Crónica de la abdicación "Fueron sentimientos contradictorios: el dolor de la despedida y el orgullo"
Esta es la primera vez que don Juan
Carlos habla tras la abdicación en un medio. El periodista Fernando
Ónega ha mantenido la primera entrevista con el monarca después de la
coronación de Felipe VI y la última en su despacho de La Zarzuela.
Cuatro horas de diálogo que se recogen en el libro 'Juan Carlos I. El
hombre que pudo reinar' (Plaza & Janés) y del que 'XLSemanal'
publica un extracto en exclusiva. edición:
Él giró su cuerpo maltrecho, castigado por los años, dolido a causa de los accidentes, la cadera tantas veces rota y las «visitas al taller», y entró en la penumbra del palacio, que era la penumbra de la historia. Se apoyó en su bastón y se desvaneció tras aquella puerta que daba al balcón de la plaza de Oriente.
[...] A su lado iba una gran mujer, la gran dama que le acompañó, por lo menos oficialmente, durante el último medio siglo. Hasta ese instante llegaron las fotos del matrimonio. Las posteriores fueron de encuentros en citas oficiales que duraron lo que duraron los actos. Detrás de aquellas cortinas emprendieron caminos opuestos.
[...] Lo cierto es que no era devoto del Palacio de Oriente. Ni siquiera lo llamaba palacio sino Oriente. No quiso vivir allí como su abuelo, quizá porque este salió de aquel recinto para el exilio sin que nadie acudiera a despedirlo. Él quiso vivir en La Zarzuela porque había soñado con un hogar.
[...] Pero aquel 19 de junio tenía que estar allí. Era su despedida. Se trataba de la entrega de sus poderes a su hijo con el pueblo como testigo. Fugaz, dos minutos apenas, pero aquella escena cerró una página de la historia.
[...] Cuatro meses después, lejos del ruido y las banderas, en la tranquilidad de su despacho, le pregunté cómo recordaba aquel momento y qué sintió a la hora de despedirse.
J.C.: Quizá la palabra emoción se quede corta. Fueron sentimientos contradictorios: la satisfacción del deber cumplido y el dolor de la despedida; la pena de pensar que me retiro y el orgullo de un padre de ver a su hijo allí.
La mañana del adiós.
[...] Él se levantó temprano, como todos los días. Tiene programada la radio como despertador a las siete de la mañana. A continuación realizó sus ejercicios de rehabilitación. Salió de La Zarzuela con la sensación de vestir por última vez el uniforme de gala de capitán general. Preguntó si había mucha gente en la plaza de Oriente: «Está llena, señor». Sintió nostalgia, pero también, como confesó después, el orgullo de la misión cumplida. Salió al balcón 59 segundos después que Felipe VI. Se le veía pequeño al lado de su hijo.
[...] Fue en ese momento, ya detrás de las cortinas, cuando Juan Carlos I se sintió libre de la carga de la Corona. Experimentó la liberación. Había dejado definitivamente la Jefatura del Estado.
[...] No sabía en aquel momento su Majestad que allí se iba a instalar su despacho futuro, quizá porque La Zarzuela no es tan grande como para que quepan dos reyes.
Sin urgencias, pero resuelto a abdicar.
Su figura física llegaba deteriorada a la abdicación. Habían pasado demasiadas cosas en los últimos años. Se habían cometido errores. Escándalos próximos, rumores de alcoba y noticias ciertas del deterioro de la salud se juntaron en poco tiempo. Quizá se habían perdido reflejos.
[...] Mucha gente hablaba de la abdicación e incluso la pedía, pero pocos creíamos que sucediera, porque habíamos leído en sus confesiones a José Luis de Vilallonga estas palabras de don Juan de Borbón: «Un Rey, me había dicho mi padre, nunca debe abdicar; no tiene derecho a hacerlo». Ninguna de las personas que habían hablado con él detectó la menor intención.
[...] Sin embargo, don Juan Carlos sí había pensado en la abdicación. «Lo hizo hace años y en más de una ocasión», según escribió Fernando Almansa: Ha comentado que le gustaría, cuando llegase el momento, dejar la Corona al príncipe y que el relevo de su hijo en el trono se produjera dentro de la normalidad democrática y constitucional.
