sábado, 8 de febrero de 2014

TRAZOS,LA GUERRA DEL 14 Y GAZIEL,./ TRAZOS, BIBLIOTECAS ALCANTARINA,.

TÍTULO: TRAZOS,LA GUERRA DEL 14 Y GAZIEL,.

Mie23oct2013

Gaziel, periodista: “los hechos reales y vividos”-foto


Cuando estalló la Gran Guerra, Agustí Calvet también estaba allí. No me refiero a que a las 11 de la mañana del domingo 28 de junio de 1914 fuese testimonio del asesinato del archiduque Francisco de Austria. No. Por aquellos días Calvet, un afrancesado de veintiséis años, pasaba una buena temporada en París. Era Doctor en Filosofía y llevaba unos pocos meses becado para ampliar estudios –de vez en cuando se dejaba caer por las conferencias de Henry Bergson. Todo un prototipo de la fábrica de académicos catalanistas que estaba institucionalizando Enric Prat de la Riba –el primer líder político del movimiento nacionalista. Y aquel verano del 14, cuando el gobierno de la república dio a conocer la orden de movilización general, estaba allí. Un continente en guerra y un joven español en París. La noche del 1 de agosto, mientras cenaba acompañado de otros huéspedes en una pensión balzaciana de la rue Fustenberg, apareció en el comedor la pianista Mlle. Ericka, que venía conviviendo con los que compartían mesa. «Ericka, la alemana que tanto ama París, interroga tristemente con sus ojos claros a sus jóvenes amigas de Francia sentadas a la mesa. Y la expresión de su rostro parece decir: “¿Por qué me echáis?». La capacidad para convertir en palabras el hondo sentir humano sería el talento principal del gran periodista que estaba a punto de nacer. Ella debía abandonar Francia a la fuerza. La guerra de las naciones pisoteaba la convivencia de los hombres.
En aquella tesitura incierta la mayoría de españoles que estaban en París hicieron lo posible para regresar de inmediato a su país. Calvet optó por quedarse. Durante un mes, más que estudiar, se convirtió en espectador finísimo de cómo la guerra transformaba la ciudad. Al volver a la pensión registraba sus sensaciones en un cuaderno. Pero antes del inicio de la Batalla del Marne, que a mediados de setiembre forzaría el repliegue de las tropas alemanas abriendo una nueva fase del conflicto, Calvet, alarmado por una carta atemorizada de su padre, volvió a Barcelona. Al poco de llegar se dirigió a l’Ateneu convocado por su bibliotecario, el mallorquinista Miquel dels Sants Oliver. Fundador del Institut d’Estudis Catalans y codirector de La Vanguardia,  Oliver –patriarca del periodismo de orientación (junto a Mañé o Maragall)- le pidió al joven que había si tenía material escrito sobre el conflicto para publicarlo en el rotativo de la familia Godó. Calvet le enseñó el dietario, Oliver comprobó que algunas entradas habían sido lo suficientemente desarrolladas como para poder ser publicadas tal cual. El 9 de septiembre de 1914, en la página 7 de La Vanguardia, se publicó la primera entrega del “Diario de un estudiante en París”. Calvet la firmó con el pseudónimo que sería para siempre su nombre de pluma: Gaziel. En su estreno se autopresentaba no como un periodista sino como una firma que aparecía en el periódico de manera imprevista. Como un escritor que ofrecía al lector algo distinto a lo habitual, es decir, como un innovador. Lo paradójico es que la innovación propuesta, en apariencia, no podía ser más clásica. «Este Diario no contiene nada más que la relación verdadera y simple de los hechos reales y vividos.» Gaziel, cuyo proyecto de vida hasta ese momento podría considerarse equiparable al de un Ortega pero en el campo del catalanismo, aparecía, de pronto, como periodista por accidente, pero se presentaba, al mismo tiempo, como un periodista puro.
El éxito fue impresionante. Oliver, su valedor, lo certificaba en el artículo en el que anunció la recopilación en volumen de la serie. «Cuando el verano pasado salieron en estas columnas los primeros artículos del Diario de un estudiante, no se oía hablar de otra cosa.» A falta de datos que permitan cuantificar el éxito, el intento de explicación del fenómeno pasa por descifrar qué contenían los artículos. Oliver, en el artículo citado, formuló una serie de reflexiones inscritas en la historia del periodismo. «El clásico corresponsal de guerra, incorporado de una manera fija en el Cuartel General, siguiendo en el Estado Mayor de los ejércitos, abarcando lo conjunto de las batallas, ha pasado a la historia». La nueva mirada era la del cronista. «Ha surgido un nuevo tipo de cronista, el cronista espiritual de la guerra, que no actúa tanto sobre sus episodios concretos, sobre la descripción minuciosa de los combates, como sobre la repercusión social del estupendo conflicto, es decir, sobre el hondo humano en que se desenvuelve». No eran notas de agencia ni un copiar y pegar de la prensa del país en cuestión. Aquello que Gaziel logró era que el lector creyese que estaba contemplando lo que la crónica contaba. El verano de 1914, sin pretenderlo, el aprendiz de filósofo se metamorfoseó en reportero. El domingo 22 de noviembre apareció en La Vanguardia la última entrada de su famoso Diario. Al cabo de tan sólo tres semanas reaparecía en el que ya sería para siempre su periódico (para bien y para mal), pero caracterizado ahora ya no como un periodista accidental sino como un consolidado cronista.
