martes, 9 de febrero de 2021

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 A vivir que son dos días - A vivir -  Cadena SER,.
 

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TikTok y una botella de ron: la moda de las canciones marineras,.

Las redes han abrazado este viejo género, hasta el punto de elevar un canto de balleneros del siglo XIX al número uno de las listas británicas, y los expertos dicen que la pandemia tiene mucho que ver: estamos encerrados y rodeados de peligros como los navegantes de antaño, foto,.

TikTok y una botella de ron: la moda de las canciones marineras

Aunque hubiésemos reunido a todos los expertos del mundo en internet, redes sociales y tendencias, seguro que a ninguno se le habría pasado por la cabeza que TikTok pudiese poner de moda las viejas canciones marineras. En este mundo que se renueva a ritmo de pestañeo, TikTok lleva un tiempo en la cresta de la ola, lo que significa que muchos rezagados ni siquiera han tomado contacto con ella y los más avanzados ya la van teniendo superada. Pero, en cualquier caso, todavía luce la etiqueta de lo rabiosamente contemporáneo y la vinculamos con las coreografías juguetonas y las músicas de moda, no con los cantos de trabajo que se entonaban en los buques del siglo XIX. Sin embargo, uno de los rasgos de nuestro tiempo, y muy en particular de las redes, es precisamente esa condición imprevisible y caprichosa de los gustos, que ha llevado a millones de personas a abrazar de manera espontánea y apasionada esta venerable rama del folclore anglosajón.

La semana pasada, el número uno de las listas musicales británicas fue 'Wellerman', una canción neozelandesa de balleneros que cuenta ya con siglo y medio de antigüedad. En la letra, los marineros esperan la llegada del hombre de los suministros (el tal 'wellerman', empleado de los hermanos Weller), que les proporcionará «azúcar y té y ron» para aligerar un poco su dura tarea, y también sueñan con los días de licencia que van a disfrutar cuando acaben de tajar grasa de ballena. La versión de 'Wellerman' que arrasa estos días, en un mundo tan ajeno al que describen sus versos, está interpretada por Nathan Evans, un cartero escocés de 26 años (bueno, ahora ya excartero) que es responsable en buena medida de esta súbita fiebre marinera. Y eso que se marea en los barcos.

En junio del año pasado, Evans colgó en TikTok su primer 'sea shanty', que es el nombre que suele recibir en inglés este género musical. En diciembre, llegó el segundo, un 'Wellerman' en el que, gracias a la informática, armonizaba consigo mismo. Y la chispa prendió entre los usuarios de la red social, que ofrece una herramienta para añadir tu voz o tu instrumento a una grabación ya publicada. La canción de Nathan Evans ha superado los ocho millones de reproducciones, la etiqueta #seashanty va ya por los tres mil millones de vistas y miles de personas se han lanzado a entonar unas canciones que, hace un año, seguramente les habrían parecido polvorientas reliquias de otra era. De pronto, mola sumar tu voz a la de amigos o desconocidos para narrar juntos las penalidades y las ilusiones de la vida a bordo.

Rodeados de peligros

Por supuesto, la nueva moda ha sorprendido a todo el mundo y, muy especialmente, a los coros y conjuntos vocales que han mantenido viva la tradición del 'sea shanty' cuando no era tan apreciada. Pero, sobre la marcha, los folcloristas y antropólogos han sabido desentrañar la lógica interna de esta nueva afición: estas canciones de trabajo eran la manera en que los marineros trataban de sobrellevar las largas travesías, encerrados en un cascarón rodeado de mil peligros, con un destino a menudo incierto. Suena un montón a confinamiento, ¿verdad? Además, se trata de un género musical particularmente apropiado para que cualquiera se apunte, aunque su técnica vocal sea la equivalente a un graznido de gaviota: son melodías pensadas para que las entone todo el mundo, incluso el grumete más desafinado, y además, como buenas creaciones de tradición oral, se prestan a la improvisación lírica, a cambiarles la letra a voluntad para incluir alguna referencia contemporánea o algún giro cómico.

