domingo, 22 de diciembre de 2013

REVISTA EL RECREO, Para Franco éramos chicos malos, algo peligrosos,./ REVISTA TIEMPO, Ruina en Portugal,.

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    Naceen Lumbrales (Salamanca) el 29 de octubre de 1930. Estudia Filosofía y Letras en Salamanca y luego Cine en Madrid.
     

    SOCIEDAD

    «Para Franco éramos chicos malos, algo peligrosos»

    Cineasta de 'culto', rebelde, filmó películas que no pudo estrenar en el franquismo, fue el primero en rodar el 15-M en la Puerta del Sol y está convencido de que algo va a cambiar en España


    Naceen Lumbrales (Salamanca) el 29 de octubre de 1930. Estudia Filosofía y Letras en Salamanca y luego Cine en Madrid.
    Carrera: cofundador de la revista 'Cinema Universitario' y promotor de las trascendentales Conversaciones de Salamanca, que marcan el rumbo del nuevo cine español. Debuta como director con 'Nueve cartas a Berta', que gana numerosos premios, entre ellos la Concha de Plata de San Sebastián.
    'Del amor y otras soledades', 'Canciones para después de una guerra', 'Queridísimos verdugos', 'Caudillo', 'Los paraísos perdidos', 'Madrid', 'Octavia' y un puñado de documentales (entre ellos, 'Libre te quiero' sobre el 15-M), audiovisuales, videoinstalaciones y filmes para televisión.
    Los ha recibido en España y fuera: Espiga de Oro, Medalla de la Academia, Bérgamo, San Remo, Cannes, Figueira-Da Foz...
    Basilio Martín Patino (Lumbrales, Salamanca, 1930) camina por entre la corte de los milagros que a todas horas, mañana, tarde y noche, ocupa la Puerta del Sol. Dos hombres disfrazados de monstruos galácticos al estilo 'Alien' e instalados en sendas peanas frente a la sede del Gobierno regional -el edificio con el famoso reloj de las campanadas de Nochevieja- juegan a atemorizarlo ante la cámara del fotógrafo. No saben que hace algo más de medio siglo, este director de cine de culto visitó en más de una ocasión los calabozos de lo que entonces era la Dirección General de Seguridad y eso sí que daba miedo. Del auténtico. Mucho después, el 16 de mayo de 2011, a las nueve de la mañana, estaba en esta misma plaza con todo su equipo para filmar a la multitud que pacífica, harta e indignada exigía un cambio. Un director ya octogenario fue el que mostró más reflejos, el primero que se dispuso a tomar el pulso a un movimiento con gran peso entre los jóvenes; el más interesado en retratar la sociedad de su tiempo con sus miserias e ilusiones, como lo hiciera antes con la añeja burguesía del franquismo y las suyas. Hay en su mirada azul, su largo pelo blanco y su actitud ante la vida mucha rebeldía. Tanta que asegura que 'Libre te quiero', el documental sobre el 15-M, es un filme incompleto que requiere una segunda parte: la que narre el episodio del cambio que allí se reclamaba. Lo dice convencido.
    - Estábamos en Salamanca cenando con unos amigos cuando alguien comentó que se estaba concentrando gente en la Puerta del Sol. Todos eran escépticos sobre la posibilidad de hacer algo, estaban resignados, y me rebelé contra aquello. Al terminar la cena, llamé a mi equipo y cité a todos para las nueve de la mañana en la Puerta del Sol, con todo el material. Cogimos el coche y nos vinimos a Madrid inmediatamente. A las cinco ya estábamos en la plaza, observando a la multitud.
    En esa noche se unieron las dos ciudades de su vida: Salamanca, donde pasó la adolescencia y la juventud y a la que siempre vuelve, y Madrid, donde reside desde hace casi sesenta años. A la capital charra llegó con nueve. Sus recuerdos anteriores, los de Lumbrales, tienen un evidente aire machadiano.
