viernes, 23 de agosto de 2019

España a ras de cielo - Roberto Blanco - El Cáceres cuenta las horas para echar a rodar . ,. - PLANETA CALLEJA - DOMINGO -1- Septiembre - ,. / Ochéntame otra vez - Letizia conquista la tele alemana . / Cómo nos reímos - La lavadora,.

TITULO: España a ras de cielo - Roberto Blanco -  El Cáceres cuenta las horas para echar a rodar .  ,. - PLANETA CALLEJA - DOMINGO -1- Septiembre ,.







 
 España a ras de cielo  ,.
 
 España a ras de cielo es un programa de televisión emitido por TVE y se estrenó el 17 de septiembre de 2013. Desde el primer programa, está presentado por Francis Lorenzo Martes a las 22h30,.
 El programa permite conocer lugar de España desconocidos y ya conocidos desde otro punto de vista. , etc.


PLANETA CALLEJA - DOMINGO -
1- Septiembre ,.
 
 
  Planeta Calleja es un programa de televisión de España que se emite cada domingo a las 21:30, en Cuatro de Mediaset España,. Jesús Calleja enfrentará a rostros conocidos a vivir experiencias únicas e irrepetibles fuera de su contexto habitual y en los lugares más remotos y fascinantes ., etc.
 
Roberto Blanco. :: A. Méndez/ Roberto Blanco -  El Cáceres cuenta las horas para echar a rodar .

El Cáceres cuenta las horas para echar a rodar,.

foto - Roberto Blanco.

El club, que aún debe anunciar la incorporación de un pívot, presentará hoy al nuevo cuerpo técnico que cogerá las riendas el lunes,.


CÁCERES. El Cáceres inicia hoy su particular cuenta atrás antes de arrancar la nueva campaña. Como preámbulo del inicio de los trabajos de pretemporada, el cuerpo técnico al completo encabezado por el entrenador, Roberto Blanco, será presentado hoy a las 12.45 horas en la tienda Spagnolo, en la calle Pintores, número 11. Tanto Blanco como el segundo entrenador, Armando Gómez, esbozarán las líneas maestras sobre el nuevo proyecto deportivo, así como sus conclusiones al respecto de una plantilla que aún está a expensas de ser completada con al menos un pívot que pueda ser la referencia interior.
El evento de hoy también servirá para presentar a la citada firma de moda, que pasará a ser uno de los patrocinadores oficiales del club y dará cobertura a los miembros del staff técnico en lo que a vestimenta se refiere.
Está previsto que los integrantes de la plantilla salgan a escena por vez primera este próximo lunes en el Parque del Príncipe, como es tradición en las últimas temporadas. Los jugadores, con Parejo y Rakocevic como los dos únicos supervivientes del pasado plantel, estarán acompañados en el primer tramo de la pretemporada por algunas piezas del equipo filial que milita en EBA.
Con la vista puesta en la jornada inaugural del 27 de septiembre en casa ante el Huesca, la primera prueba veraniega tendrá lugar en Morón de la Frontera el 4 del mismo mes.

     TITULO:  Ochéntame otra vez  -Letizia conquista la tele alemana  .

Jueves -29- Agosto  a las 22:35 por La 1, foto,.

 

Letizia conquista la tele alemana,.

La prensa germana ha sido hasta ahora muy crítica con la Familia Real.
La prensa germana ha sido hasta ahora muy crítica con la Familia Real. :: afp/

La cadena pública ZDF emite mañana el primer documental sobre la Reina.«Gana en las distancias cortas», asegura su autora,.


