-foto, Delfina Entrecanales: «Los artistas se sorprenden cuando me ven fregando»
La octogenaria y multimillonaria española es una de las mayores, y más discreta, mecenas de artistas en Londres
Existen tres tipos de favores. Los de aquellos que, como el
siniestro personaje de Kevin Spacey en «House of Cards», los hacen para
ampliar la lista de quienes les deben algo. Los realizados humilde y
ocasionalmente por los mortales que nos esforzamos en hacer el bien. Y,
en categoría separada, figura la larga y fascinante vida de apoyo
desinteresado a los artistas de Delfina Entrecanales de Azcárate (Madrid, 10 de abril de 1927).
Cuando tenía solo 19 años, sus padres le enviaron a Oxford
para evitarle las penurias de la postguerra española. Nunca volvió. Es
justo un año más joven que la Reina Isabel II,
que le ha condecorado dos veces con la Orden del Imperio Británico
(OBE) y con la medalla de apoyo a las Artes británicas. Por parte
paterna, proviene de una de las familias más ricas de España, y es
propietaria por ello del 3% de Acciona. Por la rama materna, entronca
con una de las familias de mayor pedigrí republicano y con los
fundadores de la Institución Libre de Enseñanza.
Unos 500 artistas de todo el mundo han pasado por sus
residencias para artistas, incluidos nombres ilustres del arte
contemporáneo como Mark Wallinger, Tacita Dean, Maurizio Cattelan,
Martin Creed o los españoles Txomin Badiola o Darío Urzay. Y, sin
embargo, esta anciana imponente de corta estatura, juventud eterna y
garbo correoso es una desconocida en España. Durante casi tres décadas,
la hija mayor del ingeniero bilbaino José Entrecanales Ibarra, fundador
del imperio energético que preside hoy José Manuel Entrecanales, ha ejercido de mecenas en la sombra.
Para el «Financial Times», es la benefactora de las Artes «que
colecciona artistas, y no arte». Para muchos de los creadores que se han
beneficiado de su generosidad es, simplemente, «la abuela del arte».
«Lo que me alimenta es la satisfacción de saber que he ayudado, empujado y hecho a un artista, es lo único que me mueve; me llaman la abuela de los artistas y me gusta, es lo que soy», explica a ABC en una entrevista en la sede renovada de la Delfina Foundation,
que acaba de reabrir tras un ambicioso proyecto de ampliación. «Yo no
quiero ser nada importante, eso me da horror, y nunca he querido dar
entrevistas, pero ahora me tengo que aguantar porque me dicen que tengo que explicar lo que hacemos».
Así es esta rica heredera de espíritu indomable. Directa al grano y sin
rodeos. «Delfina dice las cosas a la cara, sin protocolos», nos explica
Lluis Hortalá, uno de los artistas apadrinados por la mayor de la saga
Entrecanales, abuela de ocho.
En el caso del artista catalán, fue más un caso de adopción
filial cuando este atravesaba una profunda crisis personal y artística.
«Delfina es alguien muy especial e inusual por su altruismo, por hacer
favores sin favoritismos, por exigir a cambio solo buenas formas y buena
educación», añade. «A mi me adoptó y me sumó a su familia con un nivel
de generosidad que no he visto nunca». Hortalá alargó su estancia en el
célebre Delfina Studio de la calle Bermondsey desde 1996 a 2001, cuando
la residencia se convirtió en epicentro de la vanguardia artística londinense gracias
a un popular restaurante donde los artistas comían por una libra con
calidad de estrella michelín. Un proyecto único en la capital británica
que ofrecía un lugar para vivir y trabajar a creadores plásticos de todo
el mundo, y que Entrecanales mantuvo y financió hasta 2006 desde sus
pioneros inicios en 1988 en una fábrica de tejanos en el barrio de
Stratford, hoy olímpico, entonces extrarradio.
