-foto,.-Adela Úcar Innerarity (Bilbao, 16 de marzo de 1980) es una periodista española, licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra.1
Trayectoria
Adela Úcar es Licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Hizo el postgrado en Dirección de Documentales en el Victorian College of Arts, de Melbourne (Australia).En 2003 participó y ganó el concurso internacional para jóvenes realizadores de documentales "Reel Race" de Discovery Channel, rodando seis documentales en cinco semanas, viajando por Filipinas, Australia, Nueva Zelanda, Macao y Papua Nueva Guinea.
Ello le permitió en 2004, iniciar su carrera profesional en Discovery Networks Asia (Singapur), donde trabajó produciendo documentales sobre historia, viajes y temas sociales, para cadenas británicas y españolas, y en 2007 empezó a presentar Guías Pilot-Lonely Planet, serie de viajes para Discovery.
Posteriormente, presentó en la cadena Neox de Antena 3 el magacín diario "Ven de viaje", que mostraba los mejores destinos del mundo, y también fue reportera de Radio Televisión Española, en La 1 para el programa "Españoles en el mundo", y en La 2 para "Mucho viaje".2
Desde octubre de 2010 presenta la tercera temporada del programa 21 días de Cuatro, en sustitución de Samanta Villar. Su labor al frente de dicho programa está avalada con sus trabajos anteriores, y ha mejorado las audiencias de su antecesora.
Otros
Deportista y muy aficionada al surf, que practica desde hace casi 10 años.3Admiradora de Jacques Cousteau, Leni Riefenstahl, Gerald Durrell, Audrey Hepburn y Lawrence de Arabia.4
TÍTULO: El soldado desconocido,.
Los jóvenes que creen que la justicia está en la punta de un fusil deben leer la autobiografía de L. Gavilán Sánchez,.TÍTULO: El soldado desconocido,.
PIEDRA DE TOQUE. Todos los jóvenes que aún creen que la verdadera justicia está en la punta de un fusil deben leer la autobiografía de Lurgio Gavilán Sánchez, ex Sendero Luminoso, exmilitar y antropólogo,.
Lurgio Gavilán Sánchez ha tenido una vida que parece sacada de una
novela de aventuras. La cuenta en una autobiografía que acaba de
publicar: Memorias de un soldado desconocido(IEP, 2012). Nacido
en una aldea indígena de la sierra peruana, a los doce años se enroló,
emulando a su hermano mayor, en un destacamento revolucionario de
Sendero Luminoso y durante cerca de tres años fue un activo participante
en la sangrienta utopía maoísta de Abimael Guzmán, la “cuarta espada
del marxismo”, que quería materializar en los Andes, mediante el terror,
el paraíso comunista.
Antes de cumplir 15 años, su destacamento fue emboscado por el Ejército. Normalmente, hubiera sido ejecutado, como exigían los ronderos (campesinos que lucharon contra Sendero) que participaron en su captura. Pero el teniente de la patrulla militar —nunca conoció su nombre, sólo su apodo, “Shogún”— se compadeció del chiquillo, le perdonó la vida y le embutió un uniforme de soldado. También lo mandó a la escuela, donde Lurgio aprendió a leer. Durante siete años sirvió en el Ejército, siempre en la región de Ayacucho, combatiendo a sus antiguos camaradas y participando a veces en operaciones tan crueles como las que perpetraba la Compañía 90 de Sendero Luminoso a la que perteneció. Llegó a ser sargento primero y, cuando estaba por ascender a suboficial, pidió su baja.
Gracias a una monja, había descubierto en él una vocación religiosa. Consiguió ser aceptado como aspirante en la orden franciscana y durante algunos años fue novicio, primero en Lima y luego en el convento colonial de Ocopa, en el departamento andino de Junín. Los años que estuvo de novicio franciscano parece haberlos vivido intensamente, entregado al estudio y a la meditación, al ejercicio de la catequesis en aldeas campesinas y visitando centros misioneros de la sierra oriental y la Amazonia.