Los españoles no se lo ponen fácil a Letizia». Es la conclusión que ha extraído la periodista Julia Melchior tras muchas horas observando a la Monarca y su entorno. Melchior es la autora de 'Profesión: Reina', el primer documental que se realiza sobre doña Letizia. Lo emite mañana sábado a las 19.25 la cadena pública ZDF, que es la de mayor audiencia en Alemania, y desde hoy podrá a verse en España en la web del canal alemán. Será el primero de tres capítulos sobre las consortes europeas. Los dos siguientes los ocuparán Matilde de Bélgica y Máxima de Holanda. «Matilde es una reina majestuosa. Cuando entra en un salón lo llena todo con su presencia -opina Julia Melchior-. Pero yo me sentiría mejor representada por Letizia, que encarna a las mujeres de mi generación».
No es la primera vez que los medios alemanes se interesan por la monarquía española. De hecho, suelen hacerlo a menudo y no precisamente para bien. Parafraseando a Melchior, podría decirse que la prensa germana tampoco se lo ha puesto fácil a Felipe y Letizia. A finales del año pasado, un diario alemán supuestamente socialdemócrata y centrista como el 'Süddeutsche Zeitung' publicó un reportaje titulado: 'La Casa Real más impopular de Europa se tambalea'. En él, su corresponsal en Madrid hablaba de «los escándalos protagonizados por los Borbones», criticaba la intervención de Felipe VI en el conflicto de Cataluña y remataba afirmando que al Rey español «le falta carisma». Al final, quizás para compensar, concluía que, a pesar de su supuesta impopularidad, «Felipe es más popular que todos los líderes de los partidos políticos» de su país.

Disgustos para todos

Crisis, separaciones... La prensa alemana no les ha ahorrado disgustos a los monarcas españoles. Ningún miembro de la Familia Real está a salvo de sus críticas. Este verano la revista 'Bunte' atribuía a la princesa Leonor «una excesiva dependencia de su padre». Y todo porque en el último posado de Marivent la heredera no se soltó de la mano de don Felipe... «Insegura», sentenciaba esta publicación sensacionalista, que ya en 2008 recibió las quejas de la embajada española en Alemania por haber insinuado indicios de anorexia en doña Letizia.
El documental que el sábado emitirá ZDF promete un tono distinto. Su autora ha seguido a la Reina durante un año y dice haberse fijado más en los momentos fuera de cámara que en las poses protocolarias. «He visto cómo gana a corta distancia -ha declarado Julia Melchior al diario 'ABC'-. Irradia cercanía y humanidad». Dos rasgos que no consiguió transmitir el famoso vídeo difundido por la Casa Real el año pasado en el que se veía a Felipe, Letizia y sus hijas tomando una extraña sopa, en una mesa sin pan... Las cámaras germanas también han llegado allí donde aún no han podido penetrar las españolas: el despacho de trabajo de doña Letizia, un espacio «pintado de blanco, luminoso y de reducido tamaño». La buena imagen de la Monarca se ha extendido estos días a Francia, donde la revista 'Gala' se deshace en elogios hacia ella por educar sus hijas de una manera comprometida y realista, «evitando que crezcan en una burbuja dorada».
Vargas Llosa, el historiador Charles Powell y la directora de la Organización Mundial de la Salud, María Neira, entre otros, aportan sus testimonios sobre la Reina en el documental de la cadena germana. El resultado, anticipan, es un retrato completo, «con sus aciertos y errores», en el que no se esquiva su desencuentro del año pasado en la catedral de Palma con doña Sofía, ni se oculta que la Reina emérita «ha dejado el listón muy alto». Melchior también analiza «la enorme presión mediática a la que Letizia está sometida»... Presión que, al menos hasta ahora, contribuía a avivar la prensa alemana.

TITULO:  Cómo nos reímos - La lavadora ,.

El domingo -25- Agosto a las 21:30 por  La2, foto,.

 

La lavadora,.