Un encargo muy especial.
En la primavera de 2013 sorprendió al jefe de la Casa Real, Rafael Spottorno, con un encargo que le dejó de piedra: Vete estudiando cómo se podría instrumentar una posible abdicación. Sin prisas, solo se trata de tener estudiado el tema en sus aspectos jurídico y constitucional.
A lo largo del año que transcurrió entre ese encargo y la decisión final, Rafael Spottorno le preguntó varias veces al Rey si seguía adelante con el trabajo encomendado. Y le repitió la pregunta con otros matices: «¿Estamos seguros, señor?». Y el señor lo estaba. Sin urgencias pero resuelto. Solo le faltaba decidir el momento.
Las razones de la abdicación.
Estoy convencido de que el empujón definitivo se produjo, tal como él reveló, al cumplir setenta y seis años. ¿Qué ocurrió ese día? Se celebraba la Pascua Militar, y el Rey leyó su discurso y se perdió. Estaba agotado. Tenía motivos para estar agotado. Había estado respondiendo mensajes de felicitación por su cumpleaños hasta altas horas de la madrugada, uno a uno, sin ningún tipo de ayuda. En consecuencia, había dormido poco y su capacidad de resistencia se vio mermada. Le disgustó verse después en la televisión. Y le disgustaron, le alarmaron en especial las críticas publicadas, hasta el punto de que le preguntó a una persona de confianza: «¿Es que no hay nadie que me defienda?». Creo que esa sensación de derrota o de impotencia, aunque haya sido puntual y excepcional, le llevó a la decisión final.
La soledad del Rey.
Lo más probable es que la decisión de abdicar haya sido una suma de todo, agravada por la soledad. El Rey estaba muy solo los últimos meses previos a la abdicación. Su matrimonio había naufragado. La relación con sus hijos era complicada: con Cristina por las razones procesales conocidas y porque se había marchado a vivir a Suiza; con la infanta Elena, a pesar de que se profesaban un afecto mutuo, porque ella tenía su propia vida; y aunque el príncipe Felipe mantenía una relación de cariño y admiración, esta estaba matizada por el 'factor Letizia': la sintonía suegro-nuera no sobrepasaba mucho los límites de la cortesía. Incluso hubo momentos de desafecto, creo que superados. Utilizando la célebre expresión de Ortega, «se conllevaban».
Además de una soledad todavía mayor, según me contaron fuentes de toda solvencia, la relación con el Gobierno era poco fluida. Se limitaba a lo obligado por la función institucional y la costumbre, pero hubo casos de nombramientos de embajadores que no le fueron comunicados a Su Majestad, cosa que no había hecho ningún Gobierno anterior. Don Juan Carlos no quiso hacer uso de su autoridad para reclamar esa información. Se tragó los silencios para no provocar conflictos, pero vio incrementado su aislamiento.
[...] A todos estos episodios hubo que sumar las desventuras de su salud, que fueron más graves de lo conocido. Don Juan Carlos estuvo al borde de la muerte cuando fue convocado el doctor Miguel Cabanela.
La infección que sufría estaba a punto de convertirse en una septicemia, enfermedad potencialmente mortal. Se puede decir que la última intervención para cortarla le salvó la vida.
[...] A la vista de este paisaje humano, la alternativa de la abdicación empezaba a ser una hipótesis razonable.
La opinión pública.
Estoy en condiciones de afirmar que el factor de la opinión pública fue determinante. Desde el Palacio de La Zarzuela se hacían encuestas. Periódicamente llegaban los barómetros del CIS y los sondeos de empresas privadas que publicaban los medios informativos. Y cada estudio demoscópico era un golpe en el rostro del monarca: había rechazo. Por primera vez en los treinta y nueve años de reinado, don Juan Carlos veía bajar la calificación que le daban los ciudadanos.
El calendario.
La primera vez que el rey solicitó que se fuese estudiando su abdicación fue en la primavera de 2013. Es decir, un año después del suceso de Botsuana pero meses antes de la operación efectuada por el doctor Cabanela, cuando se encontraba ya muy limitada su movilidad.
