-fotos Mario Vargas Llosa: “No tengo talento natural. Me cuesta escribir”,.
El Nobel de Literatura ha terminado su última novela, 'Cinco esquinas', y se declara pletórico en su nuevo momento vital. Eso sí, reflexiona, la “privacidad ha desaparecido”,.
Este es Mario Vargas Llosa de cuerpo entero,
el escritor de ficciones y el hombre. En marzo cumple 80 años; su vida
personal ha conocido una transformación radical, que incluye una nueva
relación sentimental que ha dado más que hablar de lo que él hubiera
imaginado nunca, y ahora anuncia su editorial, Alfaguara, que cuando el
Nobel de Literatura peruano cumpla aquella edad saldrá a la calle en todo el mundo de habla española su último libro, la novela Cinco esquinas. En esa obra, como en Conversación en La Catedral o en La ciudad y los perros,
Vargas Llosa regresa a su tierra, Perú, el fundamento de su narrativa y
el gran pesar y el gran gozo de su corazón y de su memoria. Esta
entrevista versa sobre los temas capitales de su escritura, para qué le
ha servido y le sirve escribir, y sobre aspectos actuales de su vida
personal. Se la concedió a EL PAÍS, el periódico en el que colabora desde hace años,
el pasado domingo a mediodía en el apartamento en el que vive en Nueva
York, donde da clases en la Universidad de Princeton. Antes y después de
la conversación, que aquí se transcribe tal como fue y enteramente, el
personaje y la persona se juntan en un ejercicio extraordinario de
memoria, de pequeños detalles, de historias que describe, oralmente, con
la precisión que luego se conoce por la extrema eficacia narrativa,
descriptiva, que hay en su obra completa. Por eso la primera pregunta va
sobre su memoria.
PREGUNTA. ¿De dónde le viene esa capacidad para recordar tantas cosas?
Respuesta. No creas,
recuerdo las cosas que tienen que ver con mi trabajo, las muy personales
o familiares, y olvido muchísimas más de las que recuerdo, a todos nos
pasa. Sí, me he dado cuenta de que recuerdo bastantes imágenes,
episodios que se convierten luego en materia prima para mi trabajo.
P. ¿Cómo funciona eso?
R. De una manera totalmente
inconsciente. Como todo el mundo, vivo toda clase de experiencias, pero
hay algunas que la imaginación rescata, preserva, y de pronto de esas
imágenes empieza a surgir una especie de fantaseo, pero sin yo darme
cuenta. Hasta que de pronto me doy cuenta de que he estado trabajando
inconscientemente en alguna pequeña historia, muy embrión de historia, a
partir de algún hecho vivido, oído o leído. Siempre me ha parecido muy
misterioso ese comienzo de todas las cosas que he escrito, por qué
ciertos hechos tienen esa facultad de encender la imaginación, poner en
movimiento la fantasía. Seguramente es porque esas experiencias tocan
algún centro vital muy importante, pero que está hundido en el
subconsciente. Nunca he sabido exactamente por qué ciertas experiencias
tienen esa facultad y por qué tantísimas otras no.
P. ¿Qué centro vital cree que es ese?
R. No sé, probablemente si
lo supiera el mecanismo no funcionaría con esa naturalidad. Tiene que
ver con algunos hechos clave que constituyen la personalidad, la fuente
de lo que es la psicología de un personaje. Lo que sé es que siempre ha
ocurrido así, siempre es algo vivido el punto de partida de la fantasía,
de la imaginación que está detrás de las novelas, de las historias. De
las obras de teatro también. Creo que no de los ensayos; los ensayos son
mucho más racionados, eliges los temas sobre los que quieres escribir,
pero en el caso de la ficción no eliges, los hechos eligen a la persona y
le empujan en determinada dirección. Aunque a partir de entonces
empieces a trabajar con una gran libertad, creo que el punto de partida
no es libre, es algo que la realidad impone a través de la experiencia
vivida.
P. En su caso, la realidad tiene que ver muchas veces con su propia juventud o infancia, pero también con la realidad peruana.
R. Sí, sí, los años de
formación de la personalidad son los años de la juventud, esos yo los
viví en Perú y son los que más me han marcado. Mis primeros 10 años los
pasé en Bolivia, una época que yo recuerdo como totalmente feliz, y
jamás se me ocurriría contar una historia inspirada en unos hechos de
esos años, tal vez porque fui feliz, porque viví sin ningún tipo de
traumas. Creo que las experiencias traumáticas son mucho más fecundas
para un escritor, por lo menos para un escritor moderno, que las
experiencias felices. Las experiencias que para mí son más fecundas
desde el punto de vista literario tienen que ver con conflictos,
traumas, con momentos difíciles, con algún tipo de frustración o
desgarramiento; o también de gran exaltación. No son hechos
convencionales, esos hechos que no dejan mayor huella en la memoria; son
hechos más bien conflictivos y muchas veces traumáticos.
