Hace 5 años un guardia de Florida (Estados Unidos) mató de un
disparo a su hijo Trayvon, un estudiante de 17 años que volvía paseando a
su casa. Aquella muerte sin sentido despertó el movimiento Black Lives
Matter (‘La Vida de los Negros Importa’). Hablamos con sus padres.
Sybrina Fulton y Tracy Martin entran en la estancia con aspecto
tenso. El apretón de manos es breve. Se sientan. Tracy coloca la mano
sobre el hombro de su mujer. «¿Estás bien?», pregunta. Ella asiente.
Sentados al otro lado de la mesa, muy erguidos en las sillas, empiezan a
hablar de la muerte de su hijo.
Trayvon Martin tenía 17 años, era estudiante y fue
abatido la noche del 26 de febrero de 2012 en Sanford (Florida) por un
vigilante vecinal armado llamado George Zimmerman. El chico se dirigía a
su casa e iba desarmado, pero a Zimmerman le pareció sospechoso y se
produjo un forcejeo entre ambos. En la grabación de las llamadas que
algunos testigos hicieron a la Policía se escuchan gritos y un disparo.
Zimmerman dijo que abrió fuego en defensa propia. Fue acusado de
homicidio en segundo grado y declarado inocente en 2013. La muerte de
Trayvon y
la posterior absolución de aquel voluntario de una patrulla de barrio derivaron en el nacimiento de Black Lives Matter
(‘Las Vidas de los Negros Importan’) -BLM-, el último gran movimiento
nacido en Estados Unidos en defensa de los derechos civiles.
Descentralizado y sin jerarquía ni estructura formal, el BLM nació en
2013 para luchar contra la violencia hacia las personas negras, y sus
miembros admiten influencias que van desde el primigenio Movimiento por
los Derechos Civiles de los años cincuenta y sesenta, el Black Power, el
feminismo negro de los ochenta, el panafricanismo, el
antiapartheid, el
hip hop
y otros movimientos sin componente racial como el colectivo LGBTQ o el
Ocupa Wall Street. Los padres de Trayvon son ahora, como su hijo, un
símbolo de su lucha. Una lucha que da ahora sentido a sus vidas y los
ayuda a sobrellevar el dolor.
XLSemanal. Señora Fulton, señor Martin, ¿cuándo pensaron que a su hijo le podía haber pasado algo malo?
Tracy Martin. Al ver que no cogía el móvil. Siempre
contestaba. Era tarde y no había vuelto, muy raro en él. Lo siguiente
fue un policía llamando a mi puerta.
XL. Los agentes le enseñaron una foto de su hijo muerto.
Tracy. Mi hijo yacía sobre la hierba como un muñeco
roto. Ni a cien metros de casa… Tenía una pierna doblada, los ojos
entreabiertos; su sudadera empapada de sangre; se veía por dónde había
entrado la bala al corazón. Lancé un grito.
Sybrina Fulton. Cuando Tracy me llamó, estaba en
Miami, en mi coche, en el ‘parking’ del trabajo. «Trayvon se ha ido»,
repetía. «¿Dónde?», pregunté. «¡Lo han matado!», gritó. Solo acerté a
decir. «No. Es un error. Tienes que ver su cuerpo».
XL. ¿Cuándo fue consciente de que estaba muerto de verdad?
Sybrina. A los pocos minutos, en la autopista, me
cayó de golpe. Sí, mi hijo estaba muerto, no volvería… Me aparté al
arcén y empecé a llorar y a golpear el volante. Grité a Dios. «¿Por qué
le has hecho esto?». El dolor era increíble.
“Dijeron que su paso lento lo hacía sospechoso, que la capucha también… Quisieron acabar con su buen nombre”
XL. George Zimmerman no fue detenido tras su muerte…
Tracy. Sí, de haber sido un negro, lo habrían detenido en el acto. Estamos en Estados Unidos, un país racista.
XL. Zimmerman declaró que su hijo actuaba de forma sospechosa, que lo tiró al suelo y que le disparó en defensa propia.
Tracy. ¿Qué iba a decir? Acababa de matar a un hombre…
XL. ¿Por qué saben que su hijo no había hecho nada malo?
Sybrina. Nunca fue agresivo. Era un buen chico.
Estaba asustado, temía por su vida y se defendió. Si el asesino no
hubiese tenido un arma, estaría vivo. Así de sencillo.
Tracy. Acababa de comprar té helado y caramelos en
la esquina. Pero, si eres un joven negro en Estados Unidos, incluso
caminar por la calle puede ser sospechoso.
Cuando me siento flaquear, pienso en mi hijo dentro del ataúd con el traje que iba a ponerse en la graduación
XL. ¿Hablaban con Trayvon sobre el tema del racismo?
Sybrina. Por supuesto.
