domingo, 3 de mayo de 2015

Entrevista Javier Ballesteros Botín: / REVISTA XL SEMANAL, EN PORTADA, Colombia: Reconciliarse con el verdugo,.

TÍTULO:Entrevista Javier Ballesteros Botín,.
 
 Entrevista Javier Ballesteros Botín,.

-foto-Javier Ballesteros Botín: "Soy Ballesteros para lo bueno y para lo malo"

Cree que a su padre le habría gustado más verlo triunfar en los 'greens' que en los despachos. Por eso, a cuatro años de la muerte de Severiano Ballesteros, su hijo mayor ha decidido apostar por el golf antes que por su carrera de Derecho. A sus 24 años, Javier Ballesteros va a por todas, sin miedo a nada ni a nadie, mucho menos al peso de sus apellidos. Hablamos con él.
A punto de cumplirse cuatro años del fallecimiento de Severiano Ballesteros, su figura sigue presente en los campos de golf de todo el mundo. No solo por el recuerdo imborrable que dejó el gran campeón cántabro, sino porque desde hace unos meses vuelve a oírse su apellido en los torneos. Su hijo mayor, Javier, ha decidido dar el salto al campo profesional. Quiere seguir los pasos de su padre, al que tanto se parece en lo físico y, según su madre, Carmen Botín, también en la forma de hablar y en los gestos. A sus 24 años, busca cumplir el sueño que tiene desde pequeño: ganarse la vida con una pasión que lleva en los genes sin agobiarse por las comparaciones ni la responsabilidad de formar parte de dos de las familias más conocidas en España.
XLSemanal. Ha aparcado la carrera de Derecho para dedicarse al golf de forma profesional. ¿Por qué ese paso ahora?
Javier Ballesteros. Mi padre siempre me decía que debía terminar una carrera. Él no tuvo la oportunidad de estudiar. Se tuvo que poner a trabajar pronto porque en su casa necesitaban el dinero. Yo he hecho hasta tercero y no sé cuándo, pero espero acabar la carrera. Desde pequeño tenía muy claro que me iba a convertir en jugador profesional y en noviembre del año pasado pensé que era el momento, sin que hubiera ninguna razón en particular.
XL. ¿Alguna vez le comentó a su padre que quería ser profesional? 
J.B. Sí, muchas veces. Él me respondía que estaba encantado, pero siempre me sacaba lo de los estudios. Es verdad que le prometí que acabaría la carrera... Así que la promesa está medio rota... Bueno, él quería que acabara y lo haré.
XL. ¿Siempre tuvo claro que acabaría dedicándose al golf? 
J.B. Acabo de empezar en el campo profesional y espero poder ganarme la vida con esto; y si no, con el Derecho. A mí me inculcaron el golf desde pequeño, en casa, pero mis hermanos no juegan. No nos han obligado a jugar al golf.
XL. ¿Puede resultar un lastre que lo comparen con su padre?
J.B. Lo que hizo mi padre fue algo muy grande, pero para mí no es un lastre ni una maleta muy pesada de soportar. Trato de ser yo mismo, no me pongo ninguna presión. Ya dicen que las comparaciones son odiosas y, en este caso, por supuesto. Igualar lo que hizo mi padre o acercarse es muy difícil, pero yo lo veo al revés. Más que generar presión, te puede abrir puertas.
XL. ¿Qué siente cuando ve el cariño y la admiración que se le siguen teniendo a su padre por todo el mundo?
J.B. Es un orgullo. El año pasado estuve en Irlanda y era impresionante. Te quedas asombrado de cómo le sigue queriendo la gente. En España, en Portugal, en Francia... en las Islas Británicas, aún más. Es fantástico.
XL. Uno de sus mejores recuerdos fue cuando le hizo de caddie en el Open Británico.
J.B. Esa semana de 2006 la tengo grabada para siempre. Por esa época, mi padre ya no estaba jugando ni entrenando demasiado. Aquel torneo lo jugó porque se lo pedí yo. Le dije que me hacía mucha ilusión hacerle de caddie, y allí fuimos. No pasó el corte, pero no jugó mal. Una cosa es que te cuenten el cariño que le tienen, pero cuando lo ves allí, en vivo, es impresionante.
XL. Va pasando el tiempo, pero la figura de su padre sigue hoy muy presente, como se demuestra con reconocimientos tan importantes como que le pongan el nombre de Severiano Ballesteros al aeropuerto de Santander. ¿Qué le ha parecido a la familia?
J.B. Hace un año, nos comentó mi madre que había una iniciativa de un particular para ponerle el nombre al aeropuerto. La verdad es que estamos muy orgullosos. Que en tu ciudad quieran ponerle su nombre a un sitio tan importante es para estar agradecidos.
XL. Es el mayor de tres hermanos. ¿Ejerce de hermano mayor?
J.B. Yo tengo 24 años ahora; mi hermano, 22, y mi hermana, 20. De hermano mayor ejerzo poco con Miguel porque es un tío muy responsable, nos llevamos muy bien. Con Carmen sí que tengo algo de lucha alguna vez para controlarla porque es un poco rebelde, pero de los tres ella es la mejor y, además, era el ojito derecho de mi padre
.XL. ¿Qué consejo de su padre tiene siempre presente, tanto a nivel personal como profesional?
J.B. Él siempre decía que, ante todo, hay que ser una persona honrada. Y en lo profesional, que había que intentar jugar de la forma más natural posible.
