sábado, 27 de abril de 2024

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    TITULO: España Directo - Economía -  Iberdrola dispara un 86% sus ganancias a marzo, hasta 2.760 millones, por las plusvalías por México,.

 Iberdrola dispara un 86% sus ganancias a marzo, hasta 2.760 millones, por las plusvalías por México,.

 Foto: E.PARRA/EP

foto /   Iberdrola,.

Iberdrola obtuvo un beneficio neto de 2.760 millones de euros en el primer trimestre del año, lo que representa un incremento del 85,8% con respecto a los 1.485 millones de euros del mismo periodo de 2023, impulsado por las plusvalías millonarias registradas con la venta de activos en México, informó la compañía.

En concreto, la operación de venta de activos en México, cerrada el pasado 26 de febrero representó una contribución extraordinaria de 1.165 millones de euros en su beneficio neto, mientras que en 2023 tuvo un impacto positivo de 238 millones de euros por su recuperación del déficit en el negocio comercial del Reino Unido. Excluyendo estas partidas recurrentes, el beneficio neto de la energética creció un 28%.

Por su parte, el resultado bruto de explotación (Ebitda) se situó en los 5.857 millones de euros a cierre de marzo, un 44,1% más que en el mismo periodo del año pasado. Excluyendo la plusvalía de México y la recuperación del déficit de tarifa del Reino Unido, el Ebitda crece un 10%, hasta los 4.140 millones de euros, debido a la mejora de los márgenes y al récord alcanzado de producción renovable en los últimos 10 años en Iberia.

La cifra de negocios del grupo en el periodo de enero a marzo alcanzó los 12.678,5 millones de euros, lo que representa una caída del 18% frente al primer trimestre de 2023.

Eleva un 36% sus inversiones

Estas cifras de la eléctrica se vieron impulsadas por unas inversiones brutas que en el trimestre alcanzaron la cifra de 2.382 millones de euros, un 36% más, con un crecimiento del negocio de redes del 27%, hasta los 1.213 millones de euros debido, principalmente, a los nuevos 'rate cases' en Estados Unidos, Reino Unido y Brasil, distribuyéndose la inversión en un 60% en distribución y un 40% en transmisión.

Por su parte, la inversión en el negocio Renovable se impulsaron más de un 50%, hasta los 994 millones de euros, de los que 366 millones de euros se dirigieron a la eólica marina (+70%).

Iberdrola registró también una importante mejora de la generación de caja, con la entrada de caja en el primer trimestre de, aproximadamente, 5.400 millones de euros procedentes de la transacción de México.

El flujo de caja operativo (FFO) reportado por la compañía creció un 5%, hasta los 3.145 millones de euros, y un 14% si se excluye el impacto del déficit de tarifa de Reino Unido registrado en el primer trimestre de 2023.

La deuda financiera neta ajustada de Iberdrola a cierre de marzo se sitúa en 44.998 millones de euros, disminuyendo un 5,9% respecto a diciembre 2023 gracias al cobro por la venta de México.

 

TITULO: Mi casa es la vuestra -   Arturo Pérez-Reverte - Una historia de Europa (LXIX) ,.Viernes - 3 , 10   -  Mayo  ,.

Viernes - 3 , 10 - Mayo  a las 22.00, en Telecinco, foto,.

 

 Arturo Pérez-Reverte - Una historia de Europa (LXIX),.

 

 

 

 Arturo Pérez-Reverte,.