Febrero de 2014. Secreto absoluto.
[...] La decisión final fue comunicada a Spottorno a principios de 2014. Y una vez adoptada, al Rey le salió el impulso vital que lleva dentro y quiso visitar los países del Golfo, en un viaje que sus colaboradores llamaron «la ruta del dátil». Viajaron en un avión lleno de empresarios y periodistas. Lo que ninguno se podía imaginar al ver a Rafael Spottorno y Javier Ayuso trabajar juntos en un ordenador era lo que estaban haciendo: el esquema del borrador de lo que finalmente sería el discurso de abdicación. Había orden de secreto absoluto. Aún hoy parece increíble que consiguieran la ausencia de cualquier tipo de filtraciones, pero lo lograron. Y se evitó lo que menos convenía en ese momento: abrir el debate monarquía-república. Aunque fue «por los pelos»: hubo que adelantar una semana la abdicación, porque al menos dos personas conocían los preparativos. Y estas dos personas no estaban en la lista de los conjurados al silencio.
31 de marzo de 2014.
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, recibió la sorpresa política de su mandato, el día del funeral de Estado de Adolfo Suárez. Salió de las Cortes con destino al palacio de La Zarzuela y allí le esperaba el rey para el despacho semanal. No entraron en el debate de las materias de consulta ordinaria que el presidente traslada al monarca ni el monarca hizo al presidente pregunta alguna. Solo le comunicó que había decidido abdicar. Rajoy respondió escuetamente: «Es su decisión, la respeto y cuente con todo mi apoyo y el del Gobierno».
3 de abril de 2014.
Tres días después, el rey recibió a Alfredo Pérez Rubalcaba, que resultaría fundamental en la operación. Rubalcaba tenía la clave de los votos para que la proclamación del nuevo rey no se llevara a cabo únicamente con el respaldo del Partido Popular. Y para conseguir ese fin disponía de la llave del calendario, ya que el líder del Partido Socialista también pensaba dejar la secretaría general de su partido. Con él en ese puesto, la mayoría estaba asegurada. Sin él, y sin conocer al sucesor, nadie podía asegurarla.
Diecisiete días que salvaron la monarquía.
De esa forma se estableció un primer abanico de fechas. Todo el proceso de abdicación y proclamación tenía que producirse entre el 25 de mayo y el 30 de junio. A partir del 25 de mayo porque era el día de las elecciones europeas. Antes del 30 de junio, porque era el final del periodo de sesiones y todo el proceso debía realizarse con las instituciones a pleno rendimiento, sin vacaciones parlamentarias.
Abril de 2014. Se encienden las alarmas.
Después de Semana Santa se celebraron reuniones a las que asistieron Rafael Spottorno, Alfonso Sanz Portolés, Jaime Alfonsín, Domingo Martínez Palomo y Javier Ayuso, por parte de La Zarzuela. Con el Rey se reunieron el Príncipe Felipe, Mariano Rajoy, Pérez Rubalcaba y Spottorno. Se contó con la opinión de Felipe González y de Alberto Aza, anterior jefe de la Casa. Se informó a los expresidentes José María Aznar y Rodríguez Zapatero. Se acordó que la abdicación se comunicaría el lunes 9 de junio.
16 de mayo de 2014.
En la siguiente reunión se produjo un hecho imprevisto. Rafael Spottorno informó de que había al menos dos personas ajenas a los trabajos que conocían o intuían que se preparaba la abdicación. Se trataba de María Teresa Fernández de la Vega y Javier Zarzalejos. Rubalcaba ofreció una interpretación rápida que provocó la risa de los asistentes: a María Teresa se lo contó Zapatero; a Zarzalejos se lo contó Aznar. También a Javier Ayuso le preguntaron dos periodistas qué había de cierto en el rumor de una inmediata abdicación del rey. Se encendieron las alarmas. Alfredo Pérez Rubalcaba reaccionó con agilidad: «Hay que adelantar la abdicación». Mariano Rajoy se sumó a la iniciativa como si se hubiesen puesto previamente de acuerdo, y se propuso adelantar todo el proceso una semana. Ya no se podían correr riesgos. La abdicación quedó señalada para el día 2 de junio.