P. ¿Ese es el caso de Cinco esquinas?
R. El caso de Cinco esquinas
es muy interesante; a diferencia de otras historias, no tengo muy claro
cómo se fue insinuando en mí la idea de esa novela. Comenzó con una
imagen más bien erótica de dos señoras amigas que de pronto una noche,
de una manera impensada para ambas, viven una situación erótica. Como
era una imagen que me perseguía, empecé a escribirla, y ese fue el punto
de partida. Luego se fue convirtiendo en una historia policial, casi en
un thriller, y el thriller se fue transformando en
una especie de mural de la sociedad peruana en los últimos meses o
semanas de la dictadura de Fujimori y Montesinos, en un momento en que
el sistema que habían construido comenzaba a descalabrarse por todas
partes. Y en medio de una gran violencia, una violencia múltiple por el
terrorismo; también por la violencia de la represión policial y militar y
el gran desconcierto, desánimo psicológico y político colectivo e
individual que vivía Perú. Y eso es lo que ha resultado. Cinco Esquinas
fue un barrio importante de Lima; en él estaban las principales
embajadas, la de Francia, Gran Bretaña y EE UU; un barrio que en la
colonia había tenido una gran vitalidad, quizá las principales iglesias
coloniales de Lima están en Cinco Esquinas. Luego decayó brutalmente,
aunque a comienzos del siglo XX tuvo una especie de apogeo de otra
índole porque se convirtió en el barrio del criollismo, de la música
peruana, de los grandes guitarristas… Después continuó su decadencia
hasta convertirse en un barrio muy peligroso, con mucho comercio de
narcotraficantes y mucha delincuencia pública. Tanto que la última vez
que estuve en Lima fui dos o tres veces a caminar por el barrio y a
plena luz del día me advirtieron que no debía ir por allí porque era muy
peligroso, porque podía ser asaltado, y que ahí solo estaban seguros
los del barrio. Me pareció que en todo eso había como un símbolo de la
sociedad y de la problemática peruana y me gustó la idea de que la
historia se llamase Cinco esquinas como un barrio que de alguna manera es emblemático de Lima, de Perú y también de la época en la que está situada la historia.
Nunca he tenido la exaltación, las ilusiones que tengo hoy día a una edad en la que no suele haber tantos entusiasmos”
P. Perú nunca se disuelve en usted.
R. No, no, las experiencias
básicas, que son las de la formación de la personalidad, las viví en
Perú. Conocí Perú cuando ya tenía 10 años; antes había vivido en Bolivia
y siempre con la idea de que Perú era mi país, mi patria. Y regresé a
un país en el que en Piura me consideraban un extranjero porque hablaba
como un chico boliviano y los compañeros de colegio se burlaban de mí,
decían que hablaba como los serranitos.
P. Quienes han leído Cinco esquinas dicen que tiene una fuerte carga erótica y también…
R. ¡Pues sí, sí! Una de las
caras de la historia es una relación erótica muy fuerte que seguramente
es como un refugio. Cuando no puedes escapar de la realidad por otros
medios, el erotismo es una manera de escapar de la realidad, de no vivir
la realidad que rechazas. Pero si hay un tema en Cinco esquinas
que permea, que impregna toda la historia, es el periodismo, el
periodismo amarillo. Fue un caso muy interesante porque la dictadura de
Fujimori, sobre todo con Montesinos, el hombre fuerte de la dictadura,
utilizó el periodismo amarillo, el periodismo de escándalo, como un arma
política para desprestigiar y aniquilar moralmente a todos sus
adversarios. Él contrataba periodistas, pagaba órganos de prensa para
que aniquilaran moralmente a los adversarios y críticos. Esto ensució
terriblemente el periodismo, le dio al periodismo una dimensión canalla,
vil. En ninguna de las experiencias dictatoriales que ha vivido Perú el
periodismo se había convertido en un instrumento tan eficaz para
acallar y liquidar a la oposición sin hacer política aparentemente,
simplemente descubriendo que los opositores eran escandalosos, ladrones,
pervertidos… En fin, toda una serie de calumnias viles impregnaba a
quien se atrevía a enfrentar y criticar al régimen. Ese es uno de los
temas centrales de la historia. Al mismo tiempo también está la otra
cara, cómo el periodismo, que puede ser algo vil y sucio, puede
convertirse de pronto en un instrumento de liberación, de defensa moral y
cívica de una sociedad. Esas dos caras del periodismo, que no solo
aparecen en Perú, sino en todos los países y sociedades del mundo, son
uno de los temas centrales de Cinco esquinas.
P. Usted sufre ahora el embate del periodismo canalla.
R. De la chismografía periodística, sí, sí.
P. ¿Cómo se siente al respecto?
R. Sabía que con esta nueva
relación habría cierta repercusión de tipo periodístico, pero nunca en
la vida imaginé que tendría esa repercusión continental, que hubiera
semejante especulación periodística en torno. Tanto para Isabel
[Preysler] como para mí ha sido muy, muy pesada en estos últimos meses.
Bueno, es una realidad de nuestro tiempo, me ha permitido conocer un
poco mejor un oficio que es el mío también. El periodismo ha sido
central en mi vida, ha sido compañero de mi vocación literaria desde que
era prácticamente un niño, porque empecé a hacer periodismo cuando
estaba todavía en el colegio y nunca he dejado de hacerlo hasta hoy.
Claro, yo he conocido sobre todo la mejor cara del periodismo. Ahora me
ha tocado vivir la peor y comprobar que el periodismo como espectáculo
no solo está presente en el periodismo especializado en el escándalo, en
la chismografía, sino que el periodismo más serio se contamina también
por esa necesidad contemporánea de que el periodismo sea entretenido,
divertido; que la misión primera ya no sea informar, sino entretener a
los lectores, oyentes o espectadores. Creo que es una realidad de
nuestro tiempo. Y sin darme cuenta esto ha ido impregnando mucho la
historia que escribí, nunca había pensado que fuera una historia sobre
el periodismo ni sobre esta deriva del periodismo moderno.
P. El libro ha sido impregnado por la realidad que a usted mismo le ha ido sucediendo.
R. Por la realidad vivida,
sí, sí. No solamente en los aspectos negativos, también en aspectos
positivos de la experiencia que he vivido, aspectos sumamente
exaltantes, rejuvenecedores, desde luego.
P. ¿Le ha herido todo esto?
R. ¡No, herido no! Me ha
sorprendido mucho y me he visto muy desconcertado con esa trasgresión de
la privacidad. Me mandaron los recortes de una revista en la que me
habían fotografiado cortándome el pelo en una peluquería, saliendo de
este edificio al ir a caminar por las mañanas. ¡Jamás descubrí que había
un fotógrafo! Salgo a las seis de la mañana, y a esas horas ya había un
fotógrafo que luego se metió en la peluquería donde me estaba cortando
el pelo. Es sorprendente esa rama de periodismo que prácticamente nada
tiene que ver con el periodismo de información, de comentario, el
periodismo que tiene la vocación de defender o criticar ciertas cosas.