«En estos días de aislamiento y separación, todos necesitamos conectar: tomar parte en tradiciones comunales puede ayudarnos a salir adelante», ha apuntado en 'The Conversation' el etnólogo Thomas A. McKean, de la Universidad de Aberdeen. En la misma plataforma, la experta en 'shanties' Jessica Floyd recuerda cómo era el ambiente de los buques mercantes del siglo XIX, en cuya tripulación convivían hombres de orígenes culturales y étnicos muy variados, para quienes las canciones se convertían en un lenguaje común. «Eran una válvula de escape para la soledad, el miedo y la opresión. En mitad de una pandemia, con el látigo de la desigualdad creciendo y generalizándose cada día, quizá no sea casualidad que hayan protagonizado un regreso triunfante», reflexiona la especialista. «Aunque no estemos a la deriva en el mar –añade–, muchos de nosotros nos encontramos en un territorio desconocido e inquietante, con nuestra vida cotidiana sometida a cambios que el marinero mercante entendería demasiado bien: su mundo era, como dijo el historiador Rediker, 'crónicamente incierto'».

«¡He tejido un calcetín!»

Los estudiosos también encuadran la moda de las canciones marineras dentro de cierta reconexión con nuestro pasado propiciada por la pandemia. Durante las semanas de confinamiento doméstico, se habló mucho de hasta qué punto hemos perdido habilidades que resultaban esenciales para nuestros bisabuelos, más autosuficientes que nosotros. El profesor McKean recoge en su artículo para 'The Conversation' la reflexión de la folclorista Carley Williams: «Las redes sociales están llenas de gente que se siente realizada por cosas que hace un par de generaciones eran destrezas básicas de supervivencia: hacer pan, tricotar, coser, cultivar verduras... Como son redes sociales, hay un elemento competitivo en ello. Yo no dejo de pensar en que, si mi bisabuela hubiese abierto la puerta de casa y hubiese gritado '¡he tejido un calcetín!', las risas la habrían echado del pueblo. Hoy, esa foto compartida 'online' tiene cientos de comentarios de 'oooooh, qué maravilla'», ironiza Williams. Los cantos del mar serían una vertiente musical de este redescubrimiento fascinado del pasado.

 

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 LA BRUJULA ONDA CERO,.


 La Brújula es un programa de radio de la emisora española Onda Cero, presentado y dirigido por David del Cura. Es el tercer espacio en audiencia en la franja nocturna, retransmitiéndose entre las 20 y las 24 horas, tiempo que dedica a un análisis de la actualidad, el deporte, la economía (con el espacio denominado La Brújula de la Economía) y el debate político., etc,.
 

 
La Linterna La Cope ,.
 
  'La Linterna' es el programa de radio informativo, político y económico, cultural y de debate nocturno de la Cadena COPE. Dirigido y presentado desde 2009 por Ángel Expósito, se emite de lunes a viernes de 19:00 a 23:30 horas, correspondiendo la última hora de los viernes a 'La Linterna de la Iglesia', dirigida y presentada por Faustino Catalina., 

 

El lado bueno de las cosas,.

Una enfermera vacuna a un anciano en una residencia./R. C.
 
Una enfermera vacuna a un anciano en una residencia. /  foto,.

Para alcanzar los objetivos de vacunación, España necesita suministrar dos millones de dosis cada semana, pero el ritmo actual vuelve fabuloso al día en que se ponen cien mil. Al tiempo que se rechazan todas las propuestas de la sociedad para ayudar a controlar el virus o paliar sus efectos –pienso en los enfermeros de las Fuerzas Armadas, en los farmacéuticos, en los médicos jubilados o en las asociaciones vecinales–, desde la clase política se nos pide paciencia. Un año después, lo socialmente aceptable sigue siendo la resignación. Tratar de encontrarle el lado bueno a una pandemia, más que difícil, es absurdo; y, sin embargo, aún se nos pide que, por arte de birlibirloque, transformemos la angustia en entereza.

Yo aspiro a poder decir en voz alta, sin que nadie me tache de nihilista o pose sobre mis espaldas un supuesto egoísmo frívolo, que la felicidad ya no existe para mí; o al menos que, sin duda, es peor ahora. La felicidad minúscula es bella cuando la posibilidad de disponer de la propia libertad no está cerrada, es decir, cuando la elegimos. Impuesta, se vuelve un sucedáneo triste de algo que siempre está más allá. La alegría de antaño hinchaba los pulmones, la de ahora los atenaza y convierte cada bocanada, ante la duda de si a partir de ahora esto será todo, en un pequeño harakiri. Reivindicar la tristeza en un mundo triste es una forma de no acostumbrarse: quiero que vuelvan las causas perdidas, las ciudades lejanas y los amigos que te echan del sofá porque su hospitalidad también tiene un límite; no quiero olvidar los trenes de segunda clase, el verano ni mis ganas de ir a Santiago de Chile. Estamos tristes para poder, algún día, retomar la vida donde la dejamos.

 

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