Un inexplicable suceso 'inunda' la casa de un matrimonio. La lavadora es el centro de una serie de anomalías que se van sumando en el domicilio hasta desatar una situación desconcertante para los inquilinos del apartamento y para todos los vecinos de la comunidad. En un relato excepcional, la autora de 'La trabajadora' y 'La isla de los conejos' demuestra porqué es una de las voces más destacadas de la narrativa española actual. Nada es previsible en la intensa e inquitante escritura de esta mujer.
Al volcar el tapón de Flor, le sorprendió ver un líquido oscuro en el compartimento del suavizante. Pensó que era agua sucia. No se percató de que se trataba de sangre oxidada, como la que se quedaba en las bandejas de poliestireno cuando compraba los filetes y pasaban un par de días en el frigorífico, y tampoco del ligero color desteñido de la ropa, de su extraño aroma; fue su marido quien dijo "Este pantalón huele raro" gracias a su olfato de sabueso, y entonces inspeccionaron el cajón, donde de nuevo se estancaba ese caldo amarronado; mojaron en él una servilleta y, al acercársela a la nariz, el hedor a sangre podrida se hizo evidente. Pensaron en si habría algún animl muerto dentro de la lavadora, un pájaro que se hubiera colado por algún sitio, una rata. Tenían el electrodoméstico en la terraza que daba al patio de la manzana cerrada a la que pertenecía su bloque, donde había una piscina diminuta y un parque infantil con suelo de neumáticos reciclados. Los pájaros no se posaban en los alféizares de los balcones porque en aquel espacio no había árboles. Se quedaban en el canalón, o sobre el tejado. También le parecía absurdo pensar en ratas. En los trasteros no había cacas de ratón ni de ningún otro bicho, y ellos vivían en el quinto. Sin embargo era verano, arrastraban siete días de ola de calor, y al ventilar se colaban avispas y moscas que huían de perecer abrasadas. ¿Por qué no pensar que algún gorrioncillo había buscado refugio detrás del aparato, en una salamanquesa recorriendo alguno de los conductos de la máquina hasta acabar hecha papilla y destilando su néctar frío sobre el suavizante?
Durante un tiempo residieron en un chalet en el campo, y cuando llegó la primavera los pájaros anidaron junto a la salida de humos. Sus idas y venidas se oían amplificadas en la cocina por el tubo de chapa. Un día escuchó un revoloteo histérico en el interior de la campana, un trino angustioso. Logró desmontar la base del extractor y un pájaro voló por toda la casa, golpeándose contra las paredes, hasta que dio con una de las muchas ventanas que ella había ido dejando de par en par, aterrada por que acabara dándose el golpe fatal. Los operarios a los que llamaron para que revisaran el conducto no llegaron hasta dos semanas después, y no pudieron impedir que un domingo por la noche, tras haber pasado el fin de semana en Tenerife, cayeran plumas y huesecillos sobre las salchichas fritas de la cena, que empezaban ya a dorarse cuando accionó el extractor. Notó la resistencia y el crujido al desplegar el filtro, como si hubiera hojarasca, pero era -supuso- un cuerpo seco quebrándose. Tiró las salchichas; su marido le dijo que se abriera una lata de atún, que él le cortaría el tomate, pero ella ya no quiso cenar nada. ¿Por qué no olía a muerto?, le preguntó varias veces. Si el pájaro había caído en esos tres días que ellos habían estado fuera, ¿no debía estar pudriéndose? Él trató de remediar el asunto. No pudo.
La campana parecía haberse soldado, aunque no cesó la lluvia de plumas y huesos sobre la vitrocerámica cada vez que deslizaba trabajosamente los filtros. Esa noche ella no pegó ojo. Pensó que había cientos de pájaros muertos allí, y que el peso de todos esos esqueletos impedía desmontar el mecanismo. Era un temor irracional, pues hacía poco que había liberado al jilguero que escapó por la ventana del pasillo. Pero no podía apartar la idea de que, a lo largo de aquellos meses, habían aterrizado sobre la comida minúsculos restos de aves. Ellos habían estado devorando trocitos casi invisibles de plumas y cartílagos. A la mañana siguiente llegaron dos hombres que desbarataron el mecanismo sin esfuerzo y repararon la rejilla. Sólo había un pájaro, que cayó con un golpe seco. La peste a cadáver inundó la estancia.