Pero, luego de algunos años, colgó los hábitos para estudiar antropología, disciplina a la que se dedica desde entonces.
El libro en que Lurgio Gavilán Sánchez cuenta su historia es conmovedor, un documento humano que se lee en estado de trance por la experiencia terrible que comunica, por su evidente sinceridad y limpieza moral, su falta de pretensión y de pose, por la sencillez y frescura con que está escrito. No hay en él ni rastro de las enrevesadas teorías y la mala prosa que afean a menudo los libros de los “científicos sociales” que tratan sobre el terrorismo y la violencia social, sino una historia en la que lo vivido y lo contado se integran hasta capturar totalmente la credibilidad y la simpatía del lector.
Limitándose a contar lo que vivió e intercalando a veces en el relato breves evocaciones del paisaje andino, la desaparición de los compañeros, la muerte de su hermano, el miedo cerval que a veces sobrecogía a todo el grupo, y la ferocidad de algunos hechos —la ejecución del centinela que se quedaba dormido, por ejemplo, y el asesinato de los reales o supuestos soplones—, Lurgio Gavilán instala al lector en el corazón de la locura ideológica y la crueldad vertiginosa que vivió el Perú, en los años ochenta, sobre todo en la región de los Andes centrales, por la guerra que desató Sendero Luminoso. Lo que comienza como un sueño igualitario de justicia social, se convierte pronto en un aquelarre de disparates sectarios y brutalidades ilimitadas. A diario hay sesiones de adoctrinamiento en las que los guerrilleros leen —en voz alta para los que no saben leer— folletos de Stalin, Lenin, Marx y Abimael Guzmán y cantan marchas revolucionarias. Al principio, los campesinos ayudan y alimentan a los guerrilleros, pero, luego, estos imponen esta ayuda por la fuerza, y, a la vez, ejecutan matanzas colectivas contra las comunidades rebeldes a la revolución, que apoyan a los ronderos. Al mismo tiempo, ahorcan o fusilan a sus propios compañeros sospechosos de ser “soplones”. Todos viven en la inseguridad y el temor de caer en desgracia, por debilidad humana —robar comida, por ejemplo— pues el castigo es casi siempre la muerte.
El salvajismo no es menor entre los soldados que combaten a los terroristas. Los derechos humanos no existen para las fuerzas del orden ni se respetan las más elementales leyes de la guerra. Los prisioneros son ejecutados casi de inmediato, salvo si se trata de mujeres, pues a estas, antes de matarlas, las llevan al cuartel para que cocinen, laven la ropa y sean violadas cada noche por la tropa.
Si la autobiografía de Gavilán Sánchez no estuviera escrita con la austeridad y el pudor con que lo está, las atrocidades de las que fue testigo y tal vez cómplice, no serían creíbles. Lo son, porque ha sido capaz de referir aquella historia con una naturalidad y sencillez que sobornan al lector y desarman sus prevenciones. Es extraordinario que quien vivió, desde niño, semejantes horrores, no se insensibilizara y perdiera toda noción de rectitud, compasión o solidaridad con el prójimo.
Todo lo contrario. El libro delata en todas sus páginas un espíritu sensible, que ni siquiera en los momentos de máxima exaltación política pierde la racionalidad, deja de cuestionar lo que está haciendo y se abandona a la pasión destructiva. Siempre hay en él un sentimiento íntimo de rechazo al sufrimiento de los otros, a los asesinatos, a las represalias, a las ejecuciones y torturas, y, por momentos, lo colma un sentimiento de tristeza que parece anularlo. Ese afán de redención que lo colma se transmite al paisaje, repercute en las grandes moles de los nevados andinos, estremece los bosquecillos de los valles donde cantan las calandrias.
