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Está mal, no me toquen mas,
la marihuana no se viene muy mala te hace ver otra realidad...
Te vas a atar a la fidelidad,
homosexual es una mala palabra no es de gente normal...
Decís orgía y gritan pornografía no lo intentes cantar jamás...
Esta vida debe ser sostenida con total seriedad...
ESTRIBILLO:
No escucho y sigo, porque mucho de lo que está prohibido me hace vivir..
No me persigo, porque mucho de lo que está prohibido me hace feliz..
Lo reprimido, cuando estas cautivo, te impide salir..
No pasas, te vestís muy mal,
no comprometas mi trabajo muchacho correte para atrás..
Sexo oral y anal entre papá y mamá,
a esa secuencia con frecuencia la pienso pero ellos nunca lo harán..
Muchas manzanas son las que hoy y mañana se cruzan y se van a cruzar..
Y en algunas se encuentra lo que algunos llaman felicidad..
ESTRIBILLO:
Me escucho y sigo, porque mucho de lo que está prohibido me hace vivir..
No me persigo, porque mucho de lo que está prohibido me hace feliz..
Lo reprimido, cuando estas cautivo, te impide salir..
Muchas manzanas son las que hoy y mañana se cruzan
y se van a cruzar..
y en alguna se encuentra lo que algunos llaman felicidad..
ESTRIBILLO:
Me escucho y sigo, porque mucho de lo que está prohibido me hace vivir..
No me persigo, porque mucho de lo que está prohibido me hace feliz..
Lo reprimido, cuando estas cautivo, te impide salir..
TÍTULO: TEATRO ROMANO DE MERIDA, AQUILES Y HECTOR SALDAN CUENTAS EN ESCENARIO ROMANO,.
- El frío quiso ser el fiel compañero de los que por dos días pisaban el suelo del escenario romano para mostrar de nuevo al mundo lo absurdo ...-foto,.
La calidad del montaje de Livathinos no defrauda a un público que aguantó estoico la bajada de temperatura de la noche del estreno,.
A veces sucede que después de la tormenta llega la calma, y en Mérida también, que después de olas de calor, bajan las temperaturas de manera escandalosa. Así sucedió la noche del estreno de La Ilíada con sabor griego de Sthathis Livathinos. El frío quiso ser el fiel compañero de los que por dos días pisaban el suelo del escenario romano para mostrar de nuevo al mundo lo absurdo de la guerra, y más de la guerra de Troya.
Puntual como acostumbra, y con más de mil espectadores ubicados en sus gradas, se hace la luz, para comenzar a desvanecerse al mismo tiempo que una figura se dibuja bajo la atenta mirada de la diosa Ceres. La magia comienza a invadir el graderío que se queda en silencio. Y también la tensión que ineludiblemente va de la mano de la guerra.
Poco a poco los actores comienzan a hacerse con el espacio. La acción y dinamismo toman las riendas en los primeros minutos de obra, sin permitir que los asistentes pestañeen ni por un segundo. Poco a poco los espectadores van cayendo en el embrujo de los griegos, olvidando por momentos que la lengua que escuchan es extranjera.
La trama comienza a desvelarse guiando los pasos de los diferentes cantos que dan forma a La Ilíada de Homero. Los primeros en entrar en escena son los aqueos, encabezados por Agamenón, que fiel al inicio del texto del poeta griego, desata la cólera de un Aquiles con una impresionante cresta y una voz que denota más que fuerza.
Los dioses son los siguientes en hacerse con el escenario, y mostrar a los presentes que juegan a su antojo con el devenir de los mortales. En momentos puntuales, esa dualidad se traduce en picos cómicos que hacen mucho más llevadera la tensión que se respira en la obra.
No sería la guerra de las guerras, sin Troya y Héctor. Los de Príamo son los últimos en dar forma al singular triángulo, que durante más de tres horas rehace y deshace el destino que marca el hado, y sigue el compás que marcan los dioses, según sus intereses. Un destino que inevitablemente los conduce a la muerte que sabe a sin sentido. Que deja un sabor amargo, como la mayoría de las muertes. Como la mayoría de las guerras.
