martes, 4 de febrero de 2014

ENTREVISTA , La biógrafa del presidente disecciona su 'affaire' amoroso': "La situación de Hollande es dramática"/ A FONDO, Felipe de Edimburgo. El caballero en la sombra,.


Cuando-foto- Hollande solo era líder de su partido, nadie tenía muy claro cuál era su postura. ... La situación es dramática, no le queda otra opción.
 
Entrevista

La biógrafa del presidente disecciona su 'affaire' amoroso': "La situación de Hollande es dramática"

Pocas personas conocen tan bien la élite de la política francesa como Raphaëlle Bacqué. Periodista del diario 'Le Monde', no solo ha escrito la biografía de François Hollande; también la de su primera compañera Ségolène Royal, la de Dominique Strauss-Khan... Nada mejor que charlar con ella para saber las consecuencias que tendrá el 'affaire' del presidente con la actriz Julie Gayet. Escuchemos.
Bacqué, de 49 años, es periodista en el diario parisino Le Monde y autora de numerosos libros sobre la trastienda de la política francesa. Suya es una de las últimas biografías sobre el actual presidente, titulada Hollande, la transition tranquile ('Hollande, la transición tranquila'), pero también ha escrito libros sobre el expresidente Jacques Chirac, sobre la primera pareja de Hollande Ségolène Royal, sobre Dominique Strauss-Khan...
XLSemanal. Usted conoce como pocos la élite de la política francesa. ¿Le ha sorprendido Hollande?
Raphaëlle Bacqué. Su personalidad es difícil de analizar. Pocos lo conocen de verdad. Siempre ha tenido mucho cuidado de no comprometerse con nada. Cuando Hollande solo era líder de su partido, nadie tenía muy claro cuál era su postura. No se le puede identificar con un núcleo duro, con un armazón de ideas y principios.
XL. ¿Con estas palabras está describiendo a un pragmático o a un oportunista?
R.B. La frontera entre esos dos términos es muy difusa. Hollande es un socialista moderado y proeuropeo... por ahora no ha demostrado mucho más. Su perfil personal y político es bastante más impreciso que el de sus predecesores. Llegó al cargo casi como un libro en blanco, como un hombre sin convicciones firmes ni rasgos definidos.Hollande solo actúa cuando ya no le queda ninguna salida. En este sentido no es un líder, sino alguien que se mueve por las circunstancias. Eso se podría definir como pragmatismo, sí.
XL. ¿Diría que Hollande está buscando salir de una situación política y personal desesperada?
R.B. Está intentando escapar de una catástrofe económica, política y personal inminente. La situación es dramática, no le queda otra opción.
XL. ¿Tiene alguna posibilidad de recuperarse? ¿Su rueda de prensa en el Elíseo le pareció convincente?
R.B. El alivio de la presión fiscal sobre las empresas, el paso de una política de exigencias a una política de ofrecimientos en lo económico, en el fondo son cosas que no le convienen ni a su partido ni a la izquierda. Es una decisión de mucho coraje. Pero, al mismo tiempo, Hollande envuelve su voluntad reformadora en una jerga tecnocrática tan fría que la vacía de todo carisma. Su falta de magnetismo personal hace muy difícil que pueda inspirar confianza en el país.
XL. ¿Su aventura puede hacerle más atractivo? ¿El Hollande seductor gana carisma frente al Hollande político?
R.B. Tengo mis dudas. Sus escapadas amorosas más bien trasladan a su vida privada la misma falta de determinación que muestra como político: una aversión a comprometerse. Hollande se esfuerza por conservar su libertad individual, como si quisiera sacudirse las ataduras del cargo. Para mí, eso es señal de cierta inmadurez política.
XL. ¿Está asistiendo Francia al final del «presidente normal», el que Hollande prometió ser durante la campaña electoral contra Nicolas Sarkozy?
R.B. Así es. Nunca he creído que se pueda seguir siendo una persona normal cuando te eligen presidente. El que pretenda seguir actuando con normalidad está equivocado.