Solo había una duda: ¿estarían el Príncipe y la reina Sofía en Madrid? Se consultó la agenda, y don Felipe regresaba de una toma de posesión en Iberoamérica. Doña Sofía recibía un premio en Nueva York, pero llegaría a tiempo para los actos públicos. El calendario estaba despejado.
[...] En La Moncloa se instaló la orfebrería jurídica. De los miles de funcionarios que trabajan en ese recinto, solo tres personas supieron lo que se estaba preparando. Fue otra de las cautelas del precavido Mariano Rajoy. Cuando se le comunicó que podía informar al Gobierno, el presidente respondió: «Solo se lo diremos a dos personas: Soraya Sáenz de Santamaría y Pérez Renovales», subsecretario de Presidencia.
[...] Para acelerar el proceso y no perderse en discusiones colaterales, se dejaron para después lo que podrían llamarse 'asuntos menores' como el tratamiento, el escudo del rey Felipe VI y las precedencias. Para la polémica cuestión del aforamiento se encontró un hueco en la Ley Orgánica del Poder Judicial.
El tránsito se hizo con toda normalidad, sin traumas de ningún tipo.
Octubre de 2014.
El Rey está más relajado y afectuoso. De salud se encuentra bien. Por fortuna ya no tiene que hacer rehabilitación. Cada mañana hace su gimnasia y camina ochocientos metros en la cinta. Le cuesta pero avanza.
[...] Es posible que hoy, después de todo lo vivido, se sienta un poco más solo todavía. Le fallaron demasiados amigos. O quizá no tuvo la suerte en la elección de los mismos.
[...] Al final de su reinado, hubo una palabra que repetía cada minuto, en público y en privado: «Gracias». Se marchó agradecido por todo: por el apoyo recibido, por las muestras de afecto de la gente, por haberle permitido simplemente reinar. Está convencido de su buena estrella: «Esa buena suerte que siempre me ha acompañado». Jaime Carvajal le escuchó esta confesión:
No sé cómo han salido las cosas tan bien. A veces tengo la impresión de que se me aparecía una paloma, se me posaba en el hombro y me iba inspirando.
A quien el Rey dedicó una frase de gratitud cuando comunicó su decisión de abdicar fue a ella, a doña Sofía, a su esposa durante cincuenta y dos años. Y se lo dijo así: «Gratitud a la Reina, cuya colaboración y generoso apoyo no me han faltado nunca».
En la retina de los españoles quedaban algunas imágenes que hablaban de distancia. Hacía mucho tiempo que no se cruzaban miradas de complicidad, al menos en público. Algunos libros publicados aseguraban que la pareja afectiva estaba rota y que hacía décadas que no convivían como un matrimonio. Hay quien asegura que el príncipe Felipe quiso casarse por amor, sin atender al origen de la elegida, justamente para no sufrir el desamor que había visto en su casa. Historias de corte...
Cuando se escriben estas páginas, doña Sofía también se ha desvanecido en la historia. Quizá más que nadie. En la memoria queda su frase: «En este viaje vamos juntos. Y eso no se acaba».Salvo tras la abdicación de su marido. Y una mañana de junio de 2014 el telón bajó en un balcón del Palacio de Oriente.
Habla Juan Carlos I . (Extracto de la entrevista mantenida por Fernando önega con el rey, publicada en el libro "Juan Carlos I. El hombre que pudo reinar"
Fernando Ónega. En su viaje de retorno desde el Palacio de Oriente a La Zarzuela, el ciudadano Juan Carlos de Borbón y Borbón ya no era jefe del Estado español, pero seguía siendo rey. Durante unos minutos contempló la película completa de su biografía... ¿Qué sobresalía en los recuerdos?
Juan Carlos I. Hay dos momentos fundamentales en mi vida: el primero, cuando Franco me comunicó que había decidido designarme «sucesor a título de rey». Por una parte era un desaire tremendo a mi padre, que era el legítimo titular de la Corona; pero, por otra, era la única solución posible y lo importante era que se salvaba la monarquía, y mi padre lo entendió. El segundo, el 23F, donde la monarquía se jugó su prestigio y su continuidad. Pero recuerdo también de forma especial el ingreso de España en la OTAN y en Europa, en la actual Unión Europea. Ambas significaban la consecución de uno de mis objetivos: poner a España en el mundo.