La labor periodística de Gaziel, tal vez la más profunda de la historia del periodismo español moderno, se alargaría durante más de veinte años. La parábola es fascinante porque el período fue de una gran tensión y complejidad. El 3 de julio de 1936 publicó el artículo "¿Inglaterra es ya un mito"?. Italia acababa de invadir Etiopía sin que las potencias democráticas se hubieran cuadrado para frenar el expansionismo de Mussolini. Gaziel confesaba su angustia. Si el liderazgo continental cambiaba de manos, de Inglaterra a Italia, pronosticaba un profundo trastrocamiento. «En este pleito se involucra algo más, una sorda pugna de ideas y sentimientos irreductibles: se trata de ver si con Inglaterra se hunde la democracia, y con Italia se reimpone en Europa el poder personal y absoluto, o viceversa. Nueva fase de la antiquísima y alternada lucha entre el Hombre, el héroe nietzscheano, sediento de poder y de gloria, colocado más allá del bien y del mal, y la masa anónima, la Humanidad doliente, cono su insaciada y cristiana sed de fraternidad y justicia.» Gastando una solemnidad que se hace extraña a la sensibilidad educada en el relativismo posmoderno, el periodista, como un oráculo solitario, cargaba encima de sus hombros al viejo legado de las revoluciones ilustradas. Faltaban sólo dos semanas para que estallara la guerra civil española. Aquel fue el último artículo que publicó en este diario que él dirigía. La agonía. La subida de telón antes del cataclismo.
                Pero el advenimiento de ese cataclismo Gaziel lo venía advirtiendo desde hacía tiempo. Demasiado. Lo anunciaba en la esfera internacional, pero también en la nacional. Si algo había singularizado a aquel periodista con respecto a sus amigos y compañeros de generación –los sabios cachorros nacionalistas que habían orbitado entorno a la figura de Prat-, fue su capacidad para actuar como severa conciencia crítica del despliegue del catalanismo (del catalanismo político, pero también del catalanismo como movimiento vertebrador de toda la sociedad catalana). Su voz senatorial iría conquistando fuerza desde poco antes del pronunciamiento que llevaría al autoritario general Primo de Rivera al poder y sería ya la de un intelectual de referencia a lo largo del período republicano. Gaziel observaba, meditaba y opinaba para influir. Catalanista esencial e iberista convencido (como su modelo moral, Maragall) se manifestó siempre como un firme partidario de la actuación del catalanismo como ideología regeneradora no sólo del Estado sino de la matriz misma del país. En la línea de un Cambó –uno de los pocos que con interlocutores-, predicaba un liberalismo posibilista que encajó durante de la década de los veinte en las páginas del diario El Sol y naturalmente con la línea pactista que tradicionalmente ha caracterizado al diario La Vanguardia.
                Pero el Gaziel periodista, tras la Guerra Civil, quedó olvidado, sepultado. Representante de esa Tercera España imposible, durante el conflicto podría haber sido víctima, como Manuel Chaves Nogales, de los hunos y de los hotros. Desde 1939 su firma ya no apareció en la prensa periódica y viviría, como un enterrado en vida, en Madrid, trabajando como director de la editorial PlusUltra. Su desolación de aquellos años de postguerra española y mundial quedaría registrada en uno de los libros más impresionantes y desoladores de la tradición democrática hispánica: las Meditacions en el desert. Por entonces, solo, muy solo, pensó en rescatar su obra de preguerra. Encargó una copia microfilmada de todos sus artículos, pagó a una secretaría para que se los pasase a máquina y con aquel material, a mediados de la década de los cincuenta, dejó preparados como mínimo tres antologías de artículos estilísticamente reelaborados. Una de esas antologías la descubrí en su Fondo Documental, conservado en la Biblioteca de Catalunya. Era una recopilación de casi  50 artículos sobre Cataluña, la catalanidad y el catalanismo. Algunas de las piezas las había rescatado ya el filólogo Xavier Pericay. Pero el interés de la antología era que Gaziel mismo, a través de sus artículos, había confeccionada una panorámica de la evolución de la política catalana y española de los años veinte y treinta. Es la historia de una esperanza y un fracaso. El libro lo ha publicado la editorial RBA y lo he titulado Tot s’ha perdut. Gaziel sabía la tragedia a la que puede llevar la política –lo había visto en las trincheras de la Gran Guerra, contemplado el espectáculo devastador de los refugiados- y con ese background biográfico, más su gran cultura, acabó por convertirse en el más lúcido analista del desarrollo de la Segunda República. Mejor será no obviar esa lección que, hoy, actúa como un espejo.