 

 Lo de Inglaterra iba a ser de traca, marcando un antes y un después en la historia de las monarquías modernas. A la pobre María Estuardo, reina de Escocia, después de comerse más cárcel que el conde de Montecristo, la había hecho afeitar en seco Isabel I de Inglaterra; que pese a su falta de escrúpulos y su bajeza moral (perfectamente compatibles con su grandeza monárquica) era enemiga política, pero al fin y al cabo, reina. Sin embargo, con Carlos I, nieto de la Estuardo, la cosa anduvo por un registro más popular. Por decirlo así, más de ahora. Al morir Isabel sin descendencia, el trono (paradojas de la vida) había ido a parar al hijo de la ejecutada reina escocesa, un tal Jacobo I, que se vio monarca de Inglaterra, Escocia e Irlanda, pero que como rey no tenía ni media hostia. En cambio, su hijo Carlos (el que de joven fue a España con el duque de Buckingham y se las vio con el capitán Alatriste) era más personaje: elegante, autoritario, poco respetuoso con el Parlamento e inclinado a hacer lo que le salía de la punta del cetro, dio vidilla a los antes perseguidos católicos. Y así, entre pitos y flautas, se puso en contra a media Inglaterra, incluidos los protestantes radicales (llamados puritanos), muchos de los cuales emigraron a la América del Norte por esa época (y allí siguen, imponiéndonos lo que consideran, o no, políticamente correcto). Durante once años Carlos gobernó echándole un pulso a los representantes populares, a los que ninguneaba; y tanto encabronó a la peña que le reventó en las manos. Tras intentar un golpe de Estado monárquico, tuvo que largarse de Londres mientras estallaba una guerra civil entre partidarios de la monarquía absoluta y partidarios del Parlamento. Se diferenciaban incluso, unos y otros, en la manera de vestir y el corte de pelo: elegantes y con cabello largo los carlistones, sobrios y de pelo corto (cabezas redondas, los llamaban) los puritanos. De estos últimos destacó un jefe llamado Oliverio Cromwell, que además de religioso hasta nivel meapilas era presuntamente honrado y virtuoso (así lo vendía la propaganda, aunque en tales cosas conviene no fiarse de nadie), y para colmo resultó buen jefe militar. En la batalla de Marston Moor, cantando salmos y tal, imaginen ustedes el cuadro, los puritanos vencieron al ejército monárquico. Eso y lo que vino luego lo cuenta de maravilla Alejandro Dumas en Veinte años después (continuación de Los tres mosqueteros). Y lo que vino fue que, reunida una pequeña parte del Parlamento, manipulada por el virtuoso Cromwell, sentenció a muerte a Carlos I, al que se le cortó la cabeza (Remember!) ya casi mediado el siglo, en 1649. Después de aquello Inglaterra se convirtió en una república que en realidad fue dictadura de Cromwell, quien gobernó durante once años por la cara tras hacerse proclamar Lord Protector del país. A efectos políticos formales, lo que hicieron los de allí fue cambiar un rey por otro; pero en cuanto a los hechos, aquella republicana Inglaterra gobernada por puritanos se dedicó, Biblia en mano y con mucho éxito, a lo colonial y lo mercantil a costa de España, a la que puteó cuanto pudo, y de Holanda, a la que derrotó y desplazó como potencia marítima. Lo del simple cambio de papeles se puso de manifiesto a la muerte del amigo Oliverio, porque el gobierno de la nación fue heredado por su hijo de la manera más desvergonzadamente monárquica imaginable. Pero Cromwellito Junior resultó ser un mierdecilla que no valía ni para llevarle el botijo a su padre, así que duró un cuarto de hora, los ingleses se vieron huérfanos de líder, y en una de las tragárselas dobladas más clamorosas de su historia devolvieron el trono a la familia Estuardo; o sea, al hijo del rey decapitado, que por otra parte tampoco era un chaval como para tirar cohetes. Carlos II (así se llamó el muy pelanas) se pasó el reinado divirtiéndose a base de juerga y coyunda; aunque entre una cosa y otra tuvo tiempo para ajustar cuentas con los matadores de su papi, persiguiendo y condenando a los que pudo pillar. Y hasta hizo sacar de la tumba el fiambre del viejo Cromwell para cortarle la cabeza a lo que quedaba de aquella putrefacta mojama. Pero, bueno. Lo importante, lo que hay que retener de esa época, es que, gracias primero a Isabel I y luego a Oliverio Cromwell, la gran Inglaterra que venía de camino estuvo cada vez más a punto de caramelo. A ellos dos se debió, sobre todo, un rasgo característico que durante mucho tiempo (y todavía hoy colea) iba a ser propio de los británicos: una arrogante hipocresía típicamente anglosajona, basada en la convicción de pertenecer a un pueblo escogido por Dios, al que éste, en su infinita simpatía insular, situó por encima de las razas inferiores.