XL. A veces las personas que son una estrella mundial en su actividad son difíciles de tratar en el ámbito familiar. ¿Cómo era su padre en casa?
J.B. Ahora ves a golfistas famosos o a futbolistas muy excéntricos, muy endiosados. No sé si es porque era otra época o por la manera de ser de mi padre, pero él era diferente. En casa era un padre como cualquier otro. Muy cariñoso con nosotros, siempre nos daba besos y abrazos.
XL. ¿Qué es lo que más echa de menos de lo que solía hacer con él?
J.B. Cuando te pasa una cosa así, que tu padre se vaya muy pronto, echas de menos todo. En especial, el cariño. Y, luego, pues los ratos que nos íbamos a montar en bicicleta, a pescar, muchos momentos en el campo de golf... Esas son las cosas que primero me vienen a la mente.
XL. ¿Cree que su padre preferiría tener a un buen abogado o le haría ilusión que triunfara en este deporte?
J.B. Yo ahí lo tengo bastante claro, la verdad. Creo que a él le gustaría mucho más que triunfara en el golf.
XL. ¿Qué cualidades cree que ha heredado de su padre, tanto en lo personal como en lo deportivo?
J.B. Como jugador te diría que poco, pero es que heredar algo tan bueno es muy complicado. Tengo un juego corto bastante bueno. No como él, porque lo que hacía mi padre con el juego corto era magia. Y en lo personal, mi madre siempre me dice que hablo igual que él y que reacciono ante las cosas de la misma manera.
XL. ¿Piensa aprovechar las invitaciones que reciba de los torneos que quieran volver a contar con un Ballesteros en su lista de jugadores o prefiere ganarse la participación por sí mismo?
J.B. El primer año de profesional siempre es difícil. Alguna invitación sí que estoy pidiendo. Como digo yo, Ballesteros para lo bueno y para lo malo. Pero no se crea que me dan todas las que pido.
XL. Los resultados, de momento, no están siendo muy brillantes en sus primeros torneos. 
J.B. Yo estoy muy tranquilo. Es cierto que he empezado jugando regular. No me he puesto demasiadas expectativas, quiero ir despacio. La carrera de un golfista es larga y no hace falta empezar muy fuerte. Soy consciente de que no soy ningún genio jugando al golf. Creo que juego bien y que puedo llegar a jugar bastante bien, pero voy poco a poco.
XL. A nivel personal, ¿marca mucho llevar dos apellidos tan importantes en este país como Ballesteros Botín?
J.B. Siempre me he considerado una persona muy normal. He tenido la suerte de que mis padres me han dado una educación muy buena, pero no de ir a un colegio o a otro, sino por los valores que nos han enseñado en casa. No siento ninguna responsabilidad especial por llevar esos apellidos. Siempre me he comportado como cualquier chaval de mi edad.
XL. ¿En un futuro le gustaría trabajar en el banco que fundó su otra rama familiar, los Botín?
J.B. Es muy complicado que yo trabaje en un banco, no es algo que me guste. Si termino Derecho, me gustaría trabajar en algo relacionado con la carrera. Es cierto que también hay abogados en los bancos, pero en un principio la idea no es trabajar en un banco, ni en el Santander ni en ningún otro.
XL. ¿Cree que a su abuelo Emilio le habría gustado que encaminara sus pasos al mundo de la empresa?
J.B. Habría que haberle hecho esta pregunta a él. A mí nunca me comentó nada. Le gustaba mucho el golf, así que pienso que estaría contento.
XL. ¿Qué recuerdo guarda de él?
J.B. Yo he jugado varias veces con él al golf y sí que me acuerdo de que alguna vez nos apostábamos bolas cuando yo tenía once o doce años. Unas veces ganaba él y otras, yo. Cuando él me ganaba, me hacía pagar. Cuando te apuestas unas bolas, tienen que ser nuevas, así que yo cogía las cajas, le quitaba las bolas nuevas y le ponía unas viejas. Él pagaba, pero si yo perdía le tenía que pagar.
XL. Desde fuera se le veía como una persona que infundía mucho respeto. Supongo que su visión como nieto será distinta.
J.B. Con nosotros era un abuelo como puede ser cualquier otro. Hay abuelos más cariñosos, otros menos, pero era un abuelo a fin de cuentas, nada que ver con lo que puedas apreciar desde fuera.
XL. Durante el funeral de su padre dijo: «Papá, estamos siendo fuertes, como nos pediste». ¿Cuesta ser fuerte tras sufrir tan joven una pérdida tan dolorosa?
J.B. Siempre he pensado que si fuera la única persona en este mundo a la que le ha pasado pues quizá sería muy duro, que no digo que no lo sea. También tengo amigos que han pasado por lo mismo. Se le echa mucho de menos, pero tienes que seguir. Nada ni nadie te lo va a devolver.
XL. ¿Qué le falta al golf en España para que sea más popular? ¿Quizá tener a alguien con los éxitos de su padre?
J.B. Es una pregunta complicada. Siempre he pensado que Sergio García podía ser esa persona. Puede que le falte ganar un torneo grande, pero pienso que aún lo puede conseguir y creo que será el British.
En el nombre del padre

