miércoles, 5 de marzo de 2025

El Telediario La 1 - Ascetismo ideológico y lujuria tecnológica ,. / EL MAGO DEL TIEMPO - La tormenta deja hasta 130 litros en el levante almeriense ,. / Volando voy - Jesús Calleja - Fernando Aramburu - Escritor ,.

     TITULO:  El Telediario La 1 - Ascetismo ideológico y lujuria tecnológic,.

 

Ascetismo ideológico y lujuria tecnológica,.

 Ascetismo y lujuria. Santiago Alba Rico

foto / Me parece muy peligroso pedirle más compromiso antirracista a nuestros artistas que a nuestros políticos,.

Vivimos en un mundo extraño que combina del modo más inquietante el ascetismo ideológico y la lujuria tecnológica.

Vayamos por orden. El ascetismo ideológico tiene que ver con lo que el filósofo francés Olivier Roy llama “aplanamiento del mundo”, es decir, con la obsesión por la transparencia contractual, cuya consecuencia es el destierro de la ambigüedad y la penumbra de todos los ámbitos de la existencia, incluidas la sexualidad y la ficción, dos de los manantiales más poderosos de la cultura humana. A Marcel Proust (al que releo sin mala conciencia mientras el tecnofeudalismo hace jirones la democracia global) le molestaba mucho la dificultad de algunos críticos para abordar las obras en su autonomía narrativa, al margen de las virtudes o vicios de su autor. Decía que “una novela con teorías (con mensaje) es como un objeto al que se ha dejado puesta la etiqueta con el precio”. Esa etiqueta incluye, claro, la personalidad del artista, al que en contextos puritanos, como lo es el actual, se exige que sea ejemplar y produzca obras igualmente ejemplares. Ahora bien, confundir la etiqueta del precio con el valor del producto significa el fin de la ficción, al que deberíamos dar tanta importancia como a la extinción de los elefantes o a la desaparición de las selvas.

Pienso, por ejemplo, en el caso de la actriz Karla Sofía Gascón, víctima perfecta, casi bíblica, de este ascetismo ideológico; pienso, es decir, en la felicidad que ha producido, a derecha e izquierda, la metedura de pata de una mujer transgénero. Porque me temo que de eso se trata. En realidad, como explica Isaac Rosa en un magnífico artículo, Karla Sofía Gascón ha sido condenada, vilipendiada, devorada por las jaurías digitales no por sus viejas y detestables declaraciones racistas e islamófobas, sino por su condición trans, lo que a mi juicio revela también, si nos empeñamos en medirlo todo en términos de “batalla cultural”, la derrota de las posiciones menos ascéticas. Podría suceder, quiero decir, que se le perdonen sus declaraciones precisamente por ser trans, y que en la balanza entre dos criterios políticamente correctos (el rechazo del racismo y el rechazo de la transfobia) se imponga el segundo, de manera que Karla Sofía Gascón gane el Óscar, pese a su racismo, por su condición de género. Que hasta ahora haya ocurrido lo contrario dice mucho acerca de la victoria transversal del puritanismo reaccionario incluso en sectores de la izquierda y del feminismo.

