TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - Una vida incierta,.
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En unas declaraciones recientes, el presidente del Círculo de Empresarios
abogaba por «un sistema de contratación por debajo del salario mínimo»
para jóvenes que, a la vez que trabajan, están recibiendo formación. Se
trataría, en apariencia, de recuperar la figura del aprendiz, que en un
orden social justo tiene mucho sentido; pues, a cambio de un corto
período escasamente remunerado, el trabajador aprende su oficio,
sabiendo además que obtendrá un trabajo estable. Pero el presidente del
Círculo de Empresarios no debía de referirse al aprendizaje que
fructifica en un empleo estable, porque a renglón seguido afirmó que
«los puestos de trabajo y los salarios fijos ya no serán para siempre»; y
también que tendremos que acostumbrarnos «a una vida más incierta,
ligada a nuestra productividad». Pero un «sistema de contratación por
debajo del salario mínimo» en un contexto laboral donde no hay puestos
de trabajo estables ni salarios fijos, y donde debemos acostumbrarnos a
«una vida más incierta», significa, en román paladino, la posibilidad de
deslomar y ordeñar a un joven durante un corto período de tiempo, para
después pegarle una patada en el culo y arrojarlo a la basura; y no a
cambio de un salario ínfimo, como ya se hace, sino menos que ínfimo.
Sorprende que, a la vez que se postulan estas salvajadas, haya gente que se lleve las manos a la cabeza ante el ascenso de Podemos;
y que haya agoreros que proclaman jeremíacos las calamidades futuras
que nos traerá Podemos, después de callar (¡o aplaudir!) ante las
sucesivas 'reformas laborales' que han legalizado la explotación laboral
más indecorosa. Siempre que los escucho, perorando desde sus púlpitos
mediáticos, recuerdo aquellas palabras escritas por el gran Leonardo
Castellani poco sospechoso de comunista, cuando explicaba los orígenes
de nuestra Guerra Civil: «Toda esa sangre de cristianas venas ha sido
reclamada ante Dios por una gran pirámide de pecados previos contra el
pobre, de pecados contra el hermano, de pecados contra el débil, de
pecados contra el niño, de pecados contra Dios. De pecados de esos que
dice la Escritura claman al cielo». Y es que, en efecto, defraudar el
jornal al trabajador es uno de los cuatro pecados que claman al cielo.
Quienes han pretendido solucionar la crisis económica deteriorando las
condiciones laborales y aniquilando cualquier vestigio de justicia
social ya están empezando a probar este castigo; y esto sólo es el
aperitivo.
El único trabajo digno es el que está ligado al destino
de la empresa; y la obligación de todo empresario es ofrecer un trabajo
indefinido (puesto que todo empresario, salvo que sea un especulador,
desea que su empresa dure indefinidamente). Esto, que es una obligación
natural, es también lo más beneficioso para el empresario, que no
necesita trabajadores de «vida incierta», sino ciertamente comprometidos
con su trabajo, pues como nos enseña Saint-Exupéry en El principito uno
sólo llega a amar la rosa que ha cultivado con amor, la rosa en cuyo
cuidado ha empeñado sus desvelos. Rafael Gambra, glosando este hermoso
pasaje de Saint-Exupéry, nos recuerda que sólo cuando hay lazos
efectivos y duraderos tienen sentido el vivir, el luchar y hasta el
morir; y que, cuando faltan esos lazos, no hay más que soledad
espiritual y desaliento vital, angustia, desesperación y falta de
sentido en la existencia. Un trabajo temporal y mal remunerado no hace
sino agrandar las lacras propias de una «vida incierta». Quien tiene que
trabajar en condiciones indignas no tarda en quebrarse anímicamente (si
es que antes no se ha quebrado físicamente); y quien ofrece este tipo
de trabajo no podrá reclamar a su trabajador compromiso alguno con la
empresa, que tarde o temprano acabará pereciendo, sepultada entre los
escombros de su propia iniquidad.
Una vida sin compromiso es una
vida que carece de cuanto la hace humana. Y acostumbrarse a un trabajo y
a un sueldo inciertos es la vida más inhumana concebible, porque el
hombre necesita comprometerse y sentirse vinculado a lo que
verdaderamente le importa (su familia, su patria, su trabajo); cuando no
existe este vínculo o compromiso, la falta de amor no tarda en
degenerar en hastío, en desapego, en aversión, en rabia, incluso en
deseo de venganza. Todo eso es lo que trae «acostumbrarse a una vida
incierta», que es el modo fino con el que algunos denominan a los
pecados contra el pobre que claman al cielo. Y las injusticias siempre
se pagan; aunque, con frecuencia, las pagan justos por pecadores, como
ya se ha probado en otras fases de nuestra Historia (porque, cuando
llega la hora de la venganza, los pecadores ¡esos patriotas tan
tremendos! ya están fuera del país, lo mismo que su dinero).
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