Esos paréntesis que de tanto en tanto se abren en el relato para describir el entorno, las plantas, los árboles, los cerros, los ríos, arrojan una brisa refrescante en medio de tanto dolor y miseria y son como una delicada poesía en medio del apocalipsis.
Es un milagro que Lurgio Gavilán Sánchez sobreviviera a esta azarosa aventura. Pero acaso sea todavía más notable que, después de haber experimentado el horror por tantos años, haya salido de él sin sombra de amargura, limpio de corazón, y haya podido dar un testimonio tan persuasivo y tan lúcido de un período que despierta aún grandes pasiones en el Perú. El suyo es un libro que deberían leer todos esos jóvenes que todavía creen que la verdadera justicia está en la punta de un fusil. Memorias de un soldado desconocido muestra, mejor que cualquier tratado histórico o ensayo sociológico, lo fácil que es caer en una espiral de violencia vertiginosa a partir de una visión dogmática y simplista de la sociedad y las supuestas leyes históricas que regularían su funcionamiento. La esquemática convicción de Abimael Guzmán de que el campesinado andino podía reproducir la “gran marcha” de Mao Tse Tung, incendiar la pradera, arrasar a la burguesía, el capitalismo y convertir al Perú en un país igualitario y colectivista, produjo decenas de miles de muertos, miles de miles de torturados y desaparecidos, familias y aldeas destruidas, aumentó la desesperación y la pobreza de los más pobres y desamparados y permitió que se entronizara en el país por diez años una de las más corruptas dictaduras de nuestra historia. Parecía que esta tragedia había abierto los ojos de los peruanos y los había vacunado contra semejante locura. Sin embargo, precisamente ahora, cuando gracias a la democracia y a la libertad el Perú vive un período de desarrollo económico sin precedentes en su historia, Sendero Luminoso comienza a reaparecer, emboscado detrás de supuestas asociaciones que piden abrir las cárceles a los autores de los atentados terroristas de los años ochenta. El momento no puede ser más propicio para la aparición de un libro como el de Lurgio Gavilán Sánchez,.
Antes de cumplir 15 años, su destacamento fue emboscado por el Ejército. Normalmente, hubiera sido ejecutado, como exigían los ronderos (campesinos que lucharon contra Sendero) que participaron en su captura. Pero el teniente de la patrulla militar —nunca conoció su nombre, sólo su apodo, “Shogún”— se compadeció del chiquillo, le perdonó la vida y le embutió un uniforme de soldado. También lo mandó a la escuela, donde Lurgio aprendió a leer. Durante siete años sirvió en el Ejército, siempre en la región de Ayacucho, combatiendo a sus antiguos camaradas y participando a veces en operaciones tan crueles como las que perpetraba la Compañía 90 de Sendero Luminoso a la que perteneció. Llegó a ser sargento primero y, cuando estaba por ascender a suboficial, pidió su baja.
Gracias a una monja, había descubierto en él una vocación religiosa. Consiguió ser aceptado como aspirante en la orden franciscana y durante algunos años fue novicio, primero en Lima y luego en el convento colonial de Ocopa, en el departamento andino de Junín. Los años que estuvo de novicio franciscano parece haberlos vivido intensamente, entregado al estudio y a la meditación, al ejercicio de la catequesis en aldeas campesinas y visitando centros misioneros de la sierra oriental y la Amazonia.
Pero, luego de algunos años, colgó los hábitos para estudiar antropología, disciplina a la que se dedica desde entonces.
El libro en que Lurgio Gavilán Sánchez cuenta su historia es conmovedor, un documento humano que se lee en estado de trance por la experiencia terrible que comunica, por su evidente sinceridad y limpieza moral, su falta de pretensión y de pose, por la sencillez y frescura con que está escrito. No hay en él ni rastro de las enrevesadas teorías y la mala prosa que afean a menudo los libros de los “científicos sociales” que tratan sobre el terrorismo y la violencia social, sino una historia en la que lo vivido y lo contado se integran hasta capturar totalmente la credibilidad y la simpatía del lector.
