El lunes -6- febrero por La 2 a las 23:30,.
El sufrimiento de Véronique / fotos.
En Portada recuerda la entrevista con la madre de un terrorista yihadista recientemente abatido,.
Apenas me enteré de la noticia, me vino a la cabeza su rostro.
A Véronique Loute le entrevistamos para el reportaje Yo vivo en Molenbeek y no solo no puso ninguna pega para ello, a pesar de ser un tema tan duro, sino que ella misma se ofreció para acudir a un pequeño hotel del centro de Bruselas, donde, nos dijo, hablaríamos más tranquilos. Tiene 66 años aunque aparenta muchos más. El sufrimiento que lleva padeciendo desde que descubrió que su hijo se había alistado a las filas del Estado Islámico le ha pasado factura. Y lo peor es que ella misma se echa la culpa de ello, ¿Qué he hecho mal? Se preguntaba una y otra vez porque no lograba adivinar cuál habría podido ser la razón por la que un chico normal, con una vida familiar plena y crecido en un ambiente tranquilo, podía haberse alistado en un grupo tan sanguinario, tan cruel.
Al principio teníamos ciertos reparos por si las preguntas iban a ser dolorosas para ella, pero enseguida nos habló de su hijo, de su infancia y de pequeños detalles. De pronto se quedaba dormida en medio de la entrevista. Una gran dosis de tranquilizantes que le ayudaba cada día a conciliar el sueño eran los culpables. Nosotros guardábamos silencio en aquellas pausas obligadas y de repente se espabilaba para seguir con su relato. Nos contaba que hablaba con él vía Skype desde un ciber-café y que rogaba porque no estuviera implicado en alguna de aquellas terribles matanzas que se habían llevado por delante la vida de tantas personas. Con cierta tristeza nos comentaba que una vez le pidió a su hijo: “No me llames, no me llames más” porque le había colgado, mientras ella al otro lado, escuchaba disparos y que esto le había dejado con el alma en vilo, pero continuó: “enseguida me arrepentí”. Véronique es ante todo madre y no quería perder lo poco que tenía ya de su hijo, esas pequeñas conversaciones en las que le relataba esa vida, que por más vueltas que le daba su madre, no podía entender. Se lo llevaron un día como a tantos otros que alistaron en ese ejército de odio. Le reclutó un belga-belga nos decía, utilizando el término que se usa en ese país para definir a los belgas que no tienen origen extranjero. Le fue convenciendo poco a poco.
La rabia se apoderaba de su rostro tranquilo cuando mencionaba a ese individuo que a ella le robó lo más querido. Nos contó que cuando su hijo apenas tenía 11 años quiso bautizarse en la iglesia católica y que ella le acompañó; y la cara de extrañeza del sacerdote cuando le dijo que era cosa del chico; que le llevaba con ella a manifestaciones que reivindicaban causas sociales; que era un chico al que le gustaba ayudar a los demás. Nos contó también su conversión al Islam: “no me opuse en absoluto”, decía, haciéndonos hincapié en que hay que desvincular la religión de todos esos actos terroristas. Pero de repente un día le empezó a notar extraño. Su hijo tenía 22 años. A pesar de estar tan unido a ella, dejó de hablarle. Al principio Véronique pensó que podría tener sus propios problemas, que estaría preocupado por cualquier cosa, pero nunca imaginó que haría las maletas para marcharse a Siria.
“Me da un vuelco el corazón cuando oigo de algún acto terrorista. Durante minutos, que se me hacen horas, espero una llamada que me confirme que mi hijo no ha sido el autor”.
