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Me he preguntado muchas veces por qué no me gustan
los superhéroes. Y no con la suficiencia de quien se alegra por no
cultivar entretenimientos plebeyos, sino más bien con la consternación
de quien no puede disfrutar de los alborozos propios de su tiempo.
Pero lo cierto es que los superhéroes no me gustaron de niño, aunque
fui un lector bulímico de tebeos de toda índole; y ahora que invaden las
salas de cine he llegado a cogerles auténtica tirria.
Tratando de explicarme esta aversión, he recordado al niño que fui, siempre deseoso de zambullirme en la lectura de historias que pusieran a prueba mi imaginación. Fui, en verdad, un niño bastante fabulador, devoto de la literatura fantástica y, en general, de toda expresión artística que probara a adentrarse en el reino de la maravilla. Sin embargo, con los superhéroes nunca pude transigir, aunque lo intenté repetidamente y siempre con la mejor de las voluntades. Es verdad que los tebeos de superhéroes estaban plagados de elementos muy poco realistas: aquellos tipos tenían mercurio en lugar de sangre, tenían vista de águila, podían volar y respirar debajo del agua sin despeinarse, y eran capaces de anticipar el futuro o de reventar una caja de caudales con tan sólo fijar en ella su mirada penetrante. Todo un repertorio de maravillas capaz de competir con las que encontramos en cualquier cuento de hadas o relato de terror gótico. Sin embargo, los cuentos de hadas y los relatos de terror gótico me mantenían en vilo; y los tebeos de superhéroes sólo lograban amuermarme. ¿Por qué?
Los tebeos de superhéroes admitían, en efecto, un enorme despliegue de maravillas y portentos, con la única condición de que tales maravillas tuviesen un cierto tufillo científico. Por supuesto, se trataba de una burda componenda que no aguantaba el más mínimo análisis de verosimilitud; pero lo importante era su obsesión cientifista. Cuando el superhéroe tenía que explicar sus superpoderes, hablaba siempre de una explosión de protones, de una síntesis de laboratorio, de una mutación genética o de un programa informático que se había introducido en sus conexiones neuronales. Cuando trataba de evitar que un tren descarrilase, el superhéroe tendía su propio cuerpo entre los rieles levantados, tras calcular la resistencia de los metales; cuando había que evitar que un meteorito arrasase una ciudad, el superhéroe hacía cálculos astronómicos que desviaban su trayectoria; cuando el superhéroe se proponía devolver la vida a un difunto, viajaba al pasado volando a una velocidad superior a la luz y en contra del sentido de la rotación terrestre; cuando el superhéroe se enfrentaba a un archivillano con cola de saurio y más cabezas que la hidra de Lerna, se nos insinuaba que era el producto de una herencia evolutiva privilegiada.
En todas aquellas maravillas seudocientíficas no hallaba nunca el aliento de la poesía. No había en los tebeos de superhéroes hadas ni trasgos, no había sortilegios ni encantamientos, no había príncipes convertidos en ranas, ni botas de siete leguas, ni espejos constituidos en jueces de belleza. No había, en definitiva, milagros perfumados por una brisa poética y sobrenatural; todo en ellos tenía un aire de álgebra y turbina, de chip chispeante, onda ultrasónica y mutación genética, de danza de protones y atmósfera de helio. El alma que palpitaba en los cuentos como un carbunclo encendido había sido sustituida en los tebeos de superhéroes por una prótesis o un algoritmo, pura apoteosis de la materia, en alianza con los últimos avances científicos y técnicos.
Ahora ya sé que los tebeos de superhéroes nunca me gustaron porque no hallé en ellos el temblor del espíritu. Bajo su apariencia maravillosa, contaban historias materialistas para un mundo que se estaba quedando sin poesía. Luego, con los años, descubriría que, paradójicamente, el estudio de la materia nos ha llevado mediante la disección del átomo, la mecánica cuántica, etcétera a descubrir que la materia, en su más recóndita intimidad, no es más que energía que se volatiliza, resolviéndose en puro espíritu. Y es que, por mucho que nos aferremos al materialismo, siempre acabamos haciéndonos las eternas preguntas que la ciega y opaca materia no puede responder.
Los superhéroes nunca lograrán acabar con las hadas. Cuando el último superhéroe haya muerto, convertido en chatarra informática o infectado por un virus mutante, de sus añicos brotará una lucecilla pálida y diminuta, como de luciérnaga o cerilla exangüe. Será la luz de nuestra hada madrina, que viene a nuestro rescate, con su varita mágica; o tal vez de nuestro ángel de la guarda, dispuesto a hacer algún milagro.
