miércoles, 5 de marzo de 2014

PRIMER PLANO, Manipulación, juegos sexuales, 43 puñaladas, degollamiento...28 años de condena./ REVISTA XL SEMANAL,PORTADA, Alfredo Fraile: "Para soportar los caprichos y rabietas de Julio, hay que tener una pasta especial",.

TÍTULO: PRIMER PLANO, Manipulación, juegos sexuales, 43 puñaladas, degollamiento...28 años de condena.
  1. En primer plano

    Amanda Knox-fotos,.

    Esta chica estadounidense acaba de ser declarada culpable por segunda vez. La justicia italiana la acusa de matar a sangre fría a su compañera de piso cuando ambas eran estudiantes en Perugia. Sin embargo, no todo está claro en este caso plagado de contradicciones. Amanda vive ahora en EE.UU. y lucha para no ser extraditada a Italia. Hablamos con ella.


    Manipulación, juegos sexuales, 43 puñaladas, degollamiento...28 años de condena. "Yo no lo hice". El 2 de noviembre de 2007, Mereddith Kercher -una estudiante inglesa del programa Erasmus y de 21 años- apareció muerta en su habitación, en el piso de Perugia (Italia) que compartía con otras estudiantes. Había sido degollada y su cuerpo presentaba 43 cuchilladas. Su compañera de piso, la estadounidense Amanda Knox, de 20 años, y su novio, Raffaele Sollecito, de 24, fueron acusados del crimen días después. En 2009 se les condenó por el asesinato, pero un tribunal de apelación los absolvió dos años más tarde.
    El pasado enero, el Tribunal Supremo italiano los volvió a condenar. Un asesinato extraordinariamente sangriento, un juicio tan confuso como polémico y unos protagonistas inquietantes han convertido el crimen en noticia internacional. Cuando en octubre de 2011 su condena y la de Sollecito fueron revocadas por irregularidades en la investigación, Knox regresó a EE.UU., donde trata de rehacer su vida. Ha vuelto a la universidad para terminar sus estudios y tiene nuevo novio, James. En marzo del año pasado, el Tribunal Supremo ordenó la celebración de un nuevo juicio. Mientras estuvo en la cárcel, habíamos intercambiado varias cartas. El 3 de abril me envió un correo: «La noticia me ha resultado tan angustiosa como incomprensible, pero me he estado preparando para esta nueva montaña rusa emocional». Estaba convencida de que volverían a absolverla. Convinimos en encontrarnos personalmente por primera vez una semana antes del veredicto. 
    Knox sugiere que nos reunamos en un café próximo a su casa, en Seattle. Después de haber estado escribiéndonos durante casi cinco años, sigo sin estar seguro de a quién voy a encontrarme. Knox es una joven bajita y delgada, vestida con pantalones y zapatos planos. No se ha maquillado, y en su piel son visibles algunas erupciones. Sorbe un café con leche y habla de la universidad, de que está haciendo nuevos amigos... «No quiero que mi vida sea eso». Y 'eso' significa la acusación de asesinato y todo lo que implica. Pero, según reconoce, al final, siempre llega el momento en que tiene que revelar su verdadera identidad.Habla sobre la forma en que los medios de comunicación han descrito su carácter. «La gente ha exagerado lo extraño de mis reacciones. Pero es que a mí me daba igual lo que la gente pudiera pensar. No pensaba que para causar buena impresión era mejor quedarme sentada y quietecita. Si estaba angustiada y tenía el impulso, me levantaba del asiento y empezaba a pasearme de un lado a otro. Ahora, me ando con mucho más cuidado».
    Le pregunto por el beso que se dio con Sollecito en la puerta de la casa la mañana posterior al asesinato de Kercher y que tan malo fue para su imagen. «La prensa lo presentó como si yo no albergara el menor sentimiento. Dieron a entender que estaba morreándome con mi novio porque estoy obsesionada con el sexo. En realidad, me sentía hundida y devastada. ¡La prensa tomó imágenes toda la mañana, pero en la tele tan solo aparecieron cinco segundos!». Knox reitera que, si sonreía en el juicio, tan solo lo hacía en atención a su familia. «Porque no quería que me vieran asustada, quería levantarles el ánimo. Todo se reducía a interactuar con las personas a las que quiero, para que se sintieran mejor».
