SOCIEDAD
Casarse no es un juego de niños
De las 17.000 bodas celebradas en
2012 en Gaza, casi 6.000 fueron de novias menores de 17 años. Los padres
conciertan matrimonios de conveniencia para reducir gastos. Una
alternativa terrible para escapar de la pobreza
Desde que se casaron, hace menos de un mes, la joven pareja
de la fotografía vive en una casa de tres habitaciones, compartiendo el
mismo techo con otras nueve personas: los padres, abuelos, hermanos y
cuñadas de Ahmed Soboh, ese chico gordito de apenas 15 años convertido
por las convenciones palestinas en cabeza de familia a una edad en la
que otros chavales solo piensan en pegarle patadas a un balón. «Su madre
le puso un traje. Yo pensé que lo estaba vistiendo para ir a la
escuela», cuenta un amigo de la familia sobre la ceremonia nupcial.
El enlace había sido pactado por la madre de Ahmed. Su
esposa, Tala, de 14 años, salió de su hogar con el cuerpo tatuado con
jena, ese polvo rojizo obtenido de la alheña, y vestida de pies a
cabeza, como un triste regalo humano, como una compra más tras ese
envoltorio de ceremonia. Ella huye de la pobreza de su casa, en una
región con un 23% de paro. Una boca menos que alimentar. Su ya marido
tiene empleo. Ayuda al padre a limpiar carreteras y lleva a casa unos
100 euros al mes. «Se me olvidó quitarle el velo para la foto», lamenta
el muchacho.
Nada más terminar la ceremonia, la pareja sacó un rato para
caminar por la playa, al borde de ese Mediterráneo dionisíaco y vital
que tan alejado parece de sus costumbres diarias. Ese fue su viaje de
bodas. Ahora la pequeña Tala lava la ropa, limpia, barre, cocina y
prepara el té para su familia de adopción. Hay que ganarse el sustento.
En la franja de Gaza, como en otros territorios musulmanes donde estos
enlaces adolescentes son habituales, pese a que la ley los prohíbe, se
persigue que las niñas se adapten cuanto antes a las costumbres y usos
de sus nuevas familias.
Los tribunales islámicos palestinos que actúan en la Franja
de Gaza se han comprometido a prohibir los enlaces de menores de 17
años. Aún así, señala Rasha Abou Jalal, una escritora que denuncia los
abusos sobre las mujeres mahometanas en la publicación 'Al-Monitor',
«los matrimonios forzados de niñas adolescentes siguen siendo
frecuentes».
Bakr Azzam, abogado especializado en cuestiones
relacionadas con la 'sharia', sostiene que hay decenas de enlaces de
menores refrendados por la ley islámica en los que se camufla o falsea
la partida de nacimiento de la niña o en los que los padres mienten al
dar testimonio sobre la edad de la contrayente.
Las cifras cantan. El pasado año, de los casi 17.000
matrimonios celebrados ante los tribunales de la Franja de Gaza, en
cerca de 6.000 (el 35%) las novias no tenían ni 17 años. Matrimonios
nulos según los propios preceptos de la ley. Al tiempo, en 2012 hubo
2.700 divorcios en Gaza. En uno de cada cuatro, la esposa era menor de
edad. Toda una evidencia. Aunque la pareja del reportaje casi comparte
fecha de nacimiento, lo habitual suele ser que las adolescentes se casen
con hombres que hasta les doblan la edad.
«Lejos de mis juguetes»
En su relato, la escritora Rasha Abou Jalal reconstruye la
historia de la pequeña Mariam, la amarga experiencia de una cría a la
que su padre, incapaz de mantenerla ni de pagarle la escuela, la casa
con un hombre de 37 años. «Me llevaron lejos de mis juguetes, me sacaron
de la escuela por la fuerza y me entregaron a mi marido, una persona a
la que solo había visto una vez, junto al juez que ofició mi boda. Yo
tenía 16 años», recuerda Mariam.
La adolescente se escapó de su hogar forzado y volvió a
casa del padre, incapaz de soportar la situación. El marido salía con
otras mujeres (la poligamia está reconocida) alegando la mentalidad
infantil de su esposa, que, a su juicio, era incapaz de entender a un
hombre de su edad. También la golpeaba. «Cuando se lo dije a mi padre me
contestó que era normal, que les pasaba a la mayoría... Yo no lo
acepto», respondió la joven. Ahora, Mariam espera el divorcio.
En una antigua foto, Sarah, otra niña palestina, aparece
con el rostro brillante y rasgos infantiles. Hoy está escuálida y sus
ojos se le hunden en las órbitas. «Mi padre y mis hermanos me obligaron a
casarme con un joven de 17. No tendrían que pagar mis gastos y podrían
deshacerse de la deuda de mi padre. Yo tenía 16», recordó. Los problemas
empezaron una semana después de la boda. «Mi familia no tuvo en cuenta
que todavía era una niña», solloza. Lo peor llegó cuando quedó
embarazada. Dió a luz por cesárea a un bebé prematuro. «No podía con
aquello, me escapé de casa. Volví a la mía gritando que quería
divorciarme». Para el sociólogo Fadel Abu Hein, detrás de esas bodas
infantiles hay un trasfondo de pobreza y, también, tradiciones que
siguen considerando a las mujeres mahometanas una simple mercancía.
