TAPAS Y BARRAS, UN HURON EN EL PORTAL,.fotos
Un hurón en el portal
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En Cáceres, hay caballos, serpientes y jabalíes en el casco urbano,.
Como la tarde es agradable, he salido a escribir al balcón. Hace unos años, mi mujer compró el piso donde vivo, situado junto al de mi suegra, puerta con puerta. Para convencerme, tiraron un tabique y me 'regalaron' una habitación espléndida para que guardara mis libros y escribiera. Por si dudaba, me sacaron a este balcón y me mostraron las formidables vistas. Yo ya estaba convencido de antemano: tengo edad suficiente para saber qué batallas merecen la pena, así que alabé la habitación y el balcón y me dispuse a sobrevivir.
En esa supervivencia, este balcón tiene mucho que aportar. Es un lugar magnífico desde el que veo Montánchez, mi 'aldea gala' favorita, veo la estación de ferrocarril, con sus trenes, mi pasión irreductible, y veo la Montaña de Cáceres, mi monte sagrado.
Así que aquí me tienen, en mi balcón, escribiendo esta introducción y levantando la vista para explicarme, de nuevo, el encanto fundamental de mi ciudad, que no es su ensalzada parte antigua ni su capitalidad gastronómica, que a este paso va a acabar con los morros, las orejas, los callos y las morcillas con salsa para sustituirlos por gambitas, pulpitos y calamarcitos con cerditos... ¡Joé!, ¿ustedes han visto alguna vez un cerdo ibérico en una playa? ¡Pues eso!
El encanto de mi ciudad se descubre desde este balcón, cuando miras al horizonte y reparas en cómo las urbanizaciones se acaban bruscamente y comienza el campo sin fronteras suburbiales, sin barrios marginales marcando la transición entre la ciudad y los bosques de alcornoques o las llanuras de pastos.
Si un ciudadano de Melbourne o de Chicago hubiera leído el HOY la pasada semana, se habría sorprendido al reparar en tres noticias sobre una ciudad llamada Cáceres, donde se había encontrado una culebra gigante en un parque urbano, un hurón en un portal de una calle céntrica, un pequeño jabalí en el recinto ferial justo el día en que se estaban montando las atracciones de las fiestas.
Ese lector australiano o americano habría buscado en la Wikipedia si Cáceres era una ciudad africana situada en medio de la reserva animal del Serengueti. Pero aquí no les damos importancia a esas noticias porque somos conscientes de que, en la carretera, tan peligroso es un conductor borracho como un venado despistado; y en ciertas rotondas, atendemos más a los caballos sueltos que a los vehículos descontrolados.
Vivimos en una región tan agropecuaria que solo podemos presumir de marcas cosecheras y ganaderas (primeros productores de arroz, tabaco, corcho, tomate, higos, soja, frambuesa, carbón vegetal, cereza, crías de ovino y de porcino extensivo), donde la humilde tomatera ha protagonizado una campaña electoral y donde el miércoles pasado, mientras la ciudadanía se iba a la feria, rotarios y empresarios se reunían en el Colegio de Ingenieros Industriales para escuchar a un torero, Víctor Mendes, explicar las coincidencias entre el mundo del toro y el de la empresa.
Cuando un español piensa en Extremadura, se le aparece un cerdo ibérico. Umbral decía que somos la luna con cabras. Desde los romanos, nuestros caballos son los mejores y si Manuela Carmena quita las subvenciones a los toros, no sufrirán los madrileños, sino los extremeños porque somos líderes en reses bravas.
Las polémicas políticas en los cafés de mi ciudad no tienen nada que ver con las del resto de España. Esto es así desde que los ganaderos de la Mesta se enfrentaban a los agricultores, ocupaban sus tierras y talaban los bosques del entorno de Cáceres porque los de la Mesta estaban más cerca del Rey, que era lo equivalente a ganar hoy las elecciones. Las polémicas políticas en Cáceres van del tomate al jabalí. O sea, nos quejamos de que en vez de hablar de tanta tomatera habría que poner solución a los contagios y estragos de las decenas de jabalíes que habitan las tierras que veo desde mi balcón. Los jabalíes hozan y yo escribo. En esta ciudad, cada uno hace lo que puede para ser feliz.
TÍTULO : UN PAIS PARA COMERSELO, TOROS - OTRA NOTABLE TARDE DE ROBLEÑO,.