    - Allí viví años de felicidad total. Tengo una imagen bucólica: una casa muy grande, con un huerto y unos animales. La vida del pueblo era la gente y los amigos. Casi todos han ido muriendo...
    - ¿Recuerda su primera sesión de cine?
    - En Lumbrales había un local donde proyectaban películas, el único en toda la comarca. No sé qué película fue la primera que vi, pero sospecho que sería algo religioso, quizá de la Pasión. Mi padre era muy católico y estábamos sometidos a esa forma de ser.
    - En esta misma serie de entrevistas, su hermano José María contó que en su casa no había tiempo para la holganza: cuando acababan sus tareas se ponían a leer. ¿Lo recuerda así también?
    - Yo creo que más que leer me ponía a hacer teatritos, o escenas de cine con papel de cebolla, una caja de zapatos y una bombilla. Era un mundo elemental, pero nos hacía felices.
    - En Salamanca estudia Filosofía y Letras. ¿Por qué?
    - Era lo que más cerca quedaba del cine... Tuve buenos profesores. Allí estaba Tovar como rector, y Lázaro Carreter y tantos otros. Era una Facultad muy interesante. Hace poco encontré entre mis papeles una carta de Tovar. Me reñía mucho, pero también me ayudó en numerosas ocasiones.
    - ¿Cómo era el ambiente estudiantil entonces?
    - Espléndido. Fue una fortuna para mí. Además, enseguida montamos un cine-club, buscábamos películas por toda España, incluso a veces fuera, y la ciudad se entregó.
    - Fue el impulsor de las Conversaciones de Salamanca, que sentaron las bases de la renovación del cine español. ¿Imaginó en algún momento la trascendencia de aquella reunión?
    - No, porque ni siquiera nos resultó difícil organizarla. Gracias al cine-club nos relacionábamos con mucha gente y todos los que nos interesaban respondieron al llamamiento.
    - Luego se vino a Madrid a estudiar Cine. ¿Cómo fue el cambio?
    - Estábamos en el Colegio Mayor Guadalupe y allí nos reuníamos con Camus, Summers, Saura, Borau y otros. Nos preparábamos para salir a la profesión, y mientras tanto montamos otro cine-club.
    - El ambiente sería muy distinto al de Salamanca.
    - Sí. Madrid era entonces una ciudad conflictiva, había continuas detenciones... Pero habíamos desarrollado una personalidad que nos permitía estar tranquilos ante la Policía. Además, tomábamos algunas precauciones. Sabíamos que había un grupo de falangistas, los de la Centuria 20, que siempre andaban al acecho. Un día, cuando estábamos proyectando 'Roma, ciudad abierta', fíjese qué película tan católica, entraron al cine con la intención de pegarme, y tuve que esconderme. Por eso, más tarde poníamos a gente en la puerta para que avisara si venían.
    - Su primera película, 'Nueve cartas a Berta', se convirtió de inmediato en lo que se llama un 'filme de culto' y además tuvo un notable éxito de taquilla. ¿Se sube eso a la cabeza?
    - No. Era bastante normal lo que pasó, así que el éxito fue una sorpresa solo relativa. Éramos conocidos en Madrid, nos había ido bien desde el principio y eso había generado una expectativa.
    - Pero no la rodó en Madrid. ¿Por qué?
    - Regresé a Salamanca a rodar quizá porque, con todo, era el sitio que mejor conocía, con su pequeña burguesía y su intelectualidad.
    Calabozos y censura
    El éxito no le libró de visitar comisarías y calabozos y sufrir interrogatorios a cargo de policías brutales a quienes la calidad estética y la profundidad de sus filmes no decía nada. Hay en su memoria un nombre grabado a fuego, el del policía que dirigía las operaciones y muchas veces golpeaba a los detenidos. «Se llamaba Yagüe, y me puso a un agente que en cuanto salía a la calle me seguía. Yo vivía entonces en Fuencarral y ya me lo tomaba a broma. Más de una vez, el policía me condujo a Sol (la Dirección General de Seguridad)». Lo dice sin rencor, como si hubiese sido un juego, una escena de una de sus películas. Llama la atención que subraye más «la chulería» con la que aquellos jóvenes hacían frente a un policía «prepotente y con muy mal genio».