Desde hace dos años, Javier Ballesteros preside la fundación que lleva el nombre de su padre.
«Llevamos unos años trabajando con el Centro Nacional de Investigación Oncológica en la investigación de los tumores cerebrales. También hay un área dirigida al mundo del golf para ayudar a los chicos sin recursos».
Promueven también un circuito benéfico por toda España para recaudar fondos en la lucha contra el cáncer.
«Consta de 37 torneos que se disputan de abril a septiembre y una final en el Real Golf de Pedreña, a la que asistirán las parejas vencedoras de cada torneo. Los que ganen la final participarán en Malasia, en el Pro-Am de la EurAsia Cup 2016, la competición que enfrenta a los mejores jugadores europeos contra los asiáticos. Yo invito a la gente a que participe en el circuito porque lo van a pasar bien jugando al golf y van a contribuir a una buena causa. 
Más información en la web www.seveballesteros.com.

TÍTULO:  REVISTA XL SEMANAL, EN  PORTADA, Colombia: Reconciliarse con el verdugo,

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Colombia: Reconciliarse con el verdugo

Son los grandes olvidados. Más de 96.000 personas han desaparecido en el largo conflicto colombiano y, hasta hace poco, nadie se había preocupado de dar con ellas. Excepto sus familias. Ahora, su búsqueda ha abierto una puerta a la reconciliación.
Son las dos de la tarde de un viernes cualquiera en la ciudad de Medellín. Junto a la iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria, un grupo de mujeres se manifiestan con pancartas que muestran los rostros de sus hijos desaparecidos. Son las Madres de la Candelaria: un grupo de mujeres, lideradas por Teresita Gaviria, que se concentra, desde hace 16 años, ante la puerta de esta iglesia de Medellín. Todos los viernes exigen allí respuestas sobre el paradero de sus hijos desaparecidos. «Las madres de la Candelaria no somos parte de la guerra, pero sí somos parte de la paz. Vivos se los llevaron, vivos los queremos», gritan a coro las madres ante la indiferencia de muchos transeúntes.
«Estas mujeres tienen muchísimo mérito subraya la doctora Mercedes Palacio, responsable de la Unidad de Identificación Humana de la Fiscalía de Medellín. Durante años nadie les hacía caso, vivían bajo un fuerte estigma. En Colombia, todo el mundo marcha por los secuestrados. Nadie marcha por los desaparecidos. La gente daba por sentado que 'algo habrían hecho'».
Mientras habla, la doctora revisa el expediente de un cuerpo que se dispone a identificar. Ella y su equipo antropólogos, odontólogos, médicos, un asistente y un fotógrafo llevan siete años exhumando e identificando cuerpos. «Este no es un trabajo fácil se lamenta Palacio. Las familias esperan al familiar desaparecido, no una cajita que, a veces, solo incluye tres huesitos. Lleva un tiempo prepararlos para ese paso. Por desgracia, en este país el drama de la desaparición forzada se repite con demasiada frecuencia».
En concreto, Palacio y su equipo han exhumado más de 1300 cuerpos de personas desaparecidas. Apenas la mitad de ellos han podido ser identificados y devueltos a sus familias. Y esto solo en Antioquia, uno de los 32 departamentos que tiene Colombia. En todo el país, desde 2007, los equipos de la Fiscalía General de la Nación han recuperado, en casi 4500 fosas, alrededor de 6000 cadáveres. Son cifras de un conflicto que, desde 1958, se ha cobrado más de 220.000 muertes entre civiles, guerrilleros, militares y paramilitares y que remiten a matanzas que no produjeron titulares de prensa; a asesinatos sistemáticos y premeditados de los que ningún bando está libre de culpa, si bien la balanza siempre tiende a inclinarse hacia algún lado.
