El Banco Central de Somalia / fotos
Ahí donde lo ven, eso de la imagen es el Banco Central de
Somalia. Lo es, de facto. En el mercado de Bakara, en Mogadiscio, los
cambistas se dedican a cambiar dólares americanos por chelines somalíes y
son ellos los que deciden el tipo de cambio según su propia percepción
de la situación nacional. En este país envuelto en una interminable
guerra civil en la que el Gobierno perdió el control de la situación
hace mucho tiempo, los distintos señores de la guerra regionales han
conseguido imprimir su propio dinero, que cursa oficialmente, motivo por
el cual ya no hay una cotización oficial fiable. Los que mejor conocen
la realidad son los cambistas del mercado de Bakara, un lugar donde se
puede comprar de todo, desde comida hasta armas. Cada mañana,
comerciantes de todo el país acuden a ellos para preguntarles por la
cotización con la que operan y cambian sus gruesos fajos de billetes por
la divisa extranjera. El cambio suele estar en torno a mil chelines por
dólar. Los somalíes siguen usando en sus pagos corrientes el chelín
(teniendo en cuenta que la mayoría de la población fuera de la capital
vive con un dólar al día), pero cuando juntan una pequeña cantidad de
dinero la cambian por dólares. No solo por la escasa fiabilidad de su
moneda, sino porque para comprar un móvil o una nevera necesitan cargar
con una carretilla llena de billetes.
STOP!
Para un solo espectador. Tras su éxito en Buenos Aires, São Paulo y Nueva York, llega a Madrid TeatroSOLO, del argentino Matías Umpierrez: cinco piezas en cinco sitios diferentes para un solo espectador. Transcurren en el metro, en una plaza, en un piso... Hasta el 24 de enero. Entradas a la venta en el Centro Dramático Nacional: cdn.mcu.es.
Los SMS de un teleadicto por Antonio Albert
Amor en Versalles
Las series francesas despuntan. Tras Les revenants, que ha estrenado segunda temporada, Movistar+ apuesta por Versailles, con romances palaciegos.
Las chicas son heroínas
Convertir héroes de acción en heroínas es tendencia. SyFy se apunta a la moda al convertir a Van Helsing en Vanesa, cazadora de vampiros resucitada.
Revivir la nostalgia
Aunque fue un fracaso en su momento, el recuerdo de la serie El gran héroe americano creció con la nostalgia. Quien más o quien menos ha cantado su sintonía. Ahora, la Fox anuncia una versión con mejores efectos y más humor.
'Guerra y paz'
Los reboots no solo llegan para Marvel. Los clásicos también son revisados con despliegue de medios. La BBC anuncia Guerra y paz, de Tolstoi, dirigida por Andrew Davis, guionista de House of cards.
TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - LA ESPERANZA RUSA ( I),.
foto - reloj
Escribía Chesterton que la ortodoxia es la única forma de heterodoxia que nuestra época no admite. Y tenía razón. Durante los ya más de veinte años que llevo polemizando en periódicos he comprobado que el enjambre de disidencias que el mundo cobija y propicia son, en realidad, cebos (¡y placebos!) que se arrojan a las masas para alimentar la demogresca. Liberales y socialdemócratas, conservadores y progresistas, mantienen un rifirrafe banal, una disensión meramente 'procedimental' que encubre un acuerdo en lo fundamental; pues, a la postre, todos ellos postulan un mundo sustentado sobre los mismos cimientos y sostenido por las mismas estructuras, aunque disputen histriónicamente sobre los adornos de la fachada. La única disidencia fundamental que nuestra época no admite es la postulación de un orden cristiano, pues como afirmaba también Chesterton hay en él una dinamita capaz de renovar el mundo en cualquier época. Quien se atreve a postular ese orden cristiano (quien se atreve a ejercer la única disidencia radical que nuestra época no tolera) se tropieza de inmediato con los vituperios mancomunados de liberales, socialdemócratas, conservadores y progresistas, que sirven todos al mismo amo. Algunos ya hemos criado callo (y espolones), de tanto recibir vituperios; y en la tribulación nos consolamos con aquella formidable promesa que se nos lanzó desde una montaña: «Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos».
