EL DESAYUNO DEL SABADO, PARTITURA PROVENZAL,-fotos,.
Anne Igartiburu consolida en Francia su relación con Pablo Heras-Casado, un joven músico que dirige las mejores orquestas del mundo.-
Pablo Heras-Casado (Granada, 1977) ha sido siempre un espíritu libre.
Su entrega incondicional a la música le ha llevado a protagonizar una
carrera profesional de vértigo que ha culminado este año con su elección
como mejor director de orquesta en los Estados Unidos. Al que parece
ser el nuevo amor de Anne Igartiburu, según ha publicado esta semana
'Lecturas', no le han gustado nunca las ataduras y por eso su
trayectoria ha sido un constante ir y venir de una orquesta a otra.
Cuando el 'The New York Times' le hizo una pregunta al respecto en una
doble página que le dedicó antes de uno de sus estrenos, el granadino
respondió: «Supongo que soy un romántico. Siempre estoy cambiando de
orquesta, cambiando de país, cambiando de repertorio, cambiando de todo.
No es que sea inconsistente, solo espero el momento oportuno».
De confirmarse lo que insinuaban las fotos de la pareja, parece que ese momento podría haber llegado. En las imágenes se veía al músico y a la presentadora caminando abrazados por una calle de Marsella, ciudad elegida como centro de operaciones por Heras-Casado para desarrollar su trabajo en el Festival de Aix en Provence, uno de los grandes certámenes de música clásica del verano. Según la publicación, Igartiburu viajó a la ciudad francesa el pasado 27 de junio en compañía de su hija mayor, Noa, a la que adoptó cuando estaba casada con Ygor Yebra y que ahora tiene 14 años. Madre e hija se han alojado en una mansión de Marsella en compañía del músico, al que han acompañado en excursiones y paseos durante los ratos libres que le dejaban ensayos y conciertos.
La relación con Igartiburu, que tiene ahora 45 años, ha colocado por primera vez a Heras-Casado en el centro de la diana de la prensa rosa. El músico es hijo de una familia humilde. Vivió su primera infancia en Barcelona, donde una de sus profesoras de preescolar se dio cuenta de que tenía un oído excepcional para la música, y se trasladó siendo aún niño a Granada. Su padre, policía nacional, le compró a los 9 años un piano a plazos haciendo un considerable sacrificio económico y luego hizo todo lo posible para procurarle instrucción musical. Compatibilizó los estudios en el colegio público del barrio del Zaidín, donde la familia se afincó, con las clases de música en el conservatorio. Se licenció en Historia del Arte, pero su verdadera vocación era la música: empezó cantando en un coro infantil y en cuanto tuvo oportunidad puso primero en marcha un grupo de música antigua, Capella Exaudir, y luego otro especializado en melodías contemporáneas, llamado Sonora.
Dotado de un raro talento para asimilar músicas de todas las épocas y de una mezcla explosiva de inquietud y determinación, el joven granadino apostó fuerte y se lanzó al ruedo de la dirección de orquesta. Su primer reconocimiento internacional fue en el Festival de Lucerna de 2007. Desde entonces su carrera ha sido un torbellino: ha dirigido a las mejores formaciones del mundo, de la Filarmónica de Berlín a la de Nueva York, y se ha consolidado como uno de los conductores de orquesta más prometedores de la escena internacional. Su elección como mejor director de 2014 en EE UU ha sido el último espaldarazo en su fulgurante trayectoria.
Quienes le conocen dicen que es una persona asequible que hace gala de la misma humildad que le acompañaba en sus tiempos de cantante en el coro infantil. Cuando hace tres años dirigió a la Filarmónica de Berlín, probablemente la más conocida de todas las orquestas, decía lo siguiente: «Algunos de sus músicos llevan 40 años en la formación; han vivido la era Karajan, la era Abbado, algunos de los mejores directores de la historia. Cuando perciben que eres humilde y honesto, desaparecen las barreras de edad».
Enfrascado en su trabajo en el Festival de Aix, donde dirige un montaje de la ópera de Mozart 'La Flauta Mágica' que se estrenó con excelentes críticas el pasado día 2, Heras-Casado permanecerá en Marsella al menos hasta el próximo martes, cuando está programada su última representación en el certamen. Luego viajará a Nueva York para ensayar con la Orquesta Saint Lukes, de la que es director titular, su participación en otro festival de verano el próximo 3 de agosto. Atrás quedarán unas jornadas relajadas en el soleado y luminoso sur de Francia, toda una invitación para una futura partitura en la mejor tradición de la música provenzal.
