El domingo -5- Enero a las 18:00 por La Sexta, foto,.
Miriam Marco,.
«La montaña empieza a ser de las mujeres»,.
Miriam Marco Primera guía de alta montaña,.
«Lo importante para mí es superarme a mí misma, las cumbres a veces me dan bastante igual»,.
-¿El liderazgo le viene de serie?
-¿Si soy una mandona? Ja, ja, ja... No, nunca me ha gustado ser la delegada de clase ni nada de eso.
-Pues en en la montaña manda.
-Más que mandar, lo que me gusta es llevar a la gente a conseguir sus cimas.
-¿Fue educada en la igualdad?
-Sí, mi hermano y yo hemos recibido los mismos estudios y las mismas opciones. Luego hemos salido opuestos. Él es muy casero y yo nunca paso tres noches seguidas en casa.
-¿Se ha sentido cuestionada por ser mujer?
-Nos pasa a todas. Se nos pone más en duda. A veces en la montaña, cuando estoy con mi pareja, si un montañero tiene una duda se dirige antes a él que a mí. Pero mis clientes no. Ellos confían en mí plenamente. Aunque como guía de esquí alguna vez he tenido que apretar más en la primera bajada para dejar claras mis aptitudes.
-¿El alpinismo es un deporte machista?
-La montaña siempre ha sido algo masculino, pero estamos en un momento muy bonito en el que las mujeres nos estamos dando cuenta de que también es nuestra.
-Sufrió un grave accidente en 2015. ¿Qué pasó?
- Estaba asegurando, en escalada deportiva, en el valle de Benasque, donde vivo, y cayó una piedra que me fracturó el cráneo. Entonces no llevaba casco, como tantos escaladores. Ahora no me lo quito. Me tuvieron que poner 54 grapas de titanio. Por suerte el rescate fue rapidísimo.
-Creo que tuvo que volver a aprender a hablar, a andar...
-A mi familia le dijeron que no volvería a escalar ni de broma, y que no volvería a hablar. Estaba en coma y no reaccionaba. Pero al noveno día empecé a respirar. El día decimoquinto estaba ya en planta. Y a los veintitrés días del accidente volví a escalar, aunque hecha un asquillo...
-¿La montaña es una droga?
-Sí, claro. Estamos enganchados a toda esa búsqueda de sensaciones. Ahora no me gusta escalar cuando caen piedras, pero no tengo ningún trauma ni malos recuerdos.
- ¿Hacer cumbre es adictivo?
-En mi caso no. Lo más adictivo es superarme a mí misma. A mí las cumbres a veces me dan bastante igual.
-¿Alguien le rogó que no volviera a escalar?
-No, no. Incluso mi madre le dijo al doctor que su hija iba a volver a escalar seguro. Y eso que mis padres odian la escalada.
-¿Ha cruzado alguna vez la frontera del sentido común por amor al riesgo?
-¿Y dónde está el sentido común? ¿Quién lo ve? Hay que ser muy consciente de lo que haces, pero si todo fuese sensato nunca habríamos llegado a la Luna.
-¿Cómo ve los atascos en la cumbre del Everest?
-He ido cuatro veces al Himalaya y me apasiona. Pero no me gusta la masificación en la montaña, como tampoco me gusta en la Ronda de Dalt de Barcelona.
-¿La avaricia se cargará el alpinismo?
-Alpinismo y negocio han estado siempre unidos. La montaña es el reflejo del capitalismo salvaje de esta sociedad. Pero toda Europa comercializa sus montes. No les vamos a decir a los nepalíes que no lo hagan, que queremos que aquello sea nuestro reducto de paz.
-¿Qué ochomil nos queda por conquistar a las mujeres?
- Lograr la igualdad plena en los puestos de poder. Ese es quizás el Everest que nos queda por subir.
Cáceres, ciudad triste,.
Un estudio apunta que el 85% de los cacereños está serio o enfadado,.
«Decidí hacer formalmente un análisis actitudinal de la sociedad cacereña para presentárselo a Manuel Aguilar, el profesor que nos había encargado el estudio de observación», explica el origen del trabajo. David, que cumplió ayer 18 años, eligió un lugar tan céntrico como el bombo de la música, en el paseo de Cánovas. Allí se sentó, el lunes 4 de noviembre a las 10 de la mañana, con un bolígrafo y una libreta dispuesto a tomar apuntes y marcas.
«Tuve en cuenta variables de edad y de sexo, aunque reconozco que el trabajo es subjetivo porque tenía que adivinar la edad de las personas que pasaban y también debía interpretar algunos gestos. Estuve desde las 10 hasta las 12.30 y a esa hora pasan pocos niños y jóvenes, que son quienes más suelen sonreír», pormenoriza David detalles de su estudio.
Sea como fuere, el caso es que pasó dos horas y media apuntando si las mujeres y los hombres niños, jóvenes, adultos y mayores que pasaban se mostraban sonrientes, serios, enfadados o si discutían. Los resultados fueron demoledores: de las 1.731 personas que pasaron por delante de David en esos 150 minutos, 1.473 mostraban un grado de infelicidad que iba de la seriedad a la discusión pasando por el enfado. La conclusión de su estudio, con todos los matices y todas las salvedades técnicas que se quieran poner, es que el 85% de los cacereños se muestran tristes.
«No entiendo que en una ciudad tan bonita, tan tranquila, con tan poca criminalidad y sin motivos para una gran preocupación, se exterioricen tan pocos signos de alegría», se lamenta David, que apunta una variable más que descorazona: «Además, a partir de las 11, el paseo se llenó de trabajadores que iban a desayunar, un momento en el que yo estaría alegre y no entiendo por qué la mayoría de la gente que pasaba afrontaba ese momento con tristeza o discutiendo», concluye sin entender. «Yo percibo que Cáceres es una ciudad de funcionarios, sin empresas. Dentro de lo atrás que está Extremadura, Cáceres lo está más aún comparado con Badajoz y no digamos con Sevilla, Valencia, Madrid o Barcelona», apunta como posible explicación.
En el año 2015, un informe de Amazon aseguraba que Cáceres era una ciudad más feliz que otras por encontrarse entre las ciudades donde más luces navideñas per cápita se habían comprado. Otro índice de felicidad era que, según las compras de pinos artificiales realizadas en Amazon, los árboles navideños medirían ese año 167 centímetros frente a los 158 de media del año anterior. Más allá de estas curiosas estadísticas, en 1910, visitaba la ciudad un caballero inglés llamado G. Bogue Luffmann, que escribió sobre la felicidad de los cacereños llenando la plaza Mayor con despreocupación hacia problemas como la falta de un comercio pujante. José Augusto, corresponsal en España del lisboeta Diário de Noticias, publicó el 4 de septiembre de 1936 un artículo en su periódico describiendo lo contentos que parecen los cacereños a pesar de la Guerra Civil. Y concluye: «Cáceres es una ciudad feliz».
David Blázquez, con datos, rompe con estas apreciaciones intuitivas. En su trabajo, que obtuvo la máxima nota, un 10, refleja la realidad: en dos horas y media, pasaron frente a él 878 mujeres y 853 hombres, solo 258 sonreían frente a 1.107 que se mostraban serios, 259 que estaban enfadados y 107 que discutían. David sentencia sin ambages: Cáceres es una ciudad triste, pero no entiende por qué.
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