La vida está llena de aciertos y de errores, quizá más de
los segundos que de los primeros, pero pocas veces nos enseñan a
gestionarlos de la forma adecuada o a sacarles el mayor provecho.
"Me gustan mis errores", decía Charles Chaplin, "no quiero renunciar a la libertad deliciosa de equivocarme".
Es hora punta de cierre de evaluaciones, obtención de
calificaciones y notas de corte para poder acceder a distintas
formaciones y las palabras de aprobado o suspenso cobran en estos días
un especial protagonismo. La meta está en sacar más de un cinco, pero a
veces el aprendizaje no radica en ese corte. Así, lo explican a este
periódico varios expertos en educación.
"Si algo te sale mal, evalúas la situación y analizas lo que
pudo salir mal. En cambio, cuando apruebas, no te paras a pensar en por
qué salió bien.
El error siempre se analiza, el acierto no",
afirma José Manuel Suárez Sandomingo, presidente de la Asociación
Profesional de Pedagogos y Psicopedagogos de Galicia (APEGA). El error
te permite elaborar un respuesta y por tanto un proceso de aprendizaje
que puedes aplicar después a otros casos.
En el mundo académico, "suspender no es más que una
circunstancia de la vida que puede servir de aliciente, haciendo
evidente que algo no ha ido como debería. Permite mejorar la manera de
trabajar", añade por su parte María Bustamante, psicóloga infantil del
Instituto Centta de Madrid.
Los motivos del suspenso
El porcentaje de suspensos en las pruebas de Selectividad
está en torno al 5% cada año. Pero la cifra en Bachillerato, es mucho
más elevada. "En algunas ocasiones puede acercarse al 50%, aunque varía
mucho entre unas comunidades autónomas", señala Jesús Zapatero Herranz,
orientador educativo y miembro de la junta directiva de la Asociación
Aragonesa de Psicopedagogía (AAPS).
Para poder sacar el lado positivo a los suspensos, opina el especialista, "hay que analizarlos bien y
hacer un plan de mejora que por desgracia muy pocas veces se hace".
Los motivos del suspenso son muy numerosos y el foco hay que
ponerlo en muchas áreas, empezando desde la propia escuela como
institución. "La escuela es una carrera de obstáculos y la maduración
del niño no tiene por qué coincidir con las etapas académicas; cada niño
evoluciona en un tiempo distinto", explica Suárez. Y ahí, radican
muchos de los problemas.
Según van pasando las etapas educativas, las dificultades se
complican, no sólo en las materias sino también en las exigencias de
cada profesor y el niño puede que biológicamente aún no esté preparado
para ellos.
Por otra parte, el aprendizaje que se enseña a los alumnos
de sus aciertos o errores no siempre es el adecuado. "El fracaso escolar
es una entelequia, todo se reduce a aprobar o suspender y en el
aprendizaje influyen muchos más factores", afirma este experto. Por
ejemplo, sería muy necesario que desde la escuela se impartiesen clases
de
técnicas de estudio
"Al alumnado se les dice qué estudiar pero no cómo hacerlo", lamenta.
De modo que al ir suspendiendo, los alumnos se van frustrando: les
'aprietan' en casa, les castigan y pueden incluso cambiar de compañeros o
amigos al repetir cursos -aunque a veces esta opción es la mejor
socialmente-.
Todo esto unido a factores propios de su edad hace que el niño se sienta cada vez peor.
"Algo tenemos que cambiar", apunta Suárez, "la escuela es
una entidad clasificadora y no todo el mundo tiene por qué saber de
todo. De ahí que cada vez se esté prestando más atención a la
teoría de las Inteligencias Múltiples de Gadner.
Uno, por ejemplo, puede ser muy bueno en matemáticas pero muy malo en
filosofía. Cada uno tiene una capacidad específica, no tiene por qué
tener todas". Y eso es precisamente lo que defendió el psicólogo Howard
Gardner cuando habló por primera vez en el año 1983 de esta teoría: "No
tenemos una única inteligencia, sino una colección de potencialidades
que se completan".