    ¿Está visitando a un psicólogo? «No. Lo he intentado dos veces, pero me parece una salida fácil. Siempre me digo que tendría que ser capaz de poner mi cabeza en orden por mi cuenta, lo que tampoco termina de ser verdad», reconoce. ¿Está tomando antidepresivos? «¡Ni hablar! -me contesta-. Estoy en contra de los antidepresivos. El problema no está en los elementos químicos de mi cerebro; está en la realidad. Y no me parece buena solución engañar al cerebro para que reinterprete la realidad de una forma más bonita».
    ¿Sigue fumando marihuana o ha dejado de hacerlo después de que la Fiscalía argumentara que el cannabis trastornó su mente? «Sí, lo he dejado. Aunque nunca fui una fumadora habitual de 'maría', por mucho que la gente pensara lo contrario. Y lo que está clarísimo es que no maté a nadie por haberme fumado un 'petardo'. Que dos chavales sin ningún antecedente de violencia se hayan convertido en dos depredadores sexuales psicópatas por fumar 'maría' es rizar mucho el rizo», agrega con amargura.
    Pregunto si la prisión la ha cambiado, y Knox no sabe por dónde empezar. Sonríe. «Bueno, está claro que cuando veo una película ya no me fijo en tonterías como las botas de la protagonista». Según indica, toda su familia está muy afectada. «Mi madre ahora es incapaz de concentrarse en algo. Ya no puede ni leer. Mi hermana menor de pronto ha madurado muchísimo. Mi padre está muy afectado, triste. Yo soy mucho más antisocial. Me siento incómoda en los lugares donde hay mucha gente. Tengo menos calma. Mi familia me dice que ahora me tomo muy a pecho cualquier minucia. Y yo, bueno, pues me disculpo. Mi familia está muy unida».¿Se siente frustrada cuando la gente le dice que nunca va a saberse lo que pasó en realidad? «Me parece que está clarísimo que yo soy inocente. Con las pruebas de que disponen es imposible que puedan acusarme de haber cometido ese crimen».
    ¿Por qué es imposible? «Meredith era amiga mía, y yo jamás hubiera hecho una cosa así. No tengo el menor antecedente delictivo. Y en el dormitorio no encontraron el menor rastro mío. En el cuarto había sangre por todas partes, muestras de la persona que cometió el crimen. Las pruebas circunstanciales que apuntan en mi dirección son irrelevantes, pura basura. Y el hecho es que la Fiscalía nunca ha podido explicar por qué en la habitación no había muestras de mi ADN». Knox parece indignada. Le pregunto cómo es posible que confesase que estuvo en el lugar de un asesinato y llegase a implicar a un inocente. De forma tranquila, empieza a explicar: «Lo primero que te dicen es que tienes que acordarte y que, si no te acuerdas, van a meterte en la cárcel. Yo sentía remordimientos por encontrarme tan confusa. La Policía hacía lo posible por que sintiera remordimientos. Después, me aseguraron que Raffaele les había dicho que yo no había estado con él en su casa, lo que me descolocó. Y no era cierto. Luego, me mostraron ese mensaje en el teléfono móvil. '¡Trate de acordarse!', insistían. '¿Quién es este Patrick al que envió un mensaje? En el mensaje pone bien claro que este tal Patrick se olvidó algo por allí'. Yo llevaba horas devanándome los sesos, pero no me acordaba de nada, y ellos no hacían más que chillarme y decirme que, si no me acordaba, me caerían 30 años por complicidad con el asesino». «Finalmente les di el nombre de Patrick, y al momento me puse a llorar. Pensaba que, ¡por Dios!, todo cuanto me decían por fuerza tenía que ser verdad. Seguramente era cierto que había presenciado el asesinato de mi amiga, pero ahora me sentía tan traumatizada que ni siquiera llegaba a recordarlo. Terminaron por comerme la cabeza y convencerme de la veracidad de esta espantosa versión de los hechos... Me sentía tan abrumada que estuve llorando durante no sé cuánto tiempo. Estaba delirando...». Con los ojos anegados, hace una pausa y explica: «Yo no era más que una niña cuando todo eso pasó. ¡Yo aún era una niña! No estaba preparada para algo así». Los siguientes días volví a ver a Amanda en la casa de su madre, rodeada por su familia. Con ellos vio en la televisión el 30 de enero a un juez italiano confirmar la sentencia inicial: Sollecito y Knox son declarados culpables de asesinato y condenados a 25 y 28 años de cárcel, respectivamente.
    El 3 de febrero, cuatro días después del veredicto, llamé a Knox. «Me siento totalmente perdida. Es verdad que estoy mejor aquí, en los Estados Unidos, donde la gente sigue creyendo en mí... Pero una vez le hablé de la sensación de ser una mujer marcada. Que todos me vieran como una mujer absuelta de un asesinato ya era malo, pero mucho peor resulta que te vean como una criminal. Duele mucho. Hago lo posible por vivir el instante, por mantenerme ocupada, porque de lo contrario todo resulta demasiado abrumador. Me siento como si me hubieran diagnosticado un cáncer».
