¡ ATENCION Y OBRAS ! CINE,.
¡Atención y obras! es un programa semanal que, en La 2, aborda la cultura en su sentido más amplio, con especial atención a las artes escénicas, la música, los viernes a las 20:00 presentado por Cayetana Guillén Cuervo, etc, foto,.
MODERADITOS,.
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Prefiero al hombre que eleva la voz para decir sin ambages lo que piensa, aunque lo que piensa sea erróneo, que al hombre que oculta o disfraza lo que piensa: porque el primero es plenamente humano, aunque insista en el error (o precisamente por ello mismo), mientras que el ‘moderadito’, bajo su pérfi da apariencia de neutralidad amable, es un ser pérfido.
Y es que el rasgo más característico del ‘moderadito’ es su gustosa permanencia en el redil de las ideas recibidas, que repite como un lorito, a la espera de la ración de cañamones que premie su conformidad.
El ‘moderadito’ nunca tiene iniciativa, siempre adopta los usos del mundo, siempre asume las modas de la época, siempre corea o imita (con virtuosismo de ventrílocuo) las voces del momento.
Todo lo que sea salirse de las pautas establecidas le parece exageración y desafuero; todo lo que sea expresarse con entusiasmo, con ardor, con crudeza, con vehemencia, le provoca disgusto, aversión, escándalo.
El ‘moderadito’, aunque en su fuero interno no profesa sinceramente ningún principio, puede disimular de puertas afuera que los profesa; pero con la condición de que sean principios hueros, meras declaraciones retóricas, principios que no se apliquen o se puedan aplicar aguadamente.
Y, por supuesto, si alguien expresa esos mismos principios con un tono encendido y pretende aplicarlos sin reservas, se le antojará un energúmeno; y preferirá al que proclama los principios contrarios, siempre que lo haga con corrección, con morigeración, con fría y educada tibieza.
Por supuesto, al ‘moderadito’ las afirmaciones o negaciones netas le provocan horror, porque lo obligan a tomar partido; brumosas, el sincretismo ambiguo, la borrosidad huera, la perogrullada, el mamoneo, el matiz.
¡Cómo le gustan al ‘moderadito’ los matices! Se moja las bragas matizando, el tío; y si, además de matizar, puede ‘consensuar’, entonces ya es que se corre de gusto.
Nada gusta tanto al ‘moderadito’ como ceder una porción de lo que piensa (pues todo lo que piensa carece de valor) a cambio de tomar una porción de la opinión contraria; pues sabe que en este sopicaldo mental su babosería e inanidad pasan inadvertidas.
El ‘moderadito’ odia al hombre que se compromete y empeña su prestigio en defender una posición, porque sabe que su actitud gallarda deja en evidencia su cobardía.
Si, además, el comprometido es hombre de verbo fácil y escritura lozana que se derrama con franqueza incontenible e incluso con cierta falta de pudor, el odio del ‘moderadito’ alcanzará cúspides diabólicas; y empeñará sus fuerzas en desprestigiar al hombre comprometido, acusándolo de charlatanería, de radicalismo, de intemperancia, de cualquier vicio real o inventado que lo haga aparecer ante los ojos del mundo como un orate.
El ‘moderadito’ odia al hombre comprometido como el eunuco odia al hombre viril; y no vacilará en conseguir su condena al ostracismo (pero siempre de forma indolora, que para eso es ‘moderadito’).
El ‘moderadito’ considera que en toda opinión hay algo bueno y algo malo y que todo pensamiento que se expresa sin ambages es expresión de ciega soberbia.
Naturalmente, todo esto son artimañas alevosas para convencernos de que su tibieza y cobardía son prudencia, tolerancia, sentido común.
El ‘moderadito’ defiende los hábitos adquiridos, las inercias prejuiciosas, las convenciones establecidas y, en fin, todo lo que envuelve a las personas y a los pueblos en las telarañas de la pereza mental, de la repetición fofa, del estereotipo; en cambio, odia las tradiciones auténticas, que trata de convertir en costumbres maquinales y carentes de significado (y así, por ejemplo, el ‘moderadito’ puede llegar a participar en una procesión de Semana Santa y hasta del Corpus tan campante, con la misma aséptica complacencia con la que puede también participar en un desfile de carrozas del Orgullo Gay).
El ‘moderadito’ nunca se enfurece, nunca se exalta, siempre nada a favor de la corriente.
Odia al pecador arrepentido, cuyos errores pretéritos gusta mucho de airear; porque para pecar y para arrepentirse hace falta dominar y ser dominado por las pasiones, y el ‘moderadito’, que es de sangre fría como las culebras, ha reprimido todas sus pasiones.
Al ‘moderadito’ le repugnan los hombres atormentados, porque con sus imperfecciones y recaídas muestran una aspiración doliente al ideal; y el ‘moderadito’ quiere que su ramplonería y neutralidad se conviertan en tabla rasa que nivele la grandeza y la miseria humanas.
Porque el ‘moderadito’ es un hombre sin grandeza y sin miseria, es un hombre que no se indigna, que no se asombra, que no rabia, que no se humilla ni se arrepiente.
El ‘moderadito’ carece de orgullo para erguirse y de humildad para arrodillarse; porque, al fin, es un despojo humano, un hijo del demonio, un reptil al que conviene pisar cuando nos lo tropezamos en el camino, antes de que nos muerda con su veneno.