De confirmarse lo que insinuaban las fotos de la pareja, parece que ese momento podría haber llegado. En las imágenes se veía al músico y a la presentadora caminando abrazados por una calle de Marsella, ciudad elegida como centro de operaciones por Heras-Casado para desarrollar su trabajo en el Festival de Aix en Provence, uno de los grandes certámenes de música clásica del verano. Según la publicación, Igartiburu viajó a la ciudad francesa el pasado 27 de junio en compañía de su hija mayor, Noa, a la que adoptó cuando estaba casada con Ygor Yebra y que ahora tiene 14 años. Madre e hija se han alojado en una mansión de Marsella en compañía del músico, al que han acompañado en excursiones y paseos durante los ratos libres que le dejaban ensayos y conciertos.
La relación con Igartiburu, que tiene ahora 45 años, ha colocado por primera vez a Heras-Casado en el centro de la diana de la prensa rosa. El músico es hijo de una familia humilde. Vivió su primera infancia en Barcelona, donde una de sus profesoras de preescolar se dio cuenta de que tenía un oído excepcional para la música, y se trasladó siendo aún niño a Granada. Su padre, policía nacional, le compró a los 9 años un piano a plazos haciendo un considerable sacrificio económico y luego hizo todo lo posible para procurarle instrucción musical. Compatibilizó los estudios en el colegio público del barrio del Zaidín, donde la familia se afincó, con las clases de música en el conservatorio. Se licenció en Historia del Arte, pero su verdadera vocación era la música: empezó cantando en un coro infantil y en cuanto tuvo oportunidad puso primero en marcha un grupo de música antigua, Capella Exaudir, y luego otro especializado en melodías contemporáneas, llamado Sonora.
Dotado de un raro talento para asimilar músicas de todas las épocas y de una mezcla explosiva de inquietud y determinación, el joven granadino apostó fuerte y se lanzó al ruedo de la dirección de orquesta. Su primer reconocimiento internacional fue en el Festival de Lucerna de 2007. Desde entonces su carrera ha sido un torbellino: ha dirigido a las mejores formaciones del mundo, de la Filarmónica de Berlín a la de Nueva York, y se ha consolidado como uno de los conductores de orquesta más prometedores de la escena internacional. Su elección como mejor director de 2014 en EE UU ha sido el último espaldarazo en su fulgurante trayectoria.
«Mi centro sentimental»
Aunque pasa la mayor parte del año fuera de España debido a sus
compromisos, regresa a Granada siempre que puede. Hace unos años
adquirió y rehabilitó un carmen en pleno Albaicín. Allí celebra
acontecimientos como las Navidades con su familia más directa, sus
padres y su hermana, con los que mantiene una estrecha relación, y se
reúne con sus amigos de toda la vida. «Granada -decía en una entrevista
en el 'Ideal'- es mi centro emocional, sentimental y estético. Pasear
por sus piedras es para mí lo más bonito del mundo y, cuanto más conozco
el mundo, más lo aprecio».Quienes le conocen dicen que es una persona asequible que hace gala de la misma humildad que le acompañaba en sus tiempos de cantante en el coro infantil. Cuando hace tres años dirigió a la Filarmónica de Berlín, probablemente la más conocida de todas las orquestas, decía lo siguiente: «Algunos de sus músicos llevan 40 años en la formación; han vivido la era Karajan, la era Abbado, algunos de los mejores directores de la historia. Cuando perciben que eres humilde y honesto, desaparecen las barreras de edad».
Enfrascado en su trabajo en el Festival de Aix, donde dirige un montaje de la ópera de Mozart 'La Flauta Mágica' que se estrenó con excelentes críticas el pasado día 2, Heras-Casado permanecerá en Marsella al menos hasta el próximo martes, cuando está programada su última representación en el certamen. Luego viajará a Nueva York para ensayar con la Orquesta Saint Lukes, de la que es director titular, su participación en otro festival de verano el próximo 3 de agosto. Atrás quedarán unas jornadas relajadas en el soleado y luminoso sur de Francia, toda una invitación para una futura partitura en la mejor tradición de la música provenzal.
TÍTULO: LA CENA DEL SABADO-Las gambas del Ardila , SAN FERMIN, EL PATRÓN DE LOS GUIRIS,.