No, no. Se trata de entrar a la privacidad por esa curiosidad malsana
que la privacidad de las personas despierta en muchísima gente, y quizá
en toda la gente, desde la más culta hasta la más inculta.
P. Una privacidad de toda su familia.
R. Han seguido
absolutamente a toda la familia, todo el mundo ha tenido que pagar un
poco cosas que hacía yo. Lo siento muchísimo, pero no había manera de
evitarlo, y creo que en la vida presente no hay manera de evitarlo. Una
de las características de la vida presente es que la privacidad ha
desaparecido, ya no existe, hay una tecnología capaz de transgredir la
privacidad a todos los niveles. Esto tiene efectos económicos,
políticos, culturales, pero una de las consecuencias es que lo que
entendíamos por privacidad, pura y simplemente, ya no existe.
P. En cierto modo le ha venido al encuentro lo mismo que usted anunciaba en su libro La civilización del espectáculo.
R. ¡Bueno, pues me tocó
vivirla! Es un libro que escribí porque realmente creo que es un
problema de nuestro tiempo, y de pronto ciertas circunstancias de mi
vida privada han hecho que viviera desde dentro, desde el corazón mismo,
La civilización del espectáculo.
Escribir es un refugio extraordinario para encontrar la paz en momentos de desasosiego e incertidumbre”
P. ¿Le sirven los libros, la escritura, para ponerle serenidad a momentos así?
R. Sí, mucho. Escribir es
un refugio extraordinario para encontrar la paz, la calma en momentos de
gran desasosiego, de incertidumbre. Sí, escribir, encerrarme en el
mundo que estoy tratando de inventar me arranca de la problemática
personal y me hace vivir la fantasía. Mientras estoy escribiendo me
siento invulnerable; cuando dejo escribir, las cosas cambian [risas]. Lo
que no quisiera es darte una idea falsa y decirte que esta época para
mí ha sido desastrosa. Por una parte ha sido muy complicada y muy
difícil por muchísimas razones, pero por otra ha sido una época
maravillosa de mi vida y quisiera que quedara muy claro. Nunca he tenido
la exaltación, el entusiasmo, las ilusiones que tengo hoy día a una
edad en la que generalmente ya no hay tantos entusiasmos [risas].
P. Decía que a esta edad querría estar con un gran danés e invernar.
R. ¡Quién iba a decir que iba a estar viviendo una gran pasión y organizando mi vida como si fuera a vivir eternamente!
P. A lo mejor vive eternamente escribiendo.
R. [Risas]. ¡Ojalá!
P. ¿Cómo le ha dejado la escritura de Cinco esquinas?
R. Como todos los libros que he escrito, salvo quizá La casa verde,
donde creo que hay un engolosinamiento exagerado con la prosa, con el
medio, con el instrumento. En todos mis libros la prosa ha tratado de
ser funcional, estar al servicio de una historia y no la historia al
servicio de una demostración de tipo retórico. No. Salvo en La casa verde, quizá ahí sí se pueda decir que la historia sirve tanto a la forma como la forma a la historia. En Cinco esquinas,
como en las novelas anteriores, la prosa trata de ser invisible, de
desaparecer detrás de la historia que cuenta para que sea la historia la
que parezca vivir por sí misma. El método flaubertiano, que ha sido
siempre el mío. Pero tenía un problema que resolver: la diversidad que
tiene la sociedad peruana; los peruanos de una clase social encumbrada,
los de clase media y los de un medio popular no hablan exactamente de la
misma manera, hay muchas diferencias y modismos. Hay una naturaleza del
lenguaje que expresa clarísimamente esa situación social, económica o
cultural, es algo que he tenido muy presente y al mismo tiempo he
evitado mucho ser folclórico, que la manera de hablar fuera al
final más importante que el propio personaje, que se luciera ya
desprendida del propio personaje. No, es algo con lo que siempre estuve
en contra y creo que mi generación ha sido una generación de escritores
que reaccionó muchísimo contra eso, la explotación del color local,
contra esa especie de estriptís lingüístico que hacía toda la literatura
criollista, localista. Ha sido un trabajo del lenguaje para que fuera
lo más invisible posible, pero que al mismo tiempo sirviera mucho para
mostrar las diferencias sociales, económicas y culturales de una
sociedad tan compleja y diversa como la peruana.
P. La gente puede
tener la tentación de pensar que esa excursión erótica que constituye
también la novela es una novedad. Evidentemente, no lo es, porque están Los cuadernos de don Rigoberto, Elogio de la madrastra, Las aventuras de la niña mala…
R. Carmen Balcells, pobre, una amiga tan querida, fue una de las primeras en leer Cinco esquinas
en manuscrito y me preguntó: “¿Las escenas eróticas las has escrito
recientemente o las has escrito antes de…?” [risas]. Le dije que esa era
una pregunta insolente que no le iba a responder. [Risas].
P. Ni ahora tampoco.
R. [Risas]. No, tampoco.
P. Pero es cierto que siempre tuvo el erotismo como una línea. La niña mala, por ejemplo.
R. Cuando estaba en segundo
o tercer año de universidad trabajé como ayudante de bibliotecario en
el Club Nacional, el club de la oligarquía peruana en esa época, y allí
descubrí el erotismo literario en su rama francesa. Lo leí porque había
una colección maravillosa de literatura erótica francesa. En algún
momento, un bibliotecario había adquirido entre otras cosas toda la
colección de los maestros del amor, que dirigió Apollinaire, prologada
por él, con muchos libros anotados por él. En esa época, igual que los
grandes maestros del erotismo del siglo XVIII, yo llegué a creer que el
erotismo era la fuerza revolucionaria principal de una cultura, de una
época, y que a través del erotismo se podía transformar una sociedad tan
profundamente como con una revolución política. Era una gran
ingenuidad, pero siempre he creído que el erotismo de alguna manera
expresa profundamente las limitaciones, las libertades, las represiones
que vive una sociedad. Sí, el erotismo ha estado muy presente dentro de
lo que es una literatura que ha tenido mucha fascinación siempre por lo
que es la lucha contra las represiones, los prejuicios, contra esa
deformación del ser humano por razones religiosas o ideológicas. Sí creo
que la libertad se expresa también en la cama, que la cama es donde se
manifiesta el grado de libertad que existe, igual que el grado de
represión, de limitación de los instintos, de los deseos que expresa
toda una sociedad.