    TODAS LAS PISTAS DEL CRIMEN -El asesinato. Meredith Kercher, una estudiante inglesa de 21 años, aparece muerta en su piso de Perugia el 2 de noviembre de 2007. Ha sido degollada y acuchillada. Está semidesnuda. Ha mantenido relaciones sexuales. Le han robado sus tarjetas, dos móviles y 300 euros. El cuerpo es hallado por una de sus compañeras de piso -Amanda Knox-, su novio -Raffaele Sollecito- y dos agentes de Policía a los que llaman al sospechar que ocurre algo extraño. La puerta de la habitación de Kercher estaba cerrada con llave. -La detención. Cuatro días después, la Policía detiene a Knox y Sollecito. Amanda, estadounidense de Seattle, tiene 20 años y lleva seis meses en Perugia estudiando idiomas y Literatura. Raffaele, de 24 años, estudia Ingeniería. Son pareja desde hace solo cinco días. La teoría de la Policía es que ambos -que habían tomado alcohol y drogas (marihuana, según ellos mismos)- asesinaron a Meredith por negarse a participar en un juego sexual. -El interrogatorio. El interrogatorio a Amanda se prolonga cuatro días. Ella accede a declarar sin abogado y en italiano, idioma que no domina. Esa declaración es el origen de sus problemas. Confiesa haber estado en la casa y haberse tapado los oídos para no oír los gritos de Kercher. Y acusa del asesinato a Patrick Lumumba, su jefe en un bar en el que trabajaba como camarera. Horas después se retracta. Dice que los policías la han intimidado. Pero vuelve a caer en contradicciones. Lumumba es detenido, pero tiene una coartada sólida. -Sollecito. Raffaele Sollecito también se contradice en sus declaraciones ante la Policía. Primero dice que Amanda estuvo con él en su apartamento esa noche, pero que se fue de madrugada. Luego, que no se fue hasta las diez de la mañana. El italiano también alega presiones policiales. El fiscal lo presenta como un pelele manipulado por Amanda. Él admite estar fascinado por ella, mucho más experta que él en materia sexual. Pero niega cualquier implicación en el crimen. -La prensa. La prensa sensacionalista entra en juego. Knox es presentada por amigos anónimos como consumidora habitual de drogas, devoradora de hombres... y hasta se analiza al milímetro la fría mirada de sus ojos azules. En su contra juegan detalles como el beso que ella y Sollecito se dieron al día siguiente de la muerte de Kercher. Hasta su mote de cuando jugaba a fútbol, Foxy Knoxy, que hacía referencia a su destreza, se interpreta ahora como 'zorra' -La investigación. Esta es confusa. En el dormitorio donde murió Kercher no hay restos de ADN de Knox ni Sollecito. Solo hay ADN de una tercera persona: Rudy Guede, un italiano originario de Costa de Marfil con antecedentes policiales. Guede había huido a Alemania, pero el 20 de noviembre lo detienen. Reconoce haber estado en la casa de Meredith. Dice que mantuvo relaciones sexuales con ella y fue al baño. Cuando volvió, vio a un desconocido con un cuchillo huyendo. Desde el baño no oyó nada porque llevaba puestos los cascos. -Versión guede. Rudy Guede varía su versión con los días. Dice que, al volver del baño, se encontró a Knox y a Sollecito matando a Meredith. Nada menos que 43 puñaladas. Y, confundido, no hizo nada. Luego huyó por miedo a verse implicado. Pero cuando la Policía usó como señuelo para encontrarlo a un amigo suyo al que grabó, dijo que Knox no estaba implicada y que no conocía a Sollecito. La relación real entre los tres implicados no está clara. El marfileño era amigo de unos vecinos de Meredith y Amanda y podría ser su proveedor de marihuana. -Otros rastros. La investigación abre otras vías para implicar a los novios. La Fiscalía encuentra una pequeña muestra del ADN de Knox, mezclado con el de Kercher, en un cuchillo descubierto en el piso de Sollecito, que en principio se consideró como posible arma del crimen, aunque nunca se llegó a determinar que lo fuese. También detectó el ADN de Sollecito en una pequeña hebilla arrancada del sujetador de Kercher. La muestra es tan mínima que algunos expertos no la consideran válida. -La defensa. La defensa de Knox y Sollecito se centra en que no hay ADN en