miércoles, 12 de marzo de 2025

El paisano - Viernes -21 - Marzo - Imparte clases en un colegio rural en La Pedriza ,. / HOSPITAL - Salud - Muere una persona tras ser atropellada en el centro de Sarria (Lugo) ,. / VACACIONES - EUROPA DE PELICULA - El chalet y el barrio ,. / VUELTA AL COLE - Ángel Benítez, un alumno de la Universidad de Extremadura entre los 20 mejores MIR del país ,. / EN PRIMER PLANO - A FONDO - REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA - En la tuya o en la mía - Miercoles - 19 - Marzo - Enase Okonedo ,. / EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - MI CASA ES LA TUYA - viernes - 21 - Marzo - Juan Manuel de Prada - Amables bestias ( y II ) ,.

 

 TITULO: El paisano - Viernes - 21 - Marzo -Imparte clases en un colegio rural en La Pedriza ,.  

Viernes - 21 - Marzo  a las 22:10 horas en La 1 , foto,.

 Imparte clases en un colegio rural en La Pedriza,.

 Los Repobladores | Imparte clases en un colegio rural en La Pedriza

Silvia (47 años) es natural de Alcalá la Real. Después de aprobar las oposiciones de maestra de Lengua Francesa y habiendo pasado por la experiencia de impartir clase en ciudades con grandes centros educativos, Silvia apuesta por el medio rural para ejercer la docencia.

Tras aprobar las oposiciones solicita plaza definitiva en un colegio público rural, concretamente en el CPR El Olivo, que comprende los centros escolares de Ermita Nueva, Mures y La Pedriza; aldea esta última en la que Silvia y su mujer viven desde hace 18 meses, en una casa muy especial que han reformado a su gusto, en plena naturaleza.

TITULO: HOSPITAL - Salud -  Muere una persona tras ser atropellada en el centro de Sarria (Lugo),.

 

 

Muere una persona tras ser atropellada en el centro de Sarria (Lugo),.

Los servicios de emergencia acudieron rápidamente al lugar, pero no pudieron evitar el fatal desenlace,.

Imagen de archivo de una ambulancia en Galicia.
 
foto / Imagen de archivo de una ambulancia en Galicia. 

Una persona perdió la vida en la noche de ayer en Sarria tras ser atropellada en la calle Diego Pazos. El suceso tuvo lugar alrededor de las 22:20 horas, cuando un testigo alertó al 112 Galicia de la gravedad del accidente.

Los servicios de emergencia acudieron de inmediato al lugar. El Servicio de Urgencias Sanitarias de Galicia-061 movilizó una ambulancia para atender a la víctima, mientras que efectivos de la Policía Local y la Guardia Civil se desplazaron para gestionar la situación y recabar información sobre lo sucedido.

Pese a la rápida intervención de los sanitarios, la persona atropellada no logró sobrevivir.

TITULO: VACACIONES - EUROPA DE PELICULA - El chalet y el barrio,.

El chalet y el barrio,.

Argentina es mucho más que sus destinos conocidos y desde hace casi un año, esta ciudad ofrece al viajero español la posibilidad de pasar de curso, de adquirir nuevas experiencias en un país con el que tanto nos une,.

Córdoba, Argentina. Ocho razones para un viaje imprescindible

foto / Hay destinos que no hace falta siquiera visitar para poder enumerar sus atractivos turísticos... O eso creemos. En países como Argentina, con distancias entre ciudades septentrionales y meridionales de 4.074 kilómetros, los que separan la norteña Salta de Ushuaia, la más al sur - apenas 30 kilómetros menos de los que dista Madrid de Moscú-, pensar que por citar de carrerilla Buenos Aires, Perito Moreno e Iguazú ya somos expertos en la tierra de Messi es engañarse. Argentina es mucho más que sus destinos conocidos y desde hace casi un año, la provincia de Córdoba, en su centro geográfico, ofrece al viajero español la posibilidad de pasar de curso, de adquirir nuevas experiencias en un país con el que tanto nos une.

El territorio de Córdoba, con una extensión que representa un tercio de la superficie total de España, ha sido desde siempre opción predilecta para el turista autóctono y quiere dar ahora el salto que le confiera la categoría de destino internacional. Para ello, se apoya en su fortaleza como oferta completa, capaz de satisfacer las demandas del viajero que se desplaza en busca de huellas históricas y culturales y del que lo hace movido por el afán de naturaleza y aventura.

Y para basarnos en datos, nada mejor que enumerar ocho razones por las que incluir Córdoba entre los nuevos destinos más atractivos del continente sudamericano.

1. Ni lejana ni sola

Ya, no es ésta a la Córdoba que se refiere Lorca en su ‘Canción del jinete’, pero ni nuestra ciudad califal está sola, ni la del centro de Argentina está tan lejos. Air Europa ofrece desde Madrid cuatro vuelos semanales -lunes, miércoles, viernes y domingo- al aeropuerto cordobés del Ingeniero Ambrosio Taravella, también conocido como Pajas Blancas, con escala en Asunción, desde el que además es posible volar a Santiago de Chile, Lima, Buenos Aires, Rosario... Aunque a estas dos últimas también existe la posibilidad de viajar por carretera. Córdoba está separada de la capital del Estado por 700 kilómetros, apenas cincuenta más de la distancia entre Madrid y Cádiz.

2. Un viaje al Siglo de Oro

Sí, la época del mayor esplendor de la Corona española también dejó vestigios en todas aquellas posesiones que un imperio en el que no se ponía el sol tenía repartidas por todo el planeta. Córdoba fue fundada en tiempos del rey Felipe II -el 6 de julio de 1573- por el sevillano Jerónimo Luis de Cabrera, al que esta fundación no autorizada le costó la vida apenas un año después. En 1599 llegaron los jesuitas, que crearon un sistema espiritual, cultural y productivo que en aquel tiempo propició la creación de la que hoy es la universidad más importante de Argentina y una de las más importantes del subcontinente, que nació en 1610, con la creación por parte de la Compañía de Jesús del Colegio Máximo, que dio pie a la propia universidad en 1622. (la primera imprenta que conoció el subcontinente estaba en Córdoba). Toda esta historia fundacional de la ciudad se recorre ahora en la ruta urbana de la Manzana Jesuítica, declarada Patrimonio de la Humanidad en el año 2000 y en la que se puede contemplar el Colegio Montserrat, fundado en 1687 y que aún funciona como instituto de Enseñanza Media; el antiguo rectorado, hoy museo; la Biblioteca Mayor, la Capilla Doméstica y la Iglesia de los jesuitas, consagrada en 1671. Toda la zona, que se recorre por calles peatonales como la de Obispo Trejo, conserva un encanto especial que evoca ciudades de este lado del océano, como Sevilla, Lisboa, Cáceres o Salamanca.