F.O. El 22 de noviembre de 1975 fue proclamado rey de España con el nombre de Juan Carlos I, ¿sintió vértigo?
J.C.I. Más que vértigo, sentía una enorme responsabilidad por todo lo que se me venía encima. Yo era el rey de España, pero con todos los poderes de Franco. Y entre esos poderes figuraba uno terrible: la potestad de firmar una pena de muerte. No dormía pensando en eso. Me quitaba el sueño la espantosa posibilidad de que se me pusiera a la firma una sentencia y una orden de ejecución que nunca estaría dispuesto a aceptar, aunque estaba dentro de la legalidad. Estaba entre mis poderes, y formó parte de ellos hasta la aprobación de la Constitución en 1978. Fueron tres años conviviendo con esa angustia, con la amargura de reinar con la pena de muerte vigente.
F.O. ¿Fue cierto que, después de liberados los diputados (tras el 23-F), mantuvo una conversación tan tensa con Adolfo Suárez que hasta el perro del Rey estuvo a punto de saltar sobre el presidente.
J.C.I. Ni hubo perro ni hubo nada. Fue una conversación cordial, tranquila, muy agradable y de reconocimiento a Suárez por la valentía y dignidad que había demostrado en su escaño y por haber desconfiado tanto de Armada.Yo tenía noticias, claro está, de que había reuniones de mandos militares, de su descontento por el terrorismo, de su preocupación por la unidad de España cuando se estaba poniendo en marcha el Estado de las Autonomías, y estaban disgustados por la legalización de algunos partidos. Ese estado de ánimo se me comunicaba por los cauces habituales y en conversaciones directas. Pero ni yo ni el Gobierno creímos que fuesen a actuar de esa forma, promoviendo nada menos que un golpe de Estado. Y aún hoy mantengo algunas incógnitas: ignoro quién era el 'elefante blanco', aunque todo apunta a que era Armada. Tampoco sé si por un lado actuó Tejero, y el de Milans era otro golpe.
F.O. ¿Cómo vivió aquellas horas, cómo dirigió la anulación del golpe?
J.C.I. Lo primero que hice fue llamar al jefe del Estado Mayor y al general Armada. Llamé a Armada porque había sido mi colaborador durante 17 años. ¿Cómo iba a suponer que podía estar metido o encabezando una rebelión? Habíamos estado juntos desde las academias militares. Siempre había sido un colaborador leal y eficaz. Armada me dijo: «Si no le importa voy a enterarme bien de lo que ocurre y subo a La Zarzuela a informarle. Subo con todos los planes». Quien primero me abre los ojos es el general Juste, Pepe Juste, el jefe de la Brigada Acorazada, que venía de unas maniobras en Zaragoza. Y preguntó si Armada estaba en La Zarzuela. En ese momento di la orden de que no entrara nadie en el palacio ni en el recinto. Tenía que darla porque, si llegase Armada, le hubiesen dejado entrar porque era un hombre de la Casa. Una llamada suya diciendo que hablaba desde La Zarzuela significaba que tenía el amparo real e incluso que el rey estaba a favor del golpe.
F.O. ¿Por qué se tardó tanto en emitir el mensaje que ponía fin al golpe?
J.C.I. Es que no sabíamos si estábamos rodeados. Entre otras muchas cosas, fue Mondéjar quien habló con el capitán (de caballería, por cierto) que mandaba las tropas que habían ocupado Radiotelevisión Española. Le dijo que hiciera el favor de dejar pasar a los que llevaban el mensaje. Y el capitán respondió: «A sus órdenes, mi general».
F.O. Sentado en el palacio de La Zarzuela, el rey Juan Carlos recordó su relación con la izquierda política.