la escena del crimen, no hay móvil y no tienen antecedentes. La parte menos coherente son sus declaraciones. Amanda dijo haber vuelto a casa tras pasar la noche con Sollecito y haber visto gotas de sangre en el baño, pese a lo cual se duchó sin alarmarse. Tan solo se asustó cuando vio heces en el retrete [este detalle será, a la postre, relevante]. Vio que la puerta de Meredith estaba cerrada. Entonces volvió a casa de Sollecito y llamaron a la Policía. -El juicio. Este comienza en mayo de 2008. En diciembre de 2009, dos años después de la muerte de Kercher, Knox y Sollecito son condenados como sus asesinos: Amanda, a 28 años y Raffaele, a 25. [A Knox le caen tres años adicionales de condena por difamar a Lumumba]. Rudy Guede había sido condenado antes, en juicio rápido, tras acceder a declararse culpable. A él le cayeron 30 años, pero la pena se le reduce a 16 por implicar a Amanda y Raffaele. -Absolución. Los condenados recurren la decisión del tribunal. En octubre de 2011, sus condenas son revocadas por un tribunal de apelación. El informe pone en entredicho la actuación policial y la investigación forense. Desestiman las pruebas de ADN en el cuchillo y en el tirante del sujetador. Una vez absueltos, Sollecito vuelve a sus estudios en Florencia y Amanda regresa de inmediato -Nueva condena. Los abogados de Meredith recurren y logran un nuevo juicio. En enero de 2014, Knox y Sollecito son declarados culpables por el Tribunal Supremo, que ratifica su condena. Ahora, el fiscal plantea que el móvil no es una fantasía sexual, sino una discusión por la higiene del piso [a raíz de las heces en el baño]. A Sollecito lo detienen en la frontera con Suiza, donde su familia tiene casa. Amanda apela a los estadounidenses para que veten su extradición. Ambos han recurrido la decisión. La siguiente sentencia, en 2015.
     

    1. Fue el mánager, la sombra y el hombre de confianza de Julio Iglesias durante 15 años. Una época clave para el ascenso del que ha sido el ...
     
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    Alfredo Fraile: "Para soportar los caprichos y rabietas de Julio, hay que tener una pasta especial"

    Fue el mánager, la sombra y el hombre de confianza de Julio Iglesias durante 15 años. Una época clave para el ascenso del que ha sido el artista español con más éxito internacional. Alfredo Fraile, a punto de publicar sus memorias, nos recibe en Miami y habla de todo: Isabel Preysler, sus hijos, sus amantes, la mafia...
    ¿Sabes lo que te digo? Que estoy hasta los cojones de ti, que no te aguanto más. Y ahora, si tienes lo que debes tener, cierra un segundo tus ojos porque cuando los abras no me verás más. Ni ahora ni en tu puta vida».
    Alfredo Fraile dejó a Julio Iglesias en la cresta de la ola. Le había costado 15 años ayudar a que su cliente se comiera el mundo y, cuando lo consiguió, una noche le soltó las cuatro frescas que pusieron punto final a su vida juntos. Ocurrió en Quebec en el verano de 1984, en plena gira de 1100 Bel Air Place, el mayor éxito comercial de la carrera de Iglesias. De pronto, Fraile, que había obrado el milagro de convertir a un cantante romántico de la España franquista en el mayor artista español por ventas y popularidad de la historia, estaba en la calle.
    Alejado de España durante mucho tiempo, sus hazañas, sin embargo, habían trascendido en ámbitos insospechados.Por eso, Adolfo Suárez le encargó el diseño de su campaña en el 86; Berlusconi lo fichó para obtener un canal de televisión en nuestro país; Hernández Mancha le pidió ayuda para modernizar Alianza Popular; el Grupo KIO lo puso al mando de su política de comunicación en España; y el rey Hasan II confió en él para estrechar lazos con nuestro país. En el apartamento de Miami donde vive con la que es su esposa desde hace 44 años, Fraile recibió a XLSemanal para repasar su vida en un adelanto en exclusiva de Secretos confesables [Ediciones Península].

    XL. Trabajar con Julio Iglesias le cambió la vida, ¿no?
    A.F. Sí, cuando lo dejé, todo el mundo me ofrecía trabajo. La gente pensaba que había hecho milagros.
