su madre, una mujer humilde con marcado acento eslovaco. También llama la atención que cuando en 1968 Valerie Solanas, antigua colaboradora de The Factory, le disparó las tres balas que casi acaban con su vida renunció a testificar en su contra. Es paradójico también que este atentado, que lo habría colocado en las portadas de todos los periódicos, quedara ninguneado por otro magnicidio: el que acabó con la vida del senador Robert Kennedy. Siempre fue sorprendente. Cuando murió, en el posoperatorio de una sencilla operación de vesícula, sus amigos no lo podían creer. Fue una muerte tan poco warholiana...
    Sus modelos
    -A Andy Warhol le gustaba fotografiar a las celebrities lejos de los focos, tras las bambalinas. «Nunca se oye decir que 'el éxito de la noche a la mañana' ha exigido trabajar como un perro todo el día durante veinte años», aseguraba
    -Truman Capote: El autor de Desayuno en Tiffany's y A sangre fría era muy amigo de Warhol. Tanto como para enseñarle y dejarle retratar las cicatrices de un lifting reciente que se había hech
    -Jane Fonda, en la peluquería A Warhol le gustaba retratar a los famosos entre bambalinas, despojados de disfraces y, más aún, en el momento mismo en que se disponían a ponérselos. En esta imagen: Jane Fonda, en una sesión de peluquer
    -Grace Jones y Keith Haring: «Ahora -decía Warhol en los años ochenta-, si no cambias de actividad, dejas de ser famoso». Y ponía como ejemplo a Grace Jones (en la imagen, sirviendo de lienzo a Keith Haring): «Primero era modelo; luego, cantante; después actuaba en un club nocturno; y ahora es actriz».
    -Farrah Fawcett y Ryan O'Neal: «No he entendido nunca por qué Ryan O'Neal se enfadaba tanto porque le hiciera fotos si siempre sale tan guapo. Él y Farrah deben de ser la pareja más guapa y más americana, pero siempre temía que fuera a romperme la cámara cuando trataba de fotografiarlos».
    -Bette Davis: «Bette Davis siempre me desagradó, pero todavía es la actriz más grande del mundo».
    ¿QUÉ OPINABA WARHOL SOBRE...
    ... la belleza? «Cinco cosas hacen que la gente se enamore: cara, cuerpo, dinero, poder y prestigio».
    ... el amor? «Es mejor no tener pareja, aunque todo el mundo quiere enamorarse. Creo que es porque lo oyen en la radio y desean que les pase. Pero nunca funciona». ...
    ...la muerte? «La cosa más embarazosa que puede ocurrirte en esta vida es morirte, porque alguien tiene que ocuparse de todos los detalles [...]. Te gustaría ayudar, y hasta ocuparte en persona de la mayoría de las cosas, pero estás muerto y no puedes». «En mi tumba, me gustaría que pusiera 'ficción'»....
    ...la fama? «Lo importante no es asistir a las fiestas, sino ser invitado». «Quiero ser tan famoso como la reina de Inglaterra».
    ... América? «Ningún país del mundo ama el ahora mismo como América [...]. No tenemos tiempo de recordar el pasado ni la energía de imaginar el futuro; estamos tan ocupados que solo podemos pensar: ¡AHORA!».
    ... los políticos? «Los políticos y los actores constituyen el modo americano de vivir [...]. Pueden cambiar de personalidad como los camaleones».
    ... el arte Pop? «Una vez que te has convertido al pop, no volverás a ver un letrero jamás de la misma manera. Y una vez que te has puesto a pensar pop, no volverás jamás a ver América de la misma manera».

     TÍTULO; SALUD, CONOCER, SOMOS ESCLAVOS DE NUESTRA HERENCIA GENETICA,.

    1. Me refiero a la vieja separación entre las estructuras heredadas, como ... de la herencia suave, a la que ahora llamamos 'epigenética'- no se le ...
       
      A mucha gente -incluidos los jóvenes- le cuesta renunciar a los dogmatismos anclados en nuestro saber. Me refiero a la vieja separación entre las estructuras heredadas, como las genéticas, y los rasgos cambiantes, como el humor, el cansancio o el amor.
      Para la gran mayoría de los científicos, los genes son entidades fijas que no pueden cambiarse; los heredamos, los transmitimos a nuestros descendientes y nos los llevamos al morir. Nadie puede cambiar sus genes. En realidad, solo ahora podemos empezar a explicar por qué somos tan iguales y, al mismo tiempo, tan diferentes los unos de los otros.
      En cuanto se tuvo una vaga idea de lo que eran los genes, ya no se cambió casi nada; es sorprendente constatar cómo a un científico del siglo XVlll como Lamarck -inventor de la herencia suave, a la que ahora llamamos 'epigenética'- no se le hizo ningún caso. Los genes eran la parte dura de la biología que no se podía cambiar en absoluto... y punto. Y así se ha seguido hasta ahora, por lo menos a nivel popular, promovido por algunos especialistas raros.
      ¿Qué es lo que ha cambiado de pronto? Lo primero es que nuestros genes eran la esencia de lo humano, el código de la vida; al ver durante todo este tiempo que el genoma estaba en el centro de todas las células, se lo consideró el único verdadero código de la vida. La reputación exagerada de los genes se alimentó de la importancia que le daba el mundo forense y el prestigio de autores como Richard Dawkins, considerado como el más inteligente y dogmático al mismo tiempo.
      En los últimos años se ha demostrado que, aun siendo muy relevantes, los genes han perdido su protagonismo biológico al esfumarse la distinción, hasta hace muy poco inédita, entre lo que en el mundo anglosajón se considera la nature, por un lado -lo determinante-, y la nurture -la vida biológica-, por el otro. Hoy en día no podemos negar, por supuesto, el importantísimo papel desempeñado por los genes, pero no olvidamos que no pueden actuar por su cuenta y que forman parte de un equipo de juego. La célula que alberga los genes constituye un elemento vital del equipo, puesto que le toca crear las proteínas y enzimas para que hagan el trabajo sucio.
      La segunda obcecación de la que hemos sido víctimas es la de creer que el destino genético era intocable. ¿Cómo íbamos a pensar nosotros -pobres humanos- que había mil formas de tocar lo genético transformándolo? El determinismo predictivo ocurre solo en rarísimos casos; pero incluso en estos casos no está para nada fijado el momento ni la intensidad de los síntomas.La tercera gran obcecación que, afortunadamente, está siendo ahora abandonada por las mentes más preclaras es que un único acontecimiento no puede plantar en nuestras células una memoria para siempre. Antes se estimaba que se borraba todo cada vez que se producía una subdivisión celular. Ahora nos encanta observar cómo la epigenética puede conseguir influenciar nuestros genes en términos de memoria.
      La última aberración que podemos ahora abandonar es la de creer que las consecuencias de los efectos de lo que hicieron nuestros padres no las podemos heredar. Es falso. Es el cambio esencial al que tanto Jean-Baptiste Lamarck como, posiblemente, Charles Darwin rindieron pleitesía. Hemos constatado, sin lugar a dudas, los efectos del hambre y cambios en la dieta durante tres generaciones. Y, además, sabemos explicar por qué se dan esos cambios.
      Es importante ser consciente de que no solo podemos cambiar nuestros genes, sino el destino de nuestros hijos.


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