En efecto, todas las trifulcas que las ideologías en liza escenifican son aspavientos que el sistema necesita para mantener distraídas a las masas; y la gasolina que alimenta todas las ideologías (de forma más o menos solapada o explícita) es el odio teológico contra el orden cristiano. Siempre que mis artículos sobre cuestiones políticas han provocado reacciones furibundas he descubierto entre las babas y espumarajos odio teológico, tal vez porque como señalaba Donoso Cortés en toda cuestión política subyace siempre una cuestión teológica. Confesaré, sin embargo, que hubo una ocasión en que creí ingenuamente que esta regla de oro se quebraba. Fue cuando empecé a defender la posición de Rusia en el concierto mundial, cuando empecé a ponderar los esfuerzos restauradores de una nación que había padecido la experiencia abismal del comunismo, cuando empecé a aplaudir que Rusia se erigiese como una muralla contra las pretensiones mundialistas, cuando empecé a mirar con aprecio el esfuerzo ruso por oponerse a la decadencia occidental. Sorprendentemente, los denuestos me llegaban tanto del negociado de derechas como del negociado de izquierdas; aunque he de confesar que los más alucinados procedían de ámbitos neocones, desde los cuales se me acusaba de estar a sueldo de los rusos (¡cree el ladrón que todos son de su condición!), o de concebir el paraíso como un inmenso gulag con un pope confesor del KGB en cada barracón y misa militarizada. Recuerdo que fueron estos improperios tan delirantes los que me pusieron en guardia. «Sin duda pensé entonces, aquí también se respira el perfume azufroso del odio teológico».
Por aquellas mismas fechas andaba yo releyendo Los hermanos Karamazov, la obra maestra de Dostoievski. Y me tropecé entonces con una aseveración que el autor pone en boca de uno de sus personajes, el asceta Paisius: «Ciertas teorías afirman que la Iglesia debe convertirse, regenerándose, en Estado, dejándose absorber por él, después de haber cedido a la ciencia, al espíritu de la época, a la civilización. Si se niega a esto, la Iglesia sólo tendrá un papel insignificante y fiscalizado dentro del Estado, que es lo que ocurre en la Europa de nuestros días. Por el contrario, según las esperanzas rusas, no es la Iglesia la que debe transformarse en Estado, sino que es el Estado el que debe mostrarse digno de ser únicamente una Iglesia y nada más que una Iglesia». Hasta aquel momento, había creído ingenuamente que los denuestos que recibía por defender las posiciones de Rusia me los propinaban por la aversión que Putin provoca tanto en el negociado progre (por sus leyes contra la propaganda homosexualista) como en el negociado neocón (por su oposición al imperialismo yanqui). Pero aquellas palabras de Dostoievski cambiaron por completo mi percepción: entendí, de repente, que la aversión que profesaban a Putin desde los negociados de izquierdas y derechas era una cortina de humo que escondía un odio más profundo. Y ese odio, en su raíz última, era como siempre ocurre de naturaleza religiosa.
STOP!
Para un solo espectador. Tras su éxito en Buenos Aires, São Paulo y Nueva York, llega a Madrid TeatroSOLO, del argentino Matías Umpierrez: cinco piezas en cinco sitios diferentes para un solo espectador. Transcurren en el metro, en una plaza, en un piso... Hasta el 24 de enero. Entradas a la venta en el Centro Dramático Nacional: cdn.mcu.es.
Los SMS de un teleadicto por Antonio Albert
Amor en Versalles
Las series francesas despuntan. Tras Les revenants, que ha estrenado segunda temporada, Movistar+ apuesta por Versailles, con romances palaciegos.
Las chicas son heroínas
Convertir héroes de acción en heroínas es tendencia. SyFy se apunta a la moda al convertir a Van Helsing en Vanesa, cazadora de vampiros resucitada.
Revivir la nostalgia
Aunque fue un fracaso en su momento, el recuerdo de la serie El gran héroe americano creció con la nostalgia. Quien más o quien menos ha cantado su sintonía. Ahora, la Fox anuncia una versión con mejores efectos y más humor.
'Guerra y paz'
Los reboots no solo llegan para Marvel. Los clásicos también son revisados con despliegue de medios. La BBC anuncia Guerra y paz, de Tolstoi, dirigida por Andrew Davis, guionista de House of cards.
TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - LA ESPERANZA RUSA ( I),.
foto - reloj
Escribía Chesterton que la ortodoxia es la única forma de heterodoxia que nuestra época no admite. Y tenía razón. Durante los ya más de veinte años que llevo polemizando en periódicos he comprobado que el enjambre de disidencias que el mundo cobija y propicia son, en realidad, cebos (¡y placebos!) que se arrojan a las masas para alimentar la demogresca. Liberales y socialdemócratas, conservadores y progresistas, mantienen un rifirrafe banal, una disensión meramente 'procedimental' que encubre un acuerdo en lo fundamental; pues, a la postre, todos ellos postulan un mundo sustentado sobre los mismos cimientos y sostenido por las mismas estructuras, aunque disputen histriónicamente sobre los adornos de la fachada. La única disidencia fundamental que nuestra época no admite es la postulación de un orden cristiano, pues como afirmaba también Chesterton hay en él una dinamita capaz de renovar el mundo en cualquier época. Quien se atreve a postular ese orden cristiano (quien se atreve a ejercer la única disidencia radical que nuestra época no tolera) se tropieza de inmediato con los vituperios mancomunados de liberales, socialdemócratas, conservadores y progresistas, que sirven todos al mismo amo. Algunos ya hemos criado callo (y espolones), de tanto recibir vituperios; y en la tribulación nos consolamos con aquella formidable promesa que se nos lanzó desde una montaña: «Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos».
En efecto, todas las trifulcas que las ideologías en liza escenifican son aspavientos que el sistema necesita para mantener distraídas a las masas; y la gasolina que alimenta todas las ideologías (de forma más o menos solapada o explícita) es el odio teológico contra el orden cristiano. Siempre que mis artículos sobre cuestiones políticas han provocado reacciones furibundas he descubierto entre las babas y espumarajos odio teológico, tal vez porque como señalaba Donoso Cortés en toda cuestión política subyace siempre una cuestión teológica. Confesaré, sin embargo, que hubo una ocasión en que creí ingenuamente que esta regla de oro se quebraba. Fue cuando empecé a defender la posición de Rusia en el concierto mundial, cuando empecé a ponderar los esfuerzos restauradores de una nación que había padecido la experiencia abismal del comunismo, cuando empecé a aplaudir que Rusia se erigiese como una muralla contra las pretensiones mundialistas, cuando empecé a mirar con aprecio el esfuerzo ruso por oponerse a la decadencia occidental. Sorprendentemente, los denuestos me llegaban tanto del negociado de derechas como del negociado de izquierdas; aunque he de confesar que los más alucinados procedían de ámbitos neocones, desde los cuales se me acusaba de estar a sueldo de los rusos (¡cree el ladrón que todos son de su condición!), o de concebir el paraíso como un inmenso gulag con un pope confesor del KGB en cada barracón y misa militarizada. Recuerdo que fueron estos improperios tan delirantes los que me pusieron en guardia. «Sin duda pensé entonces, aquí también se respira el perfume azufroso del odio teológico».
Por aquellas mismas fechas andaba yo releyendo Los hermanos Karamazov, la obra maestra de Dostoievski. Y me tropecé entonces con una aseveración que el autor pone en boca de uno de sus personajes, el asceta Paisius: «Ciertas teorías afirman que la Iglesia debe convertirse, regenerándose, en Estado, dejándose absorber por él, después de haber cedido a la ciencia, al espíritu de la época, a la civilización. Si se niega a esto, la Iglesia sólo tendrá un papel insignificante y fiscalizado dentro del Estado, que es lo que ocurre en la Europa de nuestros días. Por el contrario, según las esperanzas rusas, no es la Iglesia la que debe transformarse en Estado, sino que es el Estado el que debe mostrarse digno de ser únicamente una Iglesia y nada más que una Iglesia». Hasta aquel momento, había creído ingenuamente que los denuestos que recibía por defender las posiciones de Rusia me los propinaban por la aversión que Putin provoca tanto en el negociado progre (por sus leyes contra la propaganda homosexualista) como en el negociado neocón (por su oposición al imperialismo yanqui). Pero aquellas palabras de Dostoievski cambiaron por completo mi percepción: entendí, de repente, que la aversión que profesaban a Putin desde los negociados de izquierdas y derechas era una cortina de humo que escondía un odio más profundo. Y ese odio, en su raíz última, era como siempre ocurre de naturaleza religiosa.
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