domingo, 19 de octubre de 2014

REVISTA XL SEMANAL, PORTADA, QUINO, PREMIOS PRINCIPE DE ASTURIAS,./ SILENCIO POR FAVOR, SOÑAR EN SERIO,.

TÍTULO: REVISTA XL SEMANAL, PORTADA, QUINO, PREMIOS PRINCIPE DE ASTURIAS,.
Quino, ´´La vejez es mucho peor de lo que yo la dibujaba´´,.foto,.



Quino es un tímido profesional. Prefiere que sus dibujos hablen por él sobre la miseria humana, los desmanes de los poderosos, la vejez o la ...foto,.
Premios Príncipe de Asturias 2014 / Premio Principe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2014

Quino: "La vejez es mucho peor de lo que yo la dibujaba"

Quino es un tímido profesional. Prefiere que sus dibujos hablen por él sobre la miseria humana, los desmanes de los poderosos, la vejez o la muerte. Hace aquí una excepción para dibujarnos la realidad con sus propias palabras.
Tenía que empezar por eme... y le puso Mafalda. Nació para protagonizar una campaña publicitaria que nunca vio la luz. Las pocas tiras que Quino salvó de aquel encargo fallido cristalizaron en uno de los personajes más famosos de la historia del humor gráfico. A sus 82 años, Joaquín Salvador Lavado ha perdido vista y ya no dibuja. Lo que no ha perdido, ni de lejos, es la lucidez y el sentido del humor.
XLSemanal. Creo que se enteró de que no se llamaba Quino en el colegio, el primer día de clase...
Quino. Sí, sí. Cuando fui con mi madre a inscribirme y les dijo mi verdadero nombre, me asusté muchísimo [risas].
XL. El apodo lo distinguía de su tío, pintor y diseñador gráfico. Él le descubrió el dibujo, ¿no es así?
Q. Sí. Cuando le vi dibujar, observé que de su lápiz salían un montón de cosas. Cualquier cosa que quisiera crear estaba ahí dentro. Fue maravilloso, mágico... Sucede igual con la escritura. Dentro de un lápiz puede estar La divina comedia o un libro de cocina.
XL. Suele decir que es un gran tímido. ¿Por eso eligió el dibujo para expresarse?
Q. Por supuesto. El dibujo me ha ayudado mucho porque he tenido pocos amigos, pocas novias, poco de todo... Me he dedicado mucho a mi profesión. Hablar siempre me resultó complicado.
XL. Dice que nació en Mendoza, pero se crio en el Mediterráneo...
Q. Sí, porque hasta el colegio no tuve amigos argentinos. Españoles, italianos, sirios, libaneses... Hasta la escuela no tuve contacto con la Argentina.
XL. Posee usted la doble nacionalidad. ¿Qué tiene de argentino y qué de español?
Q. Lo español predomina en mi carácter porque toda mi familia era española. No soy el típico argentino que escucha el tango y se le cae una lágrima, ni quiere comer carne cada día. El tango lo aprendí a apreciar de mayor.
XL. Usted, como Mafalda, fue un niño muy politizado...
Q. Sí. La Guerra Civil empezó cuando yo tenía cuatro años. En mi casa se vivió muy mal porque la estábamos perdiendo. Luego empezó la II Guerra Mundial. Ibas al cine y veías lo que pasaba en Europa en los noticieros y las películas sobre la guerra. Me crie con aquellas tragedias humanas al alcance de la mano.
XL. Abandonó Bellas Artes y, con 18 años, se fue a Buenos Aires...
Q. Me arrepiento mucho de haber dejado de estudiar. Son las tonterías que uno comete en la adolescencia. Llegué a Buenos Aires desde una ciudad muy pequeña y eso siempre asusta. Compartía la habitación de una pensión con tres personas. No fue fácil, pero tenía mucha voluntad, porque lo único que quería hacer en la vida era dibujar.
XL. Mafalda nació de la forma más fortuita. ¿Qué hubiera sido de su carrera de no ser por aquel anuncio fallido para electrodomésticos Mansfield?
Q. Si no hubiera sido dibujante, creo que habría sido músico. Siempre me ha gustado la música porque en mi familia se tocaba la guitarra y se cantaba.
XL. Sin Mafalda, ¿habría plasmado sus obsesiones con otro personaje quizá?
Q. Ahora hay una exposición en Buenos Aires, Quino por Mafalda, donde se ven algunas de mis páginas de humor y viñetas de Mafalda. Pues la temática es la misma. De joven piensas que tienes muchas ideas, pero luego te das cuenta de que las 500 que creías tener son, en realidad, apenas cinco a las que le das muchas vueltas [se ríe]. Como las películas de Woody Allen.
XL. ¿Es cierto que la aversión de Mafalda a la sopa era una alegoría sobre los regímenes militares?
Q. Así es. Cuando era chiquito, me obligaban a tomar sopa. Luego aparecen los militares y te obligan a hacer cantidad de cosas que no quieres hacer. Y te ocurre lo mismo con la vejez: tu organismo te empieza a decir que esto ya no, aquello tampoco... Es como si llegase Pinochet a tu vida privada.