3. Más oro

La Media Legua. Sin bajarnos del más noble de los metales, podemos pasear por la historia de la expansión urbana de Córdoba hacia el sur siguiendo la ruta conocida como Media Legua de Oro, un recorrido de apenas dos kilómetros y medio entre la plaza de San Martín, en pleno centro, y el Parque del Sarmiento, en El Barrio de Nueva Córdoba, donde se reúnen los centros culturales más importantes de la provincia, museos, teatros, palacios, así como se disfruta de una de las calles más señoriales de la ciudad, que recuerda a un prohombre de principios del XX, Hipólito Yrigoyen. En este recorrido resulta imperdible el Paseo del Buen Pastor, un solar que albergó durante cien años un asilo y una cárcel de mujeres, convertido en 2007 en zona estancial con fuentes de rítmicos movimientos, galerías de arte, tiendas de diseño y restaurantes. Uno de los lugares, al que volveremos en el siguiente punto, donde resulta más fácil detectar el latido de una ciudad viva.

4. Una ciudad joven

Joven, activa y acogedora. No podía ser de otra forma. Con sus 1,3 millones de habitantes, lo que hace de ella la segunda más poblada del país, de los que doscientos mil son universitarios, Córdoba rezuma animación, creatividad, buen ambiente. Una alegría de la que hace gala, además de en los distintos centros repartidos en sus campus académicos y en lugares como el Buen Pastor, donde en este final de primavera austral los jóvenes se dan cita para charlar animadamente junto a sus fuentes y sus estatuas dedicadas a glorias locales de la cultura popular, como el cantante conocido como la Mona Jiménez, -uno de los grandes difusores del cuarteto, género musical bailable y desenfadado oriundo de Córdoba-, al que si no conocen ya están buscando en Youtube. Aunque para zonas animadas, nada como Güemes, el barrio bohemio, el de los bares originales, bulliciosos algunos, auténticos templos del buen trago otros, el que dicen da réplica al bonaerense de San Telmo, pero que nada tiene que envidiar al Tribeca neoyorkino. Por cierto, hablando de tragos, si Brasil tiene la caipirinha, Perú el pisco y ¿España, la sangría?, Córdoba tiene su bebida propia, el Fernet, un vino aromatizado más amargo que el vermú, combinado con la Coca-Cola, -ojo, solo con este refresco, no con sus rivales-, que se toma en vaso largo con hielo y se pide como ‘fernetcoca’ en primera ronda y ya en siguientes, con la confianza ganada, casi tuteando al vaso, llamamos ‘fernando’.

5. Una provincia para comérsela

Bueno, que parece que hasta ahora mucho habíamos hablado de los aspectos más espirituales y que tal vez no habíamos dejado suficientemente claro que Córdoba es una provincia de la Argentina, lo que equivale a hablar de carnes, de los mejores cortes del planeta, pero también de productos más específicamente vinculados a la provincia, como los chacinados, entre los que destacan las variedades del salame –adaptación autóctona del salami- quesos, cerveza artesana, empanadas, alfajores, productos derivados de la huerta…, una tierra donde una vez más el enriquecedor mestizaje, esta vez llevado a los fogones, da pie a viajes de sabores que evocan desde las tradiciones criollas a las recetas de la cocina española, italiana, pero también, en el caso de la zona de Villa Belgrano, a los contundentes productos y formas de cocina centroeuropeas, por la llegada de inmigrantes de origen alemán en las primeras décadas del siglo XX. Pero además de en la calidad del producto, en los últimos años la gastronomía cordobesa ha dado un salto de prestigio gracias a los autores y al mutuo intercambio de experiencias entre los cocineros con más recorrido y los nuevos profesionales de la restauración, muchos de los cuales han trabajado y se han formado al lado de los más afamados chefs de Buenos Aires, pero también de Estados Unidos, de España y de otras cocinas de Europa. Y por cierto, olvídense del mal trago final de algunas sobremesas, ese que se produce cuando llega la factura, especialmente en un establecimiento de autor. Sirva de ejemplo, el caso del restaurante El Papagayo, en la capital, del joven pero ya experimentado cocinero Javier Rodríguez, un local largo, estrecho y original en su disposición que ofrece un menú de 10 pasos (platos), en el que figuran, entre otros, patés, huevos en original cocción, ajo blanco con berberechos, solomillo, entraña… pre-postre y postre y todo por 850 pesos, lo que al cambio supone apenas 42 euros, para comérselo. Del mismo modo, se come muy bien en los restaurantes de hoteles como el Windsor o el Howard Johnson, cuya calidad tanto de cocina como de servicio está sobradamente contrastada. Y para algo más informal, pero definitivamente contundente, los animados y bulliciosos bares del Cerro de las Rosas, como el Patio Burgués (calle Luis de Tejada), donde las hamburguesas van en serio por tamaño y calidad y de la carne, pero tampoco hay que olvidarse de sus ceviches, sus langostinos-mozzarella y sus dos por uno.

Pero no solo hay que fiar el acierto en la elección en los establecimientos de la capital. Como pruebas, el restaurante Herencia, en Alta Gracia, dirigido por Roal Zuzulich, que se formó con afamados chefs, como Carme Ruscadella; los restaurantes Belgrano 1340 y Lo de Jorge, ambos en la turística Mina Clavero, ciudad que no se puede abandonar sin probar el cabrito, y el original Sabía que venías, en Capilla del Monte, localidad de las Sierras Chicas, donde cocinan en amor y compañía Gabi (Gabriela Martín, perfeccionista pastelera más dulce que sus propias creaciones) y Martín (Martín Maques, que se perfeccionó en grandes cocinas como la del Four Seasons Buenos Aires y Faena Hotel, y acompañado de grandes chefs como Martín Berasategui).