J.C.I. Aunque no guste a todo el mundo, nunca podré olvidar el comportamiento del Partido Socialista y el Partido Comunista. Si en aquellos momentos a la izquierda española, y concretamente a Santiago Carrillo, se le hubiera ocurrido sacar sus militantes a la calle, hoy ni tú ni yo estaríamos aquí. Pero funcionó la buena voluntad de Carrillo y la confianza que tuvo en mi palabra. Yo había prometido legalizar al PCE. Se lo había dicho al gran amigo de Carrillo, Ceaucescu, a través de Manolo Prado, que fue mi emisario con una única salvedad: yo decidía el cómo y el cuándo. Y Carrillo aceptó. Si se hubiera revuelto y exigido la legalización inmediata me hubiera puesto en un aprieto.
F.O. Le pregunto por el significado de reinar por primera vez con un gobierno socialista que tantas veces se había proclamado republicano e incluso había tenido gestos de rechazo a la monarquía en la ponencia que redactó la Constitución.
J.C.I. Una vez que se había instaurado la democracia tener un Gobierno socialista era un hecho normal. Y fueron trece años con Felipe González. No hemos tenido ningún problema ni personal ni institucional. Me llevaba y me llevo divinamente con él. Es un hombre que piensa en España y piensa en el Estado.
TÍTULO: ENTREVISTA,. Al Pacino: ACTOR,
foto / Al Pacino: "Eran todos chicos guapos... y entonces llegué yo"
Tiene 74 años, pero trabaja más que
nunca. En los próximos meses, se estrenan dos películas suyas y, el año
que viene, vuelve a Broadway. Asegura que afronta su trabajo con la
misma ilusión con la que comenzó. Quizá porque nunca planeó ser famoso.
Pero finalmente, afirma entre la sorna y el agradecimiento, se está
acostumbrando a la fama y al dinero.
A los 74 años, no cree que un día vaya a escribir un libro sobre su vida y su carrera profesional, por la simple razón de que no se acuerda muy bien de lo que hizo en los setenta. Una década durante la cual fue nominado al Oscar cinco veces por las dos primeras películas de la saga El Padrino, por Serpico, Tarde de perros y Justicia para todos y durante la que interpretó, a su vez, el Ricardo III shakespeariano en Broadway. Pero, para el actor, los años setenta son hoy un borroso manchón en la memoria, producto del consumo habitual de drogas y alcohol. «En los sesenta me encontraba bien, pero en los setenta me sentía fuera de lugar; me hice famosísimo de la noche a la mañana», cuenta.
«En aquellos años, los actores eran todos guapos... hasta que, de pronto, aparecí yo. Nunca ambicioné convertirme en una estrella de cine. No era mi objetivo en la vida, la cosa me pilló completamente desprevenido, y creo que eso explica en parte que aquella fuera una década tan complicada para mí. Yo era un poco salvaje y descontrolado, y llevaba una vida muy loca, por lo que el recuerdo que tengo de esa época...».
Ríe. «Prefiero dejarlo ahí. Como puede ver, ahora estoy mucho mejor. Lo que demuestra que es posible sobrevivir a ese tipo de cosas. No voy a escribir un libro, pero si un día cambio de idea quizá pueda ayudarme con el capítulo dedicado a los setenta». Más risas.
FAMILIA Y MIEDOS
La entrevista tiene lugar en Los Ángeles, ciudad a la que va con regularidad a visitar a sus hijos mellizos de 13 años, Anton y Olivia, quienes viven con su madre, la actriz Beverly D'Angelo. Pacino reside en Manhattan, pero hace lo posible por ver a sus hijos con regularidad.
«A veces resulta un poco complicado. Su madre y yo siempre hemos vivido cada uno en su casa, lo cual es un factor que considerar dice. Los niños viven en su casa y vienen a verme a la mía, por lo que siempre están llevando cosas de un lado a otro, aunque con los años se han ido acostumbrando. Entre otras cosas, porque constantemente he estado a su lado, desde el día de su nacimiento».
Pacino tiene otra hija de 25 años, Julie, fruto de su relación con la profesora de arte dramático Jan Tarrant. Según explica, Julia también es actriz «y hace lo que de verdad le gusta, de forma vocacional y con verdadera pasión».