Ahora bien, me parece un error medirlo todo en estos términos. Se piense lo que se piense de la autodeterminación de género, lo que se olvida es que Gascón es una actriz y que se la ha propuesto para el Oscar por su interpretación del personaje de Emilia Pérez (y Manitas del Monte) en una obra de ficción, no por su compromiso político. Es normal que deseemos admirar personalmente a los que admiramos en la ficción, y es inevitable que el descubrimiento de que los autores y los actores que amamos no piensan lo mismo que nosotros ni defienden nuestras ideas políticas (o defienden las contrarias y hasta las más objetivamente reprobables) nos produzca una fuerte decepción, pero me parece muy peligroso pedirle más compromiso antirracista a nuestros “narradores” que a nuestros políticos, y ello hasta el punto de arruinar la carrera cinematográfica de una brillante actriz por unos tuits miserables, mientras Trump encierra a inmigrantes en Guantánamo, y Meloni intenta hacer lo mismo en Albania. No hay que confundir a Emilia Pérez, personaje que parasita el cuerpo de Karla Sofía Gascón, con el alineamiento político de esta en la vida real (que a veces es mucho menos verdadera que la ficción). Debemos reivindicar nuestro derecho inalienable a escuchar a Emilia Pérez y a criticar a Karla Sofía Gascón. Podemos discutir, por supuesto, sobre el valor cinematográfico de la película de Audiard y también sobre las declaraciones de la actriz, pero creo que no nos damos cuenta de hasta qué punto nos debilita mezclar ambas cosas: la lucha contra el ascetismo ideológico forma parte también de la lucha contra el neofascismo, y la defensa de la separación autor/obra es la única garantía de que podamos seguir introduciendo efectos civilizatorios desde la ficción. Personalmente, me atrevería a decir que el bien que nos hace la existencia del personaje Emilia Pérez es muy superior al daño que hacen los tuits de Karla Sofía Gascón.

Hay que añadir que, como rasgo de época, este ascetismo ideológico es acompañado (y compensado) por lo que llamaría “lujuria tecnológica”. Todo lo que no nos permitimos ya en términos culturales (la ruptura, el riesgo, la exploración de los límites) se nos impone desde la tecnología. No me refiero solamente a la economía y la comunicación, ahora casi indiscernibles (ni a la utopía libertariana de Musk y compañía), sino a la capacidad material de hacer realidad nuestras fantasías y, por lo tanto, nuestras pesadillas. Decía Marx (más o menos) que cada época solo se hace las preguntas que puede responder. Como el propio Marx sabía, si esto fuera totalmente cierto no habría ni progreso ni emancipación. Pero no cabe duda de que nuestras representaciones y nuestros proyectos están atados a los medios tecnológicos de los que disponemos en un momento dado. Quiero decir —no sé— que la Torre de Babel era una fantasía, pero si en 1930 se puede “imaginar” el Empire State Building es porque ya existen el hormigón, el acero y el vidrio, materiales sin los cuales el rascacielos no hubiese podido mantenerse en pie. El peligro hoy es que nuestra fantasía y nuestra imaginación coinciden en un contexto tecnológico y digital potencialmente ilimitado.

En el campo de la cultura, digamos que la novela es mucho menos fantasiosa que el cine, que nació casi como una forma de prestidigitación (pensemos en Méliès) y cuya dependencia (y libertad) tecnológica es mucho mayor. Hoy la renderización y la inteligencia artificial, al servicio de la fantasía, dejan muy poco margen a la imaginación; por otro camino, la tecnología concurre también, sí, a ese “aplanamiento” del mundo en virtud del cual podemos ver materializado ante nuestros ojos, sin velos ni ambigüedades, de manera inmediata, todo lo que concibe nuestra mente (muchas de cuyas ocurrencias estarían mejor ocultas). Como sabía el propio Proust, la limitación de medios ha tenido siempre dos ventajas: la primera, que selecciona solo las soluciones materialmente posibles, de manera que deja fuera muchas fantasías deplorables; la segunda, que obliga a construir los propios recursos a la hora de superar un límite narrativo, lo que asegura la conexión entre la innovación y la tradición. Lo peor que puede decirse de muchos productos culturales (desde íntimos o decorativos hasta cinematográficos, digitales o arquitectónicos) es que hacen realidad todos nuestros sueños.