6. Un destino al aire libre...

Aquí es donde Córdoba supera el examen de la versatilidad y lo hace con nota. Si la capital es un destino capaz por sí mismo de justificar el viaje, cuando se suma el potencial de su oferta al aire libre, sus opciones de naturaleza, de vida salvaje, de deportes, la provincia se convierte en alternativa de garantías para el viajero. No es casualidad que los argentinos miren hacia Córdoba como destino preferente de sus vacaciones. Y es que todo juega a favor, incluso la comodidad de unos desplazamientos que permiten llegar a Mina Clavero, capital in pectore del Valle de Traslasierra, desde la capital en poco más de dos horas para poder disfrutar de la naturaleza, del avistamiento de cóndores y águilas, de paseos a caballo, del trekking, de safaris fotográficos, rutas en kayak, paseos en jeep, baños en playas fluviales, senderismo…

O la media hora que se tarda en llegar a Alta Gracia, en el Valle de Paravachasca, donde las opciones de naturaleza tampoco son desdeñables, si bien aquí con un ritmo más pausado, a base de paseos, de contemplación del entorno que un día fue de los comechingones, los pacíficos indios autóctonos que recibieron a los colones españoles, y de deportes menos exigentes, como el golf. Y si se quieren –y se cree en¬- emociones más fuertes, el Cerro del Uritorco, en el Valle de Punilla, Sierras Chicas, donde los más incrédulos disfrutarán de su abrupta orografía, con atardeceres de brillante dorado. Los más crédulos, tal vez, del avistamiento de objetos volantes no identificados e incluso de la misteriosa ciudad intraterrestre perdida de Erks, que llamó la atención de investigadores de estos fenómenos de la talla de Jiménez del Oso o JJ Benítez.

7. … pero repleto de Cultura

La exuberancia de las opciones para el turismo de aventura no puede ocultar que la riqueza cultural de la provincia desborda los límites de la capital. Ahí está el Camino de las Estancias Jesuíticas, también Patrimonio Mundial de la Unesco, que está formado por los enclaves que los jesuitas pusieron en pie para asegurar el sustento de su comunidad en Córdoba. Son las estancias de Caroya (fundada en 1616), Jesús María (1618), Santa Catalina (1622), Alta Gracia (1643) y La Candelaria (1678), además de la propia manzana jesuítica de la capital. Y además, Alta Gracia alberga las casas museos de dos personas tan dispares en biografía y en vocación como Ernesto Che Guevara y Manuel de Falla. El primero, llegó a la capital de Paravachasca por razones de salud, sus padres decidieron que el clima seco de Alta Gracia era el más adecuado para aliviar los problemas de asma de Ernesto, que vivió once años en esta ciudad, entre los cuatro y los 15, siendo Villa Nydia, la casa que hoy alberga su museo, el lugar del mundo donde más años vivió el nómada Che. También fueron asuntos de salud, esta vez más graves, los que llevaron a un Manuel de Falla espantado por lo que le había tocado vivir durante la represión de la Guerra Civil y enfermo de los pulmones, a fijar su residencia desde 1942, acompañado por su hermana, en el chalet de Los Espinillos, hoy dedicado a recordar al genial compositor. Allí murió en noviembre de 1946. Es decir, revolucionario y creador musical apenas coincidieron un año en Alta Gracia, uno en los albores de su adolescencia, otro, en el ocaso de su vida, lo que no le impidió al destino jugar a cruzar sus vidas, en forma de una gamberrada según la cual el valiente Ernestito y su pandilla saltaban la valla de Los Espinillos para robarle las naranjas a ese señor viejo que casi siempre estaba enfermo.

Décadas después, en 1969, otra gran figura de la cultura, en este caso de las letras, escogió la provincia cordobesa para vivir, el escritor y periodista bonaerense Manuel Mújica Láinez, autor de ‘Bomarzo’, adquirió El Paraíso, una casona de estilo colonial en La Cumbre (Sierras Chicas) donde vivió hasta su muerte, en 1987 y que hoy es visitable como museo. Y para los amantes de la historia del siglo XX, es imprescindible la visita del Eden Hotel, en La Falda, apenas a 15 kilómetros de La Cumbre, hoy sin uso hostelero, pero cuyos dueños actuales trabajan para su reapertura. Abierto en 1898 por un ex oficial del ejército alemán, el Eden (sin tilde) alojó a varios presidentes de la República Argentina y a ilustres como Rubén Darío. También lo visitaron, sin utilizar sus dormitorios, el Che Guevara y Albert Einstein, pero lo que representa el gran atractivo del edificio que dejó de funcionar como hotel en 1965 es que sus dueños en los años 30, el matrimonio Eichhorn, jugó un papel decisivo con sus contribuciones económicas para el ascenso de Adolf Hitler al poder y esta ayuda forjó una amistad entre la pareja y el genocida, según confirmaba un documento firmado por Hoover, el capo del FBI, fechado en 1945 y desclasificado en los 90 y que dejaba claro que “si el Führer tuviera en algún momento dificultades, él siempre encontraría un refugio seguro en La Falda...”. Pero para quienes gusten de festejar otro legado alemán más amable, la Villa General Belgrano celebra cada año en octubre su Oktoberfest, en el que participan vecinos y visitantes desde hace décadas y lo hacen con tan escrupuloso respeto por la tradición teutona, que al viajero le sorprende que quienes forman parte del desfile, muchos de ellos descendentes de los primeros colonos alemanes, rubios, altos y ataviados con trajes bávaros, hablen en castellano y no en alemán y aquello sea Córdoba y no Baviera.

8. Por cada una de las siete razones anteriores y por todas juntas

Los siete apartados expuestos más arriba, solos o combinados, justifican la inclusión de la provincia de Córdoba en la lista de destinos pendientes. Pero además, conviene tener presente la sempiterna hospitalidad de los cordobeses, su sentido del humor y su forma de tomarse la vida, dos puntos por debajo de la intensidad porteña, a menudo referente exclusivo de la forma de ser argentina allende sus fronteras, en el caso de que se acepte tan injusta generalización. En todo caso, el mejor viajero es el que es capaz de abrirse al mayor número de destinos posibles, sin que la elección de uno suponga la exclusión automática de otro, por lo que la provincia de Córdoba ha llegado para multiplicar el potencial de un país tan cercano como Argentina.

TITULO:  VUELTA AL COLE - Ángel Benítez, un alumno de la Universidad de Extremadura entre los 20 mejores MIR del país ,.

 Ángel Benítez, un alumno de la Universidad de Extremadura entre los 20 mejores MIR del país ,.

