sábado, 29 de septiembre de 2018

LA NOCHE SILLAS ,. / VAMOS A LA ESCUELA - El papel del dibujo ,.

TITULO: LA NOCHE SILLAS,.

Resultat d'imatges de la noche sillasfoto / No se por qué habíamos decidido ir a la Bretaña francesa. La excusa  de recorrer en moto el país, me llevaba irremediablemente a un solo lugar, a ese sueño que durante tanto tiempo había acariciado: Una noche en París. Pero Román con la guía del  Lonely Planet “Bretaña-Normandía” ya en sus manos, intentó como siempre torcer mi vocación de cinéfila empedernida y a cambió de su compañía, de cielos estrellados, transpiradas aventuras y la promesa de dejar para un final feliz  la ciudad del amor, me convenció.
A cielo abierto iniciamos el viaje por la ruta de los castillos. Dejamos al viento, a la lluvia, al sol, ser parte de cada gesto, de cada asombro y sin detenernos me detengo, mientras la marea hace lo suyo y yo interrumpo este diario de viaje para cumplir mi sueño: el que nunca había soñado.
¿Cómo pude perder de vista a Román? No lo se. Tampoco cuando le solté la mano entre la muchedumbre de turistas y peregrinos, después de saborear aquel helado de caramelo y mantequilla salada que nunca voy a olvidar. La ciudadela entonces se convirtió en un laberinto y por un  momento imaginé que un caballero ataviado con armadura, a lomo de caballo, aparecía detrás de  una esquina para salvarme del vértigo que me producían aquellas calles del Monte Saint Michel.
La memoria  nunca fue mi mejor virtud,  sin embargo, mientras me adueñaba de cada parte de ese inusual paisaje, lo reconocía como si siempre hubiera estado allí, como si una fuerza extraña se hiciera cargo de cada uno de mis movimientos y me condujera  hasta ese hombre que aparecido de la nada, me sujetó por la cintura y medio volando,  medio a la rastra, me transportó por  las escaleras que conducían a la Abadía.
— ¿Dónde estabas Adonia? ¡Cuántas veces te pedí que no te alejes! ¿Acaso no puedes comprender que debemos estar cerca? —me dijo.
No tuve fuerzas para preguntarle por qué me llamaba Adonia. Seguramente me confundía con otra, pero el brillo de sus ojos azules era tan intenso que cuando liberó su cabeza de esa extraña capucha que la cubría, tampoco pude negarme a guardar en los míos, el rostro más hermoso que jamás haya visto. Me dejé conducir. Pero esta vez sin pensar en Román ni en mi nombre de pila.
Entramos en una nave románica, simple, austera. Los muros de piedra, entre el cielo y la tierra, respiraban  góticas plegarias, tan húmedas como nuestros cuerpos, tan silenciosas como el incesante jadeo que insinuante, asomaba su  desvelo sobre el granito rojo de las columnas en fila.
André, así se llamaba él, encontró nuestro claustro secreto en un rincón solitario,  sobre el piso frío que  se acomodaba  a las formas de  nuestros cuerpos desnudos. Creo que allí, entre su lengua sedienta y la prepotencia de sus caricias,  me entregué obediente a mi nueva vida de religiosa. El hechizo del tiempo  hizo el resto.

TITULO: VAMOS A LA ESCUELA -  El papel del dibujo ,.

Resultat d'imatges de VAMOS A LA ESCUELA El papel del dibujo 
Resultat d'imatges de VAMOS A LA ESCUELA El papel del dibujofotos / Durante un tiempo mi vida se convirtió en un péndulo que se movía sin cesar entre los encuentros clandestinos con André y las obligaciones religiosas, que poco a poco, me hicieron olvidar mi falta de fe y  encontrar en las oraciones, un refugio peregrino a las contradicciones de mi nueva vida. Cada puerta, cada rincón de aquel mágico lugar se convertían en un hechizo para mis pasos, que se adelantaban al sol para ganarle a los días el trofeo del asombro. Las noches, en cambio, eran propiedad de mi hacedor, capaz de controlar las mareas de mi cuerpo atrayendo no solo tempestades, también la avenencia de saciar la lujuria contenida en la playa somnolienta de su cuerpo. Llegué a pensar en medio de nuestros apasionados encuentros que el mismo Arcángel San Miguel  había bajado a la tierra para apagar el fuego con sus labios, coronando aquellos instantes de gloria infinita y temí, después de cada entrega, que Adonia regresara para exiliar mis gemidos.
La cocina donde pasaba la mayor parte del tiempo cuando no estaba con André, era uno de los lugares más alegres de la Abadía, la ventanas abiertas al tornadizo paisaje del afuera, adobaban los olores del pan recién horneado con un enjambre de perfumes invisibles y la música… Allí, hasta el silencio se deslizaba por nuestras gargantas como si un coro de ángeles delineara en cada nota la misión de nuestros labios. Será por eso que los monjes elevaban sus ojos al cielo al saborear el primer bocado del día. Mi especialidad eran los pastelillos de queso de cabra que se “multiplicaban” sin que yo me diera cuenta,  llenando las bocas de esos sabios hombres de disímiles tormentos, como si las formas femeninas se hubieran adueñado de la masa para inflar y desinflar sus instintos antes de ser tragados para siempre. Me acostumbré a reservar algunos, esconderlos bajo mi hábito hasta que la noche y el vino dulce los disolvieran en la boca de mi amante.

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