TITULO: La clave - La espiral de contagios de la viruela del mono pierde fuerza en España ,.
La espiral de contagios de la viruela del mono pierde fuerza en España ,.
El número de casos de la enfermedad ha pasado de crecer a un ritmo del 15% cada tres días en julio a menos de la mitad en agosto,.
La cadena de contagios de la viruela del mono pierde fuerza en España. Tras un julio con un fuerte aumento en el ritmo de expansión de las infecciones, los balances epidemiológicos de los diez primeros días de agosto confirman que el crecimiento de positivos se debilita. La ralentización ya se notó en los informes de hace una semana y del viernes pasado. La incidencia de la enfermedad dada a conocer este martes por el Ministerio de Sanidad corrobora con claridad la notable desaceleración del número nuevos casos.
El documento del departamento que dirige Carolina Darias indica que hay 5.162 vecinos de todas las autonomías contagiados por este virus. Son 220 más que el viernes pasado. Esto supone una media de 73 nuevos positivos al día, con un 4,5% de aumento de casos. La velocidad de expansión a finales de julio era del triple, del 15%, que ya bajó al 8% el viernes pasado.
La ralentización de los contagios en España está en consonancia con la tendencia a la contención de otros países europeos, como Alemania o Reino Unido, pero muy alejada del aumento de la enfermedad en el resto del mundo, donde crece a una media del 15%. Según Sanidad, en el planeta había hoy 25.476 positivos notificados, 3.321 más que el viernes pasado.
Estados Unidos, con 8.934 casos, es el país con más contagiados y donde la infección se transmite a un ritmo endiablado. Los positivos han aumentado un 25% en tres días.
TITULO: La Sexta Columna - El asesinado 778 que acabó erigido en símbolo , Viernes -5, 12, 19 - Agosto,.
Este viernes - 5, 12, 19 - Agosto a partir de las 21:30 La Sexta , foto,.
El asesinado 778 que acabó erigido en símbolo,.
El chaval al que mataron gozaba de los suyos, de su pueblo y la música y alzaba la voz contra ETA tiñendo de gallardía su ligera tartamudez,.
Somos lo que somos, pero también lo que los demás recuerdan que fuimos. Hubo un Miguel Ángel Blanco -el Míguel con la tilde cariñosa que los suyos le prendían al nombre- antes de la tenebrosa tarde del 10 de julio de 1997 en que tres etarras de su misma quinta le secuestraron para matarle. Hubo otro en las 48 horas en que los terroristas le retuvieron con el reloj de arena de la ejecución sumaria corriendo en su contra, cuando él tuvo que mirar de frente a la certeza de que iban a asesinarle; y cuando ETA obligó a los periodistas y sus conciudadanos a asomarse a la existencia de aquel desconocido concejal del PP de Ermua hasta encariñarse con él, con su pelo pajizo, los ojos que se clavaban en el alma desde los carteles que clamaban por su libertad, el rostro de vecino tímido y educado, las baquetas de la batería con las que remedaba a Héroes del Silencio, esos padres y esa hermana que, de la noche al día, lo fueron de todos en su infinito dolor. Y ahí emerge el tercer Miguel Ángel, la víctima 778 en el despiadado paseo de ETA por los infiernos que acaba erigiéndose en el asesinado de los asesinados. En la efigie que simboliza el horror desnudo e imborrable, sin causa y sin excusa, aunque las nuevas generaciones no sepan -o no quieran saber- quién fue el chaval al que mataron.
El ser humano 778 en el almanaque del terror vino a la vida que le robaron el 13 de mayo de 1968, apenas un mes antes de que ETA asesinara al guardia civil José Antonio Pardines, la víctima inaugural de todas sus víctimas. Salvo esos 23 primeros días de recién nacido, Miguel Angel Blanco siempre convivió, como tantos y tantos vascos, con la violencia terrorista ganando terreno dentro y fuera de Euskadi hasta que la desalmada brutalidad de su propio secuestro y asesinato se transformó en aldabonazo moral para recuperar las calles hacia la coexistencia pacífica y democrática. Qué pensaría Miguel Ángel de sí mismo, metido en política en aquella heterogénea prole de jóvenes del PP fascinados primero por el carisma a pie de acera de Gregorio Ordóñez y concienciados luego por su asesinato, leyendo los retratos que pintamos de él teniendo que evocar quién fue y fantaseando con quién habría llegado a ser.