P. Va a cumplir 80 años.
R. No me lo recuerdes, por favor. ¡Si eres mi amigo, no sé por qué me lo recuerdas! [risas].
P. Sí es interesante constatar que no ha dejado de trabajar nunca.
R. ¡Ni voy a parar, ni voy a parar!
P. ¿Recuerda que haya habido algún momento de bajón en su vida, una interrupción?
R. Sí, ha habido momentos
de gran depresión que he superado rápidamente y en gran parte gracias a
mi vocación. Mi vocación es la gran defensa que yo he tenido contra la
desmoralización, la depresión. Hace poco he visto en Nueva York la
magnífica exposición sobre Hemingway. Es impresionante comprobar cómo
por un lado existe la cara pública de este personaje, un aventurero,
boxeaba, cazaba, pescaba, corría toda clase de riesgos, daba la
impresión de ser un hombre que vivía la vida en toda su riqueza. Y en
realidad te das cuenta de que era una fachada, que detrás de eso había
un hombre desgarrado, con depresiones, desmoralizaciones, que buscaba en
el alcohol una especie de salvación que no conseguía, que la lucha
contra la impotencia, contra la falta de memoria, fue un drama de los
últimos 10 años de su vida y que, al final, acaba matándose derrotado
por esos demonios de los que nunca pudo liberarse. En un momento dado,
la literatura ya no le sirve, ya no lo defiende, ya no lo redime. Yo
espero que en mi caso nunca llegue ese momento. Al mismo tiempo uno
tiene que aceptar la muerte, no tiene sentido rebelarse contra lo
irremediable, pero es muy importante llegar vivo hasta el final, no
morirse en vida, es el espectáculo más triste que puede dar un ser
humano, perder las ilusiones, convertirse en un ser pasivo. Hay
muchísimos casos y no solo de escritores, pero es el espectáculo que
siempre me ha parecido más lamentable. A mí me gustaría llegar vivo
hasta el final. Recuerdo la madrugada en la que me dijeron que me habían
dado el Premio Nobel de Literatura porque inmediatamente pensé: “No voy
a dejar que este premio me convierta en una estatua, en una especie de
figura de cartón piedra, voy a seguir vivo hasta el final actuando y
escribiendo con la misma libertad con la que escribía antes de
recibirlo”. Existe la idea de que el Premio Nobel te convierte en una
estatua y de que te mueres en vida, ¡pues no!, no ha ocurrido y espero
que no ocurra. Y espero que la muerte llegue como una especie de
accidente…
P. Como decía Alberti, mientras está conversando.
R. Eso es. Me parece la forma ideal de morir, con una vida que hasta el final haya sido una vida intensa, espléndida.
P. En 1990 tuvo un incidente público importante, perdió las elecciones en Perú. Entonces hizo unas declaraciones en la revista Paris Review
que siempre me llamaron la atención: “Me niego a admitir la posibilidad
de que ya he dejado atrás mis mejores años y no lo admitiré ni aunque
me viera enfrentado a las evidencias”. El periodista luego le pregunta
por qué escribe y usted contesta: “Escribo porque soy desdichado.
Escribo porque es una manera de combatir la desdicha”.
R. Es una gran injusticia
decir que soy desdichado, la vida ha sido muy generosa conmigo, me ha
dado cosas maravillosas como, por ejemplo, poder dedicarme a escribir,
poder dedicar mi vida a lo que me gusta, lo mejor que le puede pasar a
una persona. He tenido muchísimas experiencias maravillosas. No soy
desdichado, lo que ocurre es que nadie que no sea un tonto es feliz
siempre, es imposible ser feliz siempre, pero creo que he vivido más
momentos de felicidad que momentos de dolor y de sufrimiento, sin
ninguna duda. Creo que estoy llegando a los 80 años en un estado
realmente maravilloso de vida, de vitalidad, abierto al mundo, viviendo
experiencias riquísimas que me rejuvenecen y que, sobre todo, me dan una
gran fuerza para hacer proyectos como si no hubiera límites. Es lo
mejor que le puede ocurrir a una persona.
No podría juzgar mi obra en comparación con otros. Mi obra es lo que yo soy y yo no sé exactamente cómo soy”
P. A medida que ha
pasado el tiempo, sus libros han ido siendo más luminosos y más
aventureros, tanto los de ficción como los de no ficción.
R. Quizá puedo vivir ahora
más aventuras con la imaginación, con la fantasía que en la realidad.
Tengo ciertas limitaciones que impone la edad, pero la verdad es que, a
pesar de ello, procuro también no quedarme inmóvil ni intelectual ni
físicamente, es importante moverse, siempre me estoy moviendo y voy a
seguir moviéndome mientras pueda.
P. Quería decir que en La ciudad y los perros, en La casa verde y sobre todo en Conversación en La Catedral, Mario Vargas Llosa analiza o mira la realidad con cierta melancolía, como se dice al principio de Conversación en La Catedral.
Y en esos libros hay como una lucha del autor por narrar por qué no le
gusta la realidad que ve. Sin embargo, luego ha estado en la Amazonía,
en Congo, ha buscado a Paul Gauguin, ha buscado en la aventura de otros
también la aventura propia.