 Ángel ha quedado en el puesto 19 de 13.500 aspirantes en el examen MIR.

 foto / Ángel ha quedado en el puesto 19 de 13.500 aspirantes en el examen MIR.

Este joven pacense cursará la especialidad en Madrid y duda entre Cardiología, Neurología y Oftalmología,.

El extremeño Ángel Benítez González, de 24 años, se ha posicionado como uno de los mejores del país en el examen que da acceso a la residencia MIR,.

 TITULO: EN PRIMER PLANO - A FONDO - REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA - En la tuya o en la mía - Miercoles - 19 - Marzo - Enase Okonedo ,.

En la tuya o en la mía  - Miercoles    -   19 - Marzo    ,.

 En la tuya o en la mía', presentado por Bertín Osborne, acerca a los espectadores el lado más desconocido de personajes relevantes de diversos ámbitos. Durante aproximadamente una hora, los telespectadores tienen la oportunidad de conocer mejor al invitado y también al propio Bertín Osborne, en La 1 a las 22:30, el miercoles - 19 - Marzo   , etc.

 EN PRIMER PLANO - A FONDO - REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA - En la tuya o en la mía - Miercoles -  19 - Marzo - Enase Okonedo ,.
 
 Enase Okonedo,.
 
 Enase Okonedo, premiada por su compromiso con la mujer africana.

foto / Enase Okonedo, economista nigeriana: «La educación es clave para lograr la igualdad de las mujeres»,.

La ONG Harambee reconoce su compromiso profesional y personal para lograr una sociedad más inclusiva en el continente africano,.


La formación de empresarios que combatan la corrupción y generen empleo, el acceso de las mujeres jóvenes a la educación y el compromiso personal son los motivos que han llevado al jurado a reconocer a la profesora y economista nigeriana Enase Okonedo con el Premio Harambee 2025 a la Promoción e Igualdad de la Mujer Africana.

Okonedo ha sido la primera decana de una escuela de negocios africana, la Lagos Business School, y es la vicerrectora de la Pan Atlantic University de Lagos, con una labor docente desarrollada en treinta años. Harambee ONGD reconoce su compromiso profesional y personal con las mujeres para lograr una sociedad más inclusiva en el continente africano.

Okonedo recibió el galardón de manos del alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida; de Teresa de Borbón, presidenta de honor de Harambee, y de Nicolás Zombré, director general de Laboratorios René Furterer de Pierre Fabre España, patrocinadores de este premio.

La premiada mostró su preocupación por «la falta de oportunidades laborales que frustran a las mujeres por resultar excluidas».

Liderazgo

Profesora de Gestión Empresarial durante treinta años, doctora por la International School of Management (ISM) de París y MBA por el IESE Business School de Barcelona, Okonedo ha motivado y acompañado a cientos de mujeres que aspiran a ocupar puestos de liderazgo en gestión, negocios y servicio público: «Las iniciativas de mentoría son cruciales porque la representación por sí sola no es suficiente; debemos promover activamente a la próxima generación de mujeres líderes y asegurarnos de que tengan la confianza, las habilidades y el apoyo necesarios para prosperar».

Okonedo ha puesto en marcha distintos proyectos como la AIFA Reading Society, de la que es presidenta, que busca lograr una educación sostenible en África a través del fomento de la cultura de la lectura: «Pienso que la educación sigue siendo un ámbito crítico para el cambio ya que, aunque se han hecho esfuerzos para mejorar el acceso de las niñas a la educación, persisten las disparidades, en particular en las regiones rurales.»

También ha promocionado especialmente el desarrollo de líderes en el sector público en su país: es miembro del Consejo de Liderazgo de la Iniciativa Africana para la Gobernanza (AIG) e impulsó, durante su etapa de decana en la Lagos Business School, el Centro de Liderazgo y Ética. «Junto con el consejo de administración de la escuela, instituimos políticas para apoyar a las mujeres en el lugar de trabajo, como abolir la práctica predominante en las organizaciones de Nigeria de pasar por alto a las mujeres para los ascensos en los años en que hubieran estado de baja por maternidad», explicó.

El premio lo destinará a proyectos enfocados al desarrollo de la comunidad rural de Iloti -región al sur de Nigeria-, con el propósito de empoderar económicamente a las mujeres de la zona mediante la formación y adquisición de habilidades. Okonedo destaca la importancia de estos proyectos para reducir las tasas de desempleo que «limitan el futuro de las niñas y las hace vulnerables a situaciones como el matrimonio temprano».

Como explicó su vicepresidente, Ramón Pardo de Santayana, Harambee ONGD -que surgió con motivo de la canonización de san Josemaría Escrivá- trabaja desde hace más de 20 años para promocionar a la mujer en el África subsahariana, porque «sin igualdad para la mujer, la sociedad africana no puede progresar».

 

TITULO : EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - MI CASA ES LA TUYA - viernes  -  21- Marzo  -   Juan Manuel de Prada - Amables bestias  ( y II )   ,.

MI CASA ES LA TUYA - VIERNES -   21 - Marzo    ,.

MI CASA ES LA TUYA -', presentado por Bertín Osborne,.

acerca a los espectadores el lado más desconocido de personajes relevantes de diversos ámbitos. Durante aproximadamente una hora, los telespectadores tienen la oportunidad de conocer mejor al invitado y también al propio Bertín Osborne, en Telecinco  a las 22:00, el viernes  -   21 - Marzo ,etc.

  EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - MI CASA ES LA TUYA - viernes -  21 - Marzo - Juan Manuel de Prada - Amables bestias ( y II ),. 

Juan Manuel de Prada - Amables bestias ( y II ),. 
 
Juan Manuel de Prada: Amables bestias (y II) - XLSemanal - Abc

Juan Manuel de Prada - foto ,. 