    XL. Iglesias, Suárez, Berlusconi..., ¿a cuál de sus jefes le ha gustado menos oír la verdad?
    A.F. A Julio. Es el más inseguro de todos. Yo lo llamaba Míster No, porque de entrada te decía que no a todo. ¡A todo! Luego lo hacía. Casi siempre. Y que conste que yo no viví el Julio en avión privado, viví el de los aviones de pedales y los autobuses. Fuimos país por país tocando en cabarés de mala muerte. Llegabas a Colombia, arrasabas, te ibas a Venezuela y no te conocía nadie. Julio encandilaba por donde pasaba, pero trabajamos como cabrones.
    XL. ¿Se ha sentido liberado al contar todo lo referente a Julio Iglesias?
    A.F. Pues sí. Mi relación con él fue casi de hermanos, de luchar juntos contra todos... y contra él mismo.
    XL. ¿Isabel Preysler también iba con ustedes en autobús?
    A.F. Sí, sí... ¡Lo que sufrió la pobre con Julio! Ella es de una familia bien, pero siempre se portó fenomenal.
    XL. Que Julio Iglesias se casara con una chica de 19 años y filipina, ¿cómo se tomó en la España de 1971?
    A.F. Muy bien. Bueno, la madre de Julio, doña Charo, no tan bien. La llamaba «la china».
    XL. ¿Ese paso, la boda, fue el único que no planificó usted?
    A.F. Yo, de hecho, pensaba que no le convenía. Me parecía una locura. Era el cantante romántico y solitario y, si se casaba, no iba a vender lo mismo. Pero tenían que hacerlo, claro, Isabel estaba embarazada. Recuerdo que me dijo: «Alfredo, te lo juro, solo nos hemos acostado una vez. Bueno, como mucho dos» [ríe]. Se llegó a hablar de aborto, pero para Julio nunca fue una opción. Y, ¡oye!, al final tuvo tres hijos estupendos, que es lo más importante. Isabel y Julio nunca se han arrepentido de haberse casado.
    XL. Planearon una boda secreta y, al final, aquello se llenó de fotógrafos y periodistas. Cuenta usted que Isabel lo pasó fatal ante aquel acoso de la prensa. Quién lo diría hoy, ¿no?
    A.F. Sí, es que aquel fue su bautismo de fuego con la prensa. Pobrecilla, era una niña de 19 años que quería una ceremonia íntima y, cuando vio aquello lleno de gente, no se lo podía creer. Pepe Aguilera, el cura que los casó, me decía: «Alfredo, nunca he visto llorar tanto a una novia». ¡Toda la boda!
    XL. Usted fue testigo de situaciones por las que hoy en día se pagaría una fortuna. Por ejemplo, de la separación...
    A.F. Sí, es cierto, y eso no lo ha contado nadie. Porque yo estuve allí aquel día, en Barajas, cuando Isabel apareció por sorpresa y le soltó un: «Julio, tú tuviste que pedirme muchas veces que nos casáramos, pero yo solo te voy a decir una vez que nos separemos».
    XL. ¿Se lo esperaba Julio?
    A.F. Bueno, en Argentina siempre andábamos rodeados de chicas, y el enfado de Isabel crecía cada día con las historias que circulaban por ahí. Tenían unas broncas por teléfono impresionantes. «Bueno, me va a tirar los platos a la cabeza, pero vuelvo a casa, reconduzco la situación, le prometo que me portaré bien, que lo más importante son ella y los niños...». Debió de pasar el vuelo desde Buenos Aires intentando metérselo en la cabeza, porque Julio se creía sus propias mentiras. Alguna vez ya le dije: «¡Eh, que eso me lo inventé yo! ¡Que esa mentira es mía!» [se ríe].
    XL. ¿Y qué pasó al llegar a Barajas?
    A.F. Isabel lo esperaba en la sala de recogida de equipajes. No sé cómo la dejarían entrar, pero allí estaba para pillarlo descolocado y que no la pudiera camelar. Fue un golpe.
    XL. En todo caso, se separaron en buenos términos, ¿no?
    A.F. De hecho, lo de Barajas fue tranquilo, sin elevar el tono; no montaron una escena. Y rápido. Después firmaron un comunicado que redactamos Jaime Peñafiel y yo. Nadie se enteró hasta que salió la noticia. No lo supo ni mi mujer.
    XL. ¿Isabel no puso reparos?
    A.F. Ninguno. El acuerdo de separación fue amistoso. El juez llegó y dijo: «A ver, 85.000 pesetas [510,86 euros] para la casa y que usted y los niños tengan tal y tal». Era una cantidad bastante modesta, la verdad, pero no pidió más: «Pues muy bien, lo que usted diga». Imagino que, a medida que los niños han crecido, para colegios y demás no habrán tenido problemas. No lo sé, pero Isabel siempre pensó en los niños, quería que aquello no provocara traumas. Isabel nunca ha sido una mujer interesada, siempre fue una gran señora.