    - Nos ponían en fila y era el mismo Yagüe el que iba dando bofetadas y golpes. Al llegar a mí, se paraba. Yo le provocaba diciéndole que por qué a mí no me golpeaba, pero no lo hacía. En ese sentido, no me quejo. Conmigo no se portaron del todo mal.
    - ¿Alguna vez tuvo que pedir a su hermano, que era la mano derecha del cardenal Tarancón, que intercediera por usted?
    - No. Me comprendía, pero no habría recurrido a él nunca.
    - En el calabozo coincidió con Ridruejo, Caballero Bonald, Sastre...
    - Sí, estuvimos juntos una semana más o menos, en el calabozo primero y luego en Carabanchel. Ridruejo era encantador y muy buena persona... Lo pasamos bien todos. Nunca nos faltó la alegría y creo que ninguno de nosotros tuvo miedo. O no lo parecía. Nuestros carceleros sabían que el franquismo estaba acabado. Puede que estas impresiones le parezcan contradictorias, pero así lo recuerdo.
    - ¿Y la censura? ¿Cómo la vivió?
    - Conocíamos a los censores y teníamos confianza con ellos, en el aspecto personal. Nos pasaba un poco como con los policías: con frecuencia, pensábamos que estábamos por encima. Creo que no había ningún tipo de rencor mutuo. Simplemente, existían dos bandos.
    - Pero tres de sus películas, 'Canciones para después de una guerra', 'Queridísimos verdugos' y 'Caudillo', no se pudieron estrenar hasta después de la muerte de Franco.
    - No lo vimos claro, y los distribuidores nos pidieron que aplazáramos el estreno.
    - También rodó muchas escenas de sus películas en un sótano.
    - Fue más por comodidad que por miedo. Y sabíamos que ellos sabían que rodábamos.
    - Entre los críticos había muchos franquistas irreductibles. ¿Cómo se llevaba con ellos?
    - Era una relación peculiar. Le voy a contar una cosa: a la gente del cine nos daban entradas para los estrenos, malas localidades, en la parte alta de la sala. Desde allí veíamos entrar a los críticos. Había uno llamado Pascual Cebollada que era muy conservador; en el fondo, un infeliz. Cuando entraba a la sala, muchas veces empezábamos a gritar: «¡Cebollón! ¡Cebollón!». Pero luego le saludábamos y hacíamos bromas con él. Y con otros.
    - Franco era muy aficionado al cine. Llegó a conocerlo.
    - No. No tuve ese honor (sonríe). Para él éramos chicos malos, algo peligrosos. Aunque creo que no pasaba de ahí.
    - En el Palacio del Pardo se vieron algunas de sus películas. ¿Cómo les llegaban las copias si no habían sido distribuidas?
    - No lo sé. Me enteré de que habían visto 'Canciones para después de una guerra'. Alguien se la llevaría. Tuvimos que guardar una copia en el sótano de la casa de una de mis hermanas, porque querían destruirla. La cosa empezó cuando en uno de esos pases la vio la mujer de Carrero Blanco, y le dijo a su marido que tenía que verla. Él le contestó que no, que había que destruir lo que había hecho «ese mal español». Era yo, claro.
    - A diferencia de la mayoría de sus compañeros de generación, usted nunca se afilió al PCE. ¿Por qué?
    - Nunca tuve carné, es cierto. Creo que porque tenía un gran afán de libertad y algunos prejuicios. Muchos queríamos liberarnos de ataduras, incluida la de la militancia. En cualquier caso, sabían que podían contar conmigo.