XL. Dibujó a Mafalda durante nueve años, pero hace cuatro décadas que hizo su última viñeta. ¿Le incomoda que todos le sigan preguntando por ella?
Q. No, es natural. A los músicos les pasa igual: no pueden tocar los temas que ellos consideran mejores. Supongo que es más fácil escuchar Para Elisa, de Beethoven, que es una musiquita de espera telefónica, que una sinfonía entera.
XL. Nunca han dejado de pedirle que la resucite. ¿Le molesta?
Q. No. Ya lo decía Pirandello: una vez que creas un personaje, la gente se lo apropia; es inevitable.
XL. Dejó de dibujarla poco antes del golpe en Chile. ¿La situación política precipitó el fin?
Q. Sí, porque, cuando empezaron las desapariciones y las torturas y las cárceles se llenaron de presos políticos, aunque sentía que tenía que denunciarlo de alguna manera, si lo hacía: o desaparecía yo también o no me lo dejaban publicar. Fue una época muy difícil. Tuve que irme a Italia. Estuve tres años sin volver a la Argentina. Cuando llegó la democracia con Alfonsín, democracia entre comillas pero democracia al fin y al cabo, volví.
XL. ¿Se ha autocensurado mucho a lo largo de su carrera?
Q. Sí, con los gobiernos militares hubo mucha censura en Argentina. Sabía que no podía tocar temas como la religión o el sexo. ¿Para qué vas a dibujar una página que no te van a publicar?
XL. Pero se considera usted un dibujante político, supongo...
Q. Sí, por supuesto que soy un dibujante político. Mi familia, de republicanos españoles, estaba muy politizada y era inevitable. Las películas de Charles Chaplin y Buster Keaton que vi cuando era pequeño también me inculcaron eso. De hecho, siempre me gustó hacer humor sin palabras, como ellos. Luego, las revistas me quitaron esa costumbre.
XL. ¿Cuál diría que ha sido el eje de su obra?
Q. La relación entre débiles y poderosos. En todos los ámbitos, no solo en política. En un restaurante, el camarero trata de ejercer su poder sobre ti. Lo mismo cuando vas al médico...
XL. ¿Y qué es lo que más le molesta de los poderosos?
Q. Lo insaciables que son. Siempre quieren más poder.
XL. Un dibujante es, ante todo, un observador de la realidad. ¿Qué ha aprendido sobre la condición humana?
Q. Lo mismo que al leer el Antiguo Testamento o analizar la Historia. Hay que tener fe en el ser humano y pensar que todo va a ir a mejor, pero es solo una convicción intelectual porque es difícil creérselo [se ríe].
XL. Tiene fama de pesimista...
Q. ¡No! Me considero un realista. Ocurren cosas espantosas en el mundo. Como el avión que abatieron en Ucrania. ¡A una señora le cayó un cadáver en la cocina! Es una escena que jamás se me hubiera ocurrido dibujar.
XL. Por cierto, ¿ser viejo es tal y como lo dibujaba en sus viñetas?
Q. No, ¡es mucho peor! [se ríe].
XL. ¿Ni una sola ventaja?
Q. Sí. Cuando escuchaba un concierto de Chopin con 20 años, me parecía un tipo liviano y romántico. A medida que escuchas a Chopin, Mozart o Beethoven descubres su riqueza. Es como la gente que me dice que cuando leían Mafalda con siete años no entendían nada y que ahora les gusta mucho más.
XL. Viene de familia de exiliados republicanos. ¿Le crea algún conflicto aceptar el Premio Príncipe de Asturias?
Q. He recibido muchas críticas de los republicanos españoles. Han dicho que es una traición a mi trabajo y a Mafalda. Esas cosas me hacen sentir muy incómodo. Por eso, me gustaría agradecérselo a Forges, Peridis y a todos los colegas que se alegraron. En todo caso, supongo que lo recibiré con mucha culpa porque mi abuela era comunista y antimonárquica y mis padres también [se ríe].
XL. El contexto es diferente, ¿no?
Q. Sí, lo es. Además, la monarquía española siempre ha estado bien vista. Bueno, hasta que algunos empezaron a hacer ciertas cosas...
XL. ¿Sigue la actualidad española?
Q. Mucho. Lo que más me preocupa de lo que leo en los diarios es que el franquismo no ha desaparecido. No se puede tocar el tema de las fosas. Y en los colegios, la Guerra Civil se estudia muy mal. Esas trabas me parecen siniestras. No se puede ocultar la Historia. La forma en la que se quitaron de encima al juez Garzón es muy sintomática.
XL. ¿Qué hace con esas cosas que le cabrean y que antes transformaba en viñetas?
Q. Lo comento con mi mujer o con algún amigo. Así es como me saco la bronca de encima, pero nada más que la bronca.
XL. ¿Y qué cosas le hacen reír?
Q. Me hacen mucha gracia los perros. Sobre todo, cuando los ves por la calle, muy apuraditos, y te preguntas: «¿Dónde irá este perrito? ¿Por qué está tan preocupado? ¿Es que le van a cerrar el banco?» [se ríe].