TÍTULO: TRAZOS, BIBLIOTECAS ALCANTARINA,.

BIBLIOTECA DE ALCÁNTARA,.-foto

El equipo formado por los historiadores José María López de Zuazo, Dionisio A. Martín Nieto y Bartolomé Miranda Díaz , que tan eficaz viene mostrándose, obtuvo el XV Premio de Investigación Bibliográfica “Bartolomé José Gallardo” (2012), convocado por la UBEx y el ayuntamiento de Campanario con la obra La librería del convento de San Benito de la Orden de Alcántara. Librerías. Lectores y libros de un tesoro bibliográfico descompuesto. Se publica ahora en un volumen de 780 páginas, que nos permite conocer los libros acumulados en aquel cenobio extremeño de filiación cisterciense.
Casa matriz de la poderosa orden militar que lleva su nombre, resulta lógico que allegase una rica colección de manuscritos, incunables y obras impresas a partir del siglo XV hasta su disolución en el XIX. Eran materiales imprescindibles para la formación y divertimento de comunidad, los alumnos que allí estudiaban y sus profesores, sin omitir el colegio que los freyres mantenían en Salamanca e incluso el servicio a las poblaciones circundantes.
Los informes que al respecto irían redactando los Visitadores al realizar la oportuna inspección (inventarios de 1546, 1719 y 1743), así lo recogerían, a lo que se añaden noticias procedentes de mandas y testamentos.
Contra cuanto se ha podido decir sobre la destrucción de esos fondos culturales a manos de los franceses durante la Guerra de la Independencia , los autores la atribuyen a las medidas desamortizadoras de 1835. Con todo, buena parte de aquellos perviven en dos bibliotecas: la pública de Cáceres y otra de esta ciudad, de carácter privado (los dueños prefieren permanecer anónimos). Pasan de 600 las obras conservadas, de las casi 2.000 que debieron constituir la biblioteca alcantarina, según se deducen de sus inventarios, aquí recogidos. (Falta identificar el conjunto de títulos).
Antes de reproducir las partidas asentadas – parte sustancial del trabajo-, los autores explican los programas educativos de la poderosa Orden, entroncados en los planes de formación intelectual de los monjes del Císter, dentro de lo que fue el sistema educacional en la Castilla del XVI. Así mismo, ofrecen sabrosos apuntes sobre la librería alcantarina y su devenir histórico como lugar físico, dentro de la espléndida arquitectura de San Benito. Por último, incluyen un extenso capítulo sobre las bibliotecas particulares , más o menos ricas (casi siempre terminaban en la Casa) de algunos Comendadores, procuradores, capellanes, prelados, inquisidores y otros religiosos vinculados a la Orden: Pedro de la Cueva, Luis de Villasayas, Claudio de Silly, Antonio de Xerez, Luis Bocanegra, Diego de Ovando, Miguel de Siles, Gregorio de la Serna o Pedro Ordóñez Flores.
Cada vez son más numerosas las investigaciones sobre los depósitos bibliográficos labor fundamental para establecer el desarrollo de las mentalidades y que también depara otros importantes datos. Entre los libros localizados, los hay muy importantes para la historia de Extremadura, no todas bien conocidas. Entre las que han desaparecido, podemos recordar no pocas de Petrarca, Boccaccio, Nicolás de Cusa, Lorenzo Valla y prácticamente todas las de Erasmo, anotadas por los visitadores de modo singular (no eran sus apuntes fichas rigurosas), señal evidente de que poetas , filósofos y humanistas del Renacimiento fueron leídos bien pronto por estos lares. En la “corte literaria de Zalamea” , tan dependiente de la Orden, figuraron el astrólogo judío Abraham ben Samuel Zacuto, de quien los frailes tenían el Almanaque perpetuo, y Antonio de Nebrija, cuyos escritos todos también estuvieron en las estanterías de Alcántara.
Gaziel es el seudónimo de Agustí Calvet Pascual, un escritor y periodista que nació en la localidad gerundense de Sant Feliu de Guixols el 7 de octubre de 1887 y murió en Barcelona, el 12 de abril de 1964, a los 76 años.
“Gaziel: Diario de un estudiante. París 1914”. El diario personal que convirtió a un joven estudiante en uno de los mejores reporteros de la Primera Guerra Mundial. No había sido reeditado desde 1916, ahora ha sido lanzado con prólogo de Enric Juliana, director adjunto del periódico La Vanguardia, y epílogo de Manuel Llanas,  biógrafo de Gaziel.
