sábado, 16 de abril de 2022

La Hora Musa - La palabra inflación ,. Martes -26- Abril ,. / Cachitos de hierro y cromo - Todos los violines de París ,. Martes- 26- Abril ,./ Locos por las motos - Aleix Espargaró: “Ya no sabía de dónde sacar la motivación,.

  TITULO: La Hora Musa -  La palabra inflación,. Martes - 26- Abril  ,.

 'La Hora Musa', presentado por Maika Makovski ,a las 22:55 horas, en La 2 martes  - 26 - Abril    , foto,.

 La palabra inflación,.


De pronto, no sabemos. Tenemos miedo del futuro. Vivimos una de esas épocas en que el futuro no es promesa sino amenaza ,.

Es duro: nos inflamos o inflacionamos o inflamamos o vaya a saber qué; no sabemos pero sabemos que es un problema, estamos preocupados. La inflación es una metáfora muy básica: un globo que se infla, se infla, se infla más —hasta que al fin revienta. La inflación, aquella rémora de tiempos pasados o países sobrepasados, ha vuelto a entrometerse en nuestras vidas de europeos solventes, pacíficos, módicamente satisfechos, para decir que no: que quizá no somos eso que creímos.

La palabra inflación no solo es preocupante; es, también, feúcha. Y engañosa: su origen no es el que parece. La palabra inflación viene de inflar, por supuesto, pero no los precios, como podríamos creer, sino la moneda. La palabra inflation empezó a usarse en economía hacia 1830, Estados Unidos: en esos días cantidades de bancos emitían billetes, supuestamente respaldados por sus reservas de oro o plata. Era el mercado en todo su esplendor. Pero resultó que muchos de esos bancos no tenían los tesoros que decían tener, o sea que sus billetes no valían lo que decían valer. Esos billetes estaban inflados —por la mentira de sus emisores— y fueron depreciándose. Esa fue la primera inflación.

Después los Estados controlaron la emisión de sus monedas y pudieron manejar sus inflaciones: cuando necesitaban emitían billetes, que a veces tenían respaldo y otras no. Cuando no lo tenían esos billetes valían cada vez menos, o sea: se precisaban más para comprar las mismas cosas, los precios aumentaban. Eso es, ahora, la inflación: que la moneda valga menos o las mercaderías valgan más. Que las cosas, al fin y al cabo, dejen de estar claras.

Soy casi argentino: cuando leo que Europa se preocupa por una inflación prevista del 6% o 7% anual me da el arranque de orgullo más estúpido, el de la víctima engreída: estos no saben lo que es una inflación en serio. Vengo de un país que ha sabido producir hiperinflaciones, saltos brutales del dinero al vacío, y que en los últimos 10 años mantiene un promedio del 30% o 40% anual y prevé, para este, acercarse al 60%. Ese saber tan prescindible me enseñó que lo peor de la inflación es la incertidumbre.

(Recuerdo aquellos días de 1990 o 2001, cuando las “híper” hacían que las cosas tuvieran un precio de mañana y otro de tarde: cuando el dinero era una convención sin convenciones, cuando había que gastarlo ya porque después quién sabe, cuando nadie sabía por cuánto trabajaba, cuando todo se deslizaba como agua entre los dedos.)

Y ahora, de pronto, no sabemos. Tenemos miedo del futuro. Vivimos una de esas épocas en que el futuro no es promesa sino amenaza: la amenaza ambiental, la amenaza demográfica, la amenaza política, ahora la amenaza militar. No sabemos qué queremos, solo sabemos lo que no; no esperamos cambios positivos, esperamos poder controlar o aminorar los negativos.

Para eso nos refugiamos en las certezas que podemos: religiones, leyes, banderas, cálculos económicos. Saber que gano tanto, que necesito tanto, que voy a poder pagar la luz y el gas y la comida de los niños y quizá, si acaso, una tele más grande o ropa nueva. Poder hacer las cuentas y prever: es poco pero tranquiliza. Para muchos, el negocio es claro: no espero grandes cosas a cambio de no temer grandes problemas. La inflación viene a romper ese pacto —y más, aliada con la guerra. La inflación es una forma banal, inmediata, de esa amenaza del futuro: otro modo de convencernos de que esto está por reventar. La inflación te obliga a vivir en el presente, que es el momento más difícil.