En el centro penitenciario de alta seguridad de Itagüí, a las afueras de Medellín, cumplen condena los principales comandantes paramilitares, responsables de crímenes contra la humanidad y de algunos de los más sangrientos episodios de la reciente historia de Colombia. Ninguno, sin embargo, pasará aquí más de ocho años. Es el límite que impuso la Ley de Justicia y Paz, aprobada en 2005 por el Gobierno de Álvaro Uribe, que culminó con la desmovilización de unos 32.000 paramilitares. A cambio, eso sí, de confesar todos sus delitos y de colaborar con la justicia.
Por eso, muchos de los inquilinos de Itagüí trabajan mano a mano con fundaciones, asociaciones o con el grupo de Palacios en labores de reparación de las víctimas. Un movimiento solidario visto con escepticismo por muchos analistas, para quienes todo esto se resume en un intento de lavar la imagen de las llamadas Autodefensas ahora que el Gobierno y las guerrillas acercan posiciones hacia la paz en las conversaciones de La Habana. Lo cierto, en todo caso, es que la colaboración está dando sus frutos.
Prácticamente cada semana salimos al terreno con un comandante que asegura que en tal sitio enterraron a tantas personas tras ser ejecutadas. Muchas veces es verdad, otras no encontramos nada revela Palacio. En todo caso, sin la ayuda de algunos comandantes nunca hubiéramos hallado muchos de los cuerpos que hemos recuperado».
Rodrigo Alzate, alias Julián Bolívar, es uno de ellos. Desmovilizado en 2005, este excomandante de las Autodefensas y autor confeso de más de 1500 crímenes es el creador de la Fundación Aulas de Paz, una de las organizaciones más activas en la labor de reparación de víctimas. Su lema: «Si en el pasado recluté hombres para la guerra, hoy mi propósito es convocar hombres y mujeres para la paz». Su trabajo cuenta con el apoyo de las Madres de la Candelaria, que incluso recomendaron al presidente Juan Manuel Santos suspender la orden de extradición a los Estados Unidos que pendía sobre él.
Desde hace dos años, madres de desaparecidos y exparamilitares mantienen talleres periódicos en el interior de la cárcel. «En estos encuentros, víctimas y verdugos nos miramos a los ojos cuenta Teresita Gaviria, presidenta de las Madres de la Candelaria. Les preguntamos por nuestros hijos, dónde los enterraron. Y ellos nos piden que, por muy difícil que nos resulte, los perdonemos. Es una situación intensa, muy dura, pero la verdad y el perdón son necesarios para construir la paz. Debemos mirar al futuro, no podemos mirar siempre al pasado».
Entre las madres que acuden a la cárcel de Itagüí para entrevistarse con los verdugos de sus hijos figura Blanca Moreno. El 23 de diciembre de 2002, Moreno vio por última vez a su hijo Alexander. Reclutado a la fuerza por los paramilitares, combatió en el departamento del Caquetá. «No sabía nada de mi hijo, hasta que un día recibí una llamada rememora. Una persona me decía que estaba muerto, que se había ahogado en el río Pescado, en Florencia, y que no lo buscara. Viajé de inmediato a Florencia para buscar a mi hijo, pero no encontré nada. Años más tarde recibí otra llamada. Un chico que se hacía llamar Esnaider me ofrecía información sobre Alexander. Al parecer, él, mi hijo y otro muchacho habían acordado intercambiarse información en caso de que algún día les pasara algo. Me contó que lo del río Pescado era mentira, que a Alexander lo ejecutaron por intentar huir. Lo ataron a un palo, lo torturaron y lo descuartizaron. Nunca recuperaré su cuerpo».