    XL. Pinta usted a Julio Iglesias, sin embargo, como un hombre tremendamente tacaño...
    A.F. Él piensa que la gente solo está con él por su dinero. Pero eso de mí nunca lo pudo decir, porque al principio yo tenía más dinero que él... y hasta pedí un préstamo para arrancar. Eso me otorgó una influencia única. Nadie le decía lo que yo le decía. Fui el único que afirmó: «Me lo juego todo por ti». Porque nadie daba un duro por él. Ni él mismo.
    XL. Hay una escena reveladora en su libro. Chabeli, Julio José y Enrique viendo la tele en casa, alguien llega para avisar de que los llama su padre y Chabeli responde: «Bah, será que ha llegado el fotógrafo del ¡Hola! y quiere que posemos».
    A.F. Es que siempre se han sentido abandonados por él. Lo quieren mucho, lo adoran, porque es su padre, pero... Es una familia desestructurada. Entre su familia y su carrera, Julio escogió su carrera.
    XL. Y cuando pudo apoyarlos, como cuando Enrique lanzó su primer disco, dice usted que lo criticó ferozmente...
    A.F. Es que a Julio que su hijo grabara un disco y no le dijera nada le hirió el orgullo. Le comentó que el disco era un desastre. «¡Si me hubieras dejado a mí! ¡Si te hubiera aconsejado!». Pero Enrique conoce muy bien a su padre y sabía que, si quería tener su propia carrera, no debía contar con él.
    XL. ¿Julio le habría obligado a hacer un disco con su estilo?
    A.F. Claro. Y Enrique y Julio no tienen nada que ver.
    XL. Hay otra escena, cuando Chabeli encuentra un tanga de una de las conquistas de su padre en su habitación...
    A.F. Sí, bueno, aquella casa nunca fue un hogar para los chicos. Julio nunca tuvo otra inquietud aparte de su carrera; bueno además de estar moreno y bien acompañado. Él ha triunfado, estará satisfecho, pero eso le ha provocado carencias que sus hijos han sentido. Espero que con los cinco que ha tenido con Miranda tenga más relación.
    XL. ¿Y qué cara pondrá Isabel Preysler cuando sepa que usted la espió por orden de Julio?
    A.F. No sé. Eso fue cuando la situación ya estaba calamitosa. Julio ve que Isabel le está diciendo que lo suyo se ha roto y él piensa que quizá haya otra persona. Así que me pide: «Alfredo, a ver si te puedes enterar de si existe otro». La vigilé y vimos que no había nadie, que simplemente ya no aguantaba más.
    XL. ¿Cree que Iglesias ha temido que usted publicara un libro sobre él?
    A.F. Más que mi libro, debe temer el de Toncho Nava, que fue su asistente personal durante 30 años. Era su persona de máxima confianza y conoce secretos más inconfesables que los míos. Imagínate, 30 años de entrega y de repente te llama la secretaria: «Oye, que no vuelvas». Y sin indemnización.
    XL. Lo mismo le ocurrió, cuenta usted, a la chilena Adriana Ainzúa, asistente personal de Iglesias durante siete años, que murió de cáncer...
    A.F. Sí, sí. Ella le cocinaba, lo vestía, lo desvestía, vigilaba su intimidad... ¡Una santa! Porque para soportar durante tanto tiempo todos los caprichos y rabietas de chiquillo de Julio, hay que estar hecho de otra pasta. A Adriana la despidió de repente y sin darle un duro. Al cabo de unos meses apareció su cuñado diciendo que Adriana tenía cáncer y que no se podía pagar el tratamiento que necesitaba. Julio le envió dinero durante varios meses, pero un día cortó el grifo al sospechar que lo habían timado. Y al poco de eso, en Buenos Aires, mientras comíamos en un restaurante, apareció Adriana con una peluca. Se la quitó ante Julio y le soltó: «He venido para que sepas que no te he engañado jamás». Dio media vuelta y se fue.
    XL. ¡Madre mía!
    A.F. ¡Imagínate el shock! Luego me pidió que la buscara para disculparse, pero ella ya no quería saber nada de Julio. Y al final se murió. En fin, todos tenemos defectos. No creo que vaya a destruir a nadie con mi libro, los ídolos tienen pies de barro y los mitos siempre se destruyen a sí mismos.