TÍTULO: LA CARTA DE LA SEMANA, Andrew Solomon habla de la peligrosa nube de la Depresión,.
Psquiatría
Tratando de explicarme esta aversión, he recordado al niño que fui, siempre deseoso de zambullirme en la lectura de historias que pusieran a prueba mi imaginación. Fui, en verdad, un niño bastante fabulador, devoto de la literatura fantástica y, en general, de toda expresión artística que probara a adentrarse en el reino de la maravilla. Sin embargo, con los superhéroes nunca pude transigir, aunque lo intenté repetidamente y siempre con la mejor de las voluntades. Es verdad que los tebeos de superhéroes estaban plagados de elementos muy poco realistas: aquellos tipos tenían mercurio en lugar de sangre, tenían vista de águila, podían volar y respirar debajo del agua sin despeinarse, y eran capaces de anticipar el futuro o de reventar una caja de caudales con tan sólo fijar en ella su mirada penetrante. Todo un repertorio de maravillas capaz de competir con las que encontramos en cualquier cuento de hadas o relato de terror gótico. Sin embargo, los cuentos de hadas y los relatos de terror gótico me mantenían en vilo; y los tebeos de superhéroes sólo lograban amuermarme. ¿Por qué?
Los tebeos de superhéroes admitían, en efecto, un enorme despliegue de maravillas y portentos, con la única condición de que tales maravillas tuviesen un cierto tufillo científico. Por supuesto, se trataba de una burda componenda que no aguantaba el más mínimo análisis de verosimilitud; pero lo importante era su obsesión cientifista. Cuando el superhéroe tenía que explicar sus superpoderes, hablaba siempre de una explosión de protones, de una síntesis de laboratorio, de una mutación genética o de un programa informático que se había introducido en sus conexiones neuronales. Cuando trataba de evitar que un tren descarrilase, el superhéroe tendía su propio cuerpo entre los rieles levantados, tras calcular la resistencia de los metales; cuando había que evitar que un meteorito arrasase una ciudad, el superhéroe hacía cálculos astronómicos que desviaban su trayectoria; cuando el superhéroe se proponía devolver la vida a un difunto, viajaba al pasado volando a una velocidad superior a la luz y en contra del sentido de la rotación terrestre; cuando el superhéroe se enfrentaba a un archivillano con cola de saurio y más cabezas que la hidra de Lerna, se nos insinuaba que era el producto de una herencia evolutiva privilegiada.
En todas aquellas maravillas seudocientíficas no hallaba nunca el aliento de la poesía. No había en los tebeos de superhéroes hadas ni trasgos, no había sortilegios ni encantamientos, no había príncipes convertidos en ranas, ni botas de siete leguas, ni espejos constituidos en jueces de belleza. No había, en definitiva, milagros perfumados por una brisa poética y sobrenatural; todo en ellos tenía un aire de álgebra y turbina, de chip chispeante, onda ultrasónica y mutación genética, de danza de protones y atmósfera de helio. El alma que palpitaba en los cuentos como un carbunclo encendido había sido sustituida en los tebeos de superhéroes por una prótesis o un algoritmo, pura apoteosis de la materia, en alianza con los últimos avances científicos y técnicos.
Ahora ya sé que los tebeos de superhéroes nunca me gustaron porque no hallé en ellos el temblor del espíritu. Bajo su apariencia maravillosa, contaban historias materialistas para un mundo que se estaba quedando sin poesía. Luego, con los años, descubriría que, paradójicamente, el estudio de la materia nos ha llevado mediante la disección del átomo, la mecánica cuántica, etcétera a descubrir que la materia, en su más recóndita intimidad, no es más que energía que se volatiliza, resolviéndose en puro espíritu. Y es que, por mucho que nos aferremos al materialismo, siempre acabamos haciéndonos las eternas preguntas que la ciega y opaca materia no puede responder.
Los superhéroes nunca lograrán acabar con las hadas. Cuando el último superhéroe haya muerto, convertido en chatarra informática o infectado por un virus mutante, de sus añicos brotará una lucecilla pálida y diminuta, como de luciérnaga o cerilla exangüe. Será la luz de nuestra hada madrina, que viene a nuestro rescate, con su varita mágica; o tal vez de nuestro ángel de la guarda, dispuesto a hacer algún milagro.
TÍTULO: LA CARTA DE LA SEMANA, Andrew Solomon habla de la peligrosa nube de la Depresión,.