LA CENA DEL SABADO--Las gambas del Ardila, SAN FERMIN, EL PATRÓN DE LOS GUIRIS,.
Victor y Eric, canadienses, están 20 horas en Pamplona para San Fermín: les da tiempo a salir de noche, correr el encierro y hasta probar
Tres días antes, los canadienses Victor Mikolajczyk y Eric Kavalec no
tenían ni idea de que iban a visitar Pamplona. Y, por supuesto, ni
siquiera se les había pasado por la cabeza que estarían tan cerca de
unos morlacos de lidia, seis bichos rapidísimos y peligrosos de
Victoriano del Río dispuestos a llevarse por delante a cualquiera, sin
distinción de sexo, nacionalidad, alcohol en sangre o conocimientos de
tauromaquia. En realidad, Victor y Eric –de 20 años, residentes en
Montreal y amigos desde el instituto– están de vacaciones en Barcelona,
primera escala de un ‘grand tour’ que les llevará después al Algarve,
Lisboa, Corfú, Atenas, Croacia, Ámsterdam y Varsovia, donde Victor se
reunirá con su padre para culminar la aventura en Japón. Pero, en su
‘hostel’ de la capital catalana, como unas Naciones Unidas en miniatura,
circulaba la historia casi mítica de una pequeña ciudad del norte donde
se corren los toros y la fiesta nunca cesa. Pamplona es, en ciertos
círculos, una especie de Eldorado juvenil, una promesa embriagadora de
juerga sin fin y emociones fuertes.
Así que ahí están Victor y Eric, frente al Ayuntamiento pamplonés, a punto de vivir el momento cumbre de su estancia de menos de 24 horas. Llegaron ayer por la noche, tras buscar un alojamiento de emergencia en este nido de hormigas blancas y rojas. "Primero probamos en un ‘hostel’, pero estaba completo. ¡La web nos decía que había tenido 400 reservas en 24 horas! Al final hemos encontrado una habitación doble en el Holiday Inn por 110 euros. ¡Qué gusto dan las camas buenas y la ducha para nosotros!". Nada más llegar, se compraron sus trajes de mozo y se lanzaron a las calles, con hambre de experiencias y sed de cerveza. "Sí, hemos bebido solo cerveza. En Barcelona estamos bebiendo solo vino, del que cuesta un euro el litro". ¿Y qué tal la noche sanferminera? "Increíble. Había cantidades ridículas de gente borracha, pero solo hemos podido quedarnos hasta las dos. Hemos vuelto al hotel, hemos dormido tres horas y, al salir a las cinco, seguía de fiesta la misma gente. Hemos desayunado cuatro cafés y, cuando pasábamos, nos deseaban suerte en el encierro. Claro, se nos ve tan frescos que está claro que vamos a correr", se ríe Victor, con la cafeína y la adrenalina haciendo pasacalles por todo su cuerpo.
Este tipo de estancias mínimas y apresuradas, como si la urgencia del encierro se contagiase a toda la visita, son muy habituales entre los guiris de San Fermín. De hecho, uno se encuentra a muchos extranjeros que ni siquiera pasan una noche en la ciudad. Es el caso de los cinco suecos y su amiga canadiense –por alguna razón misteriosa, este año Pamplona parece repleta de canadienses– que rondan la plaza de toros: por la mañana, su plan consiste en pasear y beber kalimotxo; por la tarde, los chicos irán a la corrida y las chicas se buscarán la vida; por la noche, regresarán a su base de operaciones en Biarritz. Los suecos se revelan como gente curiosa y preguntona. "¿Matan seis toros cada día? ¿Y por qué seis? ¿Llora el público cuando muere el toro? ¿A veces ocurre que muere el matador?", quiere saber Angelika Blomqvist. Su amigo Otto reorienta el interrogatorio: "¿Sabes dónde podemos comer testículos de toro?".
– Pues no tengo mucha idea, pero buscad ‘criadillas’.
– ¿Cri-a-di-llas? Entonces, ¿no se llaman ‘cojones’?