    El cine es la vida
    Ese afán por no depender de nadie le llevó también a crear muy pronto su propia productora y a asumir tareas no habituales en un director. «Estábamos acostumbrados a hacerlo todo o casi todo», cuenta mientras mira, más que come, un plato de arroz con cerdo y alcachofas. Apenas unos minutos antes, mientras recorría con parsimonia el corto trayecto entre su casa y el restaurante, en el corazón del Madrid de los Austria, varias personas lo han parado para saludarlo. Vecinos, amigos, aficionados al cine.
    - Tuvimos que rodar 'Queridísimos verdugos' con un equipo técnico portugués, para evitar en lo posible que las autoridades se enteraran de lo que estábamos haciendo. Eso hizo que entablara contacto con mucha gente de allí. Algo después, tras la Revolución de los Claveles, estuve en Portugal y me traje películas y documentales que habían rodado ellos sobre la Guerra Civil y la postguerra. Aquello estaba prohibido, por supuesto, así que metimos los rollos de película en tinajas para aceite para poder pasar la frontera.
    - Se retiró relativamente pronto del cine de ficción para dedicarse al documental y las performances. ¿Por qué?
    - Nunca supe distinguir entre el cine de ficción y el de no ficción. En cuanto a los experimentos, a las performances, se debe a que la manera de ver el cine tradicional ya no me satisfacía. Por eso he tratado de buscar la complicidad con el espectador: ofrecer varias historias y que él construya el relato que quiera.
    - ¿Cómo se ha llevado con los actores?
    - Siempre bien. Una película tiene mucho de ejercicio de hermandad porque si no, no se puede hacer. Me he encontrado muy a gusto con ellos.
    - ¿Qué siente cuando revisa sus propias películas?
    - He visto algunas con mi hija. Me reconozco en las historias, en el lenguaje, pero sin aspavientos. No sé qué se dirá de ellas en el futuro. Se verán, espero, y ya no es poco. Quizá hasta se hable bien.
    El futuro
    Atardece mientras pone rumbo a la Puerta del Sol. Acaba de tener un recuerdo emocionado para Carmelo Bernaola, un amigo entrañable desde que escribió la música de 'Nueve cartas a Berta'. «Se fue demasiado pronto», repite casi con lágrimas en los ojos. Habla largamente del carácter del compositor vasco, de su bonhomía, su risa franca y su afabilidad. En ello está mientras recorre los últimos metros de la calle Mayor y se introduce en la algarabía de titiriteros, estatuas humanas, malabaristas, cantantes con y sin licencia municipal, vendedores de lotería, turistas, curiosos y descuideros. Un paisaje muy diferente al del 15 de mayo de 2011 y los días posteriores. Pasea por los mismos lugares donde rodó y donde nada más llegar se encontró a su hija con un cartel cargado de contenido y esperanza: «Dormíamos, despertamos».
    - No sabíamos que estaba allí, pero no nos extrañó, porque es como nosotros (al decirlo, mira a Pilar, su esposa). A ella le hacía gracia que la gente me reconociera. Fueron unos días muy intensos. Tanto que no había tiempo de rodar todo lo que pasaba. Recuerdo que muchas veces me dije a mí mismo: «¡Que yo haya vivido para ver esto!»
    - ¿Qué espera ahora de la vida?
    - Nunca he esperado nada especial. Siempre he sido optimista sobre el futuro. Estamos preparados para lo que suceda. La Puerta del Sol fue un prolegómeno de algo que va a pasar. Seguro. Por eso había que rodarlo por cojones. 



    1. euros es el salario mínimo. Trabajan de media 400 horas más al año que un alemán y les han vuelto a estirar la jornada semanal hasta las 40 ...
       
      euros es el salario mínimo. Trabajan de media 400 horas más al año que un alemán y les han vuelto a estirar la jornada semanal hasta las 40 horas. El IVA está en el 23%.
