domingo, 23 de febrero de 2014

ENTREVISTA, Matthew Mcconaughey. Su receta de la felicidad./ REVISTA XL SEMANAL, PORTADA, UCRANIA LA REVUELTA DESDE DENTRO,.

"Todos los días me planteo cinco preguntas fundamentales: ¿Cómo me va en el trabajo? ¿Soy buen padre? ¿Y buen marido? ¿Cómo está mi ...
 
Entrevista

-foto-Matthew Mcconaughey. Su receta de la felicidad.

"Todos los días me planteo cinco preguntas fundamentales: ¿Cómo me va en el trabajo? ¿Soy buen padre? ¿Y buen marido? ¿Cómo está mi salud? ¿Y mis amigos?"Mi receta de la felicidad
Del piso superior llega un estruendo como si una cuadrilla de obreros estuviera haciendo reformas. Nada más lejos, se trata de los tres hijos de Matthew McConaughey, que alborotan entre risas en una suite del hotel Adlon de Berlín. A su padre, estrella emergente y uno de los actores de moda en Hollywood, se le ve tan feliz como a ellos mientras habla sobre su vida y su carrera. Sin duda, tiene buenos motivos para ello.
Dos décadas después de su bautismo en el negocio del cine con cintas adolescentes como ¡Qué muerto de novio! o Movida del 76, acaba de recibir su primera nominación al Óscar gracias a su estremecedora recreación de Ron Woodroof, un homófobo vaquero al que le diagnostican sida terminal. Con Dallas Buyers Club [estreno: el 14 de marzo], McConaughey, cuya carrera deambuló en la última década entre títulos irrelevantes e insulsas comedias románticas, completa con su nuevo trabajo un rotundo golpe de timón que lo ha convertido en uno de los actores mejor valorados de Hollywood, trabajando a las órdenes de gente como Steven Soderbergh, William Friedkin, Martin Scorsese o Christopher Nolan.
«Hay millones de hombres en la cuarentena que han triunfado, que les ha pasado igual que a mí. Mire, los 20 son la revolución. Durante los 30 empiezas el proceso de eliminación, te encuentras a ti mismo, pero a partir de descartar quien no eres. Y a los 40 te dices: 'Esto es lo que hay, aquí estoy yo'. Ahora estoy a mitad de los 40 y no quiero tener que decirme dentro de 10 o 20 años: '¿Qué he hecho todo este tiempo? ¿Qué he hecho en mi vida? ¿Nada?'».
XLSemanal. Da la sensación de que, de un tiempo a esta parte, todo lo que usted toca se convierte en oro...
Matthew McConaughey. Hombre, a uno le gustaría que las cosas se convirtiesen siempre en oro, pero a veces se convierten solo en cobre... o en mierda [se ríe]. Pero la verdad es que me va bien: estoy haciendo unas películas con las que antes solo podía soñar, tengo una mujer maravillosa y unos hijos estupendos, son todos unos niños muy sanos. ¡Una vida perfecta!
XL. Parecía usted abonado a la comedia romántica, pero desde hace unos años su carrera ha dado un giro copernicano. ¿Ha sido algo planeado?
M.M. Sí. Hace unos cinco años me di cuenta de que había llegado a un punto en mi carrera en que solo me llamaban para rodar ese tipo de filmes. Un día pensé: «Quiero hacer algo diferente, algo que me dé miedo, nuevos retos, algo de lo que no esté seguro que soy capaz de hacer. Ya tengo dinero más que suficiente para pagar el alquiler y para llevar comida a la mesa, así que me puedo permitir decir que no». Y eso hice.
XL. ¿Y qué pasó entonces?
M.M. Pues que no recibí una sola oferta en todo un año. Me quedaba en casa y no hacía nada. Al parecer, fue precisamente eso lo que despertó el interés de directores como Steven Soderbergh, que me propuso el papel de Dallas, el dueño de un club de striptease masculino, en Magic Mike.
XL. ¡Un año sin ofertas de trabajo! ¿No se asustó?
M.M. Justo en esa época nació mi primer hijo. Estaba muy contento y tenía una ocupación genial con la que llenar todos los días. Levi me ayudó a no tener miedo. Además, había tomado una decisión firme.