R. Sí, eso es muy exacto,
he buscado en la aventura de otros la aventura propia, experiencias que
desde luego me hubiera gustado vivir. Muchos de los personajes
históricos que aparecen en mis novelas son personajes que de alguna
manera me habría gustado encarnar, no solo buenos, sino malos personajes
también en lo que representa vivir un poco en los límites, más allá de
los límites, rompiendo los límites. Es un tipo de personaje que siempre
me ha fascinado en la literatura y desde luego en mis propios personajes
hay un eco de esa actitud. Pero la gran aventura de mi vida ha sido la
literatura, sin ninguna duda, no solo lo que he escrito, sino lo que he
leído. La lectura, experiencia fundamental para mí, me ha hecho vivir de
una manera maravillosa, y por eso veo con cierta angustia la
posibilidad de que la lectura pudiera ir, no desapareciendo, pero sí
empobreciéndose cada vez más, llegando a menos gente. La lectura ha sido
una fuente tan rica de goce, de placer, justamente de vivir las vidas
intensas de la aventura, que se cegaría una fuente fundamental de la
vida si la lectura pasara a ser en el futuro una actividad de minorías,
de catacumbas.
P. Aquellos libros primitivos tan densos y preocupados por la realidad, sobre todo Conversación en La Catedral, La casa verde o La ciudad y los perros, ¿cómo le dejaron como ser humano?, ¿cómo le hicieron como persona?
R. Son libros que me
hicieron madurar mucho, entender mejor el mundo en el que vivía. Esa es
una de las funciones que tiene la literatura; la que escribes y la que
lees te sitúa mucho mejor en el mundo, no digo que te dé seguridades
porque a veces te da muchas incertidumbres, pero creo que entiendo mucho
mejor el mundo gracias a aquello que he leído y a aquello que he
escrito que antes de que leyera o escribiera ciertas cosas. Te da una
cierta perspectiva sobre la realidad, sobre la experiencia humana;
también sobre la vida política y la sociedad que no necesariamente se
traduce en conformismo, pero sí en una comprensión mayor, más cabal. Y
quizá una menor intransigencia que la que tienes cuando eres joven
frente a esa cosa compleja, diversa, que son las relaciones humanas.
Espero que también se haya reflejado en lo que escribo, es desde luego
una actitud mía frente a la vida, soy menos intolerante que cuando era
joven, quizá porque veo que las cosas son menos terribles desde el punto
de vista social y político en mi propio país, en América Latina, de lo
que eran cuando yo era joven. Cuando era joven tenía la sensación de que
no había salida y esa desesperación está muy presente en La ciudad y los perros; quizá en Conversación en La Catedral
también hay un pesimismo muy profundo que ya no tengo ahora. Cuando
salí de Perú, en 1958, sí lo tenía, quería escapar como de una especie
de cárcel perpetua de la que si no salía, jamás iba a ser un escritor,
jamás iba a tener la posibilidad de la felicidad. Esa actitud no la
tengo ahora, ha habido y hay un progreso en Perú y en América Latina,
estamos muy lejos de alcanzar lo ideal, por supuesto, pero sin ninguna
duda ha habido un progreso, y creo que en el mundo también.
P. En El pez en el agua se advierte esa melancolía cuya escritura coincide con el momento en el que intentas ir a Perú y sin embargo…
R. …porque El pez en el agua
es un libro testimonio de un fracaso. Hubo una oportunidad, una
movilización de muchísima gente para hacer un gran esfuerzo de
modernización del país, y fracasamos. Fracasamos en una campaña
electoral, pero eso no quiere decir nada, a la larga Perú ha avanzado.
Muchas de las ideas que defendimos quienes nos embarcamos en esa
aventura del Movimiento Libertad y el Frente Democrático han prosperado,
si no exactamente como nosotros lo proyectamos, sí poco a poco, han ido
siendo aceptadas por la propia sociedad, la sociedad se ha movido en
esa dirección y ha habido progresos indiscutibles, en Perú se vive mucho
mejor hoy que en la época de la dictadura. Lo que ocurre en Perú ocurre
en la mayor parte de los países de América Latina, sin engañarse
respecto a los enormes problemas, pero es preferible tener Gobiernos
democráticos, aunque sean corruptos, que dictaduras, que son también
siempre corruptas y además más brutales y sanguinarias. Es preferible ir
avanzando poco a poco y renunciar a la idea de la utopía social si la
utopía social solo nos ha traído guerras civiles, represiones brutales y
Gobiernos dictatoriales. En todos esos sentidos hay un progreso en
América Latina y en el mundo, aunque han surgido enormes desafíos,
enormes problemas. Eso es la vida, la vida va a ser siempre eso y no va a
cambiar. Y tenemos también la literatura, que creo que es la mejor
manera de mantener viva la esperanza, el espíritu crítico, y un refugio
maravilloso para cuando nos sentimos solos, deprimidos, desmoralizados,
derrotados. La literatura nos redime, nos salva. Hay que defenderla para
que no desaparezca.
P. En muchos textos
suyos se advierte una actitud bastante flaubertiana, referida a su
falta de talento, según usted, que ha tenido que luchar para hacer…
R. Es una más de las cosas
que yo le debo a Flaubert, el haber demostrado que si no tenías un
talento natural, que si no nacías genio, podías llegar a ser un buen
escritor a base de perseverancia, de terquedad y de esfuerzo. Es la gran
lección de Madame Bovary, una novela escrita por un hombre que
al mismo tiempo que escribe va conquistando y construyendo milímetro a
milímetro su genio, con un esfuerzo gigantesco a base de voluntad, de
terquedad, de trabajo. Esa es la gran enseñanza. Era un gran pesimista,
un escéptico terrible, pero nos demostró que el genio se podía construir
si no lo tenías. Una lección absolutamente fundamental para mí.