El presente se mueve, se te escapa: más cuanto menos tienes. La inflación, es obvio, castiga más a los que tienen menos. Si estás más o menos sobrado, que te aumenten la luz un 30% o las patatas un 10% es un engorro, que a lo sumo te indigna; si no sabes si llegas o no llegas te destruye el humor, la previsión, la vida.

La inflación, al fin y al cabo, es otro nombre de la desigualdad: a usted y a mí nos incomoda, a aquel o aquella los revienta. La inflación, como todo, es injusta. La justicia, quizá, consistiría en que todos tuviéramos los mismos problemas. Es un programa mínimo —que, todavía, nunca conseguimos.


TITULO:  Cachitos de hierro y cromo -   Todos los violines de París  ,. Martes -26 - Abril,.

   El martes -26 - Abril    a las 22:30 horas por La 2, foto,.

Todos los violines de París ,.

Simplemente quería un apogeo de trufa y mantequilla, la exaltación de las cosas que solo hacemos una vez,.

Montaigne se encerró en una torre y Kant logró ser Kant sin alejarse 100 millas de la estricta naturaleza de Königsberg: de todas las excusas que hay para viajar, la de volverse más sabios no resulta del todo sostenible. Con los viajes ocurre lo que decía Lichtenberg que ocurre con los libros: un mono no puede mirar su reflejo en ellos y esperar ver a un apóstol. Quizá por esto hay una escuela de purismo que desprecia al turista: ellos siempre saben qué sitio dejó de ser recomendable en 2003 y el nombre de pila de la nonna que prepara la única pasta digna de comerse en Bolonia. Flaubert y Napoleón se rindieron ante las pirámides: un amigo mío alardea de haber ido a El Cairo sin verlas. Pero ¿sucede algo si uno viaja por viajar, por la ligereza de pasarlo bien y orearse y huir del jefe? ¿Debe uno encerrarse en Sanchinarro solo porque Waugh juzgaba cursis los crepúsculos sobre el Egeo? Sí, los espíritus selectos parecen gruñir ante los éxtasis convencionales, ante los paraísos de clase media: coger un low cost para sentirse, por un nanosegundo, Ruskin en la gloria de San Marcos o ahorrar un par de años para ver el desmayar de las palmeras sobre el Nilo.

Sin duda, tomarnos una foto mientras fingimos sostener la torre de Pisa no es un alto momento de lo humano, pero apostatar por ello de Pisa sería una ingratitud para la belleza del mundo. A mí, por ejemplo, me hacía una ilusión vital ir a La Tour d’Argent. La leyenda áurea dice: es el restaurante más antiguo y más célebre del mundo; la academia de la gran tradición a la francesa, con unas vistas sobre Notre Dame que dan ganas de amar la vida o, al menos, de darle un pico a tu compañero de mesa. La desmitificación contemporánea, en cambio, no necesita expresar lo que todos, que somos muy sofisticados, sabemos. Que hay que desconfiar de los restaurantes con vistas. Que es una trampa para americanos: la misma sacarina parisiense que te lleva a las creperías cuando tienes 20 años te lleva a La Tour d’Argent a esa edad en que la gente aún se ama pero ya no se acuesta. La guía Michelin, en fin, hace ya décadas que cambió sus estrellas por calabazas. Alguno salvaba, con gesto de suficiencia, la bodega, pero las críticas a La Tour se resumían en “no he ido y no me gusta”. Ir a La Tour era algo que uno hacía en 1972, cuando eran de buen tono los cigarrillos con filtro madreperla.

Podía haber fingido algo: al fin y al cabo, he escrito sobre cocina; seguro que había alguna razón arqueológico-viejuna para ir. Pero no: simplemente quería un apogeo de trufa y mantequilla, la exaltación de las cosas que solo hacemos una vez, un mediodía de gloria con todos los violines de París. Aun así, hice caso a los gastroamigos: fuimos antes al Louis XIII, de Manu Martínez, hijo de exiliado asturiano, antiguo chef de La Tour d’Argent y, en sí mismo, una cátedra de clasicismo francés. Comimos tête de veau, bebimos burdeos. Salimos desplumados y felices.