      Portugal es una casa en ruinas que se mantiene en pie gracias al fútbol. El turismo también ayuda lo suyo: los 800.000 franceses que, por ejemplo, se bañaron en sus playas el pasado verano han animado más de lo esperado la encogida economía lusa. El dato saltaba el otro día en el intermedio de la versión nacional de 'Gran Hermano', con ardiente 'edredoning' incluido. Pero es el balón lo que calienta el corazón de los portugueses cuando la troika -los inspectores europeos y del Fondo Monetario Internacional- les aprieta el cinturón sin una lágrima de piedad en la mirada. Y ellos son extremadamente sensibles. Cada ciudadano luso es un poeta secreto que se desborda en el estadio, donde idolatran a un español: el centrocampista Diego Capel, estrella del Sporting de Lisboa. Andaluz emotivo, se fija mucho en la gente cuando viaja con el equipo: «Lo pasan fatal y me alucinan cuando llenan el campo. El fútbol es su vía de escape. Ha bajado muchísimo su poder adquisitivo. Se nota la pobreza en todas partes. Me admiran por sus ganas de trabajar. En el centro comercial que está pegado a mi casa abren hasta las doce de la noche con una sonrisa».
      Capel vive en la zona más moderna de Lisboa, el Parque de las Naciones, levantado para la Expo 1998. Entre cúpulas de Calatrava, pasarelas interminables, en pleno estuario del Tajo. Cristal, diseño, espejismo del lujo hecho añicos desde que el país fuera rescatado por 78.000 millones de euros en 2011 para evitar la bancarrota. Los vecinos del futbolista son médicos, abogados, ingenieros, con niños que maltratan el ipad en restaurantes con velas y aroma a lavanda. Estos días siguen aterrados las últimas noticias del Gobierno de Passos Coelho. La tijera desgarra en jirones la economía de la clase media, desorientada por el fin de la prosperidad, la única ideología que les quedaba. Qué cercano suena.
      El tercer presupuesto del Ejecutivo conservador apretará más la política de ajustes y recortes de los dos anteriores. Primero retiró las pagas extras a los funcionarios, luego les bajó los sueldos, subió los impuestos -en el IVA te clavan un 23%- y ahora va a pegarle otro tajo a los salarios públicos de todo portugués que gane más allá de 675 euros. A Vania Fernandeç -viuda, 28 años y un niño de 5- le han quitado 100 euros; lleva a casa 460 limpios. Desde hace ocho años friega la reluciente estación de metro Baixa-Chiado, una de las más concurridas por los turistas: «Vivo de alquiler, pago 250 euros al mes por una habitación. Me ayuda mi madre. La comida cuesta cada vez más. Pero este trabajo es todo lo que tengo y me permite sobrevivir».
      A Marcos Horta, policía nacional por 784 euros brutos mensuales, le van a pellizcar un 10%. Acaba de cumplir 24 años en casa de sus padres: «Independizarme suena a chino. La vivienda cuesta parecido a España». En noviembre se manifestaba por primera vez, junto a miles de agentes, contra el empobrecimiento de los servicios públicos que ahoga el país, desde la sanidad a la seguridad. «No somos gente violenta, ni de grandes manifestaciones. Pero es que estamos muy mal. Hay quienes no protestan por pavor a perder el trabajo».
      Tul para niñas ricas
      Esta temporada le ha tocado custodiar las calles de Chiado. Por allí empiezan a abrir tiendas con sabor añejo, sobreviven algunas librerías, boutiques con vestidos de tul para niñas ricas a partir de 350 euros. Los paseos relucen entre las pisadas de los rusos que compran en Hermès, pero la angustia muda que recorre el país ha calado también en este barrio, el más 'cool' de la capital. La Navidad llega de forma discreta: algún árbol en los escaparates, luces moderadas, hasta el 'White Christmas' de Diana Krall suena más triste que sexy.