XL. ¿Por qué ha corrido ese riesgo? ¿Por qué se ha expuesto a que lo descubran durante sus escapadas para ver a su amante? Su aventura tiene algo de ridículo y, para un político, eso es letal.
R.B. Hollande es un político que siempre ha mantenido una relación cómplice con la prensa. Pero su baja popularidad lo ha vuelto vulnerable. Estar en valores negativos récord también implica la pérdida de crédito en los medios de comunicación.
XL. ¿Está desapareciendo ese respeto por la figura del presidente, esa tendencia a no atacarlo por ciertas cuestiones?
R.B. El respeto a la esfera privada continúa. Pero en Francia existe desde hace algún tiempo un tipo de prensa que ha renunciado a esa complicidad entre políticos y periodistas. Es algo que Hollande no ha valorado bien.
XL. ¿Es posible que estos líos de faldas consigan despertar la admiración de la gente precisamente porque es algo que nunca se hubiese esperado de él?
R.B. En su caso, ese mecanismo no funciona porque su comportamiento recuerda a Sarkozy, que perdió la Presidencia porque muchos franceses ya no soportaban su hedonismo ni esa búsqueda de la felicidad desde la más alta instancia del Estado. La izquierda no tolera que la realización personal del presidente pueda tener preferencia sobre sus obligaciones morales y políticas para con la nación. El affaire con Julie Gayet le ha hecho un daño enorme a Hollande.
XL. Durante la campaña electoral, Hollande prometió mantener un comportamiento modélico si llegaba a ser presidente. ¿Su aventura puede suponerle un problema extra por ese motivo?
R.B. No es cuestión de moral sexual, los franceses no se han vuelto puritanos de la noche a la mañana. Un romance no les sorprende. El problema es político: ¿cómo saca el presidente tiempo para sus distintas relaciones de pareja en medio de una crisis cuya salida le exige todas sus energías?
XL. Pero durante su reciente aparición ante la prensa sí logró mantener los temas políticos en el primer plano.
R.B. Una puesta en escena montada en una de las majestuosas salas del palacio del Elíseo no logra acallar los chistes que los franceses hacen en todos los cafés y mercados del país. La aventura de Hollande deja mucho margen para la vulgaridad. Y contra eso nada puede hacer un giro político anunciado con un estilo formal propio del Vaticano. El contraste entre su seriedad política y su frivolidad personal arruinó la Presidencia a Sarkozy, no se penalizó tanto su programa como su estilo. Hollande debía haber aprendido la lección.
XL. Los franceses siguen sintiendo un respeto innegable por Ségolène Royal, la primera pareja de Hollande. ¿Por qué no existe un sentimiento similar hacia Valérie Trierweiler, que permaneció casi una semana ingresada en un hospital después de que el caso saliera a la luz?
R.B. Ségolène Royal no es solo la antigua pareja de Hollande, también es una política. Valérie Trierweiler, por el contrario, es una periodista de segunda que reivindica cierta influencia política por ser pareja de Hollande. Además, apoyar por Twitter a los rivales de Royal en las elecciones parlamentarias de 2012 le dio bastante mala fama. Los franceses piensan que es celosa y posesiva.
XL. La protección especial de la que el jefe del Estado disfruta en Francia parece una reliquia heredada de la monarquía. ¿Está teniendo lugar una desacralización? ¿La figura del presidente ya no es un tabú?
R.B. Los componentes monárquicos residuales que perviven en la República están desfasados. No tienen sentido cuando la confianza en la política se reduce a pasos agigantados y los dirigentes no tienen más remedio que admitir su incapacidad para enderezar la situación. La distinción entre lo público y lo privado es un debate falso e hipócrita. La protección de lo privado vale para cuando el presidente discute con su mujer en la intimidad, pero no cuando le pide a uno de sus guardaespaldas que lo lleve en moto a ver a su amante en plena noche. Y la dignidad perdida no se puede compensar con el boato de una rueda de prensa ante 600 periodistas.