XL. Dicen que es usted perfeccionista hasta el extremo, que plastifica los guiones para poder repasarlos hasta en la ducha...
M.M. Cierto. Funciona así: tienes que repetirte en voz alta la misma escena cientos de veces, hasta que la domines. A mí me gusta decir mis líneas a las cinco de la mañana de un domingo o a las dos de la madrugada de un sábado cuando estoy borracho. Las repito en distintos estados de ánimo y en momentos diferentes: cuando estoy en el parque con mis hijos, se las digo como se las diría a un niño. En otros momentos, las recito como si estuviera rezándole a Dios. Y también las repito a gritos en la ducha.
XL. Para su papel en Dallas Buyers Club perdió 25 kilos. Usted, un hombre cuya imagen ha estado siempre relacionada con su cuerpo, ¿cómo se lo tomó?
M.M. Siempre me sentí muy seguro porque durante todo ese tiempo me alimenté bien, simplemente comía raciones más pequeñas. Además, me di un margen de cuatro meses para conseguirlo. Cuanto más me acercaba a mi objetivo de 67 kilos, más emocionado me sentía.
XL. ¿Cómo reaccionó su familia ante ese cambio?
M.M. Para ellos no fue difícil porque me veían todos los días y sabían por qué lo hacía. Pero un día mi hija Vida, que tiene cuatro años, me dijo: «¡Papá, tu cuello parece el de una jirafa!». Le expliqué que lo estaba haciendo para una película. Eso sí, los conocidos que hacía tiempo que no me veían se quedaban perplejos.
XL. ¿Recurrió a algún truco que lo ayudara con esa dieta tan estricta?
M.M. Siempre tenía hambre, así que me pasaba el día masticando cubitos de hielo. De esa manera me parecía que estaba comiendo algo y me mantenía entretenido. ¡Estoy seguro de que comí toneladas de cubitos de hielo!
XL. Suena todo como si estuviera pasando la fase más feliz de su vida...
M.M. Siempre me planteo cinco preguntas fundamentales para mí: ¿cómo me va el trabajo?, ¿soy un buen padre?, ¿soy un buen marido?, ¿cómo está mi salud?, ¿cómo me va con mis amistades? Lo único que se ha resentido es el apartado de las amistades, aunque es algo relativamente normal cuando tienes familia. Pero en estos momentos las otras cuatro cosas me van realmente bien. Por ahora soy un hombre muy feliz y estoy muy agradecido por ello.
XL. ¿Cómo se manifiesta esa felicidad?
M.M. Escribo un diario desde hace 15 años. Cuando empecé, le pregunté a un amigo: «¿Por qué solo nos ponemos a escribir cuando nos va mal?». Desde entonces escribo sobre todo cuando me va bien. De esa manera siempre puedo echar la vista atrás y preguntarme: «¿Qué pasó la vez aquella que te sentías tan contento?».
XL. Antes hacía viajes de aventura con cierta regularidad. ¿Eso se acabó?
M.M. Claro que los hago, pero ahora viajo con toda la familia. Cuando rodé mi última película, Interstellar [de Christopher Nolan], nos fuimos todos de acampada en una autocaravana sin electricidad a las montañas de Calgary, en Canadá. Afortunadamente, a mi mujer le gusta tanto la aventura como a mí. Tenemos un acuerdo: cuando trabajo, la familia entera se viene conmigo. Hacen turismo y aprenden cosas sobre la historia del país. Mejor, imposible.
Privadísimo
-Hijo de una profesora y de un jugador profesional de fútbol americano, nació el 4 de noviembre de 1969 en Uvalde (Texas).
-Al acabar el bachiller, se fue a Australia un año, donde, entre otros trabajos, fue lavaplatos. Al volver a casa, estudió Derecho hasta que descubrió su verdadera vocación.
-Está casado desde hace dos años con la modelo brasileña Camila Alves. Tienen tres hijos: Levi (de cinco años), Vida (de tres) y Livingston (de uno).
-En 1999 fue arrestado por perturbar a sus vecinos y por posesión de cannabis. Al parecer, estuvo tocando los bongós desnudo en su casa hasta altas horas de la madrugada.
-Fue la segunda opción para hacer de Jack Dawson, el protagonista de Titanic, hasta que DiCaprio aceptó el papel.