El lunes por la mañana, con el bochorno de julio golpeando sobre los toldos, la sangre que encontró en la lavadora era fresca, roja, como si alguien hubiese decapitado a una bestia dentro. Se acordó de los pollos que mataba su abuela con un tajo en la nuca. Se desangraban encima de una palangana y ella los acechaba. La ropa se tiñó de un carmín ostentoso. Durante la hora y media que duró el lavado, se quedó mirando la afluencia del líquido al tambor, y todo era un rastro rojo, una agonía de la máquina, la impresión de que había un elefante al que estuvieran degollando. No se le ocurrió darle al stop; permanecía hechizada. Por otra parte, le resultaba tan inverosímil que pensó que se estaba colando alguna sustancia que le daba al agua ese color, por ejemplo el tinte para el pelo de la chica del sexto, cuya melena se asemejaba a una cereza madura. Cuando el programa acabó y sacó la ropa, estaba viscosa; hundió en ella la mano y fue como remover tripas aún calientes. El tufo a matadero atrajo a los moscardones, y llamó a la policía con las manos manchadas. También telefoneó a su marido, que se presentó antes que los polis y la miró como si acabara de asesinar a alguien a navajazos. Ella le señaló la plasta sanguinolenta de la terraza. La había metido en un cubo de plástico con agujeritos por los que chorreaba el despropósito.
-La sangre está cayendo al patio -le dijo él, y a continuación cogió papel de cocina y lo extendió por las losetas del balcón. Ella temblaba. Tras llenar el suelo de celulosa, su marido la abrazó.
Los agentes llegaron poco después. Ella ya se había lavado las manos. Los dos hombres miraron la ropa ensangrentada, y cuando les contó que había salido así de la lavadora, el más alto le dijo:
-Eso no puede ser, señora. Van a tener que acompañarnos a comisaría.
En el tiempo que pasaron tomándoles declaración, hicieron un registro en su casa. No encontraron cadáveres ni ningún indicio de delito. Se tomaron entonces en serio la hipótesis de que la sangre estuviera llegando al electrodoméstico por algún sitio. Esa misma tarde, y en presencia de otro agente, un técnico de Balay desmontó el aparato. Sólo encontraron restos de sangre seca en los conductos del agua y en el tambor. La policía se personó varias veces en las jornadas siguientes; quizás había algún vecino descuartizando cadáveres cuya sangre, por algún extraño motivo, iba a parar a su máquina, pero no lograron averiguar nada en las exhaustivas pesquisas por todos los pisos del vecindario, donde sólo vivían familias que al principio les mostraron solidaridad y compartieron su horror y que luego, cuando la policía empezó a investigarles a ellos también, comenzaron a odiarles, a mandarles cartas anónimas invitándoles a largarse del piso.
-Creo que debemos bajar y contarles que estamos tan asustados como ellos -le dijo ella a su marido una noche en la que se había formado una tertulia en el patio donde nadie bajaba la voz para hablar de ellos.
-¿Quién puede creer que de una lavadora sale sangre? -replicó él.
Pero quizás habría sido buena idea que bajaran. En los dos años que llevaban allí, no habían entablado relación con nadie, ni siquiera de forma superficial, y ella pensaba que eso los volvía sospechosos. Les habían prohibido tirar la lavadora mientras la investigación siguiera. Ignoraban por qué la policía no se había llevado el electrodoméstico como prueba, para qué se lo habían dejado a ellos. No se atrevían a tocarlo, apenas dormían por la inquietud y el calor, y tuvieron que cancelar sus vacaciones en la playa, pues debían permanecer en el domicilio para cualquier requerimiento. En los días sucesivos vinieron a picar la pared y a abrir la tubería, y la policía volvió a estar presente. Pusieron plástico por toda la cocina y no recogieron los cascotes. Tardaron una semana en cerrar aquella herida; ella se hartó y quitó los plásticos antes de tiempo para cocinar. El enfado empezaba a ganarle terreno al miedo y a la vergüenza: ya no agachaba la cabeza en el ascensor cuando su saludo quedaba sin respuesta, sino que miraba con fijeza a los ojos de la otra persona. Su marido aguantaba mejor aquel silencio, acaso por no exponerse tanto a él. Trabajaba en una oficina, y entre semana apenas pasaba tiempo en casa. Era ella la que, mientras dibujaba -se dedicaba a ilustrar libros, sobre todo infantiles-, iba al salón y observaba el patio.