Sencilla
A punto de cumplir 87 años, Delfina mantiene un nivel de
vida que va frenéticamente de lo doméstico a lo cosmopolita. En 2007
decidió volver a las andadas tras realizar un viaje a Siria. Quería
seguir ayudando, y creó la Delfina Foundation en la zona de Victoria, en
el corazón de Londres. Vive en una casa en Chelsea decorada con algunos
de los cuadros de Joaquín Sorolla y otros impresionistas españoles que
heredó de su padre. Pero su austeridad sorprende. «El otro día llegué a
la fundación y me puse a fregar porque son todos unos señoritos y
están muy mal criados, me pongo enferma», exclama, en referencia a los
ocho artistas que ocupan su fundación. «Hace tiempo entró uno de los
artistas que se incorporaba a la residencia y me encontró en el suelo,
limpiando; aquella noche, con unos cuantos tragos, me confesó que él se
esperaba una Delfina viviendo en una torre de marfil y no aquella
escena», recuerda, con una carcajada.
Así lo testifica Asunción Molinos, la artista española
afincada en Egipto que figura entre los actuales residentes de Delfina
para un proyecto sobre «Política de la alimentación». «En Oriente Medio, Delfina es una diva»,
explica. «Invierte en la parte invisible de la creación, que es la
investigación, hace lo contrario de la jequesa catarí que gastó más de
100 millones en un cuadro de Francis Bacon, es una filántropa de las que
ya no existen», cree. La ostentación, el figurar, no forman parte del
vocabulario vital de una mecenas desinteresada. «Nunca he sido miembro
de nada, nunca he querido meterme en nada oficial, ahora tengo que ir a
muchas cosas y me pone de un humor de perros», se queja.
Le gusta recordar que su abuelo bilbaíno fundó «La Gota de
Leche», un histórico programa en la capital vizcaína para amamantar a
niños cuyas madres no podían hacerlo. Una vez, una mujer se le acercó
para decirle que era una de las niñas a las que había salvado su abuelo.
La atareada vida de Delfina es así, una sucesión de encuentros con
desconocidos agradecidos. «En octubre estuve en una velada en Turquía en
casa de una señora riquísima y un señor se me acercó y me dijo «está usted igual que hace 25 años»,
al parecer era uno de los primeros artistas que tuve, y me recordó que
le di un estudio tan pequeño que no tenía sitio para dormir y le mandé a
dormir a casa de mi hijo», explica.
Tras divorciarse de su primer marido, un banquero al que conoció en Oxford y con quien tuvo sus cuatro
hijos (uno de ellos murió con 17 años), se compró una finca en
Wiltshire. Allí ayudó a grabar un disco a sus amigos de la banda de rock
progresivo Soft Machine. Les producía un joven Richard Branson, que se
llevó también a casa de Delfina a los miembros de Pink Floyd. «Nunca he
sido buenecita», dice risueña. «Allí venían todos los jóvenes españoles,
los de familias franquistas y los anti-franquistas, y yo les daba de
comer a todos», recuerda. Entre aquellos, un hijo del general
Gutiérrez-Mellado. Unos y otros salían de allí con una bolsa con comida
para toda la semana. «En la vida he hecho todo lo que me ha dado la gana», afirma sin pretensiones.
Progresista
Tras su primer divorcio, se casó de nuevo con un hombre de 20 años cuando ella tenía 45.
Con él montaría la residencia de Bermondsey, hasta su separación. «Yo
creo que fui una de las primeras mujeres españolas en divorciarme, lo
pude hacer porque era inglesa», cree. Se considera una mujer
progresista. Entre sus tíos figuran dos grandes juristas e intelectuales
republicanos, Justino y Pablo de Azcárate. Este, embajador en Londres
tras la guerra civil, fue quien le acogió cuando su padre decidió
enviarle al exilio con 19 años. «Mi padre tenía genio pero era un hombre
muy carismático y brillante, y muy humano por muy importante que fuera;
siempre pensó que yo volvería, era la mayor y la que más me parecía a
él», recuerda.
Su madre María era «puritana, sin tonterías».
Sus hijas las quería limpias y buenas, y punto. Era la única que iba a
misa en una familia de izquierdas. Una práctica que Delfina ha abrazado
de forma sobrevenida. «Hace quince años, de pronto me dije que
necesitaba algo más, que tenía cierta edad y que tenía que pensar en
otras cosas», nos explica. Desde entonces va a misa diaria, a menudo en
la iglesia del Brompton Oratory del centro de Londres. Y tiene un
sacerdote inglés como padre espiritual. «Cuando cuento a mis primos, que
eran todos comunistas, que ceno los sábados con él me miran
horrorizados».