XL. ¿Qué le decían?
Tracy. Mi madre creció en el sur y me enseñó que lo
mejor era dar la vuelta y salir corriendo. Lo mismo le decía a Trayvon.
Lo esencial era no ponerse en peligro.
XL. El anterior presidente, Barack Obama, contó que, de joven, en las tiendas siempre lo seguían los empleados de seguridad.
Sybrina. Nos pasa a todos. Siempre nos observan, en
un restaurante, en una tienda… Yo le repetía a Trayvon que pidiera una
bolsa en la caja siempre, aunque solo se hubiese comprado un chicle. Así
no levantaría sospechas.
Tracy. Lo que acabó con la vida de nuestro hijo fue, lisa y llanamente, el racismo.
XL. ¿Por qué lo creen así?
Tracy. De haber sido blanco ni siquiera le habrían dado el alto.
Sybrina. Todo el mundo nos decía que era un caso
claro. Incluso los detectives aseguraban que, como poco, era homicidio
involuntario, incluso asesinato. Pero al asesino le dejaron irse a su
casa mientras a nuestro hijo lo llevaban a la morgue.
Tracy. Si se deja a un lado el color de la piel, la
culpa de lo ocurrido es evidente. A un joven le disparan de camino a
casa. Punto. Si entra en juego el color, ya no es tan sencillo.
XL. ¿Qué quiere decir?
Tracy. Que este sistema permite que los afroamericanos jóvenes sean asesinados sin que eso tenga consecuencias.
XL. En su opinión, ¿qué se hizo mal en la investigación?
Sybrina. Siempre trataron a Tray como si fuera el
culpable. Tuvimos que luchar por cada fragmento de información. Ni
siquiera querían dejarnos escuchar las grabaciones.
XL. Se refiere a las grabaciones de las llamadas a la Policía en las que se oye de fondo la disputa entre Trayvon y Zimmerman.
Tracy. Sí, queríamos escucharlas para saber qué pasó de verdad. Hasta por eso tuvimos que pelear, todo eran obstáculos.
XL. ¿Qué se escuchaba en ellas?
Tracy. Eran los últimos instantes de vida de mi
hijo. Sus gritos de terror. Suplicaba. Luego se escucha un disparo. Ese
fue el momento en el que mi niño murió.
XL. ¿Qué se siente, como padres, al escuchar algo así?
Sybrina. Fue una tortura. Nunca olvidaré sus gritos.
Me quedé sentada, llorando. Quería salir corriendo, ir al lugar del
crimen para salvarlo. Pero Tray llevaba mucho tiempo muerto.
Tracy. Yo lloraba e intentaba recordar algún momento hermoso con Trayvon.
XL. ¿Cuál le vino a la memoria?
Tracy. La última vez que lo vi. Sonreía, feliz de la
vida. Nos abrazamos y nos dijimos: «Te quiero». ¿Sabe lo feliz que me
siento al recordarlo? Cuando murió, unas horas más tarde, sabía al menos
que lo quería.
XL. Zimmerman aseguró que los gritos en la grabación son suyos. ¿Por qué están seguros de que son de su hijo?
Sybrina. Una madre reconoce la voz de su hijo. Tray
se dio cuenta de que iba a morir, por eso sus gritos son cada vez más
desesperados. Estaba luchando con el asesino para salvar la vida. Tras
el disparo, Trayvon dejó de gritar, estaba muerto.
XL. En cuanto el asesinato salió a la luz, gran cantidad de
personas se manifestaron en apoyo a su hijo. ¿Contaron con tener una
respuesta tan multitudinaria?
Sybrina. No. Yo trabajo en una oficina, mi marido es camionero, somos gente sencilla. No imaginamos algo así ni en sueños.
Tracy. Fue imponente, maravilloso. Nos dio mucha fuerza.
XL. Obama dijo: «Podría haber sido yo. Podría haber sido mi hija». Aquellas palabras fueron importantes para ustedes?
Tracy. Mucho. Obama mostró que hay personas que entienden nuestro dolor y comparten nuestra ira. Fue muy valioso.
XL. Zimmerman fue detenido. ¿Cómo vivieron el juicio?
Tracy. Fue un sufrimiento increíble. Su defensa
presentó a nuestro hijo como si fuera el acusado. Esa era su estrategia.
Lo presentaron como culpable de su propia muerte.
XL. ¿Qué los lleva a decir eso?
Sybrina. Analizaron el cadáver de nuestro hijo buscando alcohol y drogas. Y al asesino no le hicieron pruebas.
Tracy. También lo acusaron de caminar demasiado despacio.
XL. ¿Cómo se puede caminar demasiado despacio?
Tracy. Dijeron que su paso lento lo hacía sospechoso.