TÍTULO:   REVISTA XL SEMANAL, PORTADA, UCRANIA LA REVUELTA DESDE DENTRO,.
  1. Ucrania, la revuelta desde dentroMás de dos meses de protestas en medio del crudo invierno ucraniano y decenas de miles de opositores al Gobierno prorruso de Yanukóvich ...
     
En portada

Ucrania. La revuelta, desde dentro

Más de dos meses de protestas en medio del crudo invierno ucraniano y decenas de miles de opositores al Gobierno prorruso de Yanukóvich han convertido el centro de Kiev en un verdadero campamento militar. Quieren elecciones libres y acusan a su presidente de ser un lacayo de Putin. Cruzamos al otro lado de la barricada.
Sonaron disparos en Kiev a plena luz del día. El joven no se lo pensó dos veces y echó a correr hacia el frente, hacia las barricadas levantadas delante del hotel Dnipro. Cuando llegó, la Policía antidisturbios ucraniana, la Berkut, estaba cargando con porras y granadas aturdidoras contra los manifestantes. De repente alguien lo empujó, lo tiró al suelo y lo arrastró al otro lado, hacia los hombres enmascarados de la Berkut. «Se abalanzaron sobre mí como perros de presa», cuenta Gavriliuk, un obrero de la construcción procedente de Chernivtsi, al oeste de Ucrania. Lo golpearon con porras, le cortaron la coleta con un cuchillo de combate y le arrancaron la ropa. Gavriliuk se quedó desnudo a 15 grados bajo cero.
Es muy probable que nadie hubiese creído su historia, pero los propios hombres de la Berkut grabaron su actuación sin ningún tipo de reparo. El vídeo llegó a YouTube. Y al mundo. Desde el Ministerio se aseguró que el hombre se había rociado con gasolina para prenderse fuego y que por eso los agentes lo habían tenido que desnudar. A Gavriliuk esta afirmación lo enfurece: «Es la mentira del siglo», dice. Sus ojos siguen presentando derrames, y sus mejillas lucen grandes hematomas, pero aun así se encarama a la barricada número 4 con una sonrisa. Su tienda, protegida tras un muro de sacos llenos de nieve, se encuentra en el centro de la Maidán, la plaza de la Independencia en el centro de Kiev. Lleva dos meses viviendo aquí para luchar contra el presidente Víctor Yanukóvich. El asalto de la Berkut no lo ha detenido. Quiere quedarse «hasta la victoria».
Así empezó a gestarse la revuelta
Cuando Gavriliuk decidió viajar a la capital para unirse a las protestas, Yanukóvich acababa de rechazar el tratado de asociación con la Unión Europea. Al principio, solo docenas de periodistas, estudiantes y defensores de los derechos civiles se manifestaron contra el nuevo rumbo tomado por el gobernante del país. Hoy, decenas de miles de personas han levantado una especie de Estado independiente en la plaza Maidán. Cuenta con un suministro de leña, baños portátiles y cocinas de campaña en las que se reparte gratis lo que llaman la 'eurosopa', una variante del típico caldo ucraniano.
En los primeros días, la atmósfera era alegre, como en un festival de música pop; ahora, el ambiente es de guerra. Unidades de autodefensa con escudos, cascos, máscaras antigás y estacas de madera desfilan por la zona ocupada y se relevan en la vigilancia del anillo exterior de barricadas sobre las que vuelan piedras y cócteles molotov. Por la noche, el humo de los neumáticos en llamas se extiende por la ciudad.Hace tiempo que las protestas callejeras dejaron de estar controladas por los políticos. Muchos manifestantes, decepcionados, les han vuelto la espalda a los líderes de la oposición, a los que consideran faltos de fuerza y sin una estrategia adecuada. Mientras, los políticos asisten impotentes a la progresiva radicalización de las protestas y los partisanos han llegado a ocupar durante algunas horas la sede del Ministerio de Justicia. El desalojo de las barricadas ya es prácticamente imposible si no va precedido de un baño de sangre. Los rebeldes que actúan fuera de Kiev han llegado a ocupar edificios oficiales en casi la mitad del país.