- Desayuno, Café con leche fruta,.
-
Cena, Macarrones con verduras y queso parmesano, pan, agua, postre platano,. - TITULO: SILENCIO POR FAVOR, SUZANNE O´SULLIVAN,.
- ENFERMEDADES PSICOSOMÁTICAS
Enfermedades psicosomáticas: reales, frecuentes pero silenciadas
Cansancio crónico, dolor en las articulaciones, colon irritable…Dolencias comunes que pueden estar generadas por la mente. Son las enfermedades psicosomáticas, frecuentes pero silenciadas “y a las que todos somos vulnerables si traspasamos un umbral”, asegura la neuróloga Suzanne O’Sullivan,.
Todo está en tu cabeza” es la frase que estos pacientes escuchan cuando reciben el diagnóstico de una enfermedad psicosomática, pero también es el título del libro (Ed.Ariel) de esta doctora británica con el que quiere dar un toque de atención a la comunidad médica y a la sociedad.
“Los médicos dejan el diagnóstico psicosomático para el final de la lista, mientras que la gente no es consciente de que se trata de enfermedades reales. Es un error terrible que no se hable de algo tan común”, señala la especialista del National Hospital for Neurology de Londres en una entrevista con EFE.
Una de cada tres personas que acude al médico de cabecera, según estudios citados en el libro, sufre dolencias psicosomáticas, aquellas que generan síntomas físicos derivados de problemas psicológicos.
Las personas con tendencia a la depresión y a la ansiedad, en especial las mujeres, son más proclives a psicosomatizar.”Pero nos puede pasar a cualquiera. Todos tenemos un límite y si lo traspasamos nos puede llegar”, manifiesta O’Sullivan, una de las mayores expertas en su tratamiento.
Creían estar paralíticos o ciegos
Pero de una simple dolencia, como un dolor estómago por estrés, se puede pasar a un trastorno cuando los síntomas exceden la normalidad e incapacitan poniendo en peligro la salud.
Este es el caso de Matthew, cuyas búsquedas en internet le hicieron creer que padecía esclerosis múltiple hasta el punto de que sus piernas llegaron a paralizarse. O el ejemplo de Yvonne, quien estaba convencida de haberse quedado ciega tras recibir un aerosol de limpieza en los ojos.
“Su sensación de ceguera era tan real que ella necesitaba hacerse pruebas una y otra vez para poder encontrar la causa. Es como una adicción”, afirma la doctora.
Pero en ambos casos, experiencias vividas por O’Sullivan y detalladas en su libro, no había enfermedad alguna, todo lo estaba generando la mente que tiene un enorme poder sobre el cuerpo como demuestran las reacciones que no controlamos: lágrimas de tristeza, temblor de manos de nerviosismo o sonrojo de vergüenza.
Detrás de las dolencias y trastornos psicosomáticos hay motivos psicológicos y trastornos emocionales no resueltos. “Sólo se superan estas enfermedades si las detectas a tiempo, una vez establecidas es muy difícil deshacer el nudo”, apunta.
El momento del diagnóstico, decir que el origen de la enfermedad es mental y no físico, suele ser “devastador” y los pacientes pasan de la atención del neurólogo, que ha descartado causas neurocerebrales, al psiquiatra y psicólogo.
Y eso si el médico ha conseguido detectarlo, ya que muchos prefieren diagnosticar una patología física antes que cometer un error. “No se dan cuenta del daño”, apunta la doctora, quien resalta, además, el enorme gasto que esto genera el sistema sanitario.
En el centro de la controversia se sitúa la ausencia de pruebas que corroboren estas enfermedades psicosomáticas y se une la falta de formación en la carrera de Medicina.
“Pero algo está cambiando, hay un grupo de médicos, aunque se cuentan con los dedos de una mano, que están interesados”, señala la neuróloga, quien confía en que aumenten los recursos para poder investigar unas dolencias que se manifiestan de mil maneras diferentes, “por lo que no estoy muy convencida de que influya algún factor genético”.