A media mañana, los amigos Victor y Eric están paseando por el recorrido del encierro en compañía de Charles, otro canadiense al que han conocido en el hotel, que ya va cerveza en ristre. Quieren ver las calles por donde han corrido, ahora que su sistema nervioso ha recuperado cierta normalidad y vuelven a sentirse capaces de procesar la información. ¿Qué tal ha ido? "Alucinante, es algo que hay que vivir una vez en la vida. La verdad es que no sabíamos nada del encierro y esperábamos cosas terribles. Ni siquiera estábamos seguros de correr, pero hemos pensado ‘es peligroso y seguramente estúpido’, así que parece hecho para nosotros. Y, de repente, ya no había marcha atrás: cuando ha sonado el cohete, el corazón se nos ha puesto a mil". Llevan unas doce horas en Pamplona y ya se están dando cuenta de su grave error: "Nos tenemos que ir esta tarde. No sabíamos que esto era tan grande y tan intenso".
Tras sortear el baile de los gigantes y el ataque de los cabezudos, los canadienses pasan por ‘Búscate en el Encierro’, uno de esos negocios que florecen en sanfermines, como los balcones que ofrecen "magnificent views" de la carrera. En los ordenadores de la tiendecita de Estafeta, cualquiera puede buscar su intervención en el encierro, grabada por cámaras de altísima definición, y llevarse su vídeo heroico en un ‘pendrive’. Allí están, por ejemplo, Sebastian Bingyao y sus amigos, chinos que estudian en Madrid: "Estos han corrido. Yo no, me da un poco de miedo y, además, tengo un problema de cateterismo. ¡Paso!", se justifica el sensato Sebastian, al que ya le parece bastante emoción lo de haber desayunado "tres veces café y dos veces sangría". También se dejan los ojos en los monitores Mike y Matthew Vinson, un padre y un hijo de Tennessee (EE UU) que todavía no acaban de creerse cómo han comenzado el día. "Correr ha sido increíble. La cosa más terrorífica que hemos hecho nunca, algo casi absurdo".
– ¿Habían visto alguna vez un toro tan de cerca?
– Solo en hamburguesas.
Los jóvenes canadienses se retiran al hotel, para amortizar sus espléndidas camas echando una cabezadita antes de la comida. Es el momento de buscar extranjeros que hayan profundizado más allá de la abarrotada superficie de la fiesta. En el nivel de iniciación están Josh Plouffe y Dave Kichler, que bajan de Navarrería con dos cuñas de pizza. Llevan una bota de vino y la camiseta con el cartel de este año. Dave luce, además, un bonito rasponazo en el codo izquierdo, herida de guerra de las vaquillas. Resultan ser... ¡canadienses!, aunque al menos proceden de Vancouver, que queda a 3.700 kilómetros de Montreal. "Llevábamos ocho años planeando este viaje. Yo soy esquiador extremo, nos gusta lo extremo, también la fiesta extrema –detalla Josh–. Soy un ‘party animal’ y esto está un escalón por encima, pero también estamos haciendo otras cosas: hemos estado en Olite. ¡Qué castillo! ¡Qué vino! También hemos visitado Javier. Queremos impregnarnos de fiesta y cultura".
Leon no se atrevió a correr el encierro hasta el 10 de julio. ¿Y sigue viniendo desde entonces? "Noooo. Viajé por Europa, toqué la guitarra, visité la India, volví a EE UU, me casé dos veces y me divorcié las dos, tuve dos hijos, dejé de beber, mi negocio de cortinas empezó a ir bien... Y, en 1993, estaba en Reno jugando a las tragaperras y gané 15.000 dólares: vi la ocasión de volver a Pamplona. Llegué otro 5 de julio y lo encontré todo igual, el mismo olor, la inminencia de la fiesta. Desde entonces nunca he faltado. Soy un corredor normalito, pero he conocido a la gente más asombrosa. Aquí brotan en mí emociones que, en mi país, permanecen escondidas. Y eso que soy de los pocos que no beben. Solo me emborraché la primera vez".
– ¿Y se divirtió bebiendo?
– Creo que sí.
Es la hora de comer y a Eric Kavalec y Victor Mikolajczyk se les ve ya un poco tristones, cargados con sus mochilas, despidiéndose de Pamplona con la rabia de dejar la fiesta sin apurar. Se sientan en la terraza de La Raspa, en la calle La Merced, y se animan a probar el ajoarriero y el pacharán. "Mmmm, es rico, muy fácil de beber", aprecian. ¿Ya les han contado a sus familias que han corrido el encierro? "Yo acabo de hablar con mi padre –asiente Victor– y me ha dicho que soy tonto". Después se marchan calle abajo, con la bandera canadiense en lo alto de la mochila, el pañuelico rojo al cuello y unas cuantas historias que contar, más madera para el mito de la ciudad loca donde los seres humanos echan carreras con los toros. Solo han pasado en Pamplona unas veinte horas. "Al menos –se consuelan–, no vamos a salir en el periódico porque nos hayan pillado en el encierro".