P. Lo cierto es que
los primeros libros grandes también parecen un ejercicio de estilo para
demostrarse a usted mismo que lo puede hacer.
R. Un esfuerzo enorme.
Siempre tengo la idea de la novela total, la novela como una obra de
arte en la que la cantidad es un factor esencial de la calidad, y que
mientras más niveles de realidad se expresan en una novela, mayor es la
posibilidad de que la novela sea mejor. Sí, he trabajado muchísimo y
creo que está muy presente a lo largo de todo lo que he escrito, pero en
literatura no hay reglas fijas y las excepciones son tan importantes
como las reglas. Puede haber una pequeña obra que simplemente muestre un
fragmento mínimo de realidad y que la muestre con tanto talento, con
tanta belleza e intensidad que esa obra sea una gran obra. La metamorfosis es un libro absolutamente genial, o El viejo y el mar,
y son pequeñas historias, pero que tienen esa capacidad de simbolizar
la condición humana, aquello que de mejor hay en el ser humano. O
también lo peor. Sí creo que la novela total es un ideal, pero de
ninguna manera el único ideal en literatura, hay pequeñas obras maestras
que lo son.
P. ¿De veras a estas alturas sigue creyendo que no tiene talento?
R. No tengo talento
natural, me cuesta trabajo escribir, cada vez me cuesta más, supongo que
porque el sentido autocrítico se ha agudizado con los años y la
práctica, pero me cuesta un trabajo enorme. El practicar tantos años la
literatura no me ha dado más facilidad, más seguridad, en absoluto;
cuando comienzo una historia tengo la misma inseguridad, esa especie de
indefensión que sentía cuando escribía mis primeros textos. Eso no ha
cambiado, felizmente, porque creo que ese esfuerzo te exige una
convicción, una pasión que ojalá nunca se me acabe. Para mí nunca ha
sido algo mecánico escribir, ni siquiera un texto pequeño ni los
artículos que escribo, siempre me vuelco de una manera íntegra, total,
en lo que trabajo.
P. En algunas de sus declaraciones y en textos escritos por usted hay una competencia entre dos grandes libros suyos, Conversación en La Catedral y La guerra del fin del mundo. A veces parece que entre los libros suyos que no quemaría estaría Conversación en La catedral y otras veces La guerra del fin del mundo.
R. Son de los que más
trabajo me ha costado escribir, muy difíciles de escribir por distintas
razones, por la historia, por dónde estaban situadas, por el contenido
histórico, me han costado un esfuerzo enorme. Es muy difícil para un
escritor decir qué libro de los suyos salvaría porque todos han
representado un periodo de vida, de dedicación, de entrega y de
ilusiones, es como pedirle a alguien que elija entre sus hijos a quién
salvaría o mataría. No puedes decidirlo con objetividad, es imposible;
cuando cito esos libros es simplemente por el esfuerzo que me costaron y
el tiempo que les dediqué, lo que no quiere decir que sean los mejores
que he escrito, no necesariamente.
P. ¿Sería legítimo pensar que el tiempo tanto como la realidad han afectado a esos libros?
R. Cuando sale, Conversación en La Catedral
tiene muy pocos lectores, es la realidad; algunos críticos lo elogian,
pero muchos no, piensan que es excesivamente oscuro, difícil, que
plantea demasiado esfuerzo al lector. Sin embargo, la alegría que a mí
me ha dado es que ha sido un libro que ha ido conquistando lectores poco
a poco y que es una novela que está viva porque siempre se reedita,
incluso los críticos tienen ya una opinión favorable. Me alegro mucho,
sin ninguna duda es uno de los libros que más trabajo me costó escribir y
en el que estuve trabajando al principio como a ciegas, sin saber cómo
iba a poder integrar toda esa materia anecdótica que tenía. Por eso digo
que si tengo que quedarme con uno, quizá me quedaría con él.
P. Podríamos pensar que es un libro heredero de ese momento literario que hay alrededor de su escritura.
R. Seguramente, los libros
te reflejan también la época en que se escriben. Hay un momento de
idolatrías en América Latina, la de los escritores latinoamericanos con
las formas, precisamente para distinguirse de los escritores anteriores
que desdeñaban tanto la forma y pensaban que era el tema lo que
determinaba el éxito o fracaso de una historia. Mi generación descubre
que no, que es la forma lo que determina el éxito o fracaso de una
historia. Ese engolosinamiento con la forma, con el lenguaje, con la
estructura, la organización del tiempo de una historia, se refleja mucho
en La casa verde. De ninguna manera rechazo esa novela, pero
es una novela en la que creo que la forma es un personaje, un tema de la
historia, y es el único caso entre todas las cosas que he escrito del
que se pueda decir eso.
Nunca imaginé que esta nueva relación tendría esa repercusión. Me ha permitido conocer mejor un oficio que es el mío”
P. ¿Cree que uno no sale indemne de una gran novela? Una frase que no sé si es suya o de Hemingway.
R. No sé si es mía, ojalá lo fuera, me parece muy bonita, es la pura verdad. Creo que uno no sale indemne de una novela. Leer El Quijote, Los miserables, Guerra y paz, Madame Bovary te transforma… Han sido experiencias absolutamente fundamentales. Antes seguramente haber leído La condición humana,
de Malraux, un libro que creo está muy injustamente descuidado,
considerado más bien menor, creo que es una de las grandes novelas del
siglo XX, la he leído varias veces. Y no solo novelas, he leído libros
de crítica; ensayos como La estación de Finlandia, de Edmund
Wilson, lo he leído dos o tres veces y creo que me ha marcado
enormemente por la extraordinaria vitalidad que tiene. Es un ensayo
sobre cómo nace la idea socialista, en qué se transforma, qué fenómenos
sociales y culturales genera. Es un libro en el que las ideas son como
personajes, seres de carne y hueso que viven aventuras, tienen efectos
sociales, políticos, maravillosamente escrito. Me ha marcado mucho.