Esta combinación no es inocua; creo que resume los peligros de ese capitalismo autoritario, reaccionario y poshumanista que la victoria de Trump nos obliga a conjugar ya en presente. Políticamente, somos cada vez más puritanos y carecemos más de imaginación; tecnológicamente, somos cada vez más antipuritanos y nos dejamos llevar más por la fantasía. El ascetismo ideológico, que nos impide reconocer la autonomía de la ficción, nos hace impotentes respecto de la realidad e intolerantes respecto de la imaginación; la lujuria tecnológica, por su parte, nos deja a merced de la fantasía. Todo puritanismo se vuelve, por su propia inercia, autoritario; toda fantasía, si está dotada de los medios materiales, destructiva. ¿No son estos dos elementos los que explican al mismo tiempo las políticas de género de Trump y su política exterior? ¿Su conservadurismo moral y su utopismo digital? Su propuesta criminal de expulsar a los palestinos de su propia tierra para construir un complejo turístico, ¿no es la expresión más monstruosa y acendrada de la victoria de la fantasía sobre la imaginación? Inmigrantes en su propio país, hay que retirar de la playa, como si fueran escombros, a dos millones de seres humanos para construir la Torre de Babel y destruir el mundo.

 

TITULO: EL MAGO DEL TIEMPO - La tormenta deja hasta 130 litros en el levante almeriense,.

 La tormenta deja hasta 130 litros en el levante almeriense,.

 La tormenta deja hasta 130 litros en Cuevas de Almanzora

foto / La lluvias de las últimas horas han provocado daños en algunos puntos del levante almeriense como Villaricos y Palomares donde han descargado más de 130 litros por metro cuadrado y la previsión es que siga lloviendo, aunque con menos intensidad. Se han registrado una treintena de incidencias.

Caminos anegados, ramblas secas que han salido, bajos de viviendas afectados especialmente en Palomares y Villaricos, donde el agua ha dejado muchas incidencias que se están evaluando, ninguna persona afectada, aunque hubo que desalojar un camping de autocaravanas en Palomares y atender a sus ocupantes en el centro de salud. Este sábado han caído en estas pedanías de cuevas de Almanzora 130 litros.

En municipios como Turre la tormenta descargó 86 litros por metro cuadrado, 82 en Vera donde también se han producido anegaciones en viviendas y calles junto a la playa y salida de ramblas.

El temporal de frio y precipitaciones ha dejado una importante cantidad de copos a más de mil metros sobre el nivel del mar. Por ello ha sido necesario el uso de cadenas en varias carreteras.

 

TITULO:  Volando voy -  Jesús Calleja - Fernando Aramburu - Escritor   ,. 

 Este domingo - 9 - Marzo a las 21.30,Cuatro emite una nueva entrega de 'Volando voy',fotos,.

 Fernando Aramburu - Escritor ,.

«No escribo bagatelas, entro en lo oscuro del ser humano»,.

«Me siento extraño en todas partes, y eso es bueno para un escritor», dice el narrador donostiarra - Publica 'Hombre caído', una inquietante colección de relatos «sin moraleja» en los que casa angustia, ironía, muerte, terror y humor,.

El escritor Fernando Aramburu, narrador y autor de 'Patria' que regresa al cuento.
 
El escritor Fernando Aramburu, narrador y autor de 'Patria' que regresa al cuento.

A Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) le satisface más escribir cuentos que novelas. El autor de 'Patria' engavilla una inquietante colección de relatos en 'Hombre caído' (Tusquets). Ficciones tan divertidas como oscuras que entran en la trastienda de nuestras conciencias. Una mujer abandona a sus padres enfermos para fotografiar ardillas; un hombre tendido en la calle al que no pueden ayudar los transeúntes, o la compra de un peluche de segunda mano que se torna algo terrible. Sorpresa, angustia, ironía y terror conviven en los cuentos de un narrador que se siente «extraño en todas partes».

–Un placer saludarle tras su 'muerte digital' ¿Gajes del oficio?

–Temí que mi madre se llevase un gran susto, pero fue una simple anécdota.

–¿No es síntoma de la muerte de la verdad? ¿De que nada es fiable?

–No creo que la hayamos matado la verdad. Antes una muerte falsa se quedaba en el barrio. Hoy la difusión es formidable. Nuestra intimidad se airea tengas o no relevancia.

–¿La literatura es una preciosa manera de mentir para decir verdades como puños?