    XL. El mito que sí destruye usted en el libro es el de que Julio Iglesias se había acostado con 3000 mujeres...
    A.F. ¡Es que... vamos!XL. 3000 no, pero ¿y 2999?A.F. [Se ríe]. No, imposible. Aunque es verdad que Julio ha sido un hombre mujeriego y seductor al que, además, siempre lo han buscado las mujeres. Una foto con él era para muchas un trampolín a la fama.
    XL. Supongo que muchas de esas mujeres no se conformaron solo con meterse en la foto...
    A.F. Hombre, lo que querían, claro, era meterse en su cama. Lo más increíble que nos ocurrió fue, en México, cuando una loca de 40 y pico años llamó a la habitación como a las dos de la madrugada y me firmó allí un cheque por 25.000 dólares para acostarse con él. «Pero, señora, ¿está usted loca?» [se ríe]. Y luego yo, que les dejo ahí hablando, me voy a dormir y al día siguiente le pregunto: «Julio, ¿qué pasó?». Y él: «Pobre señora». Y yo: «¡Quééé! ¡Cómo que pobre señora!». «Sí, bueno, es que no estaba mal, ¿no? A ver, ¿tú qué habrías hecho?». Y yo: «Bueno, en fin... sí, no estaba mal». Y entonces le dije en broma: «Oye, ¿y el cheque?». «Lo rompí, por supuesto». «¿¡Cómo!? ¿Y mi 20 por ciento?». Me lanzó un zapatazo [se ríe a carcajadas].
    XL. Pero podría haber llevado una pistola...
    A.F. Bueno, eso también nos pasó en México. Entramos en un ascensor y se nos metió un hombre con un revólver diciendo que a ver por qué su mujer estaba tan obsesionada con Julio Iglesias, que a ver qué había entre Julio y su mujer. Nosotros le decíamos que no conocíamos de nada a su esposa, pero no las tenía todas consigo. Hasta que Julio le dijo: «Mire, yo con quien duermo todas las noches es con este señor. Así que no tema por su mujer, es imposible que yo me acueste con ella». Y se calmó, oye [se ríe]. Nos ha pasado de todo. Es que estábamos en todos lados.
    XL. Y cada día en un sitio distinto.
    A.F. Así es, como cuando vinimos a Miami por primera vez, en 1973, que nos querían matar los cubanos. No hemos pasado más miedo en la vida. Le empezaron a tirar cosas a Julio y a gritar: «¡Comunista!, ¡castrista!». Y Julio, desde el escenario: «Oiga, ¡que yo soy más de derechas que usted!» [ríe]. Fue lo último que pudo decir, porque las mesas volaban. Tuvimos que escapar al camerino.
    XL. Pero ¿qué les ocurrió?
    A.F. Nos salieron tres conciertos en Coral Way, un barrio muy latino. A Julio nadie lo conocía, pero aquello se llenó. Era un éxito rotundo y Julio quiso lanzar un guiño cariñoso al público y no se le ocurrió otra cosa que decir: «Muchas gracias. Espero poder ir pronto a Cuba a cantar a sus familiares». Y así, sin más, empezaron a llover cosas.
    XL. Volviendo a las 3000 mujeres...
    A.F. [Se ríe] A ver...
    XL. A veces, usted lo organizaba todo para que él conociera a una determinada mujer. ¿Le molestaba aquello o, sin más, era una parte más de su trabajo?
    A.F. No pensaba en ello. Simplemente cuidaba de todo lo relacionado con Julio. De todos modos, no le gusta que le pongan las señoras en bandeja, que se las metas en la cama. Quiere seducirlas.
    XL. ¿Así que nunca le hizo de Celestina?
    A.F. Bueno, a veces me las arreglaba para que coincidiera con alguna [se ríe]. Con Priscilla Presley, por ejemplo. Luego fue muy gracioso, porque una noche, en una discoteca, su mánager me dijo: «Oye Alfredo, que Julio la trate con cuidado, que esta señora es la viuda de Elvis». Y, de repente, miro a la pista y Priscilla le está metiendo a Julio un 'morreo' de cuidado. Yo, alucinado, le digo: «¡Pero bueno, dile a la tuya que se controle, que el mío está formalito!» [se ríe]. También contribuí a su romance con Sydne Rome. Él la cortejó, pero la primera noche se quedó con las ganas. Su amor fue de verdad, intenso, hermoso. Les brillaban los ojos al mirarse. Las revistas anunciaron el romance a bombo y platillo, pero ellos nunca lo hicieron oficial.