      No parece que el afable agente Horta se estrese en el trabajo. «Es cierto, aquí no hay broncas, ni se palpa la pobreza, pero la tenemos a la vuelta de la esquina. Hay más gente durmiendo en la calle, cada vez hay más robos y disturbios. Ahí es donde verdaderamente se mide la crisis. No hay como darse una vuelta por las callejuelas cercanas a la Avenida Almirante Reis para darse cuenta. A partir de las cinco y media de la tarde no es recomendable que vaya una mujer sola».
      La zona no parece tan amenazante como la pinta el policía. Dan más miedo algunas fruterías -triunfa el 'mix fruit' de manzanas, mandarinas y plátanos, marrones y salpicados de bichos, a medio euro el kilo- que las miradas de tipos duros de La Morería. De día trafican con droga, de noche con mujeres. El desconchado de los edificios no conserva el encanto decadente del Chiado; es cutre. La basura asoma en ruas como Benformoso. Desde hace 48 años, Rosa Capelo reina en su droguería-bazar: «Llegué a tener 27 empleados, pero hoy solo somos 5. Apareció la gente de Bangladesh y los chinos y empezamos a ir para abajo. Ellos no pagan impuestos, trabajan en negro. Y luego se ha extendido la prostitución. Por la noche es mejor no andar por aquí».
      Muy cerca, en Antero de Quental, los únicos establecimientos abiertos son los baños públicos y una pastelería sin un solo dulce en el escaparate. Y eso es muy raro en la ciudad que presume de tener el mayor porcentaje de confiterías por habitante. Las persianas bajadas de medio centenar de lonjas encogen a vecinos agotados, sin norte. María Çelenti, 66 años y viuda, directamente solloza cuando se le pregunta: «La tristeza es enorme. Esta era una calle viva, llena de tiendas de telas. Ahora no hay niños ni jóvenes. Tienen que emigrar. Todo está cerrado, la miseria te va comiendo día a día. Sobrevivo con la pensión y mi organización. No me paso en nada».
      Cuatro portales abajo, Paolo Santana limpia retretes públicos. Habla inglés y hace tiempo que no visita al dentista. En un par de años ha pasado de ganar 1.200 euros en la construcción a 400 con la escobilla. El alquiler de un apartamento con dormitorio, baño y cocina se come la mitad. «Mi empresa quebró y tuve suerte de conseguir este empleo. Esto está fatal. Dentro de poco nos vamos a empezar a matar. Cuidado con el bolso, por cinco euros te pueden dar un buen susto».
      Suena exagerado, como las advertencias del policía nacional. Aunque en la Casa de la Misericordia de la Avenida Almirante Reis la cola de personas en busca de plato caliente da la vuelta a la manzana. Los adornos navideños caseros del comedor son tan lúgubres como las miradas de los comensales. Apenas hablan. El hambre no parece nueva. Algunos duermen en la calle, en los soportales de las grandes firmas de moda y joyas que adornan la Avenida de Libertad. Los agentes del orden, que hacen horas extra en algunas tiendas de lujo y en supermercados de la zona, respetan los lechos de cartón. «¿Cómo les vamos a quitar lo único que tienen?», plantea Marcos Horta, el patrullero de Chiado.
      El 22% de la población lusa, 2,3 millones de personas, ya es pobre. Lo dice su instituto nacional de estadística. Y otro 24% se escapa de la clasificación gracias a los subsidios, recalca la ONG Ami. En sus comedores sociales sirven el doble de comidas que hace cinco años. La mayoría de los nuevos usuarios son jubilados y madres que van a por unos macarrones para sus hijos. Casi a escondidas.