También ciertos ensayos de Bataille, como La literatura y el mal,
un libro que leí en estado de trance porque me reveló un aspecto de la
literatura que yo creo que existe y que Bataille vio maravillosamente:
que en la literatura se expresa algo que solo se puede expresar en la
literatura. Él decía que esos fondos reprimidos que permiten la vida en
sociedad, todo aquello que si tuviera derecho de ciudad provocaría
hecatombes, catástrofes, haría que nos matáramos todos, ciertos
instintos, deseos que están ahí y no podemos erradicar sumidos en el
fondo de nuestra personalidad, encuentran en la literatura un camino
privilegiado para expresarse. Me pareció tan absolutamente exacto que
estoy seguro de que ese ensayo me ha enriquecido, se debe expresar en lo
que escribo aunque yo mismo no sea consciente de cómo.
P. Durante sus
primeros escritos sobre sus influencias literarias ha ido nombrando
siempre a los mismos, Faulkner, John Dos Passos…
R. …sería muy injusto que no los nombrara.
P. Quiero decir que
ha sido muy consistente, incluso Sartre, al que abandonó, pero que
sigue estando ahí. ¿Se ha diluido ya toda esa influencia y ahora hay un
estilo Vargas Llosa? ¿Se siente el titular de un estilo?
R. No, en absoluto, y si lo
tuviera, no podría darme cuenta de en qué consiste. Borges dice que
cuando te miras en el espejo no sabes cómo es tu cara. Es muy exacto,
cuando escribes no sabes cómo escribes, lo sienten los lectores, los
críticos, pueden establecer diferencias, similitudes, pero uno mismo es
totalmente incapaz de hacerlo. No podría juzgar mi obra en comparación
con otros, no tengo distancia con mi obra, mi obra es lo que yo soy y yo
no sé exactamente cómo soy.
P. ¿Cree que ya ha hecho lo que tenía que hacer?
R. No. Todavía no, y espero
seguir haciéndolo [risas], espero que mi mejor libro sea el próximo que
escriba, que no esté atrás, sino por delante, que sea un desafío y que
la muerte me pesque escribiendo mi mejor libro. Ese es mi gran sueño.
P. Ha escrito un libro fundamental, El pez en el agua.
Las dos situaciones que describe en ese libro, su juventud y su
aspiración a ser presidente de Perú, terminan de la misma manera, en un
viaje a París. Ahora ha cambiado de vida, ha terminado un libro, ha
muerto una de sus grandes amigas, Carmen Balcells…
R. … y no solamente amiga,
una persona que ha sido fundamental en mi trabajo y en mi vocación. Ha
sido fundamental en la vida cultural y literaria de mi lengua, de España
y de América Latina, y a la que estoy seguro de que en un futuro
tendremos que rendirle muchos homenajes.
P. Termino. ¿Siente como que está en medio o a punto de uno de esos viajes que narraba en El pez en el agua?
R.Pues estoy viajando, creo que el viaje ya lo he emprendido, lo
estoy haciendo, mi vida privada ha sufrido una especie de transformación
muy profunda, soy inmensamente feliz porque es una experiencia que me
ha enriquecido extraordinariamente y lo único que lamento es que la
felicidad se consiga muchas veces causando infelicidad a tu alrededor.
Desde luego que eso lo lamento muchísimo, pero me siento muy ilusionado,
realmente muy rejuvenecido, y tengo mucha esperanza de que en el futuro
esto tenga un efecto no solo en mi vida privada, sino también, y
fundamentalmente, en mi trabajo de escritor.TITULO: EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - LA MISERICORDIA CERVANTINA ( II),.
foto
Un muy sagaz lector me reprocha que en un artículo
reciente, en el que me atrevía a adentrarme en la entraña de la
misericordia divina a través de la lectura de nuestros escritores
clásicos, no aludiese en cambio al Quijote, «que es la
obra que usted más cita». Y se preguntaba maliciosamente mi sagaz
lector si acaso esta omisión no se debería a que Cervantes es escritor
que postula un entendimiento benigno de la misericordia que no
interesaba a la tesis de mi artículo. Pero lo cierto es que el concepto
cervantino de misericordia es cuestión de muy delicados matices,
demasiados para despacharlo en apenas un párrafo, como aquel artículo
exigía. Vamos ahora a dedicar a esta cuestión algo más de espacio,
aunque desde luego no todo el que se merece.
Entre los consejos que don Quijote dirige a Sancho, cuando su escudero ya se apresta a ser gobernador de la ínsula Barataria, leemos: «Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia». Con esta máxima Cervantes no contrapone misericordia y justicia, ni cree que la primera deba anular a la segunda, sino que (además de condenar la prevaricación) establece que la justicia debe ser dulcificada por la misericordia. Cervantes habla de «doblar» la vara de la justicia, no de quebrarla; postula que la misericordia suavice la aplicación de la justicia, no que se anteponga a ella, bajo la forma de un perdón discrecional. De igual manera deben interpretarse otros consejos de don Quijote a Sancho que leemos en el mismo trance: así, por ejemplo, cuando le recomienda que «al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones», donde vuelve a probarse que la misericordia cervantina no debe interpretarse -como a veces interesadamente se ha hecho- como una abolición de la justicia, o como una especie de emplasto que reblandezca su vigor, sino como un suave bálsamo que evite la tentación del ensañamiento, del rigor gratuito, de la humillación y la ofensa superfluas. En una línea plenamente congruente, don Quijote recomienda también a Sancho: «Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción, considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y, en todo cuanto fuera de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstrate piadoso y clemente». Donde volvemos a comprobar que Cervantes, además de excelsa pluma, tenía óptima teología: pues reconoce que el hombre está herido por el pecado original («la depravada naturaleza nuestra»); y considera, en consecuencia, que la piedad y la clemencia deben guiar el veredicto del juez, sin «hacer agravio» nunca a la justicia, sin que tal mirada misericordiosa afecte a la calificación del acto reprobable.
