Al ver la cresta de la Chamrouse, Nibali, lúcido, sereno tras una
subida «interminable», se ajustó bien el maillot amarillo para lucirlo
en las fotos que enmarcan al ganador. Le cosió con buen pulso otro botón
a un maillot amarillo que ya parece definitivamente suyo. Y al entrar
con casi un minuto sobre Valverde y Pinot, y casi nueve sobre el
fantasma enfermo de Porte, Nibali lanzó un suspiro. Era el único que
llevaba aire de sobra. Estiró los brazos como quien se levanta de la
cama tras soñar con el triunfo en el Tour. Un sueño de carne y hueso
sicilianos. Se emocionó.
Había jugado a placer con el calor y la cuesta alpina. Ganar allí, de
líder, el 18 de julio, justo cien años desde del nacimiento de Gino
Bartali, justo 19 años despues del fallecimiento en el Tour de
Casartelli, supuso para Nibali «una liberación». Y cuando más se libera,
más ata el Tour. El murciano Valverde, valiente ayer, es el segundo, ya
a 3 minutos y 37 segundos, por delante de los nuevos franceses, Bardet y
Pinot, y el contrarrelojista Van Garderen. «No me rindo», avisó en la
cima Valverde. Apenas se le oyó. La megafonía tronaba en italiano. Todo
el Tour cabía en un nombre, Vicenzo Nibali, y en un eco, el de Gino
Bartali, vencedor del Tour en 1938 y 1948. Nibali sigue su estela.
Ante la fuerza solo vale el atrevimiento. Ese punto de valor. Lo tuvo
Valverde. La velocidad, el calor, el calcinado puerto de Palaquit y el
ritmo impuesto por el Katusha para que Purito sumara círculos en su
maillot de rey de la montaña mataron la enorme fuga de De Marchi. La
subida a la Chamrouse, la cornisa sobre Grenoble donde se guareció la
resistencia francesa, quedaba reservada para los mejores. En el Tour no
se reparten ni las migajas. El Movistar decidió que es mejor reventar
que apagarse. Jugó a ganar el Tour. Rojas, Izagirre y Gadret le subieron
la falda a la montaña para que Valverde viera lo que había. Lo vieron
todos: Porte, enfermo, con el estómago líquido, empezaba a perder el
Tour, gota a gota. El Tour enferma. Los ciclistas, tan consumidos, tan
al límite, son fácil presa de virus y bacterias. A Dani Navarro, la
deshidratación y los calambres también le habían tumbado antes. Porte no
se retiró, pero llegó a la Chamrouse a gatas, escoltado por su fiel
Mikel Nieve.
«Lo hemos intentando», se consolaba Valverde. La subida primero al
Palaquit había sido como un parabrisas que barre corredores a las
cunetas. Nibali perdió ahí a Scarponi. Y en el descenso se le cayó su
otra muleta, Fuglsang. Bueno, lo tiró uno de los ciclistas más
peligrosos del pelotón, el belga Van den Broeck, que arrojó el bidón
sobre el que patinó Fuglsang. De repente, con toda la Chamrouse por
delante, Nibali estaba casi solo, sin más sombra amiga que la de
Kangert. El Movistar sintió que era el momento. Valverde se atrevió a
casi diez kilómetros de la cima. Pinot y Nibali le resistieron. Anclado y
derrotado Porte, Nibali dejó que Valverde y Pinot se cansaran. Detrás,
otro joven francés, Bardet, y Van Garderen compraban billetes para el
podio. De la victoria se iba a encargar Nibali. Mariscal. Como
Bottechia, Bartali, Gimondi y Pantani. Quiere ser el quinto italiano que
gana el Tour.
Duros entrenamientos
Antes de venir a esta edición, su entrenador, Paolo Slongo le machacó
con una moto. Calcó de internet la potencia de las arrancadas de Froome
y la trasladó a los centímetros cúbicos de su motocicleta. Así entrenó a
Nibali. Slongo en moto, chillando que era Froome, y Nibali detrás a
rueda, a tope. Sin Froome y sin Contador, la moto con más caballos de
este Tour es italiana. A siete kilómetros del final, Nibali metió gas,
salió y cerró la puerta tras de sí. Valverde y Pinot se miraron. «Nibali
está intratable», admitió el murciano. Atrapó en un santiamén a Majka y
Koning, que soñaban aún con ganar la etapa y, cuando quiso, se despidió
de ellos. «No puedo pedir más. He distanciado a Porte y le he metido
casi un minuto a Valverde».
Cavó una zanja que crecía a cada pedalada. Se alejaba el maillot
amarillo. El ciclista que ganó un Giro glaciar nadaba feliz y seguro en
la canícula del Tour. Campeón de invierno y de verano, de pavés y de
montaña. «Intratable», como dice Valverde. Trepó por las paredes de la
Chamrouse como trepa una sombra. Veloz. A unos metros, Pinot le pedía
relevo a Valverde, que negaba con la cabeza, aunque luego le atacó. Son
las cosas de Valverde. Con todo, parece el único rival de entidad que le
queda a Nibali, si es que le queda alguno.
El italiano lo hizo ayer todo a su hora. Tuvo temple cuando perdió a
sus mejores gregarios, sepultó a Porte en cuanto notó que boqueaba y
remató a Valverde y Pinot a su antojo. Entró con calma. «Hay que guardar
para mañana», dijo. Para el Izoard y la meta de Risoul que le esperan
hoy. Por el Izoard pasó Bartali para ganar sus dos Tours. El piadoso
Gino, el ciclista que entre sus dos victorias salvó del holocausto a 800
judios llevándoles pasaportes falsos escondidos en su bicicleta.
Nibali, que ya tiene el Giro y la Vuelta, le regaló ayer la meta de la
Chamrouse en el día en que hubiera cumplido cien años.
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