Es extraña. Resulta imprevisible. Nadie sabe cómo puede imponerse, mandarme. Anoche me hizo vestir de negro, toda de negro: el traje largo, topacios en las orejas, dedos, escote. Maquillaje pastel, tonos rosa, imitando la naturaleza, como si me dirigiera a la cita de un amante nuevo y calibrador. El rostro me quedaba intenso, la mirada brillante. Fiebre y misterio, que dicen las novelas baratas. Así, perfumada hasta casi agotar el frasco de Je reviens–Worth, y no sé si podré adquirir otro. Así, furiosa, mordiendo: «Pero para qué tanto disfraz, para qué, si lo que querría es meterme un saco por la cabeza, una soga, tirarme al río», me hizo tomar un taxi. La dirección estaba en el papel arrugado del anónimo: «¿Ya sabe adónde va su idolatrado gigolotto? ¿Por qué no acude un día cualquiera…?». Y la dirección. La voz se me disparó en un gallo cuando se la repetí al taxista. Y las calles pasaban, iban huyendo, quedaban atrás. Relámpagos de puertas y ventanas, escaparates, y las gemas prohibitivas, autoritarias, de los semáforos: «Pare», «pase»… Sentada sobre el cuero del vehículo. El trepidar, las vueltas, con aquellas rabiosas ganas de llorar. Doblarme, aguantando el estómago, derretirme en llanto de una vez, sin el más remoto deseo de encontrarlo in fraganti, deseando con toda mi alma seguir creyendo en él, igual que cuando me cobijaba dentro de su abrigo: «Bichito, es asombroso lo que te quiero. Eres como mil animalitos todos juntos. Como una selva de latidos para mí solo». Y ella, la Bestia: «¿Llorar? Ni se te ocurra. Nada de repetir los aburridos cuentos de la lágrima. Nadie ama lo miserable». Y yo pensando argumentos idiotas para rebatir sus palabras. Santa Rosa de Lima y santa Isabel de Hungría, curando sarnosos. Historias que nos contaban las monjas, vidas heroicas inmoladas a lo despreciable. Pero ella que no, soltando el sobadísimo rollo de las valquirias, de las amazonas, la doncella de Orleans… Como si a mí me importaran un pito esas marimachos. Yo que me arrodillaría a los pies de Nico para suplicarle que me amara, para repetirle cómo me estaba matando. Así, moqueando, desesperada. «Mira lo que has sacado hasta la fecha con tu actitud. El negocio lo tienes bien a pique. Y un día te van a encontrar seca, deshidratada, lista para el otro barrio. Ponte en tu sitio, imbécil, recobra tu dignidad. Mantente soberbia, aguanta el tipo aunque por dentro te deshagas. Cuando una mujer ha perdido su amor propio lo ha perdido todo». Soberbia. Dios, ¿cómo se puede ser soberbia cuando se ha bajado veinte veces a los infiernos? Cuando se siente una basura despreciada, sucia, inservible. Tan vieja.

Lo hice. No podía rebelarme. Ella siempre elige mis días bajos, mi depresión, mi miedo. Clava las uñas aprovechando. Hiere, anula. El taxi paró en una de las zonas extremas de la ciudad, un barrio residencial que yo no había visto nunca. Casas con jardín, alambradas de tenis, piscinas… El noventa y tres pertenecía a una casa con valla de madera, madera de calidad, encerada. El taxista preguntó: «¿He de esperar?». Yo: «No. ¿Qué le debo?». Y las manos sin encontrar el portamonedas. Hasta que arrancó con su faro verde y el cartelito de libre. Al llegar a la esquina dobló, cambiando a segunda, dejándome con el terror, con aquel incontenible impulso de lanzarme detrás, de gritarle que me había equivocado, que me llevara a mi casa nuevamente. Pero ella no me lo permitió. Yo diría que me agarraba por las muñecas, que me tapaba la boca. No sé. Y todo quedó en silencio, un silencio que gravitaba como una lona grandísima, igual que si la vida humana se hubiera ahogado, tapada por ella. Luego se oyó un agudo «uuii uuii», creo que de mochuelo, y los demás ruidos volvieron a funcionar, mientras yo contemplaba el astro allá arriba, solitario, quieto, muerto, delgado como una cuerda de barco, y ella, la Bestia, permanecía a mi lado, tan tangible y concreta como si no fuera parte de mí misma y se hubiera desdoblado para colocarse enfrente, poderosa y despótica: «No abras la verja. Rechina. Ven por aquí». Y salté. Soy ágil. Por algo pierdo tres tardes a la semana en el gimnasio. Me doblo sin sentir y las palmas quedan planas en el suelo, hago la mosca mejor que ninguna. Nadine me pone como ejemplo: «A ver, Lila. Hágalo usted». Y yo, luciéndome, con las mallas negras ajustadas, sabiendo que el grupo de mironas envidian mi estómago plano, mis muslos, la línea de la cadera.

Exactamente debajo de la verja está la pita. Grande y decorativa, de bordes amarillos. Me pincha, siento el arañazo en el tobillo, me duele, puede que esté sangrando. ¡Vaya! Y se me enganchó el vestido, la gasa queda rasgada cerca del dobladillo. Me acongojo: tan precioso el modelo de Nadala Papillón que ahora se puso tan carera y con papá enemistado por culpa de mi boda con Nico: «Tú lo has querido, hijita. Ya tienes el marido guapo y amadísimo, pero debes comprender que tu padre no va a ser el eterno pagano. Rechazaste tu carrera, no aceptaste a Sorribas. Hágase tu capricho, pero atente a las consecuencias, ni hablar de que mamá y yo asistamos a la ceremonia. Ese sujeto ya sabes que no me gusta. Es un raro. Y no veréis un real hasta que me muera. Eso, si no puedo impedirlo. De momento la legítima pelada. Y… Dios me dé años». Pero la Bestia ni tuvo tiempo de regañarme por mi frivolidad. El Gordini ha parado enfrente mismo de la casa. Apenas me da tiempo a agacharme escondida en la sombra. El único farol de la calle pega de través a las moreras que están empezando a brotar, a un álamo, pero a la izquierda existe un cobertizo que puede servir de escondite. Al agazaparme observo que está lleno de begonias y otras plantas, tiestos. Gime la barrera. Nico cruza a dos pasos de mí. Sube por la escalera descubierta y pienso: «Ahora llamará, abrirá uno de sus socios. Dirá: “Hola, Nicolás, te estamos esperando. Ha llegado ya fulano, de la empresa abissa… Pasa”. Y entonces podré echarle en cara a la Bestia lo excesiva que resulta, lo suspicaz e inaguantable. Que no quiero escuchar ni una palabra más de su sucia boca, que somos entre las dos una hidra. Dos cabezas. Y cada una de ellas quiere una cosa: es que ansío estar sola, sin ella. Miro a mi marido subir los escalones con la cabeza erguida y encima los hermosos rizos negros, murmurándome “Amor” a mí misma, como si se lo dijera a él». «Lo más odioso, lo más mezquino es ser celosa. Una mujer no debe tener celos. Se rebaja. Se revela falta de seguridad en sí misma. Cualquiera, si quiere triunfar, debe creer en su persona… Es algo que leí no sé dónde, en un Reader’s Digest seguramente, o, a lo mejor, se lo he oído a mamá».