TÍTULO:  SILENCIO POR FAVOR, SOÑAR EN SERIO,.


  1. Quienes nos dedicamos a escribir sabemos que no se puede ser sublime sin interrupción; y también que esos escasos lapsos en los que se ...foto,.
     
    Quienes nos dedicamos a escribir sabemos que no se puede ser sublime sin interrupción; y también que esos escasos lapsos en los que se nos permite serlo suelen pasar inadvertidos, incluso al lector más avezado. Imagino que lo mismo ocurrirá con otros oficios relacionados con las artes: el alfarero, entre los cientos de vasijas que salen iguales de sus manos, sabrá reconocer aquella que ha modelado en pleno rapto de inspiración; y el retratista que siempre acierta a captar la fisonomía de sus clientes sabe, en su fuero íntimo, cuándo esa captación es tan solo oficio de virtuoso y cuándo -más raramente- logra penetrar el alma del retratado.
    Hablaba de estas cuestiones el otro día, mientras paseaba las calles de Santander, con mi amigo Enrique Álvarez, un escritor que acaba de publicar un excepcional libro de cuentos, Soñar en serio (Ediciones Valnera), lleno de terribles misterios y miedos subterráneos, bajo una apariencia realista. Enrique Álvarez es un buceador de psicologías abrumadas o culpables, un zahorí que logra rescatar en los yacimientos más dormidos de nuestra vida interior un cúmulo de reverberaciones que creíamos extintas, a través de un estilo transparente que como las aguas de los estanquesencubre un oscuro lecho donde anidan faunas imprevistas, a veces delicadas, a veces monstruosas.
    Como a mí mismo, a Enrique Álvarez le toca cargar con el remoquete de 'escritor católico', que en España es sambenito, pues instantáneamente hace creer a la gente lega o prejuiciosa que te dedicas a la literatura pía; cuando lo cierto es que Enrique Álvarez, pese a su condición de escritor casi secreto (o tal vez por ello mismo), es un superdotado explorador de los más sutiles problemas morales, que expone siempre como si fueran aventuras, de un modo ameno e irresistible, lleno de conocimiento del alma humana, y también de sabiduría sobre las cosas naturales y sobrenaturales. En Soñar en serio hay un puñado de cuentos pasmosos, a veces sostenidos sobre elipsis magistrales que esconden al lector el meollo de la trama, para dejarlo tembloroso hacia el desenlace; y en todos ellos uno cree percibir, como una brisa o un escalofrío, el aleteo del mal y el susurro de la gracia disputándose las vidas de sus personajes. Decía Flannery OConnor que la misión de la literatura era dar cuenta de «la batalla de la gracia en un territorio propiedad en gran parte del demonio»; y los cuentos de Enrique Álvarez podrían describirse como episodios de esa batalla, saldados con resultados muy diversos (y, con frecuencia, muy delicadamente ambiguos).
    Mientras compartía con Enrique Álvarez las impresiones de lectura que me había dejado su libro, me atreví a ponderarle muy especialmente un relato que se me antojó perfecto. Se titula La ley; y narra la historia de don Saúl Hernández, un bondadoso y anodino sacerdote, a quien un día cualquiera empieza a molestar que todo el mundo lo considere un santo. Don Saúl lo es, en efecto; pero considera que su santidad carece de mérito, porque es una actitud vital que no le exige renuncia ni sacrificio, como a la rosa no le exige sacrificio abrir sus pétalos. Don Saúl, harto de esa santidad impecable y ramplona, toma entonces la decisión de pecar, siquiera por saber qué siente el común de los mortales: prueba primero a robar un poco del dinero de una colecta destinada a Cáritas, concibe también la idea de masturbarse, o de lanzar alguna blasfemia, o hasta de refocilarse con una prostituta. Pero una y otra vez descubre que no es capaz de pecar, que no siente ningún estímulo ante la expectativa de infringir la ley moral... hasta descubrir que la libertad que le ha sido concedida al resto de los hombres, según la cual a cada momento toman decisiones que les permiten optar por el bien o por el mal, le ha sido negada a él. Don Saúl concluye entonces que es inmune a las asechanzas del demonio, no tanto por entereza como a causa de su irrelevancia; pero, entretanto, el mal se ha ido inmiscuyendo sigilosamente en su vida, como una filtración de agua venenosa. Naturalmente, no contaré el final del cuento, para no malograr su lectura a quien desee asomarse a las páginas de Soñar en serio.
    Mi amigo Enrique Álvarez sonrió, pudoroso y aturullado, cuando le dije que aquel cuento me había parecido sublime. Tal vez con mi comentario había logrado hacer realidad el sueño de cualquier escritor, que anhela que descubramos aquel pasaje de su obra en el que alcanzó la cúspide de su talento. Yo estoy seguro de que Enrique Álvarez aún habrá de alcanzar otras muchas cúspides, porque ha sido rozado ¡qué digo rozado, henchido! del quod divinum horaciano.

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