Vestido con un traje oscuro y arrugado, con los faldones de la camisa por encima del pantalón y con un fular en el cuello, el actor bebe café a sorbitos de un vaso de plástico. Al comienzo de su carrera profesional, Pacino trabajó como humorista de club nocturno y está claro que sigue disfrutando al contar historias divertidas. Muchas de las anécdotas tienen origen en su experiencia en el mundo del teatro. Nuestro hombre debutó en Broadway en 1969 con la obra Does a tiger wear a necklace?, por la que ganó su primer premio Tony. A diferencia de muchos actores procedentes del teatro que con el tiempo se han convertido en estrellas de cine y han dado la espalda a los escenarios, Pacino ha seguido trabajando en el teatro de forma regular.
«Sigo teniendo las pesadillas típicas de los actores», asegura. Y alguna se le ha hecho realidad. «Recuerdo que estaba interpretando una obra de Shakespeare. En un momento dado dije: 'Señor, acabo de traeros esto y lo otro' y seguí dale que te pego con el diálogo, hasta que me di cuenta de que mis palabras eran de otra obra de Shakespeare. ¡La representación era de Hamlet, pero yo estaba largando frases de Julio César! '¿Y ahora cómo salgo de esta?', me pregunté. Estaba muerto de miedo».
«Recuerdo que otra vez, cuando aún era relativamente joven, nuestra compañía estuvo representando ocho funciones de Shakespeare por semana. Al cabo de unos días, me encontraba exhausto. Hubo un momento en el que me tocaba decir una larga parrafada en escena y, de pronto, pensé: 'Estoy diciéndolo todo dos veces. Estoy repitiéndome, pues esto ya lo he dicho antes. ¿Qué es lo que me pasa? El público va a empezar a levantarse y marcharse cuando se dé cuenta de que el inútil del escenario está diciéndolo todo por duplicado'. En realidad no era así. Lo que pasaba era que un par de horas antes había largado la misma parrafada».
Pacino nunca ha estado casado. Entre sus distintas parejas se han contado las actrices Jill Clayburgh, Diane Keaton, Marthe Keller, Kathleen Quinlan, Debra Winger y Penelope Ann Miller.
Ahora, el actor lleva siete años saliendo con Lucila Solá (o Polak, su verdadero apellido), una actriz y modelo que tiene 40 años menos que él. «Hemos vivido muchas experiencias juntos y hay un montón de cosas que nos mantienen unidos», explica. «Nuestra relación ha resistido el paso del tiempo, de lo cual me alegro, pues es señal de que funciona. Y eso es lo importante».
INFANCIA Y FUTURO
Nacido en el degradado barrio neoyorquino de East Harlem, tuvo una niñez «complicada». El adjetivo es suyo. Su padre, Salvatore, albañil de profesión, abandonó a la familia dos años después del nacimiento del actor. Pacino creció con su madre, Rose, y sus abuelos. El dinero escaseaba en el hogar familiar, y Pacino se marchó de casa a los 16 años para vivir en el ambiente bohemio de Greenwich Village, donde trabajó como acomodador en un cine y se integró en un grupo teatral. «El mundillo del teatro vino a ser mi familia durante muchos años... De hecho, sigue siendo mi familia», indica.
Tras formarse en el Actors Studio de Lee Strasberg e interpretar a Michael Corleone en El Padrino en 1972, Pacino ha sido nominado al Oscar ocho veces. Finalmente consiguió el galardón en 1992, por Esencia de mujer. Ha sido premiado con el Tony en dos ocasiones y se ha convertido en una figura tan icónica como duradera en el teatro y el cine.