    XL. Cuenta, por cierto, que Julio pagaba aumentos de pecho a sus amantes en Los Ángeles.
    A.F. Sí, sí... Les decía: «Tú debes tener un pecho más bonito». Y las mandaba a un cirujano famoso. Iban por la mañana, y por la tarde regresaban con el implante puesto. Él siempre ha buscado mujeres positivas, que le alegraran la vida. Siempre me decía: «Alfredo, si son modelos o azafatas, mejor».
    XL. ¿Cuántos relojes Cartier ha regalado Julio?
    A.F. Uno por cada amante [se ríe]. Bueno, yo hace 30 años que ya no estoy con él, pero sé que el joyero Santiago Villar sigue siendo su amigo y estoy seguro de que aún le suministra relojes, a pesar de que ahora dicen que es un hombre casado y serio. Pero no hay por qué creérselo, ¿no?
    XL. Vaitiaré, la que fue su novia durante siete años, escribió un libro donde acusó a Julio Iglesias de haberla introducido en el mundo de las drogas y en experiencias sexuales con otras mujeres...
    A.F. Vaitiaré se pasó dos pueblos. Muy poca gente la creyó. Supongo que le pagaron un buen dinero por escribirlo.
    XL. Dijo Vaitiaré que esnifó cocaína con Julio en su habitación...
    A.F. A ver, lo que pasaba en el dormitorio de Julio solo sus amantes y él lo saben. Lo que yo puedo decir es que nunca lo vi consumiendo drogas, salvo una vez que él y todo el equipo se pusieron ciegos de marihuana en la finca de Juan Barragán, en México, a finales de los setenta. Pero jamás percibí que nos rondara cualquier tipo de estupefacientes.
    XL. ¿Vaitiaré fue la única despechada?
    A.F. La verdad es que ninguna le ha recriminado nada. Y con Vaitiaré te diré que, después de aquel libro, ella ha vuelto a casa de Julio como invitada. No sé si se lo ha perdonado o no le ha dado mayor importancia. Pero es que a la única mujer a la que ha engañado Julio ha sido a Isabel. Todas las demás han sabido desde el principio que no eran las únicas. Les decía: «Yo soy así».
    XL. Sin usted, Julio no habría sido un mito. Y ¿sin ella?
    A.F. Isabel es una mujer clave en su vida y lo será hasta que se muera. Fue, además, de las pocas personas que confió en su carrera y que lo ayudó. Porque había mucha gente que no veía nada en Julio. Su familia, por ejemplo... Su madre prefería a su hermano Carlos, que se subió al carro después para encargarse de la parte económica. Y luego estaba su padre, que adoraba a Julio, pero que tampoco... Y luego le desbordó todo aquello.
    XL. Hombre, y que lo secuestró ETA...
    A.F. Ese ha sido el episodio más dramático que he vivido en mi vida con Julio. Él se sentía culpable: «Lo han secuestrado por ser mi padre». No comía, no dormía, no podía trabajar... Fue un sufrimiento tremendo para Julio.
    XL. ¿Con qué soñaba cuando empezaron?
    A.F. Primero, con España, claro, pero fue creciendo hacia América Latina; empezó a cantar en italiano, francés, japonés y llegó un día en que había que asaltar los Estados Unidos. Eso fue una lucha a muerte. Julio ha sido el único español que ha conseguido triunfar allí de verdad. Y a su pesar, porque ya te digo que Julio era Míster No.
    XL. ¿Recuerda alguna negativa irritante de Julio?
    A.F. En los Estados Unidos, yo removía cielo y tierra para conseguirle cosas inalcanzables y el tío siempre me decía que no. Por ejemplo, le consigo el asiento junto a Michael Jackson para los Grammy, en la gala en que Thriller se llevó ocho premios, y cuando se lo cuento: «¿Qué pinto yo al lado de Michael Jackson? Él va a recoger premios, ¿y yo? No pinto nada ahí. No voy». ¡Lo quería matar!
    XL. En esos años se decía que trataban con la familia Gambino. En su libro lo confirma: «No voy a negarlo: anduvimos con la mafia».
    A.F. Eran fans de Julio, iban a sus conciertos. Además, eran socios de muchos de los casinos donde actuábamos y llegaban a pagar hasta un millón de dólares por semana. Nos invitaban a sus restaurantes, incluso estuvimos en la mansión de Paul Castellano, el supercapo.
    XL. ¿Y no sentían que estaban 'tratando' con fuego?
    A.F. No, porque nos trataban de maravilla. Hasta que un día vimos el cadáver de Castellano con más de 96 balazos en todas las portadas. Ahí decidimos que era mejor mantener las distancias.

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