La Bestia calla, inmóvil. Y me llega, increíble, su fuerza, como un fluido a punto de estallar, igual que si tuviera al lado una pantera enorme, agachada, dispuesta a un salto infalible y asesino. Al tiempo que tiemblo de miedo, pienso que ella no ama a Nico, que lo odia, que preferiría verlo extendido en medio de una carretera, cubierto de sangre, a sentirse abandonada, a soportar sus fugas hacia una evasión más entretenida, a adivinarlo feliz con otra mujer, divertido con algo que no sea yo y la Bestia, la Bestia y yo.

El timbre de la puerta es una caja de música. Unos compases de vals. Y al mirar la figura de Nico en el quicio, allí de pie, siento unos enormes deseos de gritar. Porque a mí me gusta gritar. Cuando grito, cuando suelto uno de esos alaridos míos, me siento descargada, liberada de todos los diablos que me torturan. Escapan y me dejan libre. También río a carcajadas sin motivo y algunas veces no puedo pararme. Una tarde me dio un ataque de risa que me duró no sé cuánto. Los niños se asustaron tanto que lloraban, pedían auxilio. Acudieron los vecinos y yo, al oírlos, me callé. No pude explicar nada, pero quedé totalmente serena. Otra noche, Nico no estaba, destruí una almohada a mordiscos. Cuando llegó –muy tarde– me encontró dormida, nevada de plumas. Yo y la habitación cubiertas de tantas y tantas plumas que tiene una almohada, que parece mentira. Pero no grito, no. Me contengo y contemplo allá abajo, nerviosas y múltiples, todas las luces de la ciudad: «Son como estrellas, como constelaciones, las calles iluminadas. ¡Qué belleza! De día la panorámica debe ser preciosa» monologo como si cumpliera con un deber, como me enseñaron mamá y la miss que hay que hacer con las visitas. Incitar la conversación, hablar aunque no se tengan ganas. ¿O se lo digo a ella con el oculto deseo de distraerla, de impedir la magia, como si todo lo que va a ocurrir dentro de unos instantes pudiera ser obra de sus artes, de una voluntad poderosa emanada desde su actitud de fiera en reposo, de amansarla, como si mi oscuro presentimiento de que iba a tomarse la revancha pudiera resultar cierto? «Ahora saldrá Llavaneras, el socio…» creo que pronuncié también.

Pero no hubo socio. La puerta se abrió y vi a la mujer. Bueno… un perfil, algo anguloso y alto, vestido con transparencias, con una voz fina, un falsete mascaril. Oí su voz. Y la de mi marido. La de Nico, al tiempo que notaba cómo la aorta se me abría por en medio con un tajo que me iba produciendo su tono, tan íntimo, tan parecido al que me regalaba tiempos atrás a mí. Aún lo veo en el pasado: mi novio, Nicolás, mi adolescente Nico con su cabeza de Andrea del Sarto pensativa, rizosa. Cruza por la acera de enfrente, mira hacia mi ventana. Yo acabo de encender un cigarrillo. Aguardo. No hay prisa. Ahora bajaré. Me asomaré al balcón de la calleja. Llamaré: «¡Nico!». Y él vendrá. Me mirará de esa forma especial, entre tímido y codicioso. Más tarde nos besaremos. Tanto da que papá repita: «¿Y este tipo de dónde sale? ¿Quién es su familia? ¿No te das cuenta de que es un don nadie, desgraciada?». Papá, pobre, que cante misa.

Se cierra la puerta y se los traga a los dos. ¿Abrazados? Quizás él la lleva cogida por los hombros y ella apoya una mano de uñas largas, escandalosamente rojas, en la cintura de él. Y yo diciéndome desde meses: «Cuánto tiempo que no me coge así», con aquellas ganas de pedirle: «¿Por qué no me llamas sirena, maga, scolia de los jardines? ¿No recuerdas los nombres que inventabas para mí?». Con aquellas ganas de suplicarle que hiciéramos el amor, que yo estaba ardiendo, ansiosa de él, tan hambrienta que no podía pensar en otra cosa. Y sin atreverme porque mi madre ya me lo predicaba: «Los hombres a veces tienen baches. Hay que respetarlos. Les obsesiona su trabajo, sus preocupaciones. No son como nosotras. Yo con papá nunca tomé la iniciativa. Son ellos los de la voz cantante y tú si tienes ganas te las pasas. Una mujer no es ninguna perra…». Mamá. A veces creo que mamá y sus mandamientos forman también parte de la Bestia, casi en tanta proporción como aquella hermana gemela cuyo espíritu ha quedado a mi lado, invisible para los demás, casi tangible para mí. «Erais dos. Ella se hubiera llamado Ofelia. Pero tú naciste primero y apretaste el cordón. La ahogaste». Ofelia es la Bestia. Y lo avasalla todo, no tiene escrúpulos. Cuando me hallo tranquilamente sentada leyendo o mirando la tele, esperando a Nico, que se retrasa, pensando que se ha prolongado su trabajo, a veces veo entrar a Cuchi, a mi hija Cuchi: «¿Por qué no viene papá? A estas horas las oficinas están cerradas y las tiendas también. Y él, ¿por qué no viene?». Ya veo el brillo de la Bestia dentro de sus ojos, que son como los míos y como los de Ofelia. Sé que la posee la Bestia y me horrorizo, me siento acorralada, sin salida. Es cuando grito, o río a carcajadas o bebo dos vasos de whisky sin respirar. O empiezo a probarme vestidos. Esos trajes que ella me aconseja que me ponga y que son largos, estrambóticos, sacados de revistas raras. Con escotes hasta el ombligo, transparentes, multicolores: –«Una mujer, si quiere interesar, ha de ser mil mujeres»–. Hechos de antiguas cortinas, de velos de novia, de visillos… Y collares, pulseras, abalorios, que mi marido ni siquiera mira.