TITULO: LA CARTA DE LA SEMANA - VIAJANDO CON CHESTER - UNA HISTORIA DE ESPAÑA (LXVI),.
VIAJANDO CON CHESTER
Viajando con Chester es un programa de televisión español, de género
periodístico, presentado por Pepa Bueno, en la cuatro los domingos las 21:30, foto, etc.
UNA HISTORIA DE ESPAÑA (LXVI),.
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Y
de esa triste manera, señoras y caballeros, después de perder Cuba,
Filipinas, Puerto Rico y hasta la vergüenza, reducida a lo peninsular y a
un par de trocitos de África, ninguneada por las grandes potencias que
un par de siglos antes todavía le llevaban el botijo, España entró en un
siglo XX que iba a ser tela marinera. El hijo de la reina María
Cristina dejó de ser Alfonsito para convertirse en Alfonso XIII. Pero
tampoco ahí tuvimos suerte, porque no era hombre adecuado para los
tiempos turbulentos que estaban por venir. Alfonso era un chico
campechano -cosa de familia, desde su abuela Isabel hasta su nieto Juan
Carlos- y un patriota que amaba sinceramente a España. El problema, o
uno de ellos, era que tenía poca personalidad para lidiar en esta
complicada plaza. Como dice el escritor Juan Eslava Galán, «tenía gustos de señorito»:
coches, caballos, lujo social refinado y mujeres guapas, con las que
tuvo unos cuantos hijos ilegítimos. Pero en lo de gobernar con mesura y
prudencia no anduvo tan vigoroso como en el catre. Lo coronaron en 1902,
justo cuando ya se iba al carajo el sistema de turnos por el que habían
estado gobernando liberales y conservadores. Iban a sucederse treinta y
dos gobiernos en veinte años. Había nuevos partidos, nuevas ambiciones,
nuevas esperanzas. Y menos resignación. El mundo era más complejo, el
campo arruinado y hambriento seguía en manos de terratenientes y
caciques, y en las ciudades las masas proletarias apoyaban cada vez más a
los partidos de izquierda. Resumiendo mucho la cosa: los republicanos
crecían, y los problemas del Estado -lo mismo les suena a ustedes el
detalle- alentaban el oportunismo político, cuando no secesionista, de
nacionalistas catalanes y vascos, conscientes de que el negocio de ser
español ya no daba los mismos beneficios que antes. A nivel proletario,
los anarquistas sobre todo, de los que España era fértil en duros y
puros, tenían prisa, desesperación y unos cojones como los del caballo
de Espartero. Uno, italiano, ya se había cepillado a Cánovas en 1897.
Así que, para desayunarse, otro llamado Mateo Morral le regaló al joven
rey, el día mismo de su boda, una bomba que hizo una matanza en mitad
del cortejo, en la calle Mayor de Madrid. En las siguientes tres
décadas, sus colegas dejarían una huella profunda en la vida española,
entre otras cosas porque le dieron matarile a los políticos Dato y
Canalejas (a este último mirando el escaparate de una librería, cosa que
en un político actual sería casi imposible), y además de intentar que
palmara el rey estuvieron a punto de conseguirlo con Maura y con el
dictador Primo de Rivera. Después, descerebrados como eran esos
chavales, contribuirían mucho a cargarse la Segunda República; pero no
adelantemos acontecimientos. De momento, a principios de siglo, lo que
hacían los anarcas, o lo pretendían, era ponerlo todo patas arriba,
seguros de que el sistema estaba podrido y de que el único remedio era
dinamitarlo hasta los cimientos. Y bueno. Tuvieran o no razón, el caso
es que protagonizaron muchas primeras páginas de periódicos, con
asesinatos y bombas por aquí y por allá, incluida una que le soltaron en
el Liceo de Barcelona a la flor y la nata de la burguesía millonetis
local, que dejó el patio de butacas como el mostrador de una carnicería.
Pero lo que los puso de verdad en el candelero internacional fue la
Semana Trágica, también en Barcelona. En Marruecos -del que hablaremos
otro día- se había liado un notorio pifostio; y como de costumbre, a la
guerra iban los hijos de los pobres, mientras los otros se las
arreglaban, pagando a infelices, para quedarse en casa. Un embarque de
tropas, con unas pías damas católicas que fueron al puerto a repartir
escapularios y medallas de santos, terminó en estallido revolucionario
que puso la ciudad en llamas, con quema de conventos incluida, combates
callejeros y represión sangrienta. El Gobierno necesitaba que alguien se
comiera el marrón, así que echó la culpa al líder anarquista Francisco
Ferrer Guardia, que como se decía entonces fue pasado por las armas.
Aquello suscitó un revuelo de protestas de la izquierda internacional.
Eso hizo caer al gobierno conservador y dio paso a uno liberal que hizo
lo que pudo; pero aquello reventaba por todas las costuras, hasta el
punto de que el jefe de ese gobierno liberal fue el mismo Canalejas al
que un anarquista le pegaría un tiro cuando miraba libros. Lo
encontraban blando. Y así, poquito a poco y cada vez con paso más
rápido, nos íbamos acercando a 1936. Pero aún quedaban muchas cosas por
ocurrir y mucha sangre por derramar. Así que permanezcan ustedes atentos
a la pantalla.
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