Sí sabemos que creció en el hogar de un albañil y de un ama de casa -Miguel Blanco y Consuelo Garrido- inmigrantes de la localidad orensana de Xunqueira de Espadanedo, que se ennoviaron al calor del aluvión de trabajadores gallegos que buscaron prosperar en los años 60 en Ermua. Una pareja humilde y laboriosa que, sin atravesar penurias insoportables pero sin lujos, procuró estudios a sus dos hijos. Miguel Ángel siempre llevó consigo el amor propio, el orgullo de clase, de ser el primer universitario de la familia tras licenciarse en Económicas en la Universidad Pública Vasca; y su padre penó durante un tiempo, con los parroquianos con los que tomaba un vino fuera del tajo, porque su primogénito trabajaba con él, de obra en obra, sin terminar de encontrar un empleo acorde a su formación.
Hasta que entró en Eman Consulting, la asesoría de Eibar en la que el concejal Ibon Muñoa, el chivato del drama, fichó sus movimientos para que el 'comando Donosti' se adueñara, irremediablemente, de su vida. Con aquel sueldo que le abría la puerta a la independencia con su novia de entonces, Miguel Ángel se compró un coche. Nunca llegó a recogerlo.
Hijo común de unos padres comunes. Hermano mayor que ejercía como tal para «la niña» -esa Marimar forjada por obligación en la resistencia y el coraje-. Tío de dos sobrinas a las que dolió en lo más hondo tener que contarles cómo murió ese miembro inolvidable de la familia que gozaba de la Navidad con los suyos y, sobre todo, de la música. Música siempre, aporreando de niño las cazuelas de su madre y la batería en Póker, su banda pandillera de bodas y verbenas. Todo eso encarnaba el chaval al que mataron. También al simpatizante del PP - porque se sentía de Ermua, gallego y español- que se hizo concejal en 1995, cuando ETA ya había asesinado a Ordóñez pero casi ningún amenazado llevaba aún escolta, para dedicar su compromiso a su pueblo. Y para denunciar en los plenos, con una gallardía que camuflaba su ligera tartamudez, que los presos etarras lo eran por vulnerar los derechos ajenos.
La madre que lo llevó en su vientre temía por él. A la víctima 778, elegida por sus matarifes porque era fácil, nunca se le escuchó decir que tuviera miedo porque jamás se creyó tan importante como para que ETA le colocara fatalmente en su diana. Sí confesó, al ver la cadavérica figura de José Antonio Ortega Lara liberado del averno, que él no soportaría un cautiverio así. Somos lo que somos y lo que recuerdan de nosotros. Conocemos al veinteañero afable, alegre y con ambiciones domésticas y al emblema que dignifica a todos los asesinados. Al Miguel Ángel de aquellas 48 horas de desgarrador e irreversible ultimátum solo pueden evocarle sus asesinos.
TITULO: Equipo de investigación - La sacudida que alentó el principio del fin de ETA . , Viernes- 5, 12, 19 - Agosto ,.
Este viernes - 5, 12, 19 - Agosto a partir de las 22:30 La Sexta , foto siempre dirigido por Gloria Serra , foto,.
La sacudida que alentó el principio del fin de ETA,.
POR QUÉ TODO CAMBIÓ,.
El enorme impacto por el asesinato rompió la espiral del silencio y reflejó un cambió social que dividió a la izquierda abertzale aceleró la crisis del terrorismo,.
El asesinato de Miguel Ángel Blanco, del que se cumplen 25 años, provocó una sacudida social sin precedentes en Euskadi. La crueldad de la acción terrorista -secuestro y asesinato retransmitidos casi en directo- golpeó con extraordinaria dureza a la sociedad. El mazazo fue un verdadero catalizador de una corriente profunda de indignación ciudadana, sobre todo entre los más jóvenes, pero este movimiento de deslegitimación de ETA se había venido gestando ya en los últimos años. No fue un proceso espontáneo y hundía sus raíces en todo un caldo de cultivo anterior.