Sybrina. También que llevar una sudadera con capucha le daba un aspecto peligroso.
Tracy. Cuando el asesino empezó a seguirlo y Trayvon aceleró el paso por miedo, también dijeron que eso era sospechoso.
Sybrina. A qué velocidad debe caminar un chico negro
para que no le disparen? Qué es ir demasiado despacio? Quién lo decide?
Pero nadie se pregunta por qué el asesino llevaba un arma.
XL. ¿Creen que el tribunal fue imparcial?
Tracy. Los miembros del jurado tenían que decidir a
quién escuchar. si al chico negro muerto o al hombre blanco que disparó.
Durante mucho tiempo confiamos en que escucharían a la parte correcta.
Sybrina. Tuvimos que oír toda clase de mentiras
sobre nuestro hijo. Primero lo mataron y luego la defensa quiso acabar
con su buen nombre. Fue como si me lo mataran por segunda vez.
XL. ¿Qué sintieron al escuchar el veredicto de inocencia?
Tracy. Una ira incontenible. Aquel hombre había
admitido que disparó a nuestro hijo y salió limpio, sin la más mínima
condena. Nada de homicidio, ni siquiera por imprudencia. El asesino
salió del tribunal sonriendo.
XL. ¿Y usted, señora Fulton?
Sybrina. Yo me quedé paralizada. Solo lloraba, por
la noche me hacía un ovillo en la cama y lloraba. La justicia mostró de
forma definitiva que no es imparcial en asuntos raciales.
XL. El agente dijo que sentía lo ocurrido. ¿Lo han perdonado?
Tracy. No, solo lo dijo porque quería causar buena
impresión. Algún día tendremos que perdonarlo de verdad para poder sanar
del todo. Pero estamos muy lejos de ese momento.
Sybrina. Mató a mi hijo. Punto. No quiero ni pronunciar su nombre, para mí es solo ‘el asesino’.
XL. Millones de personas volvieron a manifestarse tras el
veredicto. La foto de su hijo se convirtió en un icono. Hoy, cinco años
más tarde, se considera su caso como el nacimiento de Black Lives
Matter. ¿Les sirve de consuelo?
Tracy. Sí, mucho. Es nuestra vida, lo que nos da
fuerzas. No hemos tenido tiempo para hacer el duelo como debe ser. El
dolor sigue siendo muy grande. Han pasado 1953 días y todavía siento a
mi hijo, cada segundo, pero sin esta lucha nos derrumbaríamos.
Sybrina. Como madre, sigo deshecha. Para mí, Trayvon
es mucho más que aquel horrible momento en Sanford. No quiero ver su
foto como un icono. Preferiría tenerlo vivo a mi lado.
XL. Apoyaron a Hillary Clinton…
Sybrina. Sí, estábamos convencidos de que podía unir al país.
“No pudimos salvar a nuestro hijo, pero quizá con nuestra lucha salvemos al próximo Trayvon Martin”
XL. ¿Qué piensan de los primeros meses de Trump?
Tracy. Está alimentando el odio.
Sybrina. Casi todo lo que dice es una provocación.
XL. ¿Se han resignado?
Sybrina. Al contrario, cada frase que pronuncia nos
motiva. Hemos de transformar nuestra ira en actos, luchar, expresar
nuestra opinión. En voz alta, todas las veces.
Tracy. Mire, cuando me siento flaquear, pienso en mi
hijo dentro de su ataúd, tumbado con su traje blanco y su pajarita
azul. Era el que iba a ponerse unas semanas más tarde, en la graduación
del instituto. Quería verlo bailar. En vez de eso, tuvimos que
enterrarlo. Sé bien por lo que lucho.
Sybrina. Fue el día más horrible de mi vida. Quería
frotarle las manos heladas. No quería dejarle marchar. Ninguna madre
debería pasar por algo parecido. No pudimos salvar a nuestro hijo, pero
quizá sí al próximo Trayvon Martin.
La unión y la fuerza
Sybrina Fulton y Tracy Martin perdieron a su hijo Trayvon hace 5 años.
Las protestas del movimiento Black Lives Matter, aseguran, les han dado
fuerzas para seguir adelante.
El movimiento que no olvida a Trayvon Martin
El origen de Black Lives Matter (BLM) vino marcado por la absolución,
en julio de 2013, del vigilante blanco que mató a Trayvon Martin un año
antes. Ante la noticia, una activista -Alicia Garza- escribió en
Facebook. «Gente negra. Nuestras vidas importan». Su amiga Patrisse
Cullors añadió el hashtag #BlackLivesMatter y, al poco, con Opal Tometi
-otra amiga- crearon BLM para movilizarse contra la muerte de personas
negras a manos de la Policía. en 2016 fueron 258, 30 de ellas iban
desarmadas.
