Voy a contra luz y no te encuentro.
Busco en los rincones de mi cuerpo.
Voy a contra luz, escuchando el murmullo del viento.
Me miras, me acerco no solo es un juego.
Comprendo que eres tú.
Voy a contra luz y no te encuentro.
Busco en los rincones de mi cuerpo.
Voy a contra luz, escuchando el murmullo del viento.
Contra luz y apareces tú. A contra luz desapareces tú
A contra luz.
Dominas mis pasos calculas lo que hago.
Tu ego duele más que tú.
Voy a contra luz y no te encuentro.
Busco en los rincones de mi cuerpo.
Voy a contra luz, escuchando el murmullo del viento.
Voy Contra luz en tu universo
Llevo tu perfume hasta en mis huesos.
Voy a contra luz recordando el sabor de tus besos.
A contra luz y apareces tu. A contra luz desapareces tú.
Quiero, te quiero
me muero y desespero.
¿Pero que te pasa?
¿por qué estás tan serio?
Quiero, te quiero
me muero y desespero.
¿Pero que te pasa?
Yo no soy de hierro.
Voy a contra luz y no te encuentro.
Busco en los rincones de mi cuerpo.
Voy a contra luz, escuchando el murmullo del viento.
Voy Contra luz en tu universo
Llevo tu perfume hasta en mis huesos.
Voy a contra luz recordando el sabor de tus besos.
A contra luz y apareces tu. A contra luz desapareces tú.
Voy a contra luz y no te encuentro.
Busco en los rincones de mi cuerpo.
Voy a contra luz, escuchando el murmullo del viento.
TÍTULO: ME GUSTA EL FUTBOL,.
¿Y qué?, dirán algunos.
Pues precisamente por eso vuelvo a
proclamarlo hoy, como una cuestión
de principios, porque hay un “y qué”
en esto de que a las mujeres nos
guste el fútbol, mejor dicho, en esto
de que las mujeres no disimulemos
nuestra afición al fútbol. Mis amigos
lo saben y no me ponen caras raras
cuando repaso la hora del partido del
Real Madrid para hacer planes de
fin de semana. Tampoco les extraña
que me ponga la camiseta de España
para ir a ver a la selección. Y mi hijo
todavía me riñe cuando salto y grito
por los goles de mi segundo equipo,
el Athletic de Bilbao, que es el suyo, pero comienza a
resignarse. Y eso que me riñe en casa, porque si me
viera hacerlo en público –he procurado que no sea
testigo–, me repudiaría como madre.
Lo malo es que todavía tengo que dar
explicaciones a mucha otra gente, como si esto
de la afición al fútbol fuera una especie de tara en
una mujer. Lo he comprobado varias veces, por
ejemplo, cuando llego a una reunión, o a la sala de
maquillaje de una tele, con mi Ipad conectado al
Yomvi mientras veo un partido, de mis equipos,
o de cualquier otro: de la Juve, para ver si marca
Fernando Llorente; o del Nápoles de Higuain,
Callejón y Albiol. Hasta he estado por hacerme
también del Manchester City, siguiendo a un
hincha del City que me contagió su entusiasmo,
pero he renunciado, no por falta de ganas, sino por
no aumentar mi cuota de sufrimiento por cada
derrota, que bastante tengo con las de mis equipos.
El hincha en cuestión era hombre y no tuve que
darle explicación alguna sobre mi afición.Pero forma parte de la minoría. De hecho, he dividido a los hombres en dos grupos: aquellos a los que hay que dar explicaciones por tu afición al fútbol y, no obstante, siguen mirándote con reprobación, y los avanzados, los igualitarios de verdad, esos que debaten contigo sobre el particular o te proponen quedar para ver el próximo partido del Madrid.
De la misma manera que hay dos grupos de mujeres, supongo que dirán muchos hombres, las que sospechan de todo el que se dé hidratante o se mire dos veces al espejo antes de salir, y las igualitarias que les recomiendan la mejor hidratante y proponen ir juntos de tiendas. Lo malo es que también hay dos grupos de mujeres en lo que respecta al fútbol y las aficiones tradicionalmente masculinas. Las que no se avergüenzan de asumirlas y las que las evitan o no las confiesan, para no parecer demasiado masculinas. Lo que no importaría tanto si el problema se limitara al fútbol.
Pero tengo una impresión cada día más definida de que afecta a todo tipo de actividades, incluidas las profesionales. Que todavía son muchas las mujeres que sacrifican su naturalidad para hacer lo que las hace públicamente más femeninas. Lo que va desde no llevar la voz cantante, no expresar exceso de seguridad o no competir agresivamente con un hombre, hasta disimular el forofismo futbolístico. Y todo por gustar a hombres tradicionales, esos tipos aburridos que ni siquiera son capaces de hablar de fútbol contigo.
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