Una de las piezas estratégicas de la derrota de ETA es, precisamente, la batalla de la opinión pública vasca. Esta disputa tuvo un punto de inflexión determinante a finales de la década de los ochenta, la época de los llamados 'años de plomo' en los que ETA había desarrollado una ofensiva muy sangrienta de atentados espectaculares para forzar la negociación con el Estado. El Pacto de Ajuria Enea firmado en enero de 1988 estableció un marco político de claridad para dar la batalla cultural contra el terrorismo al situar el problema en la dicotomía violencia-democracia frente a quienes jugaban con la ambigüedad y la confusión de un irresuelto problema político vasco. El acuerdo democrático abría el cauce a un final dialogado a partir de constatarse la voluntad expresa de ETA de abandonar las armas, proceso para que ni la organización terrorista ni la izquierda abertzale estaban aún preparadas.
Ermua, eso sí, fue un detonante que venía, precisamente, precedido por una tarea de desafección en la que resultó clave el anclaje del nacionalismo institucional en el seno del bloque democrático, lo que contribuyó al aislamiento político de la izquierda abertzale que se resistía a desmarcarse de ETA. El papel desarrollado en ese sentido por el lehendakari José Antonio Ardanza fue una contribución esencial. Él supo lanzar un mensaje que terminó penetrando al señalar que el problema del MLNV no solo era de medios, el empleo de la violencia, sino de fines, en la medida en la que el proyecto totalitario de ETA era precisamente negador de la pluralidad vasca y una amenaza contra el autogobierno derivado de las instituciones estatutarias.
El denominado 'espíritu de Ermua' condensó en movilizaciones sin precedentes todo un estado de ánimo que, con altibajos, se había gestado en el País Vasco en la última década. Hay que tener en cuenta el contexto. El inicio de la Transición en Euskadi fue particularmente traumático, entre otros factores, por la presión terrorista de ETA, que se ceba expresamente después de la aprobación del Estatuto de Gernika. Los intentos de articular un 'frente por la paz' para aislar políticamente al mundo de la violencia, el histórico empeño de Txiki Benegas, tropezaba con las resistencias del nacionalismo institucional, sobre todo en la primera etapa cuando el protagonismo recaía en el entonces lehendakari Carlos Garaikoetxea. En el contexto de aquella coyuntura, además, los atentados de los GAL alentaron una espiral de acción-reacción que dificultó durante mucho tiempo la clarificación en aquella disputa para achicar el espacio de la violencia.
La imagen de Ardanza encaramado en un banco de piedra en un paseo junto al Palacio de Ajuria Enea fue precisamente la metáfora de aquel punto de inflexión de un cambio social que se había venido fraguando en los últimos años. La crueldad de ETA al asesinar a Blanco tras el chantaje terminó por convulsionar a una ciudadanía que empezaba a sentir un profundo hartazgo por la persistencia del terrorismo.
La burbuja del mundo radical, aparentemente, seguía cerrada, pero las contradicciones iban por dentro. ETA seguía de vanguardia armada y bloqueaba la existencia de movimientos políticos, en donde los sectores más proclives a terminar con la violencia aún eran minoritarios o carecían de peso para cambiar la correlación de fuerzas interna a pesar de que la presión policial desgastaba a la organización. Se atribuye a Iñigo Iruin, veterano abogado de la izquierda abertzale, que participó como asesor en las conversaciones de la mesa de Argel y que después tuvo una influencia decisiva en acelerar la reflexión sobre la necesidad de un final, una frase muy significativa: «A ETA se le mina, pero no se le elimina».
La espiral integrista
Y es que, ciertamente, el colchón sociológico de la izquierda radical vasca, gestado en buena medida en el final del franquismo y al comienzo de una Trasición muy convulsa, fue una de las claves para explicar la pregunta recurrente de la historiadora Idoia Estornés: «¿Cómo pudo pasarnos esto?». Es decir, cómo fue posible que aquel fenómeno de insurgencia nacido en los años 60 al calor de los movimientos de guerrilla de liberación nacional, insertos en el contexto del Tercer Mundo, prendieran con semejante fuerza en el corazón de la Europa próspera y desarrollada.
El recientemente fallecido periodista Patxo Unzueta explicó en 'Los hijos de la ira' el surgimiento de aquella generación marcada por el idealismo revolucionario y que terminó atrapada en la espiral integrista del horror terrorista, con una concepción totalitaria del poder y una imagen monolítica y cerrada de la sociedad.
