miércoles, 17 de marzo de 2021

El Objetivo La Sexta - SALVADOS LA SEXTA - La noche encendida - Una odisea que cambió el mundo ,.

  

 TITULO: El Objetivo La Sexta - SALVADOS LA SEXTA -  La noche encendida -    Una odisea que cambió el mundo,.
Resultat d'imatges de la noche encendida con pedro ruiz 
  La noche encendida,.
 
  'La noche encendida' no será solo un programa de charlas, espectáculo, música, comedia, sorpresas e invitados, presentado por Pedro Ruiz, por La 2,foto,. etc,.

Una odisea que cambió el mundo,.

Los últimos doce meses han sido un reto continuo para la comunidad internacional; los cierres, las restricciones, cuarentenas y toques de queda por culpa de la covid-19 desdibujan el recuerdo de un pasado sin barreras,.

Vista del hospital provisional para covid-19 de Moscú./Reuters
 
fotos / Vista del hospital provisional para covid-19 de Moscú.

El mundo emprendió hace un año un viaje hacia lo desconocido, una auténtica odisea, trastocado por la irrupción de un extraño virus que en tan solo tres meses tras su descubrimiento en China obligó a los países a cerrarse a cal y canto. Una avalancha de restricciones y confinamientos barrió el pasado marzo el planeta de Oriente a Occidente y los casi 120 millones de infectados y los 2,64 millones de muertos por la covid-19 son la escalofriante evidencia de la impensable realidad a la que ha tenido que enfrentarse la comunidad internacional en estos últimos doce meses.

Los cierres, las cuarentenas, las mascarillas, PCR y toques de queda son ahora parte de la cotidianidad a la que ha tenido que resignarse Europa y buena parte del mundo ante la continua amenaza del coronavirus. Han sido ya tres las olas pandémicas que han obligado a los distintos gobiernos a adoptar nuevas medidas cuando se relajaba el puño al atisbar luz al final del túnel.

Lejano queda el recuerdo del mundo sin barreras, de cuando los viajes no eran un sueño imposible y tomar el café en una terraza no representaba un lujo añorado por alemanes o franceses. La campaña de vacunación es ahora la inyección de esperanza a la que se entrega el planeta, con países como Israel, EE UU y Alemania a la cabeza, para recuperar la vieja normalidad, de la que ya disfruta otra vez China, donde se desencadenó todo.

China. Zigor Aldama

Del férreo puño a la recompensa de volver a disfrutar de la vieja normalidad

En diciembre de 2019, China fue el primer país que detectó el SARS-CoV-2. Dio la voz de alarma el último día de ese año y tres semanas después decretó el –hasta entonces– mayor confinamiento de la historia. Por todo el país se impusieron draconianas medidas que el mundo tachó de intolerable violación de los derechos humanos, incapaz de prever que se implementarían a nivel global.

El férreo puño con el que el Partido Comunista gestionó la primera fase de la epidemia le permitió a China recuperar la normalidad a principios de marzo. Con la excepción de la provincia de Hubei, epicentro de la crisis sanitaria, el país se puso en marcha y la curva fue doblegada hasta que cayó al cero. Y ahí se ha mantenido todos estos meses con la excepción de brotes esporádicos que han sido erradicados con cuarentenas estrictas y cierres perimetrales diseñados con un objetivo: erradicar la covid-19, no convivir con ella.

La última vez que China registró un contagio local fue el 14 de febrero: un ciudadano de la provincia de Hebei. Desde entonces, todos los casos han sido importados del extranjero. Así que el total de infectados queda en poco más de 100.000, de los que han fallecido 4.839. La incidencia es de cero.

Actualmente, China vive inmersa en la vieja normalidad. No tiene prisa por vacunar. Las mascarillas solo se exigen en el transporte público y en actos multitudinarios celebrados en pequeños recintos cerrados. Los códigos de salud generados por una aplicación móvil, clave para el rastreo, cada vez son menos habituales, y todos los negocios del ocio operan con normalidad. Es más, debido a las dificultades para viajar al exterior, la hostelería y el turismo internos están creciendo sin parar.

Los datos macroeconómicos demuestran también que China ha salido fortalecida: fue la única potencia que cerró 2020 con crecimiento, y su comercio exterior continúa en récords históricos.

Italia. Dario Menor

Más desigualdades, depresión y con un año menos de esperanza de vida

Italia fue el primer país europeo en verse arrollado por la pandemia, que en estos doce meses ha dejado más de 100.000 muertos. Aunque son ya más de 6 millones las personas que han recibido al menos una dosis de la vacuna, el coronavirus sigue causando estragos y el país se encuentra de lleno en la tercera ola, como muestra que los pacientes de covid hayan vuelto a superar la cifra crítica del 30% en las UCI de los hospitales. Ante este panorama, el Gobierno de Mario Draghi endureció el viernes las restricciones y los ciudadanos tendrán que pasar encerrados en casa las vacaciones de Semana Santa, como ya ocurrió en Navidad.

Las nuevas medidas supondrán también un aumento en el número de estudiantes que solo reciben didáctica a distancia. Esta semana había ya más de 6 millones. La pérdida de clases y de relaciones personales son dos de las grandes losas que deja el año de pandemia para los jóvenes, entre los que ha aumentado la ansiedad, la depresión y los casos de 'ninis' (ni estudian ni trabajan). Para los adultos el coste es principalmente en vidas y dinero. Según los últimos datos oficiales, la esperanza de vida en Italia ha decrecido casi un año, pasando de 83,2 a 82,3, con una caída más pronunciada en el norte del país, la zona más golpeada. Las desigualdades también han crecido. Se ha disparado el número de personas en pobreza absoluta (5,6 millones), casi un 30% de las familias asegura que ha empeorado su situación económica y se han perdido alrededor de 800.000 empleos.

La pandemia también ha agravado la salud general de la población. «Se han registrado daños debido al retraso al acceso a la atención de otras enfermedades y a la prevención. Hemos tenido que dejar de hacer miles de controles para los diagnósticos precoces de algunas formas de tumores», advierte la epidemióloga Stefania Salmaso en el 'Corriere della Sera'.

EE UU. Mercedes Gallego

De cuando los estadios se quedaron vacíos y llegó el 'boom' del teletrabajo

En el caótico Estado federal donde cada Estado y condado dicta sus propias leyes, la vida se fragmentó aún más con la pandemia. La única orden que afectó a todos por igual fue la de prohibir la entrada de viajeros no esenciales de otras partes del mundo. Los turistas dejaron de llegar. Los estudiantes, también.

Hubo, aun así, algo más visible para los Estados rurales: los deportes. A los tres días de que la NBA suspendiera los partidos de baloncesto, la mayoría de las universidades y ligas profesionales pausaron escalonadamente los juegos. Los estadios se quedaron vacíos y cuando han vuelto a la vida ha sido con muñecos de cartón piedra para llenar la ansiedad de una era solo avistada en películas de Hollywood.

A eso se sumó el caos de Trump. Cuando el Centro de Control y Prevención de Enfermedades Infecciosas (CDC) sugirió que se cancelaran todas las reuniones de más de 50 personas durante dos meses, se evitaran los restaurantes y los viajes no esenciales, Trump lo rebajó a 15 días. Fue lo más cercano a un cierre nacional, con el 89,9% de los estadounidenses, en el momento álgido, bajo recomendación estatal de quedarse en casa. Nunca fue obligatorio, por lo que un 'road trip' era un viaje del Nueva York del Planeta de los Simios a la vida que conocimos en St. Louis (Missouri), donde todo estaba abierto.

Ni siquiera las mascarillas se estandarizaron. Joe Biden solo ha podido imponerlas en edificios federales y transportes interestatales. Con todo, el mundo empresarial vio la rentabilidad del teletrabajo y permitió que los empleados trabajasen en casa debajo de las escaleras. Con esa flexibilidad las oficinas de alquileres astronómicos en grandes ciudades se han quedado desiertas y sus ocupantes contestan ahora el teléfono desde la casa paterna en Wyoming o un balcón en Venice Beach. Es la parte de la vida pos Covid que EE UU puede retener, con o sin pandemia.

Alemania. Juan Carlos Barrena

Tímida reapertura y flexibilización de las medidas tras cinco meses de «cierre duro»

Alemania ha entrado ya en el quinto mes consecutivo de «cierre duro» y severas restricciones cuando se ha rebasado ya el primer año de la pandemia. Y aunque desde inicios de marzo se han aliviado por primera vez desde antes de Navidad algunas de las medidas para evitar la propagación del coronavirus, la vida pública y social está muy restringida. Solo se permiten las reuniones de hasta cinco personas de dos hogares distintos, tanto en interiores como en exteriores. Hace menos de dos semanas solo se permitían encuentros con un familiar o amigo ajeno al domicilio.

Los alemanes continúan sin opción de tomarse una copa en un bar o acudir a un restaurante a cenar. La gastronomía y la hostelería permanecen cerradas a cal y canto en todo el país desde principios de noviembre. Y el Ejecutivo de Angela Merkel y los gobiernos de los Estados federados hablan de que quizás en Semana Santa se reabran las terrazas, pero descartan que levanten la persiana hoteles o residencias vacacionales.

Las autoridades no quieren arriesgarse a otra ola de infecciones antes de que la vacunación tenga un efecto claro sobre la pandemia. Merkel dijo esta semana que quedan «tres o cuatro meses más» de sacrificio. Por lo menos, han vuelto a abrir los comercios no esenciales. Desde antes de las Navidades y hasta comienzos de marzo lo más fascinante que se podía visitar era un supermercado. Eso sí, para acudir a una boutique, una juguetería o una zapatería hay que reservar hora, la visita debe quedar documentada para facilitar los rastreos y las medidas de higiene son estrictas. A inicios de mes abrieron las peluquerías, que ofrecen servicios con dos y hasta tres semanas de espera. Museos y galerías, zoológicos y jardines botánicos han recuperado sus actividades con limitaciones, pero siguen cerrados indefinidamente cines, teatros, óperas, salas de conciertos, gimnasios, piscinas, clubes y pabellones deportivos.

Reino Unido. Iñigo Gurruchaga

Esperando a que vuelva el sol mientras la ruina se hace visible en las calles

Los niños han regresado a las escuelas esta semana, un paso alegre pero que aumenta el tráfico matutino y que alivia la vida cotidiana de muchas familias. A pesar de que las reglas del confinamiento no son muy diferentes a las que se impusieron en marzo de 2020, quizás porque haya disminuido el miedo no hay como entonces calles vacías desde que se ordenó el nuevo encierro en diciembre.

La rutina de días iguales divide a los vecinos entre quienes siguen pidiendo en internet que les traigan la compra a casa y quienes salen sin máscaras y se las ponen en los lugares en los que es obligatorio llevarlas. Se dice que los británicos son muy disciplinados en las colas. Su sangre fría y la cortesía también les ayudan a sobrellevar la repetición de casi todo.

En cuanto deja de llover se llenan los parques y, si ha salido el sol, hay que madrugar para el paseo, porque los caminos se abarrotan de gente disfrutando del único placer posible fuera de las paredes de sus casas. Hay vecinos, y también familias, desmejorados por algún desmoronamiento durante el encierro. Al principio no fue así. Fue una primavera espléndida y muchos parecían disfrutar de su vida protegida y de su jardín.

La desaparición del dinero en metálico se ha acelerado. Los trenes iban tan vacíos que se han reducido los servicios. El metro y los autobuses van llenos en horas punta. En las calles comerciales proliferan las tiendas cerradas para siempre. La ruina es visible, pero los críticos de arte publican enlaces a exposiciones digitales en museos y galerías de todo el mundo.

El temor y el optimismo van por barrios. El encierro habría llevado a muchos británicos, aburridos en sus casas, a comer y a beber alcohol en exceso. En el este de Londres, hipsters y tecnólogos jóvenes compran hortalizas o dátiles en ultramarinos turcos y se sientan sin reglas en terrazas. Su revolución ha comenzado con una proliferación de patinetes y bicicletas.

Los ciudadanos toman en sol en Brooklyn, Nueva York.
Los ciudadanos toman en sol en Brooklyn, Nueva York. / AFP
Rusia. Rafael M. Mañueco

Confiados en que la vacunación traerá de regreso en verano la vida anterior a la covid

Con la excepción de alguna que otra región que mantiene restricciones propias del pasado otoño, la mayor parte de Rusia ha dejado atrás los confinamientos, los cierres perimetrales y los toques de queda vinculados a la pandemia. Desde el 9 de marzo, los mayores de 65 años ya pueden salir de sus casas sin limitaciones y utilizar el transporte público.

Restricciones severas, como el teletrabajo obligatorio para un cierto porcentaje de empleados o la necesidad de las clases a distancia, fueron levantadas en enero y febrero. Teatros, museos, cines, hoteles, restaurantes y cafés están ya abiertos. También funcionan las grandes superficies comerciales. Se puede incluso salir de noche a discotecas y salas de fiesta, aunque todavía con aforo limitado.

Lo que sí sigue vigente es la obligación de llevar mascarilla y guantes en los transportes y lugares cerrados así como en eventos deportivos y en la calle cuando se produzca alguna pequeña concentración, ya que las grandes continúan prohibidas. De ahí que, por motivos sanitarios, ninguna protesta cuente con autorización.

El alcalde de Moscú, Serguéi Sobianin, cree que hacia el verano se restablecerá la normalidad casi total en la ciudad y en gran parte del país. Lo mismo piensa el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, pero advierten que para conseguirlo hará falta alcanzar la inmunidad colectiva y ello «depende de la tasa de vacunación, de llegar al 60-65% de la población», puntualiza Peskov.

En Rusia hay tres vacunas, aunque es la Sputnik V la que más se está inoculando. Sin embargo, el ritmo es lento. No hay cifras concluyentes, pero las organizaciones de médicos hablan de menos de tres millones de inmunizados en una población de 145 millones.

Muchos establecimientos, sobre todo de la hostelería, han tenido que cerrar y la actividad social se ha reducido por miedo al contagio. El total de infectados es de 4,36 millones y 90.734 los muertos.

Francia. Beatriz Juez

Añoranza por la hostelería y movilizaciones por el cerrojazo cultural

El placer de sentarse en la terraza de un café y observar a la gente que pasa es algo que se echa de menos en París un año después del comienzo de la pandemia, aunque hubiera que soportar el humo de los cigarrillos de la mesa de al lado. Los cafés, bares, restaurantes y brasseries llevan más de cuatro meses cerrados, aunque algunos sirven comida y bebida para llevar o para reparto a domicilio.

Francia ha vivido dos confinamientos: el primero, del 17 de marzo al 11 de mayo de 2020, fue más estricto, y el segundo, del 30 de octubre al 15 de diciembre, más ligero. A partir de esa fecha, el toque de queda entró a formar parte de la vida cotidiana. Están prohibidos, salvo excepciones, los desplazamientos entre las seis de la tarde y las seis de la mañana en todo el país. En Niza, Dunkerque y Pas-de-Calais además hay confinamientos locales los fines de semana para frenar los contagios.

La mascarilla es obligatoria en todas partes. La multa por no llevarla es de 135 euros y para los reincidentes puede llegar a los 3.750 euros. El transporte público ha perdido la mitad de sus viajeros en París mientras ha aumentado el volumen de quienes utilizan la bicicleta para desplazarse.

Francia fue uno de los países en los que niños regresaron primero al colegio tras el primer confinamiento. Lo hicieron a mediados de mayo de 2020. Tras las vacaciones de verano, el Gobierno apostó por mantener las escuelas abiertas y desde que comenzó en septiembre el curso 2020-2021 las clases presenciales se han mantenido. La mascarilla se exige en las aulas a partir de los seis años.

Los museos, cines y teatros siguen cerrados en Francia desde hace cuatro meses hasta nueva orden por culpa del coronavirus. Los trabajadores del mundo del espectáculo se han movilizado en los últimos días para protestar contra el cerrojazo cultural y ya han ocupado cuatro teatros: dos en París, uno en Estrasburgo y otro en Pau.

Bélgica. Salvador Arroyo

Encuentros reducidos a burbujas y toque de queda

Toque de queda a las diez de la noche y burbujas muy restringidas (una persona puede ser recibida en casa y no más de diez juntarse en la calle). Son solo dos ejemplos del vuelco que ha dado el coronavirus a este país, que detectó el primer caso el 4 de febrero de 2020 y que acumula ya más de 800.000 contagios y de 22.000 fallecidos. Una vida social limitada al máximo en la que que las peluquerías, por ejemplo, reabrieron hace tres semanas (todo un acontecimiento, con avalancha de reservas) y se permite cierto comercio no esencial.

Bares y restaurantes llevan meses con la persiana bajada (salvo 'take away') y no se espera que puedan levantarla hasta el 1 de mayo. Algo que, unido a la ausencia de turistas, ha 'apagado' el bullicio en el corazón de Bruselas. Aquí hay prohibición expresa de salir del país y eso impide encuentros familiares antes habituales con residentes en Holanda o norte de Francia. La bicicleta y los desplazamientos a pie, junto con el teletrabajo «obligatorio», han derivado en un desplome de hasta el 60% en el uso del transporte público de la capital, y caídas del 10% en la tupida red ferroviaria belga.

Museos y bibliotecas permanecen abiertos, pero con aforos limitados y cita previa. Desprogramación continua de eventos culturales, fin de fiestas tradicionales y multitudinarios festivales musicales como el Tomorrowland (previsto para julio) ya ven venir una segunda cancelación. Cambio radical también en la educación; presencial en Infantil y Primaria, 'mixta' en Secundaria y a distancia en las universidades. Y sí, la mascarilla es un complemento de uso generalizado; por miedo y concienciación ciudadana más que por normas claras, ya que los mensajes oficiales han sido contradictorios hasta no hace mucho.

Israel. Mikel Ayestaran

Cuatro confinamientos y dos realidades opuestas a ambos lados del muro

5.980 muertos, 816.000 infectados y cuatro confinamientos nacionales después, Israel trata de volver a la normalidad gracias a la campaña de vacunación masiva puesta en marcha el pasado 19 de diciembre. Jerusalén es, por culpa del coronavirus, una ciudad huérfana de peregrinos, nunca se había vivido un vacío de estas dimensiones, ni siquiera en los momentos de intifadas u operaciones a gran escala en la Franja de Gaza. A este lado del muro ya se ha inmunizado a más de la mitad de la población y se necesita el llamado 'pase verde', que acredita que has recibido las dos dosis del antiviral de Pfizer, para poder entrar en gimnasios, piscinas, restaurantes, bares, conciertos o para regresar al país y no tener que hacer cuarentena. Este documento, que se puede tener en el teléfono o en papel, se ha convertido en imprescindible para el día a día.

El éxito en la vacunación se ha convertido en el mejor argumento que presenta Benyamin Netanyahu a los votantes de cara a los comicios del día 23, que serán las cuartas elecciones en menos de dos años. El primer ministro israelí ha hecho suyo el hecho de haber logrado que Pfizer vendiera al Estado más dosis de su antiviral que a ningún otro país del mundo.

Mientras que Israel lidera el proceso mundial de inmunización contra la covid-19, en los territorios palestinos la situación es muy diferente. Esta semana se ha decretado un nuevo confinamiento en varias ciudades de Cisjordania porque los hospitales están desbordados y las unidades de cuidados intensivos operan al cien por cien de su capacidad. «El número de víctimas está aumentando y nos obliga a tomar medidas estrictas y sin precedentes», declaró el primer ministro, Mohamed Stayyeh. Los datos oficiales palestinos son de 204.000 casos y 2.211 muertos y las vacunas llegan con cuentagotas.

 

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