TITULO: EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - FETICHISMO,.
foto - reloj - FETICHISMO,.
En la perversión denominada fetichismo se produce un desplazamiento
del objeto del deseo. Detrás de ella hay siempre algún tipo de
disfunción, a veces puramente fisiológica, pero en la mayoría de las
ocasiones de tipo afectivo. Incapaz de amar a una persona de carne y
hueso, el fetichista se inventa un circunloquio o subterfugio que le
permite destinar su amor a un objeto inanimado. Por supuesto, detrás de
ese circunloquio o subterfugio hay miedo a enfrentarse con el trauma que
lo provoca; pero el fetiche sublima el trauma, a la vez que brinda un
sucedáneo satisfactorio.
Vivimos una época que disimula sus traumas con multitud de
fetichismos. Los seres humanos tenemos una vocación natural hacia el
prójimo, una necesidad de fundirnos en amor y dolor con quienes se
hallan a nuestro lado; pero somos prisioneros de formas de vida que
reprimen, envenenan y asfixian esa vocación natural, hasta hacerla
irreconocible. El individualismo a ultranza inspirado por las ideologías
en boga; la competencia encarnizada que convierte nuestra existencia
laboral en una guerra sin cuartel; el consumismo desaforado que sostiene
la economía capitalista; la saturación tecnológica que nos convierte en
seres prendidos de una pantalla… Nuestra forma de vida, en fin,
conspira contra esa vocación natural. Y, como nos falta valor para
renegar de nuestra forma de vida (de los sobornos y comodidades que nos
brinda), necesitamos idear circunloquios y subterfugios que disimulen
nuestro egoísmo y nos procuren desahogos satisfactorios que anestesien
siquiera por un rato el dolor de una vida que ha renunciado a su
vocación natural.
En algún artículo anterior nos hemos referido a la filantropía como
forma de fetichismo que nos permite destinar a una abstracta Humanidad
el amor que no dedicamos a las personas de carne y hueso que nos rodean.
Joseph Roth, en
La cripta de los capuchinos (1938), nos
advertía proféticamente de otro fetichismo entonces naciente que hoy ha
alcanzado cotas desquiciadas: «Siempre me ha parecido que los hombres
que aman demasiado a los animales emplean en ellos una parte del amor
que debieran dar a los seres humanos; y me di cuenta de lo justa que era
esta apreciación cuando comprobé casualmente que los alemanes del
Tercer Reich amaban a los perros lobos, a los pastores alemanes.
“¡Pobres ovejas!”, me dije». En general, podríamos afirmar que en la
adhesión a las causas de apariencia más noble puede esconderse, como una
serpiente entre la maleza, este veneno del fetichismo, la tentación de
sustituir el compromiso concreto con las cosas ciertas por entelequias
muy campanudas y rimbombantes que desplazan el objeto de nuestro amor.
Todas las ideologías contemporáneas son, en realidad, refinados
fetichismos que nos permiten sortear nuestras obligaciones concretas y
suplantarlas por un activismo ruidoso y vacuo.
Lo pensaba el otro día mientras escuchaba las universales reacciones
furibundas que había ocasionado la retirada de Estados Unidos del
Acuerdo de París para la reducción de gases de efecto ‘invernadero’.
Pero lo cierto es que si Trump ha decidido retirarse de semejante
tratado es porque ha percibido que hay una muchedumbre infinita,
repartida por todo el planeta, prisionera de formas de vida que demandan
una mayor emisión de tales gases. Una muchedumbre que compra
bulímicamente trapos confeccionados en talleres o ergástulas de Pakistán
de los que se cansa a las pocas semanas; una muchedumbre que, en lugar
de fomentar el comercio local, lo adquiere todo por internet; una
muchedumbre que, en lugar de aguantar estoicamente los rigores del
verano, respira aire refrigerado las veinticuatro horas del día; una
muchedumbre que, en lugar de conformarse con la fruta autóctona propia
de cada estación, compra frutas exóticas transportadas desde las
antípodas; una muchedumbre que renueva constantemente sus teléfonos
móviles, sus artilugios electrónicos y automóviles; una muchedumbre
incontable, en fin, que cultiva todos los hábitos que aumentan los gases
de efecto invernadero. Pero esa muchedumbre consumista ha encontrado en
el presidente de Estados Unidos el fetiche sobre el que poder desaguar
una indignación aspaventera que no siente sinceramente; pues, si la
sintiera, tendría que abominar de su forma de vida.Mucho más sencillo
que abominar de nuestra forma de vida resulta elegir un fetiche sobre el
que desaguar nuestra ira. En este caso, el botarate Trump, que no ha
hecho sino garantizarnos la forma de vida de la que somos prisioneros.
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