Esta obra es fruto de una casualidad y de una hecatombe. La casualidad: un joven extranjero ampliando sus estudios de Filosofía en el París de 1914. La hecatombe: el estallido de la Primera Guerra Mundial.
Ese agosto de 1914 en el que se desencadenaron las hostilidades entre Alemania y Francia, Gaziel empezó a captar en un diario personal la “angustia misteriosa del mundo presente” al ver cómo se desmoronaba el brillante París en el que vivía. El diario recorre sus experiencias desde el 1 de agosto de 1914, con los franceses enardecidos de orgullo patriótico, hasta el 4 de septiembre, cuando Gaziel regresa a España después de huir de un París aterrorizado ante la inminente ocupación. 35 días que cambiaron el mundo.
Un éxito espectacular acompañó a la publicación de este dietario en el periódico La Vanguardia. Gaziel era un testigo directo de excepción que relataba la vida alterada de una Francia arrastrada a la guerra a su pesar, trasladando a los lectores la angustia de millones de personas que vieron alterada su existencia para siempre.
“Diario de un estudiante. París 1914″, nunca reeditado en castellano desde 1916, nos cautiva al permitirnos acompañar a Gaziel, sus amigos y multitud de personajes debatiéndose ante “el presentimiento de una tormenta apocalíptica”.
La traducción se ha realizado a partir de la versión definitiva en catalán que el propio autor elaboró hasta su muerte en 1964. Se trata de una edición ampliada en la que Gaziel añadió nuevos comentarios y pudo dar nombres y detalles que originalmente había ocultado en las versiones
La recuperación de esta obra y su traducción han sido posibles gracias al apoyo del Ministerio de Cultura y del Institut Ramon Llull.
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Gaziel es el seudónimo de Agustí Calvet Pascual, un escritor y periodista que nació en la localidad gerundense de Sant Feliu de Guixols el 7 de octubre de 1887 y murió en Barcelona, el 12 de abril de 1964, a los 76 años.
“Gaziel: Diario de un estudiante. París 1914”. El diario personal que convirtió a un joven estudiante en uno de los mejores reporteros de la Primera Guerra Mundial. No había sido reeditado desde 1916, ahora ha sido lanzado con prólogo de Enric Juliana, director adjunto del periódico La Vanguardia, y epílogo de Manuel Llanas,  biógrafo de Gaziel.
Esta obra es fruto de una casualidad y de una hecatombe. La casualidad: un joven extranjero ampliando sus estudios de Filosofía en el París de 1914. La hecatombe: el estallido de la Primera Guerra Mundial.
Ese agosto de 1914 en el que se desencadenaron las hostilidades entre Alemania y Francia, Gaziel empezó a captar en un diario personal la “angustia misteriosa del mundo presente” al ver cómo se desmoronaba el brillante París en el que vivía. El diario recorre sus experiencias desde el 1 de agosto de 1914, con los franceses enardecidos de orgullo patriótico, hasta el 4 de septiembre, cuando Gaziel regresa a España después de huir de un París aterrorizado ante la inminente ocupación. 35 días que cambiaron el mundo.
Un éxito espectacular acompañó a la publicación de este dietario en el periódico La Vanguardia. Gaziel era un testigo directo de excepción que relataba la vida alterada de una Francia arrastrada a la guerra a su pesar, trasladando a los lectores la angustia de millones de personas que vieron alterada su existencia para siempre.
“Diario de un estudiante. París 1914″, nunca reeditado en castellano desde 1916, nos cautiva al permitirnos acompañar a Gaziel, sus amigos y multitud de personajes debatiéndose ante “el presentimiento de una tormenta apocalíptica”.
La traducción se ha realizado a partir de la versión definitiva en catalán que el propio autor elaboró hasta su muerte en 1964. Se trata de una edición ampliada en la que Gaziel añadió nuevos comentarios y pudo dar nombres y detalles que originalmente había ocultado en las versiones
La recuperación de esta obra y su traducción han sido posibles gracias al apoyo del Ministerio de Cultura y del Institut Ramon Llull.
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