La reacción oficial no se hizo esperar
Estos hechos llevaron a Yanukóvich a lanzar una campaña de intimidación con la intención de debilitar las protestas. Se prohibieron temporalmente las concentraciones de ciudadanos, y cualquiera que estuviera en la plaza de la Independencia se enfrentaba a penas de cárcel. Muchos creen que la táctica violenta de Yanukóvich está inspirada por su nuevo aliado ruso. «Hace mucho tiempo que Putin está presente en Kiev», afirman los políticos de la oposición. Pese a que el presidente dio marcha atrás y acordó con estos mismos líderes la retirada de sus nuevas leyes represivas, las violentas cargas policiales solo han conseguido fortalecer y radicalizar las protestas.
La lista de brutalidades es larga
Ya han perdido la vida al menos siete manifestantes. Un hombre cayó desde lo alto de la arquería de entrada del antiguo estadio del Dinamo de Kiev. Imágenes de vídeo, tomadas con un teléfono móvil, muestran a agentes de la Bertuk golpeando durante minutos a manifestantes encogidos en el suelo. Especialmente salvajes se considera a los tibushki, mercenarios a sueldo del Ministerio del Interior. Muchos transeúntes han sido víctimas de sus ataques. Las tropas gubernamentales han atacado a fotógrafos y cámaras de televisión durante los enfrentamientos callejeros, según aseguran testigos presenciales. Al menos 50 periodistas han resultado heridos de cierta gravedad. Una granada explotó delante del fotógrafo Igor Dentshenko: «Iba dirigida contra mí, allí no había nadie más». Poco antes había fotografiado cómo los agentes de la Bertuk lanzaban piedras contra los manifestantes. Dentshenko está ingresado en el Hospital Central de Kiev y los médicos han tenido que extirparle el ojo izquierdo. Volverá a la plaza tan pronto como pueda, «pero dejaré la cámara en casa añade, y en su lugar llevaré un arma».
Las delaciones y el miedo
Muchos heridos se resisten a ser tratados en los hospitales desde que el Ministerio de Sanidad ordenó a los médicos que denunciaran a las víctimas de los enfrentamientos en la plaza Maidán. Algunos de ellos han llegado a escaparse nada más ser operados. «La mayoría no se dejan llevar a los centros hospitalarios», afirma Alexander Molokus, un médico que trabaja en la unidad de cuidados intensivos de un hospital de Lviv, en el extremo occidental del país, pero que está pasando sus vacaciones en uno de los siete hospitales de campaña que los manifestantes han levantado en el centro de Kiev. Molokus también sirvió como médico en las tropas de la ONU que intervinieron en la guerra de Yugoslavia. «Allí no vi a heridos que fuesen arrastrados del hospital a la cárcel», subraya.
El caos reina en su unidad, instalada en las oficinas de un edificio sindical ocupado. Montañas de medicamentos donados por los ciudadanos se apilan en los pasillos, los heridos están tumbados sobre colchones tirados en el suelo. Un despacho hace las veces de quirófano: «Aquí ya hemos tenido que extirpar tres ojos», cuenta el doctor Molokus. Docenas de médicos prestan sus servicios voluntariamente.
Los rumores circulan sin parar por la ciudad
Hace diez días unos diputados del partido proeuropeo Patria fueron a la morgue, donde supuestamente todavía se encontraban cuatro cadáveres que iban a ser incinerados en secreto. Todo parece factible en esta atmósfera inflamada, sobre todo tras los secuestros que tuvieron lugar hace unas semanas. Antes de su desaparición, el periodista Igor Luzenko tuvo un mal presentimiento. «Se le notaba inquieto», cuenta su mujer, María Lebedeva. Había estado en la plaza de la Independencia desde el primer día y había observado con preocupación tanto la falta de estrategia de la oposición como la progresiva y peligrosa radicalización de las protestas. A pesar de su presentimiento, cuando unos amigos le pidieron que llevara al hospital a una persona herida, aceptó.