Limitándose a contar lo que vivió e intercalando a veces en el relato breves evocaciones del paisaje andino, la desaparición de los compañeros, la muerte de su hermano, el miedo cerval que a veces sobrecogía a todo el grupo, y la ferocidad de algunos hechos —la ejecución del centinela que se quedaba dormido, por ejemplo, y el asesinato de los reales o supuestos soplones—, Lurgio Gavilán instala al lector en el corazón de la locura ideológica y la crueldad vertiginosa que vivió el Perú, en los años ochenta, sobre todo en la región de los Andes centrales, por la guerra que desató Sendero Luminoso. Lo que comienza como un sueño igualitario de justicia social, se convierte pronto en un aquelarre de disparates sectarios y brutalidades ilimitadas. A diario hay sesiones de adoctrinamiento en las que los guerrilleros leen —en voz alta para los que no saben leer— folletos de Stalin, Lenin, Marx y Abimael Guzmán y cantan marchas revolucionarias. Al principio, los campesinos ayudan y alimentan a los guerrilleros, pero, luego, estos imponen esta ayuda por la fuerza, y, a la vez, ejecutan matanzas colectivas contra las comunidades rebeldes a la revolución, que apoyan a los ronderos. Al mismo tiempo, ahorcan o fusilan a sus propios compañeros sospechosos de ser “soplones”. Todos viven en la inseguridad y el temor de caer en desgracia, por debilidad humana —robar comida, por ejemplo— pues el castigo es casi siempre la muerte.
El salvajismo no es menor entre los soldados que combaten a los terroristas. Los derechos humanos no existen para las fuerzas del orden ni se respetan las más elementales leyes de la guerra. Los prisioneros son ejecutados casi de inmediato, salvo si se trata de mujeres, pues a estas, antes de matarlas, las llevan al cuartel para que cocinen, laven la ropa y sean violadas cada noche por la tropa.
Si la autobiografía de Gavilán Sánchez no estuviera escrita con la austeridad y el pudor con que lo está, las atrocidades de las que fue testigo y tal vez cómplice, no serían creíbles. Lo son, porque ha sido capaz de referir aquella historia con una naturalidad y sencillez que sobornan al lector y desarman sus prevenciones. Es extraordinario que quien vivió, desde niño, semejantes horrores, no se insensibilizara y perdiera toda noción de rectitud, compasión o solidaridad con el prójimo.
Todo lo contrario. El libro delata en todas sus páginas un espíritu sensible, que ni siquiera en los momentos de máxima exaltación política pierde la racionalidad, deja de cuestionar lo que está haciendo y se abandona a la pasión destructiva. Siempre hay en él un sentimiento íntimo de rechazo al sufrimiento de los otros, a los asesinatos, a las represalias, a las ejecuciones y torturas, y, por momentos, lo colma un sentimiento de tristeza que parece anularlo. Ese afán de redención que lo colma se transmite al paisaje, repercute en las grandes moles de los nevados andinos, estremece los bosquecillos de los valles donde cantan las calandrias.
Esos paréntesis que de tanto en tanto se abren en el relato para describir el entorno, las plantas, los árboles, los cerros, los ríos, arrojan una brisa refrescante en medio de tanto dolor y miseria y son como una delicada poesía en medio del apocalipsis.