–La palabra mentira me resulta muy antipática. Tiene una intención dolosa. Prefiero hablar de ficción, para la que somos animales muy dotados. Los mayores nos revelan la vida por medio de la ficción, nuestro primer aprendizaje. Un conocimiento exhaustivo de la vida requiere muchos años, conversaciones, experiencias, viajes... y la ficción suplanta la realidad al tiempo que la muestra.

–Los cuentos de este libro son inquietantes. Hielan la sonrisa.

–Cuando escribo cuentos tiendo a mostrar los aspectos menos nobles y más oscuros de la especie humana. No sé por qué. Quizá el formato se presta. No es raro que combine la crueldad con el humor, la muerte con la burla. Va con mi manera de ser. Son las historias que me gusta contar y leer.

–¿Son cuentos con moraleja?

–Jamás escribo para conducir a los lectores a una enseñanza. Son reflejos de la vida.

–De vidas llenas de piruetas, mentiras, abandonos, sevicias, traiciones...

–En mis cuentos se solapan varias historias No escribo costumbrismo ni trato de retratar al ser humano de mi época, cosa que podría hacer en las novelas. No me apetece escribir bagatelas. Hasta donde el talento me lo permite, entro en ámbitos inquietantes, oscuros y malvados de la especie humana. Lo inconfesable es parte de nuestras vidas.

–¿La novela es transpiración y el cuento inspiración?

–Me produce rechazo definir el cuento en contraposición con la novela. Son mundos creativos distintos, por más que ambos sean la elaboración de un texto. Pero tienen razón quienes definen el cuento como un género centrípeto. No admite la pérdida de atención, el exordio o la conformación de personajes. Deben estar hechos de fábrica.

–¿Le satisface más abrochar un cuento que una novela?

–Escribir cuentos es lo que más me gusta. Gozo con más intensidad. El cuento exige instinto, olfato e intuición. La novela es planificación e intensidad. Requiere mucho oficio, horario, constancia, documentación... Un profesionalismo que despacho de la mejor forma posible.

 
Fernando Aramburu.  
 

–Chéjov, Poe, Carver, Salinger, Kafka, Rulfo, Kafka, Conrad…? ¿Afinidades?

–Los he leído a todos de manera activa, analizándolos con la esperanza de robarles trucos y recetas. Ya me gustaría que me hubieran influido. Algo se me habrá quedado. Añado a Ignacio Aldecoa, José María Merino, Cristina Fernández Cubas o Emilia Pardo Bazán, cuya desventaja es no haber escrito en inglés o francés.

–¿Confía más en sus personajes que en sus semejantes?

–Sí. Los personajes piensan y hacen lo que les dicto. Pero mi literatura nace de la fascinación por mis semejantes, que combina la veneración y el rechazo. No pienso con ingenuidad que todo el mundo es bueno. Tampoco creo que todos sean malos.

–¿Hay que incomodar al lector, agarrarle por los hombros y zarandearlo?

–Quizá. Como lector, no tengo nada en contra del placer estético, ni dejo de dormir por leer textos que me atemorizan o incomoden. Pero cuanto más complejo sea el pisto más rico estará.

–Tiene una obra reconocida, pero no aparece ni en las quinielas de la RAE ni del Cervantes.

–Ni falta que hace. No me quita el sueño ni lo uno ni lo otro. Estudié filología, pero no estoy preparado para ser académico. No es lo mío. No podría asistir con regularidad a las sesiones. Escribir es recompensa suficiente. Mi editorial me apoya y difunde muy bien mis libros. Desmentiría la educación que recibí si exhibiera en público la quejumbre. Hay un requisito necesario para ganar el Cervantes, la senectud, que no cumplo ni deseo cumplir.

–Vive en Hannover. ¿Qué siente ante la escalera ultra en Alemania y otros países?

–Estoy empeñado en que la realidad política no ocupe demasiado espacio en mi vida. Me cansa. A mi edad, poco puedo intervenir en asuntos públicos. Pero siempre creí que alguna razón tienen quienes hablan de la condición pendular de la historia. No hay nada definitivo en la acción humana. Ahora circulan una serie de esperanzas, de soluciones drásticas que son inquietantes por cuestionar la convivencia. Y eso no me gusta.