Andrew Solomon habla de la peligrosa nube de la Depresión
La depresión aumenta... y de forma
alarmante. En España, la sufrieron casi dos millones de personas el año
pasado. Y dentro de 15 años será la primera causa de discapacidad
laboral. Para saber qué está pasando y cómo afrontarla, hablamos con el
profesor de psiquiatría Andrew Solomon, que, además de ser uno de los
mayor expertos del mundo en el tema, también la ha padecido.
«Estar vivo me provocaba dolor permanente. Sabía que
el Sol seguía saliendo, pero su luz no me llegaba, no tenía ni lágrimas
para llorar». Así explica Andrew Solomon, profesor de Psiquiatría de la
Universidad de Cornell, cómo se sintió durante una de las depresiones
severas que ha padecido. Durante cinco años ha entrevistado a
decenas de personas que han sufrido este mal tan extendido, ha buceado
en investigaciones y estadísticas, ha hablado con médicos y
estudiosos...
El resultado es El demonio de la depresión, un voluminoso atlas de la enfermedad, merecedor del National Book Award y finalista del premio Pulitzer. Solomon, que continúa con medicación y psicoterapia para prevenir una recaída, es un hombre sonriente, alegre, un tipo que ha salido del pozo más profundo y que celebra cada día que pasa sin sentir lo que él llama 'la grieta del amor'. Eso es la depresión para él. Una herida que se supera.
XLSemanal. ¿Por qué nos deprimimos?
Andrew Solomon. La depresión es el resultado de una vulnerabilidad y algo que la desencadena, que pueden ser dificultades en el trabajo, la pérdida de un ser querido...
XL. ¿Son esos los principales desencadenantes?
A.S. Entre los más frecuentes están la muerte, el divorcio, el sentir el rechazo de alguien en quien se ha confiado mucho, el estrés de una mudanza, el que sientas que tu carrera se está derrumbando... Quienes son poco vulnerables a la depresión necesitan desencadenantes muy fuertes, mientras que otros pueden caer en ella por pequeñas cosas. Conozco a personas que la padecen porque no las ascendieron, no se enamoraron de ellas, no ingresaron en la universidad que querían... y, sin embargo, hay otras soldados, por ejemplo que han vivido experiencias terribles y no se deprimen.
XL. ¿Qué podemos hacer para evitar caer en ella?
A.S. Debes ser consciente de tu vulnerabilidad: si sabes que es importante para ti estar rodeado de gente conocida, procura no mudarte a un sitio en el que no conozcas a nadie; si eres muy sensible al rechazo sexual, no te metas en páginas web donde te pueden hacer daño... Y debes cuidar tu sueño y tu alimentación, son cosas básicas que aumentan tu resiliencia.
XL. ¿Usted qué hace para prevenir recaídas?
A.S. Soy cuidadoso con mi sueño, la comida y la bebida, tomo medicación y acudo a psicoterapia. Es mi opción de vida y a mí me vale.
XL. ¿Es esa la terapia más efectiva? Ahora proliferan muchas...
A.S. La psicoterapia y la medicación son de las que hay más evidencia de su efectividad. Hay gente a la que la ayudan distintas alternativas (homeopatía, hierbas, hipnosis...). Existen muchas, si la ayuda, bien está. Ya es positivo tener la sensación de que hacer algo, aunque sea el pino, te ayuda. Cada persona es un mundo.
XL. ¿Qué es lo más doloroso?
A.S. Hay dos tipos de dolor, el que te produce la depresión, que no es una experiencia nada agradable, y el dolor de la actitud de la sociedad. El estigma social es peligroso: obliga a muchos a mantener la depresión en secreto, y ese secreto es otra causa de la depresión.
XL. Habla de una sociedad pensada para el superhombre.
A.S. Esperamos sentirnos felices todo el día, como esos personajes que vemos en los medios de comunicación con el cuerpo perfecto y todo el día pasándolo pipa, mientras que esas vidas que miramos con envidia a lo mejor están llenas de sufrimiento. La gente cree que si un día está triste o abatida es que está enferma. No es así, hay un abanico emocional que es normal: unas veces estás enfadado, otras más melancólico...
XL. ¿Cuándo sabe que está deprimido?
A.S. Cuando sientes que nadie puede amarte y no puedes amar: hay una incapacidad para el amor. Una paciente me contó que, cuando se curó, sintió que se le había agrandado el corazón. También hay una incapacidad para actuar, una laxitud absoluta: lo contrario de la depresión es la actividad. Es paralizante en todo, en la cognición, el apetito, el afecto, la voluntad y la acción. No se puede ni pensar ni en cómo relacionarte con los demás. Cuando la gente tiene experiencias de gran dolor, se mantienen muy vivos y, cuando acaba ese dolor, se dan cuenta de que se ha agotado su energía emocional. Les ha sucedido a muchos supervivientes de Auschwitz, por ejemplo. Cuando vives un trauma, tienes sensación de shock y, cuando ha pasado, de pronto te encuentras solo. En mi caso, mi madre murió cuando yo tenía 27 años y caí en la depresión a los 31.