 

 

TITULO: Detrás del muro - PÁGINA DOS  - Reyes Monforte , Martes - 7 , 14 - Mayo ,.


PÁGINA DOS -  Reyes Monforte ,.

 

 

Martes - 7 , 14 - Mayo  , a las 22:00, en La2, foto,.

 

 Reyes Monforte,.

 

 Reyes Monforte

 

 Página Dos viaja a Venecia siguiendo el asesinato en que se vio involucrada La condesa maldita, la novela de Reyes Monforte. Conmemoramos el centenario del fallecimiento de Franz Kafka. Y además, una ruta sobre el comisario Guido Brunetti, protagonista de las novelas de Donna Leon, por la ciudad de los canales.

 

TITULO: Cartas de amor -  Nunca quemes las cartas de amor ,.

 Nunca quemes las cartas de amor ,.

 Nunca quemes las cartas de amor

foto / Una editora muy perspicaz me pidió que intentara narrar, durante un verano entero, historias de amor y pasiones ocultas de personas comunes y corrientes. Esto sucedió hace catorce años en el diario La Nación de Buenos Aires. Con mi libreta de apuntes y mi experiencia de reportero salí a la calle en busca de esos relatos que iban a ser ilustrados por Liniers y que intentarían capturar tramos secretos e intensos de la vida privada. El periodismo no tiene las herramientas para narrar los sentimientos, y salvo excepciones, tampoco el permiso para exhibir en carne y hueso —más allá de una visión panorámica y sociológica— lo que todos y cada uno ocultan. Muchos argentinos se mostraban deseosos por contarme sus peripecias, sus deleites y sufrimientos amorosos, y sus increíbles vueltas de tuerca. Pero a poco de conversar, me pedían que cambiara los nombres y las circunstancias, las profesiones y los lugares, y que desdibujara sus identidades mezclando su historia con otras, porque el temor a ser reconocidos era paralizante. Fue así que debí recurrir a la ficción para contar la verdad. Tuve que literaturizar las historias ciertas para poder relatarlas de un modo acabado. Utilicé deliberadamente el tono de comedia, porque no otra cosa es a veces el enamoramiento, si uno es capaz de verlo desde fuera. La serie se llamó “Corazones desatados” y se publicaba en la revista dominical, con un éxito estremecedor: llegaban 1500 cartas y correos por semana a mi despacho, donde a la vez yo escribía mis columnas políticas. Al final de esa experiencia, publiqué todo el material en un libro de Alfaguara, en el que se agregaron textos más largos como “El amor es muy puto”, “La teoría de los mamíferos” y “Un mal día lo tiene cualquiera”. A lo largo de los años, muchísimos lectores me han escrito sobre esta serie, que se transformó también en lectura nocturna por Radio Mitre. Llega por primera vez a Zenda Libros una comedia narrativa por capítulos, donde se prueba que el amor crece en las incertidumbres y que te puede dar muchas sorpresas.