–¿Alguna vez le hicieron sentirse extranjero o excluido en Alemania?

–Me siento extraño siempre y en todas partes. También en mi tierra natal. Por lo que he visto y por mi manera de ser. Hay una suerte de membrana que me separa de lo que me rodea. Una sensación de extrañeza que es buena para escribir. Llegas a los lugares como observador y debes aprenderlos e interpretarlos. Te fijas en cosas que no ven los lugareños. Pero persiste esa sensación de no pertenencia, de ser un poquito raro, distinto. Visito mi ciudad y veo que he dejado de leerla. Ha desaparecido una gran parte de mi infancia, sus comercios, se han derribado edificios…No tengo la sensación de estar asimilado al paisaje. No puedo reprochar a Alemania que me haya tratado mal. Al contrario. Fui muy motivado, no como un emigrante que se juega la vida cruzando el mar. Podría contar alguna anécdota y como alguien me faltó el respeto por hablar con acento, pero son minucias en comparación con la cantidad de amigos y el buen trato recibido.

–En Estados Unidos prolifera el saludo nazi, ¿cómo en los años veinte y treinta?

–Cometemos el error de explicar el presente mediante cotejos con el pasado. No creo que estemos igual que en los años 30. Pero es cierto que el pasado ofrece un escaparate de mitos y modelos, algunos indeseables, que produjeron enormes tragedias. Pero así de momento frágil es el ser humano cuando gestiona enormes realidades colectivas sin preparación, sin buenas intenciones e intereses particulares.

-En tiempos de crispación y polarización, en la era del odio ¿el humor es más necesario que nunca?

–Sin humor la vida sería insoportable. La crispación es la sustitución del humor y la ironía por el cabreo. Quien quiera estar cabreado los cuatro días que vivimos, allá él. El humor no es una elección para mí. A veces me freno para no ser inoportuno. Siempre elogio el humor de mi padre. Disfrutaba haciéndonos reír y me lo contagió. El humor tiene un ingrediente de elegancia y de antídoto contra el sentimiento trágico de la vida. Pero no todo humor es comedia. El mío no persigue la risa.

–¿Qué le quita el sueño?

–No vivo solo. No me gusta sufrir, ni ver sufrir. Ni ciertas derivas colectivas. No pierdo de vista avatares políticos. Alemania es un país cercano a Ucrania y el eco de las explosiones llega más que a otros lugares. Esa presencia constante de la muerte, de los edificios derruidos, de los misiles que atraviesan el cielo, de los arsenales... todo me inquieta.

–El éxito literario y el bombazo de 'Patria' ¿le cambió la vida para bien o para mal?

–El éxito lo deciden los demás. Tiene un ingrediente de trastorno innegable. Pero no me quejaré. Ha sido positivo en el doble sentido. Lo digo sin tapujos. Me ha dado lectores y estabilidad económica, algo que no había conocido en mi vida. Eso significa que puedo dedicarme a escribir lo que quiera. Me dispensa de aceptar tareas alimenticias.

 
Fernando Aramburu. 

–¿La ha pedido a la inteligencia artificial que escriba un cuento a lo Aramburu?

–No lo haré nunca. No tengo nada en contra de la IA. Como todo invento, tendrá aspectos negativos y algunos muy positivos como en la cirugía y en la medicina. En lo militar me echó a temblar. Pero nunca la utilizaré para que me suplante. No tiene sentido. Soy un lego en inteligencia artificial. Me ha pillado mayor.

–¿La parte buena?

–Si la inteligencia artificial compone una fabulosa sinfonía la disfrutaría igual. He soñado que toda la historia de la literatura, de la música y arte era inventada. Que no existieron ni Cervantes, ni Shakespeare ni Rubens ni Bach. Que todo lo ha hecho una factoría y nos han hecho creer que existió la historia. Nada cambiaría. Me fascinarían igual las cantatas de Bach.

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