El trepidante estilo de vida de la sociedad desarrollada actual no es caldo de cultivo de unas enfermedades, según O’Sullivan, que han existido en todas las épocas. En el siglo XIX, por ejemplo, se asociaban con la histeria.
TITULO: LA COCINA - DOMINGO - LUNES - ZAFRA, CROQUETAS Y TERTULIA,.
Zafra: croquetas y tertulia
En la plaza Chica abre un café 'belle époque' donde se come suave,.
Plaza Chica de Zafra. Bajo los soportales, un café prometedor. El nombre, 'La Tertulia', invita a pasar. Mesas de madera oscura. Zócalo de madera a juego con las mesas. Paredes de color rosa. Techos de vigas hermosas con lámparas 'belle époque'. Espejos. Otras mesas distintas, de mármol, prestan al local el aire antiguo de los cafés románticos, donde se conspiraba, se escribía y se arreglaba el mundo. Entramos.
Nos sentamos. Ante nosotros, manteles blancos, sobremanteles marrones y vajilla, cubertería y cristalería correctas, de las que animan a comer. Alrededor, fotos antiguas de Zafra, fotos de flores, fotos variadas. En la pared, un gran corcho sostiene decenas, quizás centenas de postales. Buena música. ¡Muy buena música! La camarera, desenfadada y nada ceremoniosa, pero eficaz, trae la carta.
Para entretener la espera, María José, 'maître' y dueña, deja sobre la mesa un plato con mollejas de pollo bien guisadas por Juan, chef y dueño. Están ricas y ayudan a superar sin agobios ese trance casi angustioso en el que dudas si lanzarte a por el arroz con liebre (para dos, 20 euros) o el cocido extremeño (9) o si optar por el comedido revuelto de trigueros (10) o por el armónico pisto con huevos fritos (9).
Como nos hemos levantado con el pie sensato, pedimos platos protagonizados por vegetales. Una ensalada de pollo y lombarda (9) para empezar, unas alcachofas con salsa de almendras (9) para seguir y, rematando, un prometedor hermanamiento del mar y la huerta en forma de croquetas de espinacas y langostinos (9).
Mientras llegan los platos, nos levantamos a curiosear. 'La Tertulia' tiene un comedor interior coqueto y tranquilo y los baños están en un patio muy agradable. Sobre un piano, periódicos, muchos periódicos, detalle de buen gusto que te reconcilia con esta ciudad, que encantaba a los viajeros ingleses del XIX y sigue encantando hoy. ¡Una ciudad donde la gente va a los bares a leer periódicos mientras toma cervezas con mollejas de pollo!
Pasan platos con otros destinos y con ellos pasa también ese momento de duda y arrepentimiento en el que uno se pregunta si no habría sido mejor pedir las habitas con cecina y hierbabuena (10) o el revuelto de ajetes con chorizo (9).
Las dudas se esfuman cuando depositan sobre la mesa una ensalada con forma de flan o tartaleta, de color rosado, sabor delicado y una textura entre tersa y suave (lombarda y pollo). Tras la original ensalada, llegan las alcachofas en salsa de almendras, un plato sencillo, pero rico, rico. Y para acabar, las croquetas.
Ya saben que hay dos tipos de croquetas: las que pueden competir con las de tu madre y las que no resisten esa comparación. Las de 'La Tertulia' son del género «compiten con las de mi madre» y se dividen en cuatro subgéneros: las que tomamos, de langostinos y espinacas, las de jamón, las de puchero y las de boletus. Sospecho que a muchos de ustedes les parecerá que ir hasta Zafra para comer platos tan suaves como que no. No se agobien. En la ciudad hay una oferta de restaurantes fabulosa que hemos de ir repasando poco a poco. Pero si empezamos por La Tertulia, les recomiendo bacalao de tres maneras: con tomate y pimientos (10), dorado (10) o ahumado en chapata con cebollita y pimientos (10). También hay chipirones encebollados (10), sartén de morcilla de Miajadas con huevos fritos (10), solomillo ibérico con diferentes cremas (11), carrilleras guisadas (10). Tomamos de postre una divertida ligazón de queso de cabra con mermelada de naranja amarga (3) y para acabar, pues eso, la tertulia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario