¡ QUE GRANDE ES EL CINE ! ,.
¡Qué grande es el cine! fue un programa de cine dirigido por José Luis Garci y emitido por Televisión Española por su cadena La 2.
El programa comenzaba con una presentación de la película que se emitía esa noche, posteriormente esta película se emitía y acababa con una tertulia entre Garci y los invitados del día sobre ella.1 El programa comenzó a llevarse a cabo en enero de 1995 y comenzó sus emisiones el 13 de febrero del mismo año., etc.
AQUEMARROPA - ¡ QUE TIEMPO TAN FELIZ ! -Irene Gracia: A Isadora Duncan ,.
Irene Gracia: A Isadora Duncan ,.
Bailaba como si cada actuación fuese la última, parecía de otra galaxia. La autora glosa la figura de una artista única que vivió al límite, foto,.
ADIOS, AMIGOS míos, me voy a la gloria”.
Con palabras así de alegres y lapidarias te despediste de este mundo antes de subir a aquel Bugatti en el paseo de los Ingleses. Iba a ser tu último viaje, y daba la impresión de que tu corazón ya lo sabía.
Cierro los ojos y veo tu rostro lleno de luz, tus cabellos sueltos, tus pies desnudos, la túnica que apenas vela tu cuerpo, tus brazos acariciando los astros, tu cabeza inclinada hacia atrás como las bacantes de los frisos griegos…
Te conocí en la infancia gracias a una película. Al día siguiente me sentía otra: quería ser el cofre de tu memoria, quería dedicar mi vida al arte. Después leí tu autobiografía, y cruzando las fronteras del espacio y el tiempo te acompañé en el sepelio de tus hijos Deirdre y Patrick, que cayeron en manos de las ondinas carnívoras del Sena por el descuido del chófer que conducía el automóvil en el que viajaban. Los accidentes trágicos fueron el negro sol de tu vida. Y tú, que habías heredado el saber de las pitonisas griegas, te adelantaste a su fin con más de un presagio. Tu ardor tenía siempre un fondo amargo, pero solo tú lo sabías y lo expresabas en tu danza.
Cuando bailabas, la vida y la muerte seguían tus pasos como dos hermanas siamesas y malvadas, vinculadas a la noche y al agua. Tú misma contabas que de niña las olas fueron tus maestras y yo te creo. Llevabas siempre contigo un aliento que te sobrepasaba y que expandía hasta el límite de lo posible tus deseos. Desgarraste el velo de Maya de la danza y te atreviste a bailar como nadie había bailado hasta entonces. Eras el odre de la ligereza y la magnificencia. Eras la generosidad suprema y tu cabeza estaba llena de estrellas danzarinas.
Los periodistas te llamaban ninfa, pero tú decías que eras la hija de Dioniso, el dios de la dicha a profusión pero también de la tragedia. Por eso las desdichas se fueron sucediendo en tu existencia a la par que las alegrías, y fuiste la inspiración de muchos artistas que contigo aprendieron a ser más libres, más audaces, más verdaderos.
Cuentan que salías al escenario como una vestal escapando de un templo en llamas, que tus bailes eran rituales sagrados que transmitían todas las emociones, y erizaban la piel del cuerpo y la piel del alma: el público lloraba de dicha, y los que aspiraban a ridiculizarte cambiaban su propósito al mirarte y temblaban ante la epifanía del arte.
Bailabas como si cada actuación fuese la última, con una energía titánica. Parecías de otra galaxia. Tu tercer hijo nació en tiempos de guerra y no vivió lo suficiente para tener nombre. Un día profetizaste: “¡Las máquinas han sido mis enemigos, mataron a mis tres hijos… Tal vez un día una máquina me mate!”. Una vez más, no erraste en tu vaticinio. Daba la impresión de que tenías acceso al Libro de la Vida. Viajaste a Grecia, para beber el saber antiguo y predecir la danza del futuro. Viajaste a Rusia para vivir desde dentro la revolución y bailar en medio del fragor.
Las aguas y las máquinas marcaron tu destino. Tu padre se ahogó en el naufragio de un barco. El Sena se bebió la vida de tus hijos. Tu esposo, el poeta Sergei Esenin, se ahorcó colgándose de la tubería de un hotel de Leningrado, tras escribir un poema con su sangre. Y tú, querida mía, falleciste frente al mar de tus anhelos, pero bien sabes que nunca mueren del todo los que sobrepasaron el límite de sus propios deseos. Tu restes dans mon cœur à jamais, ma sœur.
TITULO: ABANICO - ME RESBALA - Rosa Montero: Una ballena varada en una playa,.
ABANICO - ME RESBALA -Rosa Montero: Una ballena varada en una playa , fotos.
Rosa Montero: Una ballena varada en una playa,.
Siempre me sorprendió que una ciudad tan estremecedoramente bella como Cáceres fuera tan desconocida en el mundo y en nuestro país,.
COMO ANDO de promoción de mi última novela (cuando publicamos, los
escritores somos feriantes entregados a la venta itinerante de nuestro
libro, tan bueno, tan bonito y tan barato), últimamente me estoy pasando
media vida sentada en un tren. En uno de esos trayectos, hará un par de
semanas, cayó en mis manos la foto de una manifestación masiva en
Cáceres reclamando un ferrocarril digno. Entre 15.000 y 25.000 personas,
dependiendo de las fuentes, muchísimas en cualquier caso a juzgar por
la imagen, y una enormidad para una ciudad de 90.000 habitantes,
salieron a la calle bajo la lluvia luchando por un derecho que parece
más del siglo XIX que del XXI. Me chocó.
Amo los trenes. Me gustan como medio de transporte, humano, sostenible y tranquilo, pero también me gustan por lo que representan. No hay símbolo más universal del progreso que el tren, como esos ferrocarriles de vapor que supuestamente iban civilizando las ciudades sin ley del viejo Oeste, expulsando a los caciques linchadores y cambiando a los pistoleros por periodistas, según nos ha contado Hollywood infinidad de veces con épico entusiasmo. Incluso el gran Tolstói, que era un retrógrado y odiaba las innovaciones tecnológicas, hizo que su Anna Karenina se suicidara arrojándose al tren, como emblema, para él detestable, de la modernidad.
Y es cierto que el tren abre las puertas del futuro. Comunica, transporta, desarrolla económica y culturalmente, dignifica y enriquece la vida de las localidades más o menos aisladas y quizá sea el remedio más efectivo contra la despoblación. Uno tiende a creer que a estas alturas, con nuestros flamantes AVE recorriendo el país, la red ferroviaria española debe de ser lo suficientemente moderna y competente. Pero los extremeños nos gritan que no es así. Según datos de 2017 de la Coordinadora Estatal en Defensa del Ferrocarril Público, el 70% de la inversión en infraestructuras ferroviarias se dedica a la alta velocidad, que apenas es utilizada por un 4% de viajeros. En cambio, los trenes de cercanías, regionales y de media distancia, que transportan al 96% de los usuarios, reciben menos de un tercio de los fondos y se van hundiendo en la vejez y la incuria. Con el agravante de que la modernización de un kilómetro de vía convencional (hasta alcanzar velocidades medias de 165 kilómetros por hora) es 10 veces más barata que la construcción de un kilómetro de AVE. Y la situación parece ser especialmente dramática en Extremadura. Es tanto el deterioro del servicio, tantísimas las pifias y catástrofes, que el pasado mes de octubre el presidente de Renfe se vio obligado a pedir públicas disculpas a los extremeños.
Siempre me sorprendió que una ciudad tan estremecedoramente bella como Cáceres, con su impresionante casco viejo, fuera tan desconocida en el mundo, en Europa, incluso en nuestro país. Ni siquiera su utilización como plató para Juego de tronos (ahora la celebridad se adquiere por estas boberías) ha servido para ponerla en el lugar de visibilidad que se merece. Sentada en mi costosísimo AVE y leyendo la noticia de la manifestación, de pronto todas las piezas encajaron. Según el índice de Gini, que mide la desigualdad interna de los países, los peores puestos de la UE los ocupan Grecia, Italia, Portugal, los Estados bálticos y Reino Unido; pero inmediatamente después vamos España y Rumania. Por desgracia aquí ya estamos acostumbrados al abandono de las zonas rurales y no nos choca que los pueblos se vacíen y se vayan convirtiendo en ruinosos esqueletos de piedra. Pero lo que resulta más difícil de digerir es que una ciudad con semejante envergadura arquitectónica e histórica pueda sufrir la misma desatención, y por eso su caso nos sirve de aldabonazo y espejo. ¿Queremos de verdad un país dividido en dos niveles? Cáceres, a tan sólo 300 kilómetros de Madrid, nos parece un destino casi remoto, al otro extremo de un tren que no funciona y de un modelo de desarrollo que no comparto. Deberíamos cambiar de ferrocarril para poder llegar a un futuro en el que no haya media España agonizando, igual que agoniza lentamente Cáceres, como una hermosa y monumental ballena varada en la arena de una playa.