En medio de su triste relato nos contó algo que seguramente no ha
dejado de darle vueltas: En una de esas llamadas su hijo le había dicho
que le habían entregado una esposa como premio por sus combates pero
que a él no le gustaba. Por primera vez en nuestra conversación a
Véronique se le cambia el rostro porque nos confiesa que unos meses
después descubrió que tenía un nieto. “Ahora -nos decía- no solo me
preocupo por mi hijo, también por mi nuera y mi nieto”
A veces nos parecía que se iba a echar a llorar pero a pesar de su aparente fragilidad, Véronique es una mujer muy fuerte y si no lo fuera, hubiera sido imposible que formara una asociación de padres y madres que al igual que ella han sufrido esta triste experiencia. Ni habría tenido fuerza para ir a los estudios de televisiones y a los periódicos a contar su caso por si pudiera servir para prevenir que otros puedan tomar la triste decisión que tomó su hijo. Aunque tenía asumido que sería muy difícil poder volver a verle, me imaginé por un momento la pena que ha debido sentir al escuchar de su muerte, saber que jamás volvería aquel niño que ella recordaba, del que ella nos hablaba casi sin darse cuenta de que ese niño un día se había ido. Y me acordé de sus palabras. De que a pesar del cautiverio vivido ahora se preocupaba también de su nuera y su nieto. Así es Véronique Loute, una mujer que ha acudido a Paris para pedir a la Cruz Roja su ayuda para encontrar a sus dos nietos menores de tres años que presuntamente, siguen junto a su madre en Raqa, en Siria. Su hijo Sammy Djedou murió el 4 de diciembre por el ataque de un dron en Raqa (Siria)
El Pentágono lo incluye en la lista de 16 líderes del Estado Islámico y le acusa de la organización de los atentados de Paris en 2015,.
A Véronique Loute le entrevistamos para el reportaje Yo vivo en Molenbeek y no solo no puso ninguna pega para ello, a pesar de ser un tema tan duro, sino que ella misma se ofreció para acudir a un pequeño hotel del centro de Bruselas, donde, nos dijo, hablaríamos más tranquilos. Tiene 66 años aunque aparenta muchos más. El sufrimiento que lleva padeciendo desde que descubrió que su hijo se había alistado a las filas del Estado Islámico le ha pasado factura. Y lo peor es que ella misma se echa la culpa de ello, ¿Qué he hecho mal? Se preguntaba una y otra vez porque no lograba adivinar cuál habría podido ser la razón por la que un chico normal, con una vida familiar plena y crecido en un ambiente tranquilo, podía haberse alistado en un grupo tan sanguinario, tan cruel.
Al principio teníamos ciertos reparos por si las preguntas iban a ser dolorosas para ella, pero enseguida nos habló de su hijo, de su infancia y de pequeños detalles. De pronto se quedaba dormida en medio de la entrevista. Una gran dosis de tranquilizantes que le ayudaba cada día a conciliar el sueño eran los culpables. Nosotros guardábamos silencio en aquellas pausas obligadas y de repente se espabilaba para seguir con su relato. Nos contaba que hablaba con él vía Skype desde un ciber-café y que rogaba porque no estuviera implicado en alguna de aquellas terribles matanzas que se habían llevado por delante la vida de tantas personas. Con cierta tristeza nos comentaba que una vez le pidió a su hijo: “No me llames, no me llames más” porque le había colgado, mientras ella al otro lado, escuchaba disparos y que esto le había dejado con el alma en vilo, pero continuó: “enseguida me arrepentí”. Véronique es ante todo madre y no quería perder lo poco que tenía ya de su hijo, esas pequeñas conversaciones en las que le relataba esa vida, que por más vueltas que le daba su madre, no podía entender. Se lo llevaron un día como a tantos otros que alistaron en ese ejército de odio. Le reclutó un belga-belga nos decía, utilizando el término que se usa en ese país para definir a los belgas que no tienen origen extranjero. Le fue convenciendo poco a poco.