Es un milagro que Lurgio Gavilán Sánchez sobreviviera a esta azarosa aventura. Pero acaso sea todavía más notable que, después de haber experimentado el horror por tantos años, haya salido de él sin sombra de amargura, limpio de corazón, y haya podido dar un testimonio tan persuasivo y tan lúcido de un período que despierta aún grandes pasiones en el Perú. El suyo es un libro que deberían leer todos esos jóvenes que todavía creen que la verdadera justicia está en la punta de un fusil. Memorias de un soldado desconocido muestra, mejor que cualquier tratado histórico o ensayo sociológico, lo fácil que es caer en una espiral de violencia vertiginosa a partir de una visión dogmática y simplista de la sociedad y las supuestas leyes históricas que regularían su funcionamiento. La esquemática convicción de Abimael Guzmán de que el campesinado andino podía reproducir la “gran marcha” de Mao Tse Tung, incendiar la pradera, arrasar a la burguesía, el capitalismo y convertir al Perú en un país igualitario y colectivista, produjo decenas de miles de muertos, miles de miles de torturados y desaparecidos, familias y aldeas destruidas, aumentó la desesperación y la pobreza de los más pobres y desamparados y permitió que se entronizara en el país por diez años una de las más corruptas dictaduras de nuestra historia. Parecía que esta tragedia había abierto los ojos de los peruanos y los había vacunado contra semejante locura. Sin embargo, precisamente ahora, cuando gracias a la democracia y a la libertad el Perú vive un período de desarrollo económico sin precedentes en su historia, Sendero Luminoso comienza a reaparecer, emboscado detrás de supuestas asociaciones que piden abrir las cárceles a los autores de los atentados terroristas de los años ochenta. El momento no puede ser más propicio para la aparición de un libro como el de Lurgio Gavilán Sánchez,.
TÍTULO: CASTUERA CELEBRA VIERNES 20 / 20:00 A 23:00/ LA “NOCHE BLANCA” DEL COMERCIO LOCAL.
Se trata de una iniciativa que permitirá a los establecimientos comerciales permanecer abiertos en un horario inusual en el municipio, al tiempo que por las calles del centro se sucederán diferentes actividades de ocio y animación con el fin de atraer el interés de potenciales compradores en esta noche.
Con el ánimo de fomentar el consumo en el comercio
local y hacer de la calle un lugar más acogedor y festivo en estos días,
el Ayuntamiento y los establecimientos comerciales de la localidad,
principalmente los de la zona centro, han organizado para mañana
viernes, día 20 de diciembre, una innovadora y novedosa experiencia en
Castuera denominada oficialmente “La Noche Blanca”.
Se
trata de una iniciativa que permitirá a los establecimientos
comerciales permanecer abiertos en un horario inusual en el municipio,
al tiempo que por las calles del centro se sucederán diferentes
actividades de ocio y animación con el fin de atraer el interés de
potenciales compradores en esta noche.
Comercios
abiertos hasta las once de la noche con interesantes ofertas y
descuentos, calles cortadas al trafico rodado, talleres infantiles,
nacimiento viviente, pajes reales recogiendo las cartas para los Reyes
Magos, música en vivo, carpa multimedia, hinchables y degustaciones
gratuitas de productos típicos integran la oferta de esta cita que
pretende contribuir a la dinamización y promoción del comercio local.
Con
el fin de que esta propuesta lúdico-comercial sea más llamativa, los
establecimientos adheridos lucirán en sus escaparates el lema de la
campaña, “Esta Navidad tienes una razón más para comprar en Castuera” y
tendrán sus puertas decoradas con alfombras rojas.
Serán
los distintivos para que los potenciales clientes sepan que si realizan
sus compras en alguno de ellos, sea cual sea el importe, podrán entrar
en el sorteo de una “macro cesta” navideña valorada en alrededor de
5.000 euros y compuesta por más de 100 productos que van desde los
alimentarios, de bazar, prendas de vestir y herramientas, pasando por
videojuegos, móviles, relojes, perfumes, pulseras o bolsos, hasta
productos informáticos, muebles, turrones o artículos de caza.
En
definitiva, se trata de animar, tanto a los compradores locales como a
los de toda la comarca, y que las calles se conviertan en una verdadera
fiesta en la que se conjugue la diversión con actividades lúdicas
dirigidas al entretenimiento infantil y familiar, sin olvidar que la
promoción comercial y que el comercio local se vea beneficiado por una
gran afluencia de público es la meta principal de esta iniciativa.
foto de Castuera, etc,.
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