XL. Hollande ha alegado que las cuestiones privadas hay que tratarlas en privado. ¿Qué hay más privado que enamorarse?
R.B. A los franceses no les interesa la vida sentimental del presidente. Pero en el comportamiento del jefe del Estado no queda nada de privado desde el momento en el que se hace visible para el público. El tiempo del presidente le pertenece al país, y ese tiempo debe estar al servicio del bien público, no de su felicidad personal.
XL. Hace unos años, el propio Hollande dijo con tono irónico que en las cosas del amor le iba como en las clases de inglés: regular. ¿Es posible que el cargo le haya despertado una necesidad de glamour? Primero, una política; luego, una periodista; y, ahora, una actriz...
R.B. En esa trayectoria no veo un ascenso, sino un descenso, una banalización. François Hollande y Ségolène Royal eran una pareja política igualitaria, moderna. Ella se presentó a la Presidencia antes que él. Pero un estadista maduro que busca la compañía de una actriz joven... eso no es ser una persona liberada, eso es ser superficial. La desmitificación del jefe del Estado comenzó con Jacques Chirac, un hombre con ciertos rasgos, digamos, lúdicos en su conducta. Y se aceleró con Sarkozy. Con Hollande ha vuelto al Elíseo.
XL. Con sus últimas decisiones, ¿Hollande se ha rendido a los dictados de la opinión pública y a la situación económica?
R.B. Este intento suyo de despejar balones se basa sobre todo en un análisis de la situación política. Está intentando descolocar a la oposición adoptando algunas de sus propuestas económicas, quiere abrirse al centro-derecha. Su intención es desorientar a sus rivales conservadores y dividirlos. Con esta maniobra lo que hace es desarmar a la alternativa política.
XL. Más amenazador parece el ascenso de la extrema derecha, con Marine Le Pen.
R.B. Los votos que previsiblemente seguirán pasando al Frente Nacional son una muestra del descontento de la población. En realidad, estos votantes no quieren que los gobierne Marine Le Pen, pero sí que les gusta meterles un poco de miedo a los gobernantes.
XL. Este mosaico que describe exige más habilidad táctica que visión estratégica.
R.B. Así lo ve François Hollande, que siempre ha sido un hombre táctico. Y teme más a la calle que a la confrontación política.
XL. ¿Manifestaciones de protesta, disturbios, huelgas?
R.B. Los franceses tienen cierta tendencia a la revuelta, a la anarquía espontánea. Y esos movimientos pueden derribar un gobierno. Esas protestas son difíciles de controlar, y eso produce miedo.
Las mujeres de François
-Ségolène Royal. La madre de sus hijos
Royal, de 60 años, fue hasta 2007 la pareja de François Hollande. Con él vivió 25 años, tuvo cuatro hijos y una carrera política común en el Partido Socialista. Fue candidata a la Presidencia en 2007. Cayó frente a Sarkozy, que a su vez perdió con su ex en 2012.
-Valérie Trierweiler. La amante oficial
La periodista, de 49 años, usa el apellido de su segundo marido, Denis Trierweiler, viceeditor de Paris Match donde ella trabaja. Conoció a Hollande en las elecciones de 1998. Su relación comenzó en 2000, pero no se hizo oficial hasta 2010. No están casados, pero tiene estatus de primera dama.
-Julie Gayet. El último lío del presidente
Gayet, de 41 años, es una actriz con cierto nombre en Francia y mucha afinidad ideológica con Hollande. Su 'amistad' se fraguó en los mítines y, según la revista Elle, fue Thomas el hijo de Hollande y pareja de una amiga de Gayet el que propició su relación. Se encontraban en un loft del número 20 de la Rue du Cirque.