Ha creado personajes tan memorables como Serpico, Scarface, Big Boy Caprice en Dick Tracy y el gánster de tres al cuarto Lefty, en Donnie Brasco. Junto con Dustin Hoffman y Robert De Niro, contribuyó a ponerle fin a la tradicional convención hollywoodiense de que todos los protagonistas masculinos tenían que medir más de un metro ochenta y gozar de una apostura varonil. Le ha llevado cierto tiempo, pero finalmente se ha acostumbrado a la fama y el éxito. «Hace años, mi gran amigo y mentor Charles Laughton me llamó la atención sobre algo: 'Al, sigue sorprendiéndote que los desconocidos se acerquen a saludarte cuando andas por la calle'. Era un hecho. Me sorprendía, no veía la razón por la que me paraban en plena calle. Pero como el gran Lee Strasberg me dijo en otra ocasión: 'Querido, uno tiene que hacerse a la idea'». Pacino es el protagonista de una nueva película, The Humbling, basada en el libro de Philip Roth La humillación (que se estrenará en marzo en España), donde encarna a un viejo actor teatral con tendencias suicidas que establece una relación con una lesbiana joven y ligera de cascos, interpretada por Greta Gerwig.
«Cada vez pienso más en el paso de los años, y he llegado a un punto en el que tan solo quiero trabajar en papeles que me interesen de una forma personal, razón por la que dije que sí a The Humbling. En marzo de 2015 va a estrenarse otra película mía. Se llama Danny Collins... ¡Y en ella interpreto a una estrella del rock, nada menos!».
«Hoy me lo pienso todo mucho más a la hora de leer un guion; antes no le daba tanta importancia al asunto. Ahora miro un guion y me pregunto si la historia tiene que ver conmigo en el plano personal. Lo que quiero decir es que hay películas con muy buenos guiones, pero prefiero no trabajar en ellas. Hace 20 años hubiera aceptado esos mismos papeles».
Pacino tiene previsto volver a Broadway el año próximo para trabajar en la última obra de David Mamet, cuyo título y trama siguen siendo un secreto. «Es algo que nadie ha hecho hasta ahora, lo que me produce una gran ilusión. Sigo disfrutando al afrontar un desafío», dice.
«Uno tiene que poner pasión en lo que hace y darlo todo. Salir a un escenario cada noche es como andar por la cuerda floja».
En la cumbre Pacino, en 1974. Ya había hecho El Padrino y Serpico y preparaba Tarde de perros. Se convirtió en actor de culto en tiempo récord. A principios de los ochenta, su carrera se resintió un poco, pero Scarface en el 83 lo devolvería a la cumbre.
Pareja de hecho Lucila Solá, actriz argentina de 35 años, es desde hace siete la pareja de Pacino. Pese a la diferencia de edad y aspecto, ella asegura que hay más mujeres que intentan ligar con él que hombres con ella. «Pero no soy celosa. Yo sé que me quiere a mí».
Palabra de Pacino
"Me siento muy afortunado de no haber caído en la depresión. podía haber ocurrido y habría sido aterrador"
"No he pensado en retirarme. Me impactó cuando Paul Newman anunció que se retiraba, a los 82 años. La mayoría de los actores simplemente se desvanecen, se apagan, como los viejos soldados"
"Nunca quise ser el Padrino. Es más, pensaba que a Coppola se le iba un poco la cabeza cuando me ofreció ese papel"
"No quiero ser como mi padre. Yo quiero estar ahí para mis hijos. Soy responsable de ellos"
"Marlon Brando es un gigante de otro nivel. Al actuar, era como si aterrizase desde otro planeta"
"La vanidad es mi pecado favorito"
La gente no sabe que yo empecé haciendo monólogos cómicos.La gente, de hecho, no se lo cree cuando lo cuento. pero yo me veo a mí mismo así, haciendo comedia»
"¿Problemas de ser famoso? Que la gente es siempre amable contigo. En una conversación, todo el mundo asiente a lo que dices, aunque estés diciendo algo totalmente estúpido. Por eso necesitas gente cerca que te diga lo que no quieres oír"
"¿Hacer deporte? Yo hago como Oscar Wilde: cada vez que me dan ganas de hacer ejercicio, me tumbo hasta que se me pasa"
"Tenía dos tías sordas, con las que, siendo yo muy pequeño, pasé un año. Ahí es quizá donde empezó lo mío con la actuación: por la necesidad de comunicarme, ¿me explico?"
"Si en los setenta hubieran existido los móviles, habría fotos mías muy inquietantes"
"Es más arriesgado no asumir riesgos que hacerlo. Yo siempre supe que, en cuanto se presentase la oportunidad, tenía que estar allí para agarrarla"
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