Así que ahí están Victor y Eric, frente al Ayuntamiento pamplonés, a punto de vivir el momento cumbre de su estancia de menos de 24 horas. Llegaron ayer por la noche, tras buscar un alojamiento de emergencia en este nido de hormigas blancas y rojas. "Primero probamos en un ‘hostel’, pero estaba completo. ¡La web nos decía que había tenido 400 reservas en 24 horas! Al final hemos encontrado una habitación doble en el Holiday Inn por 110 euros. ¡Qué gusto dan las camas buenas y la ducha para nosotros!". Nada más llegar, se compraron sus trajes de mozo y se lanzaron a las calles, con hambre de experiencias y sed de cerveza. "Sí, hemos bebido solo cerveza. En Barcelona estamos bebiendo solo vino, del que cuesta un euro el litro". ¿Y qué tal la noche sanferminera? "Increíble. Había cantidades ridículas de gente borracha, pero solo hemos podido quedarnos hasta las dos. Hemos vuelto al hotel, hemos dormido tres horas y, al salir a las cinco, seguía de fiesta la misma gente. Hemos desayunado cuatro cafés y, cuando pasábamos, nos deseaban suerte en el encierro. Claro, se nos ve tan frescos que está claro que vamos a correr", se ríe Victor, con la cafeína y la adrenalina haciendo pasacalles por todo su cuerpo.
Este tipo de estancias mínimas y apresuradas, como si la urgencia del encierro se contagiase a toda la visita, son muy habituales entre los guiris de San Fermín. De hecho, uno se encuentra a muchos extranjeros que ni siquiera pasan una noche en la ciudad. Es el caso de los cinco suecos y su amiga canadiense –por alguna razón misteriosa, este año Pamplona parece repleta de canadienses– que rondan la plaza de toros: por la mañana, su plan consiste en pasear y beber kalimotxo; por la tarde, los chicos irán a la corrida y las chicas se buscarán la vida; por la noche, regresarán a su base de operaciones en Biarritz. Los suecos se revelan como gente curiosa y preguntona. "¿Matan seis toros cada día? ¿Y por qué seis? ¿Llora el público cuando muere el toro? ¿A veces ocurre que muere el matador?", quiere saber Angelika Blomqvist. Su amigo Otto reorienta el interrogatorio: "¿Sabes dónde podemos comer testículos de toro?".
– Pues no tengo mucha idea, pero buscad ‘criadillas’.
– ¿Cri-a-di-llas? Entonces, ¿no se llaman ‘cojones’?
A media mañana, los amigos Victor y Eric están paseando por el recorrido del encierro en compañía de Charles, otro canadiense al que han conocido en el hotel, que ya va cerveza en ristre. Quieren ver las calles por donde han corrido, ahora que su sistema nervioso ha recuperado cierta normalidad y vuelven a sentirse capaces de procesar la información. ¿Qué tal ha ido? "Alucinante, es algo que hay que vivir una vez en la vida. La verdad es que no sabíamos nada del encierro y esperábamos cosas terribles. Ni siquiera estábamos seguros de correr, pero hemos pensado ‘es peligroso y seguramente estúpido’, así que parece hecho para nosotros. Y, de repente, ya no había marcha atrás: cuando ha sonado el cohete, el corazón se nos ha puesto a mil". Llevan unas doce horas en Pamplona y ya se están dando cuenta de su grave error: "Nos tenemos que ir esta tarde. No sabíamos que esto era tan grande y tan intenso".
Tras sortear el baile de los gigantes y el ataque de los cabezudos, los canadienses pasan por ‘Búscate en el Encierro’, uno de esos negocios que florecen en sanfermines, como los balcones que ofrecen "magnificent views" de la carrera. En los ordenadores de la tiendecita de Estafeta, cualquiera puede buscar su intervención en el encierro, grabada por cámaras de altísima definición, y llevarse su vídeo heroico en un ‘pendrive’. Allí están, por ejemplo, Sebastian Bingyao y sus amigos, chinos que estudian en Madrid: "Estos han corrido. Yo no, me da un poco de miedo y, además, tengo un problema de cateterismo. ¡Paso!", se justifica el sensato Sebastian, al que ya le parece bastante emoción lo de haber desayunado "tres veces café y dos veces sangría". También se dejan los ojos en los monitores Mike y Matthew Vinson, un padre y un hijo de Tennessee (EE UU) que todavía no acaban de creerse cómo han comenzado el día. "Correr ha sido increíble. La cosa más terrorífica que hemos hecho nunca, algo casi absurdo".