      En las oficinas de empleo se palpa bien el drama del paro que va destrozando vidas de forma silenciosa. La tasa ha vuelto a descender por sorpresa en el tercer trimestre, situándose en el 15,6%. Pero los locales donde a veces surge el milagro en forma de contrato siguen atestados de gente como Americu, canalizador de aguas: «Tengo 57 años y ganaba 1.000 euros. Ahora recibo un subsidio de 450 euros. No he encontrado nada, ni de barrendero». Ahorra en lo más básico: no habrá lavado su pantalón en el último medio año. Comparte asiento con Luis, ingeniero de 43 años, uno en paro; Concepción, médico, 37 años, cuatro en el dique seco; Luis, traductor, 34 años: «Yo tengo trabajo, pero la empresa no me paga desde junio de 2011. El Estado cubre parte. Vivimos con el sueldo de mi mujer, que cobra 1.200 euros en la universidad. Es la que reparte las becas Erasmus».
      Menús a 4 euros
      Jóvenes y otros lusos que ya no lo son tanto huyen del país en estampida desde que la crisis estalló en esta esquina de Europa. El año pasado se marcharon 100.000. Joao Rafael Gomes ha aguantado el tirón gracias a una beca de doctorado para estudiar a Ernesto de Sousa, fotógrafo, director de cine y crítico de arte. Investiga por 1.000 euros al mes en la Universidad Nueva de Lisboa. Pública. Comparte el despacho con dos colegas. Es grande, con mobiliario setentero y dos estufas eléctricas. Su mesa mira a la ventana: un libro, un flexo, un lápiz. Ni ordenador ni archivadores. «Trabajo con mi aparato portátil que muchos días no traigo. Tampoco hace falta mucho más. No me voy a quejar, que mi novia trabaja en una librería todo el día y gana 600 euros. La situación está mal. Somos un país pobre que hemos pinchado con la burbuja inmobiliaria. Tengo muchos amigos hipotecados. Se desesperan, pero no protestan demasiado. La gente joven o emigra o se deprime. En los barrios solo ves abuelitos».
      En el bar universitario come un menú de 4 euros y hace planes sobre la novela histórica que va a publicar cuando alguna editorial le termine de abrir la puerta. La potente Babel, que fusionó varias casas del país, acaba de cerrar su librería de Augusto de Aguiar. El Gobierno habla de mejoría, pero es complicado encontrarla en la calle. Enrique Santos, presidente de la influyente cámara de comercio e industria luso española, la más grande que tenemos en el extranjero, recuerda que «los gestores hablan de un crecimiento del 0,2% en los dos últimos trimestres. No todo es negativo. Aunque también es cierto que aquí se dice que se ve luz al final del túnel... pero es un camión en sentido contrario».
      Portugal acaba de aprobar el décimo examen de la troika. Le quedan dos para salir del rescate en junio de 2014. El embajador español, Eduardo Junco, no ve el camión que viene de frente: «Tengo la impresión de que el país, con más dificultades que España, está encontrando la solución. Tenemos los primeros datos positivos, se está haciendo un gran esfuerzo. Y el momento es muy importante, porque las inversiones españolas crecen en sectores como la hostelería».
      Para el catalán Joan Camps, 18 años en Lisboa dirigiendo empresas relacionadas con la alimentación, sigue siendo tierra de oportunidades. «Quizás la crisis sirva para resolver cosas. La legislación laboral era muy proteccionista, el sector público había crecido muchísimo. Pero al ser más pequeño que España es más fácil reaccionar. Cuando llegué había motocarros. Hoy Lisboa está espectacular». Teresa Ricou, referencia cultural y social del país, ve una ciudad «bella, sí, pero como una prostituta sin alma ni cultura, que teme abrir la boca. Tenemos que mostrar nuestra alma, ofrecer turismo cultural, sin perder la espontaneidad y que fluya la responsabilidad social. Estoy cansada de Portugal, temo que se acabe la democracia».
      «Enorme» fraude fiscal
      Lleva 33 años peleando por los más débiles, niños de orfanato, jóvenes de reformatorio, a través del proyecto de integración social Chapitô. Para los turistas es un restaurante mágico en los tejados de Alfama y con las mejores vistas al Tajo. Pero además es una compañía de teatro, una escuela de circo para chicos con problemas, una guardería para sus bebés, un engranaje que los rehabilita y busca trabajo, con ayudas públicas que llegan con retraso.