***

Larsen fue un voluntarioso editor de suplementos luego de haber sido un periodista de batalla, pero su vocación secreta e indisimulada era el montañismo. Tenía cuarenta años, un gran estado atlético y mucha atención femenina. Fernández, sin embargo, no le conocía ningún affaire en la redacción, y aunque no eran grandes amigos, llevaban a cabo algunos rituales amistosos. Les tocaba irse de vacaciones más o menos para las mismas fechas. Larsen dedicaba siempre los primeros días a algún arriesgado escalamiento, y el resto a su esposa y a sus tres hijas. Se había hecho rutina que tomaran, para despedirse, una cerveza en la barra del bar de la esquina. A manera de cábala, Larsen decía al chocar las copas: Si me pasa algo, si me quedo congelado allá arriba, si me caigo desde una roca y me quiebro el pescuezo, vos violentás el cajón de mi escritorio y quemás todo, Fernández. No dejás rastro de nada. Quemás todo. Fernández se lo prometió la última vez y se tomó un avión a Córdoba. Cinco días después se enteró de que Larsen había muerto en Mendoza sin el menor esfuerzo: el día previo a la expedición, fumándose una pipa frente a una chimenea de leños, le dio un infarto masivo y murió al instante. Consternado por la noticia y apremiado por la situación, Fernández llamó desde La Cumbrecita a sus compañeros para que abrieran el cajón del escritorio y despedazaran su contenido. Pero ya era tarde: después del sepelio le habían enviado a la viuda una encomienda con todas las pertenencias del finado.

Lleno de remordimientos, Fernández dejó un mensaje de condolencias en el teléfono de la mujer y regresó en silencio a Buenos Aires. No supo nada de ella hasta once meses más tarde, cuando la viuda lo llamó para pedirle un favor y quedaron en tomar un café. Se citaron un martes lluvioso, y ella se sentó en el mismo taburete en el que se sentaba Larsen a ver llover desde la barra. Era una mujer fibrosa y rubia, que fumaba cigarrillos negros y que tenía una mirada verde y lúcida. Se llamaba Mónica. En diez minutos se sacó de encima el trámite y las palabras de circunstancia, y fue directo al grano.

—¿Larsen te habló de Silvia? —le preguntó, clavándole los ojos.

Ante terceros, Mónica no nombraba a su esposo por su nombre sino por su apellido, y eso a Fernández siempre le había causado gracia. Pero esa tarde no se la causaba. ¿Quién es Silvia?, repreguntó sin sentirse culpable ni mentiroso. Larsen nunca le había hablado de Silvia ni de ninguna mujer en especial. Habían elogiado, como hacen todos, los accidentes geográficos de algunas compañeras de trabajo, pero la cosa nunca había pasado de ese deporte masculino que las mujeres también frecuentan aunque con mayor malicia.

—Silvia era la amante de Larsen —dijo la viuda sin pestañear—. En ese cajón tenía trescientas cartas de amor y un pañuelo perfumado.

—No te puedo creer —dijo Fernández, y ahora sí se sintió un miserable. Trató de arreglarla y la empeoró—. ¿Un pañuelo perfumado? Qué cursi.

—No lo puedo ver de la misma manera —dijo Mónica lenta y gravemente, y tomó un sorbo de su capuchino—. Me parece algo muy romántico.

—¡Y trescientas cartas! —replicó Fernández sin escucharla, a ciento veinte pulsaciones por minuto—. Cuánta paciencia y cuánta literatura desperdiciada.

—¿Podemos hablar en serio? —lo cortó. Fernández cerró la boca. Mónica apagó el cigarrillo mirando la calle y habló con otro tono, habló en serio—. Esos trescientos e-mails me aliviaron el dolor. El odio lo tapa todo. No sabés cómo lo odié durante esos días. Le deseaba la muerte. Pero ya estaba muerto, y lamentaba que hubiera sido tan fácil, que no hubiera sufrido nada. Me sentí mal por esos pensamientos, y lo extrañaba, y no le perdonaba que se hubiera muerto y que me hubiera traicionado con otra, y andaba llorando por los rincones de rabia y de pena. Todo como en una licuadora.

Hizo otra pausa tabacal y tomó de un trago el vaso de agua helada. Luego exhaló una larga bocanada de humo que se pareció mucho a un suspiro, y siguió adelante:

—Pero esas cartas me tenían agarrada del cuello. Volvía a ellas una y otra vez. Las leía de adelante para atrás y de atrás para adelante. Estuve varias veces a punto de tirarlas a la basura. Una noche, cuando escuché desde la cama que venía el camión recolector, salí en corpiño y bombacha a la calle para rescatarlas de la bolsa de residuos. ¡Estaba loca con esas cartas! Hasta que después de leerlas diez veces, las leí por primera vez. Me acuerdo que fue una mañana de sábado, las nenas estaban en el club y el jardinero hacía un poco de ruido afuera. Me senté en la cocina con una taza de té y empecé a leerlas sin dolor.

