domingo, 27 de octubre de 2013

EL PAIS, Las otras víctimas de García Carbonell,./ REVISTA DOMINICAL, UN PUÑETAZO AL PÁRKINSON,.

TÍTULO; EL PAIS,  Las otras víctimas de García Carbonell

  1. Estos días se discute si Antonio García Carbonell, violador múltiple, ha salido de la cárcel demasiado pronto. Los responsables penitenciarios ...
     

    Las otras víctimas de García CarbonellSOCIEDAD

    Las otras víctimas de García Carbonell

    El parecido físico llevó a un marroquí a pagar por los delitos del violador múltiple, que ha sido liberado por la derogación de la 'doctrina Parot'

    Estos días se discute si -foto,.Antonio García Carbonell, violador múltiple, ha salido de la cárcel demasiado pronto. Los responsables penitenciarios admiten que, pese a haber pasado 18 años en prisión, no está rehabilitado; sus abogados argumentan que, cumplidos ya los 76, no constituye un peligro para nadie. A Antonio, condenado en 1996 a más de dos siglos entre rejas, se le aplicó hace cuatro años la 'doctrina Parot', que alargaba su privación efectiva de libertad hasta 2025, pero el dictamen de Estrasburgo lo sacó anteayer a la calle. Es el primer delincuente común que se beneficia de esta súbita «extinción de responsabilidades penales», como la llama el auto judicial.
    No cabe discutir, en cambio, que Antonio García Carbonell entró en la cárcel demasiado tarde, y en ese plazo extra de libertad aprovechó para cometer más atrocidades, mientras la Justicia española se enfangaba en uno de los errores más vergonzosos de su historia. Hablar de Antonio obliga a referirse a otros dos hombres, unidos a él por una lazada hecha de fatalidad y chapuza. Ahmed Toumouhi, que guarda un parecido físico asombroso con el violador, cumplió quince años de cárcel por unos delitos que nadie cree ya que cometiese, y buena parte de esa pena transcurrió, de hecho, cuando todo el mundo lo consideraba ya inocente. Abderrazak Mounib murió de un infarto en prisión, tras pasar allí dentro nueve años. Los dos marroquíes pagaron por crímenes que, según todos los indicios, llevaban la firma salvaje de García Carbonell y su cómplice. Ellos son sus otras víctimas.
    Los hechos se remontan a 1991, cuando se produjo una oleada de violaciones en municipios de Barcelona, Tarragona y Girona. Dos individuos particularmente brutales asaltaban a parejas en rincones solitarios y agredían sexualmente a las mujeres. Las víctimas describieron a la Policía a dos hombres de piel oscura que hablaban una lengua extranjera, y pronto llegó la primera identificación: Ahmed Toumouhi, un marroquí de Nador, analfabeto, que había venido a trabajar en las obras y la fruta. Sus anchas facciones, reconocibles en la ficha de la pensión donde se alojaba, resultaban inconfundibles y convertían el caso en pan comido. Al día siguiente la Policía detuvo a un compatriota suyo, el vendedor ambulante Abderrazak, al que ni siquiera había visto nunca. Las víctimas volvieron a señalar a los arrestados en las ruedas de reconocimiento y eso bastó para condenarlos, pese a pequeños detalles que a lo mejor deberían haber hecho saltar alguna alarma: se suponía que Abderrazak había dejado la marca de un diente en el cuerpo de una víctima, cuando en sus encías solo quedaba una muela del juicio.
    El indulto impopular
    En 1995 hubo más violaciones, un calco de las anteriores, y las víctimas volvieron a identificar sin ninguna duda el rostro amplio de Ahmed. Pero el pobre albañil llevaba ya cuatro años a la sombra y difícilmente podía deambular por los descampados de Cataluña. Los encargados del caso arrestaron finalmente a Antonio García Carbonell, un vendedor ambulante con diez hijos que, en un primer vistazo, habría podido pasar por hermano gemelo de Ahmed Toumouhi. Resultó que la lengua misteriosa empleada durante los asaltos no era árabe, sino caló. Un guardia civil, Reyes Benítez, se empeñó en que se revisase una de las violaciones por las que estaban condenados los marroquíes, la única en la que había restos útiles de ADN, y resultó que esos vestigios biológicos correspondían a García Carbonell y un familiar suyo, al que jamás se ha logrado identificar. Pero el hallazgo solo exculpó a Ahmed y Abderrazak de ese caso concreto: en los demás no había nada que analizar, así que era inviable revocar una sentencia firme. Ni el Gobierno 'popular' ni después el socialista se atrevieron a indultar a condenados por violación, por mucho que la metedura de pata fuese evidente, mayúscula y cruel.
    Abderrazak falleció en 2000, reivindicando su inocencia. Ahmed nunca aceptó los beneficios penitenciarios ni el tercer grado -«son para culpables», decía- y volvió a pisar la calle en 2006, con sus ilusiones perdidas, cargado con unos antecedentes que no le permitían renovar sus papeles. Ni siquiera se atrevía a llamar a su mujer y su hija, allá en Nador. «Soy un hombre cero, mi vida no vale nada», declaraba al diario 'Público'. En otra entrevista, con 'El País', relataba el momento en que dejó la cárcel: «Nadie sabía que yo salía... Cogí un taxi y pedí que me llevara a Martorell, a donde mi hermano». El jueves, a García Carbonell lo estaba esperando su parentela con botellas de whisky.
TÍTULO; REVISTA DOMINICAL, UN PUÑETAZO AL PÁRKINSON,.