La rabia se apoderaba de su rostro tranquilo cuando mencionaba a ese individuo que a ella le robó lo más querido. Nos contó que cuando su hijo apenas tenía 11 años quiso bautizarse en la iglesia católica y que ella le acompañó; y la cara de extrañeza del sacerdote cuando le dijo que era cosa del chico; que le llevaba con ella a manifestaciones que reivindicaban causas sociales; que era un chico al que le gustaba ayudar a los demás. Nos contó también su conversión al Islam: “no me opuse en absoluto”, decía, haciéndonos hincapié en que hay que desvincular la religión de todos esos actos terroristas. Pero de repente un día le empezó a notar extraño. Su hijo tenía 22 años. A pesar de estar tan unido a ella, dejó de hablarle. Al principio Véronique pensó que podría tener sus propios problemas, que estaría preocupado por cualquier cosa, pero nunca imaginó que haría las maletas para marcharse a Siria.
“Me da un vuelco el corazón cuando oigo de algún acto terrorista. Durante minutos, que se me hacen horas, espero una llamada que me confirme que mi hijo no ha sido el autor”.
A veces nos parecía que se iba a echar a llorar pero a pesar de su aparente fragilidad, Véronique es una mujer muy fuerte y si no lo fuera, hubiera sido imposible que formara una asociación de padres y madres que al igual que ella han sufrido esta triste experiencia. Ni habría tenido fuerza para ir a los estudios de televisiones y a los periódicos a contar su caso por si pudiera servir para prevenir que otros puedan tomar la triste decisión que tomó su hijo. Aunque tenía asumido que sería muy difícil poder volver a verle, me imaginé por un momento la pena que ha debido sentir al escuchar de su muerte, saber que jamás volvería aquel niño que ella recordaba, del que ella nos hablaba casi sin darse cuenta de que ese niño un día se había ido. Y me acordé de sus palabras. De que a pesar del cautiverio vivido ahora se preocupaba también de su nuera y su nieto. Así es Véronique Loute, una mujer que ha acudido a Paris para pedir a la Cruz Roja su ayuda para encontrar a sus dos nietos menores de tres años que presuntamente, siguen junto a su madre en Raqa, en Siria. Su hijo Sammy Djedou murió el 4 de diciembre por el ataque de un dron en Raqa (Siria)
El Pentágono lo incluye en la lista de 16 líderes del Estado Islámico y le acusa de la organización de los atentados de Paris en 2015,.
TITULO: Comando Actualidad - GUERRA DE PRECIOS - MIERCOLES -8- FEBRERO ,.
Guerra de precios / foto.
¿Por qué una mandarina encarece su precio hasta un 800 por
cien? ¿Qué hace que un kilo de café cueste 60 euros? Buscamos a los
responsables de poner el precio a lo que comemos. El azúcar, el cacao,
los cereales o el café son materias primas que cotizan en bolsa, muy
lejos de los estantes en los que llenamos nuestra cesta de la compra.
¿Quién o quiénes incrementan el coste de los alimentos? Cada vez más,
consumidores y productores buscan mercados sin intermediarios. ¿Es sólo
una cuestión de precios?
Viajamos a Valencia para saber por qué una mandarina es 800 veces más cara cuando llega a nuestra mesa que cuando fue recogida del árbol. Los campos de Juanjo dan diez variedades diferentes de clementinas. Es uno de los 700 productores valencianos que vive de los cítricos, ha decidido poner sus mandarinas en manos de una cooperativa. Él cultiva y la cooperativa se encarga de lo demás: paga a los jornaleros que recogen la fruta, clasifica, lava y la envasa para ponerla en la red comercial. Juanjo no logra vender sus clementinas por encima de los 20 o 22 céntimos de euros el kilo.
En Mercavalencia, el mayor mercado mayorista de productos frescos y congelados de la Comunidad Valenciana, encontramos a Salvador, se levanta a las tres y media de la mañana para poder vender directamente su fruta a los dueños de las tiendas. Produce, recolecta, transporta, envasa y etiqueta sus propias naranjas. Consigue así sacar mayor beneficio a su tierra. Ha tomado esa decisión después de que las grandes cadenas alimentarias no le compren el producto si no es al precio que ellas marcan.