Es Ofelia, la ahogada, quien suelta apenas cerrada la puerta: «¿Lo ves, cretina? ¿Te das cuenta? Tú que a la hora de meter en la balanza tu carrera, tu familia, las raíces tuyas, exclamaste como si te hubieras convertido en un charco de melaza: “Él vale más. No la carrera. No papá y su dinero: el mundo, el cielo, la salvación de mi alma por tenerlo. No me importa lo que digáis: ¿Que él es menos? ¿Por qué es menos? ¿Que no tiene bienes? ¿Que no sabéis quién es su familia? No me importa. Ni eso, ni vuestro sistema de valores, ni lo que piensan que es el prestigio esas personas que tratamos, esnobs todos, persiguiendo la última figura, al que sale en los periódicos, al más retratado. Me es igual quedarme sola. Sin raíces, sin tierra para pisar. Flotaré. Abrazada a Nico no necesito ni suelo”».

Yo no sabía si escuchaba. Era una herida. Toda yo una llaga. Me empezó a doler el estómago y luego las punzadas se trasladaron a la pelvis. Y dentro del cobertizo las begonias, gloxinias, aguileñas, aubrecias, palmeras enanas, qué sé yo, soltando su vaho gozoso, vivaz, como si se burlaran. Y el dolor es un chorro que no sé dónde está. Corre por esa serie de tubos del abdomen, del corazón, del alma. Tubos gordos y más delgados que conocí en los grabados de Fisiología que nos mostraba sor Regina –cara de rata, gafas de alambre, tan gorda y con aquel olor a sobaco–. La veo en el recuerdo con las mangas del hábito arremangadas, los brazos alzados, a punto de baile: «Señoritas, queridas señoritas: ¡y qué requetesabio es Dios! ¡Qué maravilla de cuerpo humano! ¡Esta piel, estas arterias! ¡Qué perfección! ¡Qué armonía! Es el Universo, un universo en pequeño, al fin y al cabo creado por la misma mano». Y sor Regina bajaba los brazos, juntaba las manos en plegaria: «Y ahora digan ustedes conmigo: Señor, eres único, omnipotente y sabio, ya que has podido crear algo tan parecido a lo perfecto». Y nosotras: Tichell, M.ª Ángela, Patro Fuster y todas, a coro, desganadas, aburridas, enclaustradas, mirando de reojo, con nostalgia, el sol y el aire que pegaba contra los cristales, respirando el aire cargado de la sala. A coro: «Señor, eres perfecto…». Mira que ponerme a recordar ahora a sor Regina, en estos momentos, con estas ganas de morirme. Y las tripas retorcidas, igual que en aquellos tiempos, cuando iba a venirme la regla, y me ponía tan mala. Recordaba a sor Regina y toda mi juventud: «Seré ingeniero, no quiero boda». Papá, con aquella ilusión: «Ha nacido una mujer nueva. Se acabó la inmolación a la especie. La mujer de hoy tiene voluntad de ser. Ya era hora. ¡El sentimiento! ¡Qué mandanga!, qué mentira, qué sumidero negro por donde escapan las fuerzas». Pero poco le duró el gozo. Dejé los estudios en cuanto apareció Nico. Nico, Nico, Nico… ¡Señor…! Los recuerdos danzaban frenéticos. Yo era el dolor y la locura. Recordé nuestro viaje a Italia: La Spezia, Ferrara, Roma, Florencia, Venecia, Turín… Revivía el nacimiento de nuestros hijos. Y la última explicación: ya habíamos apagado la luz y junto a mí estaba su cuerpo. Yo podía tocar sus bíceps, acurrucarme cerca de su vientre, besarlo… Veníamos de una fiesta. Eran más o menos las cuatro de la madrugada. Ridículas oleadas de dicha me invadían: «Nico volverá a ser el mismo», me decía ilusionada… Y arrinconados los fantasmas, yo tenía la carta mejor. Dije: «Presiento algo así como si fuera a empezar una nueva etapa en nuestra vida. Los niños ya están criados, tú y yo hemos evolucionado. Podemos convertirnos en una nueva pareja». Gruñó algo. Tal vez contestó que no me hiciera ilusiones. No sé. No lo entendí. Yo seguía aferrada a la atmósfera feliz que acababa de fabricarme: Nico salía conmigo. Ya venía a dormir por las noches. Fue solo una crisis que ya pasó. Eran realidades bellas y posibles, un resquicio en mi túnel de días atrás, una abertura por donde sacar mi cabeza, respirar sonriendo. Pensé que sería muy hermoso dilatar este instante como una goma, hasta el infinito. Me encantó la idea de un Dios amable, padre de todos los hombres, preocupado por la felicidad de cada una de sus criaturas: los hombres, las avecillas y los lirios del campo… El Dios de sor Regina, fabricante de tubos perfectísimos –tubos de carne de nuestra carne– y estrellas de mar, y gorriones, y abedules y viento. Y el amor de Nico para mí, exclusivamente para mí. Solo dije, supongo que transida de dicha ante la posibilidad: «Me gustaría que existiera Dios». No comprendo cómo se enfureció tanto. Encendió la luz, se incorporó en la cama y creo que nadie me ha mirado nunca con tanto odio: «Lo que más me molesta de ti es lo tonta que eres, lo egoísta. ¿Dios? ¿Y para qué quieres a Dios? ¿Para que arregle las cosas a tu medida? ¿Para que sea tu borrego? ¿Para que trabaje para ti como hago yo? ¿Para que cree para tu uso una imagen de felicidad, una cursi postal de esposos dentro de una rosa, padres de una parejita, de un nene y una nena? ¿Es que a los cuarenta años aún no tienes los ojos abiertos, mema, más que mema?». Yo estaba aterrada no solo de sus palabras, estaba aterrada, sobre todo, porque su voz, su mirada, la forma de mover sus manos, eran la voz, la mirada y los gestos de la Bestia. Parecía mi hermana, mi diablo.

Quedó tranquilo. ¡Yo estaba herida, tan herida! De nuevo el agua espesa, negra, la cloaca. Mi cabeza dentro. Anegada. Sola. Él respiraba suavemente y al poco emitió un ronquido corto. Se había dormido. ¿No sabía que era cruel? ¿Tenía el propósito de destruirme? Pero ¿por qué? Nico ya no era el árbol de la sombra, Nico se había convertido en un saco de interrogaciones. No era la primera vez que sorprendía dentro de sus pupilas a la Bestia. Su aire familiar, fatídico. La cabeza me daba vueltas. «No soy más que un trapo viejo, sin dignidad, abyecto. Solo deseo volver a respirar. Por favor, un poco de aire. No quiero estar hundida. Aún puedo tocar el camino nuestro con los dedos. No quiero ahogarme. Las rosas están ahí. Sus labios, sus besos, sus manos… Pero no, eso no es cierto, todo aquello está al otro lado del tiempo y en medio existe una sima demasiado profunda para que la haya cavado él solo. Yo he tenido que ayudarle y no lo sé… ¿Qué he hecho, Señor? ¿Qué culpa me haces pagar? Quiero abarcar todo, intento descifrar todos los porqués, sin entender nada. Las preguntas me obsesionan, son como un badajo de campana que me ensordece y anula inútilmente, porque no puedo contestarme, porque solo soy una máquina que interroga. Ni siquiera una máquina. Ya no soy nada. Nada».