Otra de las cuestiones importantes al analizar los motivos
del suspenso es el proceso de decidir qué estudiar y qué no. La
experiencia profesional de Zapatero Herranz señala que un número
importante de alumnos que cursan Bachillerato no sabe por qué, ni para
qué lo están estudiando. "No lo tienen muy claro ni tampoco conocen bien
otras alternativas, como los ciclos de grado medio de
Formación Profesional", afirma. La metodología que se emplea en el
Bachillerato está muy basada en el estudio y la memorización, ya que se
enfoca sobre todo a la preparación de la Selectividad. Y, por otro lado,
siguen existiendo materias generales y comunes -aunque existan
diferentes modalidades y asignaturas optativas que elige el alumno según
sus intereses-.
"El proceso para decidir si hacer Bachillerato o no es muy
importante", expone este especialista. Pero para esto, existen algunos
problemas. Uno de ellos es la falta de información y prejuicios: muchos
alumnos no saben lo que es la Formación Profesional. "Parece que es algo
de segunda categoría y muchos padres ni se lo plantean", dice. Y, sin
embargo, puede ser una de las mejores opciones: "Hay bastantes casos de
alumnos que después de hacer primero de bachillerato y tener muy malos
resultados han obtenido otros muy buenos cursando un grado medio, e
incluso muchos continúan luego sus estudios en ciclos de grado superior y
en grados universitarios", informa. Otro de los problemas es sin duda,
los escasos recursos que se dedican a la orientación del alumnado.
Familia y escuela, de la mano
En ese proceso de análisis del suspenso o del error es
importante el papel del profesorado y de la familia. "Hay que tener en
cuenta todos los elementos porque no siempre analizamos el porqué de los
resultados. Y a las pruebas me remito: algo falla en ese análisis
porque nuestro sistema educativo lleva muchos años suspendiendo a más
del 25 % de los estudiantes, y los resultados no mejoran". afirma
Zapatero.
La frustración tiene dos salidas: una que sirve como
aliciente ('yo puedo con esto, nadie me va a parar') y otra como
obstáculo ('no soy capaz, yo no puedo con esto'). Por ello, es
fundamental educar en el error y prepararles para los fracasos. "
Si a un niño no se les enseña que el error forma parte de la vida, le estaremos enseñando a ser un niño dependiente.
Cuando lo que hay que enseñar es todo lo contrario: a ser una persona
resiliente y fuerte para la vida", asegura Suárez. Lo mismo sucede con
alumnos acostumbrados a aprobar siempre que, de repente, sacan un cuatro
y no saben cómo afrontarlo: "Educar en el error es fundamental para
valorar lo que cuesta el esfuerzo", insiste.
Un suspenso hay que canalizarlo como "una nueva oportunidad
de demostrar que puede ser superado, o también como un aviso de que
tenemos que mejorar", aconseja María Bustamante. La clave principal es,
sobre todo, la tranquilidad, el análisis realista y la firmeza en la
aplicación de soluciones. Algo fundamental para ello es la actitud de
los padres y la enseñanza que les dan a sus hijos. Desde la escuela y
desde casa hay que educar para la frustración: el error forma parte de
la vida, hace que valoremos más el esfuerzo y que no nos acomodemos en
el éxito. De ahí la popular frase de 'lo importante no es llegar sino
mantenerse'.
Es muy importante, insiste Bustamante, que los padres no
tomen los suspensos como un índice de valor personal de sus hijos, sino
como un reflejo de unas circunstancias que pueden ser resueltas. Deben
mantener una actitud adecuada, positiva y firme, que se atienda a lo que
puede estar afectando a su hijo, ya que puede interferir en su
desarrollo integral. "Nunca deben tampoco medirse a sí mismos como
padres por el éxito de sus hijos en los estudios", concluye.
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