En el paríso de los tabloides y la prensa sensacionalista, Felipe de Edimburgo ha sabido ser la sombra de la reina Isabel sin dar motivos para ...
El Duque de Edimburgo durante un desfile de las tropas británicas.  
A fondo

-fotos Felipe de Edimburgo. El caballero en la sombra

Sánchez - XL Semanal
En el paríso de los tabloides y la prensa sensacionalista, Felipe de Edimburgo ha sabido ser la sombra de la reina Isabel sin dar motivos para portadas. Así lo ha conseguido este caballero cascarrabias, ingenioso y lúcido.
Sus días de jugar al polo y cazar tigres quedaron atrás. Fue aviador, con más de 5000 horas de vuelo. y, sobre todo, navegante. Le queda la memoria. Tiene una mente muy lúcida para sus 92 años. Y afilada. Su humor es cáustico y poco británico. Al fin y al cabo es griego, lo disculpan sus súbditos. Dice lo que le viene a la cabeza y con gracejo. Siempre ha sabido estar porque siempre ha sabido cuál era su lugar. Por eso camina dos pasos por detrás de su esposa.

-Su madre sufrió esquizofrenia
Nació en Corfú. Un paraíso que tuvo que abandonar siendo un crío de pecho huyendo del golpe militar que derrocó a su tío, el rey Constantino I. Le hicieron una cuna con una caja de frutas en el barco donde fue evacuada su familia. El destierro amargó a su padre, el príncipe Andrés. La princesa Alicia, su madre, fue internada en un sanatorio suizo aquejada de esquizofrenia. El matrimonio se fue a pique. Su padre dilapidó su fortuna en Montecarlo y sus hermanas mayores se establecieron en Alemania y se casaron con nobles vinculados al nazismo. A él lo mandaron a estudiar a Inglaterra, donde vivió de la caridad de sus parientes. Una vez le preguntaron qué lengua se hablaba en su casa. «¿Qué casa?», respondió.
-Su noviazgo fue secreto
Isabel y Felipe se conocieron en 1939 durante una cena en el yate real. Ella era una pipiola de 13 años, prima lejana; él, un cadete de 19, irresistible. Su tío, Lord Mountbatten, que costeó sus estudios, hizo de casamentero. Pero Hitler invadió Polonia y Felipe fue llamado a filas. Sirvió en la Marina.El suyo fue un noviazgo epistolar y secreto. Isabel tuvo otros pretendientes, pero seguía prendada de aquel oficial alto y apuesto que luchaba por Inglaterra mientras dos de sus cuñados lo hacían por Alemania. Felipe sirvió en el Pacífico y en el Mediterráneo manejando baterías antiaéreas. Fue condecorado. Tenía que ganarse el favor de los británicos, que aún así lo miraban con desconfianza. De su experiencia castrense, a Felipe le quedó un poso de no andarse por las ramas.
-Tonterías, las justas
Isabel lo esperó hasta el final de la guerra. Y convenció al rey Jorge VI para que diese su beneplácito. Fue una boda de cuento de hadas, retransmitida por la BBC a 200 millones de radioyentes.
-Su apellido alemán, borrado
Cuando Isabel II fue coronada, en 1953, Felipe fue obligado a renunciar a su nacionalidad, a sus títulos griegos y daneses, a su religión (era ortodoxo y se convirtió al anglicanismo), a su carrera militar y a sus aspiraciones sucesorias. Y no solo eso. Winston Churchill presionó para que el apellido Mountbatten [traducción inglesa del germano Battenberg] fuese relegado. Los descendientes de la pareja serían Windsor. Felipe protestó, pataleó, pero finalmente claudicó. Y como es típico en él, convirtió la frustración en sorna: «En este palacio pinto menos que una ameba. Soy el único hombre de este país al que se le niega el derecho a darle su apellido a sus propios hijos». Pero se arrodilló ante su esposa y, a pesar del machismo de la época, prometió «ser tu siervo y tu vasallo más fiel». Se convertía así en rey consorte. Y Jorge VI le concedió un premio de consolación: el ducado de Edimburgo.
-¿Amantes? solo rumores