Pero tal vez, para descartar del todo si la misericordia cervantina es una de esas «virtudes cristianas que se han vuelto locas» a las que se refería Chesterton (y que tanto gustan a nuestra época), debamos reparar en los personajes o episodios del Quijote que resultan más controvertidos. Y siempre descubriremos que Cervantes es autor cristianísimo, capaz de humillar y ensalzar a un tiempo a sus personajes, pues -como escribió Thomas Mann- «humillación y ensalzamiento son un par de conceptos de pleno contenido en sentimientos cristianos; y precisamente en su unión psicológica, en su humorístico entrecruzamiento, se manifiesta en qué alto grado el Quijote es un producto de la cultura cristiana, de la psicología y humanidad cristianas, y de lo que el Cristianismo significa para el mundo del alma, de la creación poética, para lo específicamente humano y para su audaz ensanchamiento y liberación». Aunque habría que precisar que donde Mann escribe «Cristianismo» habría que escribir específicamente «fe católica»; pues esa finísima capacidad cervantina para humillar y ensalzar a un tiempo a sus personajes, para rebozarlos en el barro y hacerlos resplandecer a un tiempo, requiere -aparte de unas dotes únicas para la captación de almas- estar inmunizado contra las nieblas luteranas, que entenebrecieron nuestra naturaleza, pretendiendo endiosarla. Para ser a un tiempo tan sublime y tan ridículo, tan irrisorio y tan admirable como don Quijote, para mostrar la grandeza inmarchitable que anida en nuestra alma y anima nuestra débil carne, hace falta la luz de Trento.
Y para que no pueda decirse que rehuimos los pasajes más peliagudos del Quijote, analizaremos el concepto de misericordia cervantina en tres personajes que siempre han planteado gran controversia (y servido a los malandrines para tergiversar a Cervantes): el morisco Ricote, la pastora Marcela y el malhechor Ginés de Pasamonte.
Entre los consejos que don Quijote dirige a Sancho, cuando su escudero ya se apresta a ser gobernador de la ínsula Barataria, leemos: «Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia». Con esta máxima Cervantes no contrapone misericordia y justicia, ni cree que la primera deba anular a la segunda, sino que (además de condenar la prevaricación) establece que la justicia debe ser dulcificada por la misericordia. Cervantes habla de «doblar» la vara de la justicia, no de quebrarla; postula que la misericordia suavice la aplicación de la justicia, no que se anteponga a ella, bajo la forma de un perdón discrecional. De igual manera deben interpretarse otros consejos de don Quijote a Sancho que leemos en el mismo trance: así, por ejemplo, cuando le recomienda que «al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones», donde vuelve a probarse que la misericordia cervantina no debe interpretarse -como a veces interesadamente se ha hecho- como una abolición de la justicia, o como una especie de emplasto que reblandezca su vigor, sino como un suave bálsamo que evite la tentación del ensañamiento, del rigor gratuito, de la humillación y la ofensa superfluas. En una línea plenamente congruente, don Quijote recomienda también a Sancho: «Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción, considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y, en todo cuanto fuera de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstrate piadoso y clemente». Donde volvemos a comprobar que Cervantes, además de excelsa pluma, tenía óptima teología: pues reconoce que el hombre está herido por el pecado original («la depravada naturaleza nuestra»); y considera, en consecuencia, que la piedad y la clemencia deben guiar el veredicto del juez, sin «hacer agravio» nunca a la justicia, sin que tal mirada misericordiosa afecte a la calificación del acto reprobable.
Pero tal vez, para descartar del todo si la misericordia cervantina es una de esas «virtudes cristianas que se han vuelto locas» a las que se refería Chesterton (y que tanto gustan a nuestra época), debamos reparar en los personajes o episodios del Quijote que resultan más controvertidos. Y siempre descubriremos que Cervantes es autor cristianísimo, capaz de humillar y ensalzar a un tiempo a sus personajes, pues -como escribió Thomas Mann- «humillación y ensalzamiento son un par de conceptos de pleno contenido en sentimientos cristianos; y precisamente en su unión psicológica, en su humorístico entrecruzamiento, se manifiesta en qué alto grado el Quijote es un producto de la cultura cristiana, de la psicología y humanidad cristianas, y de lo que el Cristianismo significa para el mundo del alma, de la creación poética, para lo específicamente humano y para su audaz ensanchamiento y liberación». Aunque habría que precisar que donde Mann escribe «Cristianismo» habría que escribir específicamente «fe católica»; pues esa finísima capacidad cervantina para humillar y ensalzar a un tiempo a sus personajes, para rebozarlos en el barro y hacerlos resplandecer a un tiempo, requiere -aparte de unas dotes únicas para la captación de almas- estar inmunizado contra las nieblas luteranas, que entenebrecieron nuestra naturaleza, pretendiendo endiosarla. Para ser a un tiempo tan sublime y tan ridículo, tan irrisorio y tan admirable como don Quijote, para mostrar la grandeza inmarchitable que anida en nuestra alma y anima nuestra débil carne, hace falta la luz de Trento.
Y para que no pueda decirse que rehuimos los pasajes más peliagudos del Quijote, analizaremos el concepto de misericordia cervantina en tres personajes que siempre han planteado gran controversia (y servido a los malandrines para tergiversar a Cervantes): el morisco Ricote, la pastora Marcela y el malhechor Ginés de Pasamonte.
TITULO: LIGA ACB - BALONCESTO - VALENCIA -94- REAL MADRID -95-,.
Hoy domingo 28 febrero,.
Resultado Final / foto,.
Resultado Final / foto,.
Valencia Basket y Real Madrid llegan con dinámicas opuestas al partido: el líder de la ACB está en el peor momento de la temporada,.
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