Blanca Moreno lleva años recibiendo ayuda psicológica. Su trabajo con las Madres de la Candelaria ha sido su refugio en estos años de duelo. «He perdonado a los verdugos de mi hijo admite. Todos los días pido a Dios por el perdón de sus asesinos, pero también por el daño que mi hijo haya podido hacer a otras personas inocentes».
Las Madres de la Candelaria llevan 16 años prestando apoyo psicológico y ayuda legal a las familias de los cerca de 96.000 desaparecidos del conflicto colombiano. «Nuestra situación es terrible denuncia Teresita Gaviria. Estamos olvidados. Pocos se preocupan por nosotros, y quienes lo hacen sufren todo tipo de trabas».
El caso más sangrante es el de los llamados 'falsos positivos'. «Es donde más trabas nos encontramos», afirma un funcionario de la Fiscalía de Bogotá, que rehúsa dar su nombre por razones de seguridad. Por falsos positivos se conoce en Colombia a las ejecuciones extrajudiciales de civiles más de 1000 casos están bajo investigación por miembros de las Fuerzas Armadas que las hacían pasar por guerrilleros caídos en combate. El escándalo salió a la luz en 2008 y puso en tela de juicio la estrategia de seguridad del presidente Álvaro Uribe, muy cuestionado por las sospechas de vinculación con el paramilitarismo.
Siete años después, estos cadáveres continúan salpicando al Ejército. Varios oficiales y suboficiales han sido destituidos en relación con este asunto que se cobró también la renuncia del mismísimo jefe del Ejército, el general Mario Montoya Uribe. «Siempre tenemos problemas cuando nos toca exhumar una fosa común atribuida a guerrilleros muertos en combate revela el funcionario de la Fiscalía. Hace poco, exhumamos varios cuerpos en Caquetá. Los identificamos y todos ellos correspondían a personas que constaban como desaparecidas y que nunca habían tenido relación con la guerrilla. Ojalá algún día se sepa todo lo que ha ocurrido, aunque, honestamente, lo dudo. Me temo que en Itagüí apenas cumple condena la punta del iceberg».
Mientras tanto, en el penal antioqueño prosigue el programa de reparación de víctimas de Aulas de Paz, en colaboración con la asociación de Madres de la Candelaria. Varias familias, al menos, han obtenido gracias a él respuesta sobre el destino de sus seres queridos. Una tarea, en todo caso, plagada de obstáculos.
«Hoy no tenemos buenas noticias», afirma el excomandante Rodrigo Alzate, sentado en su oficina, en las dependencias de Itagüí. En su última reunión con Teresita Gaviria se comprometió a obtener información sobre el paradero de Ingrid Meneses, hija de doña Marta, fiel colaboradora de Gaviria. Meneses desapareció el 29 de noviembre de 2010, junto con su novio, en Yarumal, 125 kilómetros al norte de Medellín. Doña Marta nunca más volvió a saber de ella.
Ingrid y su novio fueron retenidos por un grupo paramilitar que opera en la zona, los Urabeños, una de las Bandas Criminales Emergentes (Bacrim), como se conoce a las organizaciones mafiosas surgidas tras la desmovilización de las Autodefensas. Esta, en concreto, está considerada hoy como el grupo paramilitar más grande, peligroso y mejor estructurado de toda Colombia; por número de combatientes, presencia territorial, volumen de droga con el que trafican y también por su crueldad. Claro que hace tiempo que en Colombia se agotaron ya los términos para definir atrocidades.
Rodrigo Alzate se prepara para compartir la información que ha conseguido obtener sobre el destino de Meneses. «Ya sabemos qué le ocurrió a la hija de doña Marta deja caer el exparamilitar. Fue ejecutada ese mismo día. Ella y su novio fueron descuartizados para hacerlos desaparecer sin dejar rastro. Después lanzaron sus restos al río. Poco se puede hacer ya».
Tumbas anónimas