El café es la segunda materia prima que más dinero mueve en el mundo después del petróleo. Pablo es catador. Recibe muestras de los países productores, lo catan en una oficina en Madrid y, si el café es bueno, ordenan la compra. Distribuyen café a 250 empresas repartidas por todo el planeta. Su jefe, Fernando, está atento a las subidas y bajadas de las bolsas. Los fondos de inversión invierten en comida. El café es una de las materias primas que nunca baja de precio. Lo que cuesta una taza de torrefacto se decide muy lejos de los lugares en los que los consumidores llenamos la cesta de la compra. Pero hay un café que no ha llegado a los mercados financieros, no lo necesita. El café que se cultiva en el Valle de Agaete, en Gran Canaria, se vende a 60 euros el kilo. Como no tienen competencia, son los mismos agricultores los que ponen el precio. En dos meses lo tienen todo vendido.
Cada vez son más los productores que venden directamente a los consumidores. Clarita
ha conseguido un viejo sueño: vende sus nabos, rábanos y lechugas en su
tienda de barrio. Empezó con la guía telefónica buscando clientes,
ahora los clientes la buscan a ella. Sus zanahorias valen dos euros el
kilo. Vende más caro que las grandes superficies, pero compite, dice,
con la posibilidad de mostrar al consumidor donde las cultiva. Con el
auge de la venta directa ha surgido un nuevo mediador: La Colmena que
dice sí. Entre agricultor y consumidor hay un intermediario como Susana.
En su peluquería organiza encuentros entre agricultores y clientes una
vez al mes. Ella se lleva un ocho por ciento de las ventas. ‘Guerra de
precios’, este miércoles -8- febrero por La 1 a las 22:40, en Comando Actualidad.
TITULO: MI CASA ES LA TUYA - JOSE BONO - MIERCOLES -8- FEBRERO.
Viajamos a Valencia para saber por qué una mandarina es 800 veces más cara cuando llega a nuestra mesa que cuando fue recogida del árbol. Los campos de Juanjo dan diez variedades diferentes de clementinas. Es uno de los 700 productores valencianos que vive de los cítricos, ha decidido poner sus mandarinas en manos de una cooperativa. Él cultiva y la cooperativa se encarga de lo demás: paga a los jornaleros que recogen la fruta, clasifica, lava y la envasa para ponerla en la red comercial. Juanjo no logra vender sus clementinas por encima de los 20 o 22 céntimos de euros el kilo.
En Mercavalencia, el mayor mercado mayorista de productos frescos y congelados de la Comunidad Valenciana, encontramos a Salvador, se levanta a las tres y media de la mañana para poder vender directamente su fruta a los dueños de las tiendas. Produce, recolecta, transporta, envasa y etiqueta sus propias naranjas. Consigue así sacar mayor beneficio a su tierra. Ha tomado esa decisión después de que las grandes cadenas alimentarias no le compren el producto si no es al precio que ellas marcan.
El café es la segunda materia prima que más dinero mueve en el mundo después del petróleo. Pablo es catador. Recibe muestras de los países productores, lo catan en una oficina en Madrid y, si el café es bueno, ordenan la compra. Distribuyen café a 250 empresas repartidas por todo el planeta. Su jefe, Fernando, está atento a las subidas y bajadas de las bolsas. Los fondos de inversión invierten en comida. El café es una de las materias primas que nunca baja de precio. Lo que cuesta una taza de torrefacto se decide muy lejos de los lugares en los que los consumidores llenamos la cesta de la compra. Pero hay un café que no ha llegado a los mercados financieros, no lo necesita. El café que se cultiva en el Valle de Agaete, en Gran Canaria, se vende a 60 euros el kilo. Como no tienen competencia, son los mismos agricultores los que ponen el precio. En dos meses lo tienen todo vendido.
TITULO: MI CASA ES LA TUYA - JOSE BONO - MIERCOLES -8- FEBRERO.
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