TÍTULO; BAJO EL SUELO DE PARIS,. EL MUNDO Y LA VIDA,.
- Víctor Serna tuvo que rogar y suplicar durante semanas para que uno de los catáfilos le dejara colarse una vez por uno de los agujeros de ...foto.Víctor Serna tuvo que rogar y suplicar durante semanas para que uno de los catáfilos le dejara colarse una vez por uno de los agujeros de París. El día que accedió fueron hasta una calle del sur de la ciudad, levantaron una tapa similar a la de una alcantarilla y descendieron por una interminable escalerilla, recta y vertical, como la de un submarino, hasta alcanzar los 30 metros de profundidad. Por encima, el asfalto, un estrato de cableado, las alcantarillas y el metro. Ese día, hace ya tres años, descubrió un nuevo mundo: las catacumbas de París, 300 kilómetros de oscuras galerías.Ese laberinto subterráneo surca la antigua mina de roca caliza que escarbaron los romanos para construir París. Los túneles también sirvieron de osario a finales del siglo XVIII cuando la peste desbordó los cementerios. Napoleón asentó las catacumbas cuando comenzaron a amenazar la estabilidad de la gran urbe. Y en el siglo XX los parisinos encontraron allí un refugio para huir de los nazis. De todo hay recuerdos, restos, reclamos para los curiosos que, como Víctor, se pierden durante horas a 30 metros de la superficie.No es una práctica común. Los catáfilos, los expertos exploradores que dominan la red de túneles y poseen el preciado plano, son discretos y, conscientes de su ilegalidad, pero también de que los gendarmes prefieren mirar a otra parte, no admiten nuevos compañeros con facilidad.El primer día no sació a Víctor, un valenciano que estaba allí de Erasmus, y reclamó otro más. Poco a poco se fue ganando la confianza de los veteranos y acabó siendo uno de los suyos. Durante varios meses, insaciable, estuvo bajando hasta dos y tres veces por semana. «La vez que estuve más tiempo fue una que salí a las 20 horas». Allá abajo descubrió los encantos de las catacumbas: las cenas a la luz temblorosa de unas velas, proyecciones de cine para unas pocas decenas de espectadores y las fabulosas fiestas en las que uno llega a perder la noción del tiempo. Una farola, y metros y metros de cable, da la electricidad.Las catacumbas no son como las calles. Para ir de un punto a otro también hay varias opciones, pero cada una encierra su dificultad. Víctor se ha encontrado allí de todo: agua por la cintura, caminos con el suelo repleto de huesos, estrechos túneles por los que reptar durante varios minutos... «Allí uno sabe cuando entra y no cuando sale. Cuando vas de un sitio a otro andas kilómetros durante horas. Cuando te cansas puedes parar y cenar. O dormir un rato».Salir no es sencilloCuando uno se harta ha de buscar la salida más próxima. Puesto así parece fácil. Pero más bien es todo lo contrario. Hay que subir los 30 metros de escalera y, entonces, probar si la Policía no ha sellado esa entrada. Cuando hay una desbloqueada, después de la escalada y horas de caminata, queda un último reto. «La placa pesa cerca de 100 kilos y no es fácil moverla. Pero a lo mejor llevas dos horas intentando volver a casa y te aseguro que la abres. Luego igual caes desplomado, pero la levantas».No es un juego para niños. «Muertos creo que no ha habido. En todo caso, siglos atrás. Pero una vez, no hace mucho, tres chavales se perdieron y se montó una gorda porque hubo que movilizar a la Policía y a los bomberos hasta que los encontraron». Por eso conviene ser precavido. Antes de meterse en uno de esos orificios, Víctor llama por teléfono a alguien y le advierte de que regresa a las catacumbas. El equipaje es vital: pilas a porrillo, una lampara frontal al estilo de los mineros, una linterna de mano, bebida, comida y velas, el último recurso en caso extremo porque, en una lata de cerveza, pueden llegar a durar más que una batería. Y ropa de recambio, que uno nunca sabe qué se va a encontrar.Allá abajo no hace frío en invierno ni calor en verano. «Estás a 15 o 16 grados todo el año». Los jóvenes aprovechan ese mundo sin reglas para expresarse como les gusta: esculturas, dibujos, grafitis... Víctor aún saborea aquel día que, con otros 50 paseantes, pudo visionar 'Underground', la película de Emir Kusturica. «Ver Underground, precisamente Underground, en el subsuelo, me impresionó». Aunque tampoco olvida su primer encuentro con los huesos y calaveras, abundantes en las catacumbas.Víctor Serna acabó familiarizándose con el laberinto. «Al final llegué a bajar solo o a guiar yo a unos amigos. Pero está claro que te sientes más cómodo cuando bajas con uno que lleva diez años caminando por allí...».
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