Amo los trenes. Me gustan como medio de transporte, humano, sostenible y tranquilo, pero también me gustan por lo que representan. No hay símbolo más universal del progreso que el tren, como esos ferrocarriles de vapor que supuestamente iban civilizando las ciudades sin ley del viejo Oeste, expulsando a los caciques linchadores y cambiando a los pistoleros por periodistas, según nos ha contado Hollywood infinidad de veces con épico entusiasmo. Incluso el gran Tolstói, que era un retrógrado y odiaba las innovaciones tecnológicas, hizo que su Anna Karenina se suicidara arrojándose al tren, como emblema, para él detestable, de la modernidad.
Y es cierto que el tren abre las puertas del futuro. Comunica, transporta, desarrolla económica y culturalmente, dignifica y enriquece la vida de las localidades más o menos aisladas y quizá sea el remedio más efectivo contra la despoblación. Uno tiende a creer que a estas alturas, con nuestros flamantes AVE recorriendo el país, la red ferroviaria española debe de ser lo suficientemente moderna y competente. Pero los extremeños nos gritan que no es así. Según datos de 2017 de la Coordinadora Estatal en Defensa del Ferrocarril Público, el 70% de la inversión en infraestructuras ferroviarias se dedica a la alta velocidad, que apenas es utilizada por un 4% de viajeros. En cambio, los trenes de cercanías, regionales y de media distancia, que transportan al 96% de los usuarios, reciben menos de un tercio de los fondos y se van hundiendo en la vejez y la incuria. Con el agravante de que la modernización de un kilómetro de vía convencional (hasta alcanzar velocidades medias de 165 kilómetros por hora) es 10 veces más barata que la construcción de un kilómetro de AVE. Y la situación parece ser especialmente dramática en Extremadura. Es tanto el deterioro del servicio, tantísimas las pifias y catástrofes, que el pasado mes de octubre el presidente de Renfe se vio obligado a pedir públicas disculpas a los extremeños.
Siempre me sorprendió que una ciudad tan estremecedoramente bella como Cáceres, con su impresionante casco viejo, fuera tan desconocida en el mundo, en Europa, incluso en nuestro país. Ni siquiera su utilización como plató para Juego de tronos (ahora la celebridad se adquiere por estas boberías) ha servido para ponerla en el lugar de visibilidad que se merece. Sentada en mi costosísimo AVE y leyendo la noticia de la manifestación, de pronto todas las piezas encajaron. Según el índice de Gini, que mide la desigualdad interna de los países, los peores puestos de la UE los ocupan Grecia, Italia, Portugal, los Estados bálticos y Reino Unido; pero inmediatamente después vamos España y Rumania. Por desgracia aquí ya estamos acostumbrados al abandono de las zonas rurales y no nos choca que los pueblos se vacíen y se vayan convirtiendo en ruinosos esqueletos de piedra. Pero lo que resulta más difícil de digerir es que una ciudad con semejante envergadura arquitectónica e histórica pueda sufrir la misma desatención, y por eso su caso nos sirve de aldabonazo y espejo. ¿Queremos de verdad un país dividido en dos niveles? Cáceres, a tan sólo 300 kilómetros de Madrid, nos parece un destino casi remoto, al otro extremo de un tren que no funciona y de un modelo de desarrollo que no comparto. Deberíamos cambiar de ferrocarril para poder llegar a un futuro en el que no haya media España agonizando, igual que agoniza lentamente Cáceres, como una hermosa y monumental ballena varada en la arena de una playa.
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