Sin batallas no habría guerras, y sin guerras, batallas. Como ya señaló el director de la obra, de los 53 días en que está basada La Ilíada, solo cuatro se centran en los combates. Unos combates que merece la pena destacar. Livathinos es capaz de dibujar en la mente del espectador una lucha cuerpo a cuerpo, mientras los personajes danzan sobre el escenario, e incluso en lo alto de una rueda. Y sobre todo, sin altas dosis, por no decir ninguna, de violencia y nada grotesco, lo que algunos, agradecen.
Pura magiaUn total de quince actores participan en esta obra, y en escena se presentan más de 20 personajes. Como ya se adelantó en la presentación de la obra, cada uno interpretaba a más de un involucrado en la historia. Lo magnífico y sobresaliente de esta representación radica en que sin mucha parafernalia de cambio de vestuario, y con el mismo maquillaje, sientes diferente cada uno de ellos.
Por un momento te metes en la piel de un Ulises relegado a un segundo plano por el poder de Agamenón y la fuerza de Aquiles. Segundos después y con un cambio de chaqueta, el mismo actor pasa de comportarse como un mortal, a encarnar al mismísimo Zeus con una voz que hace retumbar las columnas. Sin duda, pura magia. Como también los cortes de ficción que marcan por completo la obra.
Cortes en los que el actor pasa de ser personaje, a narrador de su propia historia. Un laberinto de situaciones que indudablemente consiguen mantener al espectador constantemente alerta.
Mención aparte merece el lenguaje corporal de estos actores. Ya Livathinos explicaba que el lenguaje del teatro resultaba universal. Con su montaje y su equipo, deja de ser una frase sonada, para convertirse en una realidad.
Escenografía fríaNeumáticos apilados, un lago que apenas se deja ver, pero que a medida que avanza la historia cobra su importancia, y unas camas de hierro. Aunque a simple vista puede parecer una escenografía sosa y fría, lo cierto es que resulta ser de lo más polifacética y divertida. La imaginación con el atrezzo también aporta notas cómicas, dejándose escuchar alguna que otra carcajada.
El vestuario es sin duda el punto fuerte de la representación. Una mezcla entre uniformes militares que contemporáneos, con harapos típicos de la época de los griegos. Los cambios de chaquetas, además de suponer en ocasiones un cambio de personaje, también te advierte que la batalla estaba cerca.
La vestimenta de los dioses llamaba la atención por el simbolismo que decoraba los ropajes. Afrodita y sus alas improvisadas representan uno de los momentos estéticamente visual más impactante de la obra.
En cuanto a la música, de Lambros Pigounis, además de resultar inmejorable, aporta agilidad cuando la escena lo requiere, y también marca los tiempos de los cortes de ficción de los personajes.
El juego de luces, de la mano de Alekos Anastasiou, añadía dramatismo en los momentos álgidos de la obra.
Bajada inesperadaPocas pegas para una obra que deslumbra por la calidad y que muestra una forma de hacer teatro diferente a lo que se está acostumbrado. Inluso el ritmo que se marca en el comienzo de la historia, y que parece imposible mantener durante tres horas, no decae salvo en contadas ocasiones.
Quizás la única, y no estaba de manos ni de la compañía ni la organización el día del estreno, fue la bajada inesperada de las temperaturas, que para los pocos previsores, a la división de atención que de por sí tenían con los subtítulos, se le sumaba el que hacía un frío de pelar.
Por lo demás, Livathinos, que acostumbra a desaparecer entre el público los días de estreno para pasar desapercibido, tuvo que levantarse de su asiento y salir hacia el escenario para recibir la ovación de un público, que aunque congelado, no dudó en ponerse en pie, y aguantar minutos y minutos aplaudiendo.
La Ilíada se marcha dejando el escenario emeritense empañado de avaricia, rencor, furia y cólera. De los conflictos que terminan en sin sentidos. De la sangre del vencido que ya se sentía vencedor. De una situación de hace siglos, que sabe como nunca a presente.
La Ilíada de Sthatis Livathinos y sus quince chicos, se despide con la aprobación del público emeritense, dejando un buen sabor de boca y el listón muy alto para próximas obras clásicas en versión original venideras.
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