– ¿Habían visto alguna vez un toro tan de cerca?
– Solo en hamburguesas.
Los jóvenes canadienses se retiran al hotel, para amortizar sus espléndidas camas echando una cabezadita antes de la comida. Es el momento de buscar extranjeros que hayan profundizado más allá de la abarrotada superficie de la fiesta. En el nivel de iniciación están Josh Plouffe y Dave Kichler, que bajan de Navarrería con dos cuñas de pizza. Llevan una bota de vino y la camiseta con el cartel de este año. Dave luce, además, un bonito rasponazo en el codo izquierdo, herida de guerra de las vaquillas. Resultan ser... ¡canadienses!, aunque al menos proceden de Vancouver, que queda a 3.700 kilómetros de Montreal. "Llevábamos ocho años planeando este viaje. Yo soy esquiador extremo, nos gusta lo extremo, también la fiesta extrema –detalla Josh–. Soy un ‘party animal’ y esto está un escalón por encima, pero también estamos haciendo otras cosas: hemos estado en Olite. ¡Qué castillo! ¡Qué vino! También hemos visitado Javier. Queremos impregnarnos de fiesta y cultura".
Escapando de Vietnam
Pero entre los extranjeros hay también alumnos de nivel avanzado,
forasteros que sucumbieron al dulce veneno de la fiesta y han acabado
viniendo siempre, sabiéndolo todo, siendo más sanfermineros que los de
Pamplona. En la plazuela de San José, a un costado de la catedral y
junto a la calle Salsipuedes, ochenta personas celebran la Fiesta del
Corredor, con pinchos surtidos y ponche de vodka. La mayoría son
estadounidenses y entre ellos abundan veteranos del encierro como Leon
Friedrichsen, un californiano de 65 años que pisó Pamplona por primera
vez en 1969. ¿Qué le trajo hasta aquí? "¿Te digo la verdad? Quería
librarme de la guerra del Vietnam, así que compré un billete de ida de
Los Ángeles a Fráncfort. No conocía a nadie, no sabía qué hacer, de modo
que tomé un tren a Múnich y allí conocí a unos tíos que venían a
Pamplona. Me sumé: llegamos un 5 de julio y aquel día empezó mi vida: ya
nada importaba, jamás me lo había pasado tan bien".Leon no se atrevió a correr el encierro hasta el 10 de julio. ¿Y sigue viniendo desde entonces? "Noooo. Viajé por Europa, toqué la guitarra, visité la India, volví a EE UU, me casé dos veces y me divorcié las dos, tuve dos hijos, dejé de beber, mi negocio de cortinas empezó a ir bien... Y, en 1993, estaba en Reno jugando a las tragaperras y gané 15.000 dólares: vi la ocasión de volver a Pamplona. Llegué otro 5 de julio y lo encontré todo igual, el mismo olor, la inminencia de la fiesta. Desde entonces nunca he faltado. Soy un corredor normalito, pero he conocido a la gente más asombrosa. Aquí brotan en mí emociones que, en mi país, permanecen escondidas. Y eso que soy de los pocos que no beben. Solo me emborraché la primera vez".
– ¿Y se divirtió bebiendo?
– Creo que sí.
Es la hora de comer y a Eric Kavalec y Victor Mikolajczyk se les ve ya un poco tristones, cargados con sus mochilas, despidiéndose de Pamplona con la rabia de dejar la fiesta sin apurar. Se sientan en la terraza de La Raspa, en la calle La Merced, y se animan a probar el ajoarriero y el pacharán. "Mmmm, es rico, muy fácil de beber", aprecian. ¿Ya les han contado a sus familias que han corrido el encierro? "Yo acabo de hablar con mi padre –asiente Victor– y me ha dicho que soy tonto". Después se marchan calle abajo, con la bandera canadiense en lo alto de la mochila, el pañuelico rojo al cuello y unas cuantas historias que contar, más madera para el mito de la ciudad loca donde los seres humanos echan carreras con los toros. Solo han pasado en Pamplona unas veinte horas. "Al menos –se consuelan–, no vamos a salir en el periódico porque nos hayan pillado en el encierro".
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