Pero la Francia eterna no falló, quizá porque no hay nada más hospitalario en la tierra que un francés cuando cobra con ello. Sí: ahí estaban la carta de vino de diez kilos, un servicio en sala recién salido del Bolshói, esas vistas sobre las islas del Sena ante las que exclamar que el mundo está bien hecho. Y, por irreverente que parezca mezclar liturgias, hubo incluso un momento para el júbilo: la vista trasera —de siempre la más hermosa—revelaba una Notre Dame íntegra, como para indicar que no todo está perdido. Pero si La Tour no es Amazónico es porque el canetón a la sangre sigue siendo arte mayor de la cocina. Leo ahora que cierra por reformas: de juzgar por lo que hemos visto —del Ritz al Crillon— no saldrá mejor de lo que es. Y pienso que esa boba ilusión de ir a La Tour valió la pena. Y que tan caro no fue cuando lo sigo disfrutando y disfrutando todavía.


 TITULO: Locos por las motos -  Aleix Espargaró: “Ya no sabía de dónde sacar la motivación,.

 Aleix Espargaró: “Ya no sabía de dónde sacar la motivación,.

Aleix Espargaró - foto,.

El piloto de Aprilia ganó su primera carrera en el Mundial el domingo pasado a los 32 años y es el nuevo líder de MotoGP después de años llenos de altibajos, dudas y un amago de retirada del que habla sin tapujos,.Debutó en el Mundial un mes de noviembre, cuando ya agonizaba la temporada, y a los 15 años. No era más que un outsider. Y durante un tiempo así siguió, como una suerte de forastero, a quien se le daban oportunidades con cuentagotas y de forma casi arbitraria. Y así fue durante años. El domingo pasado ganó su primera carrera en el Mundial. Ahora que ya tiene 32, edad a la que muchos se retiran de la competición, Aleix Espargaró (Granollers, Barcelona) se siente más capaz que nunca. Llega a Austin -la carrera, este domingo, a las 20.00, en DAZN, con Jorge Martín en la pole y Aleix, 13º- con la ambición disparada y como líder de MotoGP.

Pregunta. Se acaba de tatuar en la muñeca la palabra resiliencia. ¿Cuál fue ese momento clave de su vida en que tocó fondo?

Respuesta. A finales de 2018. No era feliz. Y yo tengo una cosa muy clara: en esta vida lo primero es ser feliz, luego viene todo lo demás. Aquel año, en MotoGP, no era feliz. Y pensé realmente en dejarlo, cambiar de aires. Estuve a punto. Recuerdo una cena con mi mujer un par de semanas antes de Navidad: ‘Laura, hagamos otra cosa. Ya tengo 30 años y no soy tan tonto, no es que solo sepa darle gas a la moto. Soy capaz de hacer muchas otras cosas. Y podría pasar más tiempo con vosotros’, le dije. Ella me apoyaba al máximo. Pero llegó Massimo Rivola [director deportivo de Aprilia], puso orden en el equipo, cambió el proyecto y me convenció para que lo intentara una vez más. Fue la clave.

P. ¿Fue por eso que decidió seguir corriendo?

R. Sí, por los cambios que vi en la fábrica, en Noale. Aquel diciembre, Rivola me dijo que llegarían nuevos ingenieros, que confiaba mucho en mí. El equipo creció. Y todo aquel cambió me dio la energía positiva que necesitaba. Yo tenía el depósito vacío, ya no sabía de dónde sacar la motivación. Y mira que soy una persona positiva. Pero no podía. Llevábamos cuatro años en que dábamos pasos hacia atrás.P. ¿En este tiempo, qué lesión le ha dejado más tocado?

R. No es que físicamente las lesiones me hayan afectado mucho en el plano mental. Estamos muy acostumbrados a lesionarnos durante toda nuestra carrera deportiva. Forma parte del juego. Pero sí me afectó chocar una y otra vez contra la misma pared, ver que no progresaba. Sentir que pilotaba bien, pero que no pasaba de la 12ª posición, que me caía, que no había manera. Y eso sí que te afecta. En este mundo no es solo el indio, sino también la flecha.