      Los cuatro corresponsales de prensa consultados también ven el vaso medio vacío. Hablan de una clase media en peligro de extinción, del «enorme» fraude fiscal, de los problemas para que te atienda un médico en la sanidad pública, previo pago de 5 euros. En las Urgencias te piden 20 nada más entrar. Si no los llevas encima, te los quitan de la cuenta casi antes de que te pregunten dónde te duele.
      La Educación no está mejor. El Gobierno ha eliminado cerca de 25.000 plazas, incluidos los docentes que apoyaban a alumnos con problemas. Paulo Domingos, profesor de inglés, está convencido de que «terminarán privatizando la escuela. Todos los pasos van en esa dirección». Gana 1.150 euros netos al mes en una ciudad donde es difícil encontrar alquileres de vivienda por debajo de los 600 euros. Su sueldo, encogido los últimos cuatro años, es similar al de abogados con apenas 10 de experiencia. Es el caso de Gabriela Neves, especialista fiscal: «Ando loca, los impuestos cambian todos los días. La actualización es continua, pero hay que pelear. El 20% de mis amigos está en el paro y el 40% anda por el extranjero en busca de una vida mejor».
      Pablo Javier Pérez ha viajado al revés. Vallisoletano apasionado de Pessoa, ganó una beca en la universidad lusa: 1.000 euros al mes para descifrar textos del poeta. Le va bien después de año y medio parado en España. Su novia, licenciada en Empresariales, ha encontrado trabajo en una compañía de seguros sin hablar apenas portugués. Atiende el teléfono, que no es mucho, pero en Valladolid llevaba meses sin que le llamaran de ningún lado. Viven en Santa Engracia, barrio obrero envejecido. Los pocos niños que quedan juegan al balón en la calle. Pone orden el señor Antonio, dueño de un ultramarinos «con soluciones para todo». La pareja española va por el tercer calentador en casa, porque el alquiler de 600 euros no da derecho a calefacción. Pero lo que le preocupa a Pablo Javier es encontrar una editorial española que le publique su segundo libro de poemas, ya prologado por el Cervantes Antonio Gamoneda. «Quizás en enero tenga suerte. Estoy contento. Hemos pasado de no tener futuro a tener presente. Trabajo en lo que me gusta y vivo con mi novia en un país acogedor. En España ahora es imposible».
      El dato es de este año y lo ha hecho público el Ayuntamiento lisboeta, que ha alertado del aumento de vagabundos. 800 voluntarios de la asociación Santa Casa acaban de recorrer 7.000 calles de la capital para preguntarles edad y formación. Ya no son solo hombres de mediana edad con problemas de salud mental y diversas adicciones. «Encontramos población muy joven y algunos matrimonios, y eso significa que tenemos que mirar esta realidad y las soluciones de manera diferente», avanzan en la ONG.
      Estos días no hay mucho signos de protesta, apenas unos carteles «contra el robo del trabajo y el salario» en la plaza del Rocío. Pero las huelgas se han sucedido a lo largo del año con una intensidad desconocida.
      Los precios fluctúan mucho en función de la zona del país. Pero en Lisboa la vivienda no es mucho más barata que en España. Y la carne, la fruta y la verdura cuestan parecido. En los bares, el menú de batalla oscila entre los 4 y los 9 euros. Zara y Blanco venden chaquetones al mismo precio que aquí. Por el centro se ven algunos Lamborghinis, BMW y Mercedes. Pero los tranvías, a 3,85 euros, y los autobuses, a 1,5 por viaje sencillo, van llenos. Hay tarjetas con descuentos.
      En Portugal el número de nacimientos cayó en 2012 a 90.000, su nivel más bajo en 60 años. El envejecimiento y la emigración han dejado al país con 10,4 millones de habitantes.

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