  1. REVISTA DOMINICAL -foto,-Los protagonistas de estas imágenes son luchadores. Solo tienen sus guantes y un cuerpo que no suele responderles del todo bien para ...
     
    Un puñetazo al párkinsonLos protagonistas de estas imágenes son luchadores. Solo tienen sus guantes y un cuerpo que no suele responderles del todo bien para enfrentarse a un adversario dañino, despiadado y propenso al juego sucio: todos ellos sufren párkinson, el trastorno neurodegenerativo que se va adueñando de sus músculos, de su equilibrio e incluso, en los casos más graves, de su capacidad para hablar y comprender. Cualquiera diría que poco pueden hacer los ganchos y los 'crochets' contra un enemigo de este talante, pero los participantes en el programa Rock Steady Boxing han comprobado que las rutinas de entrenamiento del boxeo les permiten moderar los síntomas. El párkinson sigue ahí, entregado a su labor concienzuda de demolición de un ser humano, pero los puñetazos lo mantienen a raya.
    El programa Rock Steady nació hace siete años en Indianápolis. Un fiscal, a quien le habían diagnosticado la enfermedad con 40 años, se dio cuenta de que las clases de boxeo estaban mejorando de forma asombrosa el control de sus extremidades y le permitían moverse con más agilidad. Abrió un modesto gimnasio, provisto de 'ring', y fundó esta organización a la que actualmente están afiliados quince clubes de Estados Unidos y uno de Australia. Las fotografías de estas páginas corresponden al de Costa Mesa, en California, que la entrenadora personal Anne Adams ha puesto en marcha este mismo año. Ella descubrió Rock Steady a través de la experiencia de su padre, un enfermo de párkinson que revivió cuando empezó a frecuentar el gimnasio de Indianápolis: «Literalmente me devolvieron a mi padre. Vi cómo recuperaba la confianza y la sonrisa de antaño, como reaparecía el atleta que había sido. El entrenamiento ha mejorado su calidad de vida, física y mentalmente: en clase se ríe hasta quedarse sin aliento y entrena duro, y ya no necesita la silla de ruedas ni el andador. Después de verle haciendo sus ejercicios, lo último que se me pasa por la cabeza es que necesite compasión», relata a este periódico.
    En los entrenamientos, graduados en función del avance de la enfermedad, ocupan un lugar central los grandes clásicos del boxeo, como la cuerda de saltar, el saco, el 'punching ball' o las sesiones de manoplas en el cuadrilátero. Los responsables del proyecto explican que las rutinas de este deporte, que ejercitan las cuatro extremidades y los reflejos hasta potenciar la «memoria muscular», logran incrementar el nivel de dopamina en el cerebro de los pacientes y mejoran su autonomía personal. Además, resultan la mar de divertidas y dan lugar a una «cultura del optimismo», que devuelve a los inesperados púgiles el gusto por la vida. «Aquí tenemos premios diarios: ver cómo alguien sube al 'ring' por primera vez, ver cómo esos cuerpos rechazan el 'no' por respuesta y van ganando fuerza y conocimiento, ver cómo los parientes de nuestros atletas se reencuentran con la persona que pensaban que físicamente ya no estaba allí... ¡Tengo el mejor trabajo del mundo!», resume Anne Adams.
    La ilusión de Dan
    En sus clases no faltan las personas golpeadas en la flor de la vida. Entre los protagonistas de nuestra galería tenemos, por ejemplo, a Jennifer Parkinson: comparte apellido con la enfermedad que le diagnosticaron a los 32 años, en un cataclismo biográfico que acabó costándole su empleo de enfermera y su matrimonio. O a Rick Deming, un pastor protestante que arrastra la enfermedad desde los 40. Pero las miradas se van de manera casi inevitable hacia el hombre de la foto grande, Dan Cathcart, que sirve como demostración práctica de que se puede inspirar ternura con unos aparatosos guantes de boxeo. «Dan ha encontrado su sitio en el 'ring'. Se le ilumina la cara mientras golpea las manoplas y los sacos y hace reír a los compañeros con su sentido del humor», elogia la monitora a este abogado, que a lo largo de su carrera se especializó en representar a víctimas de accidentes aéreos.
    Dos veces a la semana, la esposa y la hija de Dan tienen que emprender un viaje de tres horas para acompañarlo al gimnasio de Costa Mesa, pero dan por bien empleados el tiempo y el esfuerzo. «Mi padre cumple 81 la semana que viene y lleva 14 años con párkinson -explica desde California la hija, Jan-. Empezó con las clases en septiembre y su progreso ha sido extraordinario. Mi madre solía quejarse de que arrastraba los pies, pero ahora camina de manera normal, levantando los pies igual que tú y que yo, sin siquiera pensar en ello. Está mentalmente alerta y físicamente más fuerte. Cuando salimos de la clase, se le ve sudoroso y sin resuello, pero solo habla de lo bien que lo ha pasado. Me da ganas de sonreír y llorar a la vez».

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