Aunque llegó agosto, aquel era un bloque modesto donde residían proletarios y adultos jóvenes de clase media venida a menos que no solían tener más que para un fin de semana largo de vacaciones. La mayoría de la gente trabajaba casi todo el mes, y sólo las mujeres con niños muy pequeños retozaban por la mañana en la piscina diminuta, todo un lujo para tratarse de una vivienda de protección oficial. Por las tardes, en cambio, apenas se veía el césped artificial por la cantidad de toallas y de padres con críos que peleaban y se tiraban a bomba. Cada vez que se asomaba, alguien la descubría. Como si siempre hubiera una conversación sobre lo ocurrido en su piso. Nadie había limpiado las manchas de sangre del patio, y eso que el conserje baldeaba a primera hora, aunque evitando borrar los restos del delito ignoto. ¿Eran pruebas y le habían prohibido hacerlas desaparecer? Sólo los infantes pasaban corriendo por encima de aquel rastro sucio, cuando caía la tarde y la piscina se cerraba. En una ocasión, unos muchachitos muy flacos y unas gemelas hicieron un corro en torno a la sangre y comenzaron a cantar. Había demasiado griterío; a pesar de ello, pudo distinguir la palabra "asesina" en el estribillo. De cuando en cuando volvía a formarse una tertulia ahí, en torno a la ignominia pisoteada, pero ahora tenían cuidado al hablar. Por más que se esforzaba, agazapada detrás de las lamas de la terraza, no lograba distinguir lo que se decía.
Una mañana en la que se hartó de dibujar bajó a la piscina cuando aún no era mediodía, y las dos madres con sus niños que descansaban bajo las sombrillas se fueron en cuanto ella se metió en el agua. Pasó dos horas con la única compañía del socorrista. No se atrevió a alzar la vista hacia los balcones; sabía que estaban ahí, sabía incluso que en algún momento todos los vecinos habían salido a sus terrazas a observarla, como si se tratara de un monstruo tomando el sol. Cuando subió a su casa, escribió en una sábana "nos iremos de este vecindario de asquerosos, pero no podemos hasta que acabe la investigación", y la prendió del alféizar hasta que su marido llegó y la quitó. Tuvieron una bronca.
Tú no soportas todo el día a esa gentuza!, le espetó ella junto a la ventana del salón, que él se apresuró a cerrar, aunque los vecinos congregados en el patio les contemplaban de manera inmisericorde. Su marido le suplicó que fuera al médico para que le recetaran ansiolíticos -Buscaremos piso en cuanto se acabe la investigación, dijo-, pero al día siguiente ella se despertó como si nunca fueran a salir de allí, y en lugar de pedir cita en el ambulatorio, llamó a un programa de sucesos de la tele. No le hicieron caso y contactó con otro de fenómenos paranormales. Se presentó un periodista y ella puso por primera vez la lavadora en tres semanas. Metió la sábana pintada con el espray. Temió que sólo saliera agua, pero el electrodoméstico no la defraudó. El periodista se quedó blanco cuando sacó la tela ensangrentada, y se marchó gritándole ¡Timadora, farsante!, sin prueba alguna de que aquello fuera un timo; lo único que poseía era su propia incredulidad, a la que se aferraba, como si todos los insultos y las falsedades que profirió estuvieran dirigidos no tanto a ella como a su deseo de que eso que había venido a confirmar -la noticia espectacular para su programa- no fuese cierto, pues lo que podía haber detrás era algo tan horrible que se tornaba imperioso creer que tal cosa no estaba teniendo lugar.
-¿No te das cuenta de que ese cacharro puede estar vivo? -le soltó desesperada al periodista mientras la puerta del ascensor se cerraba.
Puso la lavadora de nuevo, habiéndola llenado antes de paños blancos que compró en un bazar. Luego le habló, bajito; obviamente la máquina no le contestó. Sin embargo, la sangre percutía con tal fuerza en el tambor que le pareció que ahí había un mensaje, un intento de comunicarse con ella. Aquella tontería lanzada al periodista era de repente una hipótesis plausible en virtud del puro agotamiento de las explicaciones, y pensó entonces que tal vez lo más descabellado era a menudo lo único cierto. Si la pusiera muchas veces a funcionar, se dijo, acabaría matándola, el mecanismo se agotaría poco a poco, como esos pollos que su abuela desangraba para luego desplumarlos y cocerlos, y que iban cerrando sus ojitos lentamente, acunados por el sonido de su propia sangre al caer en la palangana. Lo intentó, pero sólo le dio tiempo a que los trapos se empapasen tres veces más. Cuando iba a accionar por cuarta vez, apareció la policía para llevarse el electrodoméstico. Su marido se había personado en la comisaría para rogar que retirasen el aparato. Les explicó que los vecinos le habían llamado para contarle que su mujer llevaba buena parte del día frente a la lavadora, que no había parado de funcionar. Estaban muy preocupados.

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