Ermua rompió el silencio de años de indiferencia, de mirar para otro lado, a pesar de que en un sector de la sociedad vasca sí habían anidado grupos pacifistas y de resistentes, y había comenzado en los años 80 a cristalizar, primero en torno a Gesto por la Paz, un movimiento de contestación a la violencia, en una primera fase, con una adhesión significativamente minoritaria pero que expresaba el germen de esa revolución de las conciencias que después iría germinando en algo cualitativa y cuantitativamente distinto. Durante aquel tiempo se activaron las campañas ciudadanas del 'lazo azul', por ejemplo para exigir la liberación de los empresarios Julio Iglesias Zamora y José María Aldaia y del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, secuestrados por la organización terrorista.
Pero al calor de Ermua, también fue cristalizando un movimiento cívico, el 'Basta ya' que, al menos en sus orígenes, pretendía contrarrestar tantos años de silencio y ambigüedad con una estrategia discursiva de beligerancia activa contra la violencia y contra quienes le prestaban cobertura ideológica. El origen de aquello fueron las movilizaciones espontáneas en las calles de Euskadi tras el asesinato, muchas de ellas con presencia de numerosos jóvenes, que se habían socializado durante años en la cultura de imposición de ETA y su entorno. Las movilizaciones se llevaron a cabo, en numerosas ocasiones frente a las sedes de HB, en una expresión sin precedentes. «Sin pistolas no sois nada», era uno de los lemas coreados por los manifestantes.
Aquellas manifestaciones fueron el símbolo de aquella revuelta ciudadana, que después tendría consecuencias políticas. En la izquierda abertzale el fenómeno no fue inocuo y alentó las contradicciones internas que ya había comenzado a dejar el fracaso del dialogo de Argel, sobre todo quienes pensaban que una previsible derrota militar iba a precipitar una derrota del proyecto político de la izquierda abertzale. Pero ETA y el bloque KAS, entonces dominante y representante de la línea dura y más intransigente, optaron por una huida hacia adelante y una dinámica de hostigamiento de carácter político-militar. Era la denominada 'estrategia de socialización del sufrimiento', reflejado en la ponencia 'Oldartzen', que pasaba por agudizar la confrontación social y por la marginación política de los sectores no nacionalistas.
El papel de 'Basta ya'
En todo caso, Ermua también despertó determinados recelos políticos. El nacionalismo temió que, detrás del fenómeno de indignación social, los partidos no nacionalistas y el colectivo 'Basta ya' utilizaran esa reacción para socavar la base sociológica abertzale y legitimar un discurso constitucionalista, o españolista, en Euskadi que superase el, a su juicio, déficit del Estado democrático desde el tiempo en el que la propia Constitución recibió un porcentaje de apoyo inferior en el conjunto del País Vasco a la media española. El 'Basta ya' logró aglutinar a numerosos intelectuales no nacionalistas al activismo ideológico y el nacionalismo interpretó que se estaba gestando una operación en su contra para sustituir su tradicional hegemonía.
Ermua aceleró algunos movimientos en la política vasca que venían gestándose tiempo antes, aunque el final del terrorismo tendría que esperar a 2011
Después se activaría el 'plan Ardanza', que fracasó antes de nacer por los recelos del PP a que el PNV estuviera negociando en secreto con HB, y el proyecto de nuevo Estatuto de libre adhesión de Juan José Ibarretxe, cuya toma en consideración para debatirlo fue rechazado en el Congreso. La dinámica de intimidación de ETA había vuelto con fuerza y llevaba al debate sobre el nuevo estatus de autogobierno a una atmósfera eminentemente tóxica.
Ermua aceleró algunos movimientos en la política vasca que venían gestándose tiempo antes, aunque el final del terrorismo tendría que esperar a 2011. Las tensiones en la izquierda abertzale, perceptibles tras el atentado de Hipercor en Barcelona en 1987, permanecerían agazapadas, pero iban socavando poco a poco ciertos cimientos sociológicos que parecían inamovibles pero que, al final, terminaron por derrumbarse como un castillo de naipes por la confluencia de numerosos factores: la presión y eficacia policial y judicial, la creciente beligerancia social, el papel activo de los sectores más resistentes, la cooperación internacional e incluso la deslegitimación mundial tras los atentados yihadistas de septiembre de 2001. El imaginario del terror, como la punta del iceberg, comenzaba a resquebrajarse.
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