Una araña peluda y grandísima avanza. Tiene la pinza del veneno roja de sangre. Camina cautelosa, torcida, con unos ojos redondos y sorprendentemente tallados, como diamantes o pisapapeles preciosos. Tiene la pinza del veneno roja de sangre. Se aproxima. Ya está ahí. Pienso, creo que con alivio: «Mejor, mejor así. Como es tan grande el veneno será muy activo y no sufriré nada». Me imagino muerta. ¡Qué triunfo! Mi cadáver: les regalaré mi cadáver: a Nico, a papá, a mamá y a Menchu –mi hermana pequeña, casada con todos los parabienes y todas las aquiescencias, en fervor familiar–. Seré llorada, ensalzada, dignificada. Pero cuando va a clavar el aguijón el terror es tan agudo que me despierta. Estoy empapada de sudor. Nico duerme a mi lado. Todo es negro. «Bien –dice Ofelia–, ahora ya no tienes dudas». «¿Qué hago?», le pregunto, vencida. Ella reflexiona, parece tan anonadada como yo. Pronuncia: «Si tienes valor, el camino, quizás el único camino, es acabar». «¿Cómo?», pregunto aturdida. Se enfurece: «Sí. Acabar, acabar, acabar», chilla, y yo me estoy imaginando a Nico allá arriba en la cama, con aquella. «No podría vivir sin él –le digo con un hilo de voz–. Es mi vida». Me mira preocupada, parece que me estudia: «¿Y si se muriera?». Intento representarme a Nico muerto. Es como verlo dormido. Una cara serena, pálida, el traje oscuro, dentro de nuestro dormitorio. Cuatro cirios o más. Gladiolos, coronas de rosas, de nardos. Papá vestido de negro, mamá lloriqueando, con el mismo manto de beatilla que llevó en el entierro del tío Gabriel. Mi padre: «¡Pequeña!, ¡pobre pequeña!, ¿quién tenía que decirlo…?». «Muerto –me arranco murmurando–, enfermaría de pena, pero… supongo que con el tiempo llegaría a consolarme. Lo que no puedo soportar es que respire, que ame, que ría, mientras yo me siento morir». Observa mi rostro con aire de triunfo. Es como si dijera: «Ahora eres tú la Bestia. Tanto reprochar y ahora eres tú». Y asisto, como si contemplara desde una butaca una simplicísima película de terror, a mi transformación. Me oigo decir: «Lo mataré. He traído mi pistola. Acabaré con él». Ofelia tiene la mirada brillante, aprobatoria y muda. En el bolso está la pistola que me regaló papá aquel verano de los raptos. Es diminuta y en la culata unos esmaltes incrustados dicen: «Ojo por ojo». Miro a Ofelia. Por primera vez estamos unidas. Somos una sola. Como si hubiéramos nacido pegadas por el tórax con un solo corazón. Me llama Ofelia y yo la llamo Lila. Nos abrazamos. Siento su calor. Ya no estoy sola. Me habla al oído. Dice: «Él bajará. Quizá tarde una hora. Dos. Es igual. Tú, cuando esté muy cerca, lo llamas dulcemente, todo lo suave que puedas. Él quedará sorprendido, tan inmóvil, que habrá llegado mi momento. Será un blanco infalible. Después, ahí tienes la llave del coche, el pasaporte. Dentro de dos horas estarás en la frontera. Lo demás es fácil. Papá te enviará dinero. Yo me encargo».

Estoy temblando. Miro el cielo. Todas las estrellas. No hay luna. Se ha escondido o no existe. Veo mis manos que se agitan y la miro a ella como si la descubriera. Así, de pronto. Igual que si mi ángel de la guarda me revelara el secreto. Mi hermana tiene en la boca un gesto maligno. Es mi diablo y está ahí. A mi lado. Me maneja. Algo se ha desvelado de pronto. Lo veo claro. El redondo plan, la honda trampa donde he caído. ¿Existe realmente la mujer que ha recibido a Nico? ¿No es la misma Bestia quien ha tomado su puesto en la puerta, para cegarme? El anónimo. Ahora comprendo por qué encontraba familiar la letra del anónimo, ¿no se parece a mi letra? ¿No es esa la caligrafía que hago yo cuando escribo con la mano izquierda, la letra de la Bestia?

Se han disipado las brumas. Sé la verdad: Ofelia quiere la vida de Nico para reencarnarse. Tomará su sangre. El cordón se habrá roto a tiempo y ella crecerá. Crecerá, crecerá… hasta ser más grande que nadie. Chupará de los pechos de mamá. Fabricará herbolarios para sor Regina. Será ingeniero. Se enamorará de Nico y volarán juntos por los aires, matarán a mis hijos clavándoles en el corazón una aguda espina de pitera… Quiero huir. Escaparé antes de que me atrape. Camino con sigilo hacia la verja. La abro. Echo a correr por la cuesta abajo. Me detengo para descalzarme, así correré mejor. Correr, correr, correr. Pero antes de doblar la esquina oigo el tiro. El estampido me destroza los tímpanos. Es como si el mundo fuera de cristal y se hubiera roto. Todo ha estallado. Nico está muerto. Muerto, ¡MUERTOOO…! Tengo las vísceras en la garganta y me ahogan. Y mientras sigo huyendo, no sé de qué, voy arrancando mis cabellos. Puñados de cabellos, mis pendientes, desgarro mi vestido. Tengo los pelos enredados entre los dedos y la sangre que cae de mi cabeza me va cegando, tapa mis ojos y la noto viscosa en las manos. Estoy ciega. Sé que en algún sitio está el mar y que allí existen unas algas incoloras que ondulan en el agua, con las raíces en el fondo, que se abren y se cierran como manos. Me llaman. Sé que me llaman. Sigo corriendo. Grito,.

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