El herido se llamaba Yuri Verbiski, un geólogo de Lviv que había cogido vacaciones para poder acudir a las protestas. Ahora estaba herido, sus ojos necesitaban atención urgente, así que Igor lo llevó al Hospital Central. Mientras los médicos hablaban con el paciente, el periodista esperaba en el pasillo. De repente, diez hombres se abalanzaron sobre ellos. Iban vestidos de civil. El periodista y el geólogo fueron llevados al bosque, donde los golpearon. Eran profesionales, le contó más tarde Igor a su mujer: sabían lo que hacían. «¿Quién financia las protestas?», les preguntaban una y otra vez a sus víctimas. Luego los encerraron en un almacén, les colocaron bolsas de plástico sobre la cabeza y los ataron con cinta adhesiva. Al cabo de 15 horas abandonaron a Igor en medio del bosque. Se arrastró por la nieve hasta llegar a un pueblo cercano. Sobrevivió, pero con heridas graves. El cadáver de Yuri Verbiski lo encontró un campesino poco después entre la espesura. Había muerto de frío. Al entierro en su ciudad, Lviv, acudieron más de diez mil personas. «Toda la ciudad está lista para marchar con armas sobre Kiev», añade María Lebedeva. 
Los protagonistas
-El laberinto ucraniano: «Hay que vencer antes del final de los Juegos Olímpicos de Sochi dice un activista. Si no, será un baño de sangre». Al cierre de esta edición, la sensación en las calles de Kiev era que el presidente Yanukóvich esperaba la orden de Putin para sacar al Ejército y que este no la daría hasta el final de los Juegos de Invierno.
-La guerra no es religiosa: Un sacerdote se interpone entre policías y manifestantes. Ante las amenazas del Gobierno de declarar el estado de excepción, los grandes credos del país ortodoxos, autocéfalos y católicos han hecho un frente por la paz. «Rezamos juntos por Ucrania», dice un padre ortodoxo.
-La decepción naranja: Un joven se lleva la mano al pecho mientras resuena el himno de Ucrania en la plaza Maidán, el epicentro de la revuelta. «Después de un tiempo hemos comprendido que la Revolución Naranja de 2004, cuando Yanukóvich fue derrocado por la gente, no fue suficiente», dicen los manifestantes.
-El viejo combatiente: Este antiguo cosaco del Ejército ha sacado su uniforme del armario. «Toda mi vida asegura he esperado una revolución que nos libere del yugo ruso».
-Fidelidad a la causa: Karina estudia en la Politécnica de Kiev y va todos los días a la plaza. «La educación y el refuerzo de la clase media dicen los activistas son claves para no convertirnos en una dictadura».
-Las armas de la revuelta: La oposición ha creado una facción especial para enfrentarse a los antidisturbios. Tienen cascos, máscaras antigás..., pero aseguran que no usan armas de fuego.
-Propaganda callejera: Ulyana, universitaria, distribuye panfletos entre los transeúntes. Las papeletas rezan: «Nuestro mayor deseo es que se vaya Yanukóvich».
-La bandera es nuestra: Los manifestantes enarbolan banderas ucranianas, como hace esta abogada. «Desde la independencia comentan en las calles Rusia ha ejercido una política de subyugación total de Ucrania».
-Sanitarios de urgencia: Yuri estudia Medicina y ejerce como voluntario sanitario. Los heridos evitan los hospitales por miedo a que los detengan tras ser operados.
-Una marea que crece: Este empresario del oeste del país llegó a Kiev para sumarse a la protesta. «La corrupción amenaza de muerte a las pequeñas empresas», subrayan muchos manifestantes.
-Prácticas de medicina: Yaninaisa dejó la Facultad de Medicina para ayudar en las tareas sanitarias. «Vamos hacia la nada claman los opositores. Ante el cinismo del Gobierno, hay que oponerse».

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