-fotos- UN PAIS PARA COMERSELO, TOROS - OTRA NOTABLE TARDE DE ROBLEÑO,.
El madrileño tuvo el mérito añadido de gobernar y dominar dos toros de una corrida de Cuadri tan honda y bella como complicada,.
De todas las corridas jugadas de San Isidro, la de Cuadri fue la de mayores cuajo y volumen. La de más carnes también, Un promedio de 580 kilos. Cuatreños todos, salvo el quinto, el más sacudido dentro de un orden. Y el más largo. De estirpe distinta por todo; de línea tal vez nueva en la ganadería.
Sin ser particularmente ofensiva, fue corrida de porte soberbio. Se abría el toril y solo faltaba exclamar el «¡Va toro!» El cuarto, castaño lombardo, fue el más hondo visto en la feria. Pinta no habitual en Cuadri, pero no imprevista. Es la huella casi remota del toro de Urcola. La pinta y sus atributos.
En ese cuarto latió un fondo fiero diferente. Tardo como todos, pasó sin solución de continuidad de la frialdad al ataque en tromba, que fue en banderillas el arreón. El arreón del fiero y no del manso. No pareció que las muchas dificultades de la corrida trascendieran. Y, sin embargo, los tres cuarteos en banderillas de Ángel Otero con ese cuarto tan espectacular pusieron a la inmensa mayoría casi de pie. Entonces y solo entonces se supo valorar el riesgo. Y hasta sobrevalorar el acierto pues, aunque igual de difíciles y bravas, fueron muy desiguales las tres reuniones.
A la hora de la verdad, y en los medios, el toro no fue ni la cuarta parte de lo prometido: la fiereza se tornó mera tensión, que no es poco, pero de la tensión se pasó al soltarse, echar la cara arriba y ponerse por delante. Como fue un toro tan de público, la cosa acabó en chasco. Encabo atendió una reclamación anónima para salir con el toro a los medios y darle distancia después de uno hermosos doblones en tablas, y fuera de las rayas se le fue yendo al toro la gana. Y entonces empezó a enterarse. Encabo lo atravesó con la espada. Aculado en tablas, no descubrió el toro, seis descabellos, un aviso. De modo que el haber podido Encabo bien con el toro -desde que lo tomó de capa- acabó no contando apenas.
La conducta común de la corrida: resistencia para emplearse, falta de celo, no romper. Tardear antes de enfocar el caballo, esperar en banderillas, frenarse o revolverse. El más noble fue el segundo, pero solo a base de tragar Robleño paquete sin cuento. Sin trampa ni cartón. Una decisión soberbia, porque, de partida, el toro, más frío que los demás, se vino andando y, al llegar a engaño, se frenaba. Fue el de mejor nota en el caballo, lo lidió muy bien Raúl Ruiz y pareció entregarse en una tanda estupenda de doblones con que Robleño abrió faena. Faena de calado, temple, valor y bíblica paciencia, pues solo en la quinta y hasta sexta tandas, y enganchado por el hocico, quiso el toro en serio. No servía el toreo de toques sino el otro. El de ganar un paso y correr a pulso la mano: el temple. Bonita y seria faena. ¿Algo larga? Una excelente estocada. Ovación cerrada cuando Robleño salió a saludar al tercio. Por faenas y estocadas de mucho menos mérito se han pedido y concedido en San Isidro unas cuantas orejas. El público mutante de Madrid. Robleño, que ha hecho una notable feria, redondeó con el raro quinto, que salió probón, reservón, violento, áspero y celoso. Descompuesto al principio, el más difícil de los seis. El dedo en el gatillo, siempre detrás de la mata. Sin darse importancia, firme y listo, Robleño dispuso del toro como si fuera uno de tantos. Lo mató de estocada caída al segundo viaje. Ni una palma para el torero de San Fernando de Henares.
La autoridad de Encabo con el capote y la espada, su colocación con la muleta, su sentido del toreo para manejar sencillamente al primero, que sangró demasiado en varas y se aplomó más que ninguno. Y las dos peleas justas de aliento de Alberto Aguilar con un tercero altísimo que de pronto humillaba pero reculaba después y, en fin, no paró de tomarle la medida al torero de mitad de faena en adelante. Y apuntaba. El sexto, que prometió ser suave, no lo fue. Claudicaciones cuando se sintió gobernado. Ya pesaba la corrida entonces. La densidad mercurial de los toros de Cuadri, siempre singulares, y un calor implacable de verano adelantado.
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