Fernández pidió un jugo de naranja para salir del paso. La esposa de Larsen tenía la vista perdida. Fernández, en ese momento de miedo glacial, la valoró mejor: era una mujer sensual y valiente.

—Trescientos e-mails de ida y de vuelta —dijo ella sin tragar saliva—. Una especie de diario erótico. Comenzó hace tres años y con el correr del tiempo se fue haciendo más espeso. Al principio, hablaban de desesperación por verse y tocarse, después empezaron a hablar de amor, y de irse a vivir juntos. —De repente Mónica movió la cabeza y sonrió con amargura—. Se lo notaba tan feliz a Larsen, vos vieras. Era de nuevo aquel adolescente que noviaba conmigo. Te juro que esa mañana, mientras lo leía y se me helaba el té, además de bronca le tuve una especie… No sé, una especie de envidia. Esa pasión del comienzo no se vuelve a tener nunca más.

Una moza le trajo a Fernández el jugo. Mónica tenía los ojos brillantes.

—Pero lo más importante no estaba en esas primeras cartas, sino más adelante, cuando la cosa se alargaba y Larsen no podía tomar una decisión. Silvia es fonoaudióloga, ¿te conté? Sí, una chica separada que se había enamorado de mi marido. Pero el tipo, creeme, el tipo no hacía más que escribirle sobre mí. Largos textos contando lo grandiosa que yo era, lo que había hecho por él y lo que hicimos aquel fin de semana, y el anterior. Y Silvia, que es inteligente, le llevaba la corriente. Y hubo un momento en el que sólo se escribían para elogiarme, como si fueran mis dos jefes de prensa.

Mónica se empezó a reír y Fernández temió que se pusiera a llorar, pero en el último escalón de la carcajada ella se enderezó y le dijo:

—Conseguí su dirección y estuve varias semanas pensando en ir a verla, en pasarle por encima con la camioneta. Pero lo único que hice fue mandarle un correo electrónico: Sé quién sos. Quiero que nos veamos cara a cara.

—Te lo respondió al toque.

—Tardó diez días en atreverse a responderme. Nos citamos en El Querandí. Ella podía reconocerme fácilmente: Larsen le daba fotos mías para que viera lo bien que me conservaba.

—¿Cómo era Silvia? —se atrevió Fernández, protegido por el jugo.

—Cómo era Silvia —repitió, y se encogió de hombros—. Una cuarentona bien conservada. Otra viuda.

—¿Y qué pasó?

—Hablamos horas y horas. Nos parábamos de vez en cuando para ir a llorar al baño y volvíamos a trenzarnos. Nunca pudimos levantar la voz. En realidad, no discutíamos. Solo hablábamos de Larsen. Lo insultábamos y lo adorábamos. Así, sin solución de continuidad. Al final, cuando ya estábamos pagando la cuenta y nos habíamos pasado todas las facturas, le devolví su pañuelo. Ella se lo quedó mirando, y después me dijo: A vos Larsen te rompió el corazón una vez, a mí me lo rompió diez veces. Vos eras la montaña más alta, y allá arriba vivían solamente ustedes dos. Y yo, por más que escalaba y escalaba, nunca pude llegar. Nunca. Cuando salí del café no sentía tristeza, ni bronca, ni frío ni calor. Estaba limpia. Por primera vez en tanto tiempo estaba limpia, Fernández.

—¿Por qué me contás todo esto?

—Silvia me dijo que Larsen te consideraba su único amigo verdadero, y que tenías la misión de quemar todo si a él le pasaba algo —afuera había dejado de llover. Mónica recogió su cartera para irse—. Te agradezco mucho que hayas llegado tarde.

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