P. Al ganar la semana pasada en Argentina recordó aquellos malos momentos.

R. Desde muy pequeño mi sueño fue esto, mi vida siempre estuvo ligada a MotoGP. Pero tenía muy claro que la prioridad era ser feliz. Y desde que nacieron mis hijos, lo que más me ha costado de mi trabajo es estar de viaje. Si tienes que estar lejos de ellos, tiene que valer la pena. Si no eres feliz, nada de eso tiene sentido. Por eso me lo empecé a replantear todo. Mis hijos tenían entonces seis meses. Tuve la suerte, que no tienen todos, de estar rodeado de un entorno magnífico. Ellos y mi mujer han sido claves en mi carrera deportiva. Otros pilotos no han tenido la misma suerte y en determinados momentos se han perdido. En la vida de un deportista de élite hay días en que te puedes llegar a sentir muy solo, especialmente cuando las cosas no van bien. Ahora todo el mundo te abraza y te sonríe. Pero hay momentos difíciles en que, si no estás rodeado de la gente adecuada, todo se hace más difícil.P. ¿En qué pensaba cuando rompió a llorar, su mujer al teléfono, el otro día al ganar en Termas de Río Hondo?

R. No podía ni articular palabra, poder hablar con ella y escuchar su voz fue brutal. Me hubiera hecho mucha ilusión que pudieran estar allí Laura y los peques, poder compartirlo con ellos hubiera sido brutal. Tuve mucha suerte de que en el primer podio con Aprilia en Silverstone ellos estuvieran allí. Sinceramente, no sé si fue más bonito el domingo de Silverstone o el de Argentina, porque la felicidad si no la compartes no tiene sentido.

P. En todo este entramado, ¿qué papel juega la bici?

R. Puede parecer que la bici es una herramienta de entrenamiento. Y lo es. Pero me ha aportado mucho más a nivel mental. Ha sido mi refugio durante mucho tiempo porque encima de la bici no hay excusas. Allí estás tú solo. Y de ti depende la mejora de la que seas capaz. Yo soy una persona muy profesional, me gusta muchísimo entrenar y cuidar todos los aspectos de mi vida. Y me agarré a la bici como a un clavo ardiendo. Me aficioné a la nutrición y a la preparación física para mejorar con la bici. Y fue esa mi manera de desviar la atención de las motos, de estar centrado, feliz, positivo.P. Su técnico, Antonio Jiménez, decía en Argentina que tienen una moto “de la maddonna”.

R. Es difícil juzgar dónde está la Aprilia en relación con las otras fábricas. Lo que sí que sé es que para mí es una muy buena moto. Tengo la sensación de que esta Aprilia es una prolongación de mi cuerpo: pienso que la moto debe ir allá y va allá; quiero que frene en un punto y frena en ese punto. Y eso es algo que me hace sentirme muy orgulloso. Porque la he hecho yo esta moto. Y, ahora, por fin, es una moto muy competitiva. No sé si sería capaz de ir mucho más rápido con alguna otra moto. La gran diferencia este año ha sido el paso adelante que hemos podido hacer con el motor. El de este año gira a más revoluciones, corre más y me permite no solo ser más competitivo, sino también no sufrir detrás de otros y poder adelantar. Si la carrera de Argentina hubiera sido el año pasado, no sé cómo hubiera adelantado a Jorge Martín; este año pude adelantarle en la recta porque tenía tracción y porque el motor me acompañaba. Sin eso, ¿cómo ganas? Hubiera sido segundo.

P. ¿Es realista pensar en Aprilia peleando por el Mundial?

R. Es realista. Es un sueño, pero creo que como mínimo nos hemos ganado el derecho a soñar. Estoy líder de campeonato y si lo estoy es porque he sido el más regular y el más rápido en las tres primeras carreras. ¿Por qué no podemos Aprilia y yo pensar que podemos ganar? Será difícil, tenemos que ir carrera a carrera y tener los pies en el suelo, pero sí, somos candidatos al título.

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