Genio y figura... Eso no hay quien se lo quite. La reina fue y sigue siendo la horma de su zapato. «¿Quieres hacer el favor de callarte?», le ha cortado más de una vez. Llevan 66 años casados. Como cualquier pareja han tenido sus altibajos. Y el matrimonio tuvo una crisis sonada en 1956, cuando el duque se embarcó en solitario en un viaje transoceánico. Añoraba el mar. Y estaba hasta las augustas narices de pompa y circunstancia. «Se aburría con las obligaciones palaciegas, los discursos, las cenas de gala», recordaba su secretario privado, Michael Parker. Y empezaron a circular rumores, nunca confirmados, sobre amantes: princesas, condesas y alguna que otra cantante de cabaré. Si hubo algo, Felipe fue discreto en grado sumo. Según una biografía no autorizada, cuando la prensa amarilla se convirtió en el juez supremo de la moralidad en el Reino Unido, Felipe limitó sus escarceos a círculos aristocráticos, herméticos a los paparazis. Pero resulta difícil de creer que en el país de los tabloides no se le haya podido probar ni un desliz.
Y la familia real no es que tenga bula, como bien saben tres de sus hijos Ana (su favorita), Carlos y Andrés a raíz de sus divorcios. El cuarto, Eduardo, casado con Sofía Rhys-Jones, es el que más se le parece en lo que atañe a discreción. Y es el que heredará su título. Si Felipe fue un tarambana, se anduvo con tiento. Y compañeros de supuestas correrías, como el actor Richard Todd, nunca se fueron de la lengua. También se le atribuyeron tendencias homosexuales. Y el mismo duque se encargó de disiparlas con un sarcasmo de los suyos. En una entrevista le preguntaron por su supuesto romance con el expresidente francés Valéry Giscard d'Estaing. «Giscard es un gran tipo, pero no llegué a alojarme en el Elíseo durante su presidencia. Sí lo hice siendo presidente Vincent Auriol, que era un marica de cuidado».
-Acusado de la muerte de Lady Di
Con Lady Diana fue áspero. Pero también lo fue con su propio hijo, que lo temía y lo consideraba más un superior militar que un padre. A principios de 1981, cuando el príncipe Carlos aún estaba soltero, le aconsejó: «Pídele matrimonio o rompe con ella, pero aclárate de una vez». Y una década más tarde medió para que se reconciliaran. E incluso le escribió varias cartas a Lady Di en las que ejercía equitativamente de suegro y padre decepcionado, reprochando a ambos sus aventuras. Cuando Diana murió, la reina y él mantuvieron recluidos durante cinco días a los príncipes Guillermo y Enrique en el castillo de Balmoral para protegerlos de la prensa. Y antes del funeral, viendo que flaqueaban, los animó a caminar junto al ataúd. «Si no lo hacéis, os arrepentiréis el día de mañana. Yo os acompañaré», le dijo a Guillermo.Mohamed Al-Fayed acusó a Felipe de Edimburgo de haber planeado la muerte de su hijo Dodi y de Diana.
Pero la investigación concluyó en 2008 dictaminando que fue un accidente de tráfico.A Felipe le importa un rábano lo que digan de él, excepto si lo que dicen es falso. En ese sentido obligó a rectificar a un tabloide que publicó que padecía cáncer de próstata. Su salud ha empeorado mucho en estos meses. Pero conserva la percha que enamoró a Isabel. «Siempre has sido mi fuerza y mi guía», le agradeció la reina, emocionada, en el jubileo de 2012. El duque sigue siendo un icono de estilo. Eduardiano hasta la médula. Chaqueta de tweed o cachemira y sombrero de copa cuando la ocasión lo requiere. Y cuando se es el patrón de 800 fundaciones y sociedades, no faltan ocasiones que lo requieran. La casta se le nota en los trajes cortados a medida en Hawes & Curtis, el establecimiento que eclipsa a las sastrerías de Savile Row. Mayordomos y camareros lo adoran. Si le sirven un licor, Felipe comparte una copa con ellos y les da palique. Cuando llegue su hora, ha dicho que no quiere un funeral de Estado. Prefiere un entierro más modesto. Algo acorde con lo que es: «Solo un viejo cascarrabias».

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