Un grupo de madres y familiares de desaparecidos celebran una vigilia en el cementerio universal de Medellín. El camposanto es célebre en Colombia por ser uno de los que acoge más tumbas sin nombre de todo el país.
Crueldad mafiosa

Ingrid Meneses y su novio desaparecieron el 29 de noviembre de 2010. Sus padres desconocían su paradero hasta el pasado marzo. Un excomandante de las Autodefensas arrepentido los ayudó en el caso. Descubrió que ambos fueron ejecutados por los Urabeños, el más temido grupo paramilitar en activo. También que después los descuartizaron y que echaron sus restos a un río.
Descanso sin paz

Berta Mejias muestra la foto de su marido, desaparecido la Nochebuena de 1988, cuando se dirigía a su trabajo en una hacienda. Tras pasar años buscándolo, supo que había sido ejecutado por paramilitares ese mismo día. Cuando quiso viajar al lugar donde le dijeron que estaba enterrado, recibió numerosas amenazas.
Madres coraje

Inspirada en las Madres de Plaza de Mayo, en Argentina, el 19 de marzo de 1999 nació la Asociación Caminos de Esperanza Madres de la Candelaria. Ignorado durante años, el grupo ha conseguido poner sobre la mesa el problema de los más de 96.000 desaparecidos del conflicto colombiano.
Ponerles nombre

Los cadáveres sin identificar se guardan en cajas. Cada una lleva un número asignado.
Víctima y verdugo

Teresita Gaviria perdió a su padre, un hermano y un hijo a manos de paramilitares. Hoy, como directora de una ONG de madres de desaparecidos ha encontrado una ayuda inesperada en Rodrigo Alzate, antiguo líder de las Autodefensas. Desde hace dos años, Alzate revela a las madres la ubicación de las posibles tumbas de sus hijos a cambio de su perdón.
Confesar y expiar

La prisión de máxima seguridad de Itagüí acoge a comandantes paramilitares desmovilizados durante el gobierno de Álvaro Uribe. Cumplen condenas por crímenes contra la humanidad. Sus penas, sin embargo, no sobrepasan los ocho años. Es una de las concesiones de la ley de 2005 que posibilitó desmovilizar a 32.000 paramilitares a cambio de confesar todos sus delitos y colaborar con la justicia.

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