
La mejor sopa de ajo que he probado la tomé en la hospedería Hurdes
Reales de Las Mestas. Era una sopa extraña, no sé si llamarla
deconstruida, aunque en la carta se llamaba sopa de ajo, a secas. La
recuerdo como una especie de crema deliciosa con todo el sabor de la
sopa de ajo, algo así como esa sopa de tomate que ponen en Arzak, que
depositan un cubito rojo en el fondo de tu plato, derraman sobre él un
caldo, deslíes aquello y ¡voilà!, una sopa de tomate perfecta. Aquella
sopa de ajo ya venía desleída y allí, en la hospedería, no se daban
importancia ni el chef, ni el maître ni el camarero. Era una sopa
distinta a todas, estaba buenísima y punto. Las hospederías extremeñas
son así: magníficas, con un servicio de primera y una cocina que merece
la pena, pero no se dan importancia. ¡O no les damos importancia!
En la tríada rayana de Parador Nacional, Pousada Portuguesa y
Hospedería Extremeña, me quedo con nuestras hospederías por enclave, por
agilidad y modernidad en el servicio y, sobre todo, por relación
calidad-precio. Recuerdo que a aquella sopa de ajo y al cabrito que vino
después me invitó el Tío Picho, que elabora sus licores revitalizantes,
esos que envía al Vaticano y a la Unesco, a un paso de la hospedería de
Las Mestas. Eso fue hace ya unos cuantos años. Al acabar de comer, Tío
Picho me enseñó el edificio, orgulloso de que se ofreciera tanta calidad
en Las Hurdes más alejadas, y enseguida supe que aquel era el lugar
ideal para disfrutar de unos días de relax. Dicho y hecho: ese verano,
en los salones, la piscina y una habitación de la hospedería Hurdes
Reales acabé de escribir mi primer libro.
El verano pasado, regalé a mi hijo por su cumpleaños una estancia de
un fin de semana en la hospedería Sierra de Gata de San Martín de
Trevejo y aún me lo agradece. Conocí el convento rehabilitado para hotel
cuando estaba medio en ruinas. Máximo, el entonces alcalde de San
Martín, me llamaba para que le ayudara a hacer presión ante las
autoridades y se acabara de una vez la hospedería. Y yo iba a verlo y
contaba sus cuitas porque tenía razón: aquel lugar mágico, que los
líderes del budismo en Europa habían escogido como espacio ideal para un
monasterio, merecía tener una equipación turística de primera
categoría. Máximo no se equivocaba: la hospedería de San Martín de
Trevejo es hoy uno de los hoteles más solicitados de la región y hay que
espabilar para reservar habitación.
Tiempo de hospederías. Regresa el buen tiempo y las hospederías
extremeñas se convierten en el lugar ideal para conocer Monfragüe, el
Tajo y el Alagón, Jerte, Hurdes, Gata, Ambroz y la Campiña Sur de
Badajoz. La hospedería de Llerena es preciosa. En su patio y en sus
salones parece recrearse la vida burguesa decimonónica de las villas
extremeñas del sur de la región. Recuerdo un corto muy evocador rodado
allí por José Vicente Moirón: el actor y el decorado complementándose en
perfecta simbiosis.
Las hospederías han tenido sus altibajos y sus carencias. La de
Orellana nunca acabó de despegar. La de Jerte se fue muriendo, a pesar
de un encanto y de ocupar un enclave envidiable, que hoy, renovada su
gestión y su equipamiento, vuelve a ser referencia hostelera del Valle.
La de Hervás es un ejemplo ideal de cómo manejar el diálogo complejo
entre la arquitectura monumental y el diseño de vanguardia.
Ya asoma la primavera, ya es tiempo de hospederías en Extremadura.
Tiempo para dormir en la plaza mayor más auténtica, la de Garrovillas,
en el parque natural más bello, el de Monfragüe, junto al puente de los
puentes, en Alcántara.
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