XL. Aconseja a quienes viven solos que hablen con alguien, aunque sea virtual, y por otra parte dice que la expansión tecnológica incide de manera negativa en la depresión...
A.S. Por supuesto es mejor interactuar con otros de manera directa. Pero el que no tenga con quién hacerlo, las redes sociales pueden ayudarlo, aunque claro que no es lo mismo. Lo ideal es sentirse rodeado por gente que te quiere.
XL. ¿Por qué ahora hay más niños deprimidos?
A.S. Se están diagnosticando casos con más frecuencia, pero es que ahora sabemos más. También creo que los niños de hoy sienten más presión que los de antes. Ya no son mano de obra barata en los países desarrollados, pero los niños que se deprimen sienten que deben ser los más listos, los mejores deportistas, los más guapos. Hay una crítica implícita de la sociedad si no eres bueno en algo, si no destacas. Además, los niños pasan cada vez más tiempo lejos de sus padres, cambian de cuidadores: unos días va su abuela, otro una chica, otro se quedan en una actividad extraescolar... Han perdido el contacto constante con una única persona que es quien los cuida.
XL. Dice usted que la pérdida de un progenitor en la infancia es definitivo.
A.S. Se desprende de los estudios que se han hecho: las tres cuartas partes de los suicidios consumados son protagonizados por personas que en la infancia quedaron traumatizadas por la muerte de alguien muy próximo, en la mayoría de los casos uno de los padres.
XL. ¿A usted qué le ha enseñado la depresión?
A.S. Me ha hecho más humano y me ha enseñado que debo celebrar cada día sin depresión, que debo sacarle jugo a la vida. He aprendido a darle al amor la importancia que tiene, y que mi estado emocional, mi vida interior, no la puedo resolver cambiando las circunstancias.
XL. Cuenta el escritor William Styron que, cuando se iba a suicidar, escuchó una canción en la radio y eso le hizo detenerse. ¿A usted qué lo ayudó?
A.S. Me reconfortaba la literatura y también la música, que es la que más me hacía conectar con mi tristeza, Romeo y Julieta, de Prokokiev, me hacía sentir una conexión especial.
XL. ¿Con su tristeza?
A.S. Sí, es bueno. La depresión hace que pierdas las sensaciones, así que estar triste es positivo. Cuando estás muy deprimido, es imposible conectar con la alegría, y la tristeza de otros te puede acompañar.
XL. ¿Qué aconseja a los que quieren ayudar al deprimido?
A.S. La depresión es una enfermedad de la soledad. No deben dejarlo solo, hay que impedir que se aísle, pero hay que hacerlo con sumo cuidado. Si no quiere hablar, te puedes sentar a su lado en silencio. Si no tolera ni tu presencia, le dices que estarás en la habitación de al lado. Si no quiere salir, le propones un paseo de cinco minutos... Ofreces tu aliento de una manera constante, pero sin presionar ni regañar. Y si lo acompañas de humor, mejor. Sé que es difícil para los otros, yo recuerdo que estar con la gente era para mí la situación más agotadora.
DIEZ SÍNTOMAS DE DEPRESIÓN INADVERTIDOS
1. Estás pletórico. Te atraen las empresas arriesgadas. Te crees invencible cuando, de hecho, te invade la impotencia y el desamparo. Detestas esa sensación y la combates a través de la acción.
2. Bebes más. La copa de vino diaria se ha convertido en una botella. El consumo de alcohol es la táctica más extendida a la hora de afrontar el dolor emocional.
3. Te obsesionas con ligar. Te esfuerzas en seducir a todo el que se te pone por delante, así tratas de mantener la depresión a raya.
4. Te peleas. Quieres echar a la cuneta al coche que te adelantó de mala manera y darle unos guantazos a un compañero de trabajo... Es una forma de combatir tu sensación de indefensión.
5. No sientes nada. Para no sentirte triste, decides renunciar a los sentimientos. Esta estrategia a lo zombi provoca la ansiedad y el alejamiento de tus seres queridos.
6. No te cunde el trabajo. Te esfuerzas más que nunca sin buenos resultados. Algo te angustia.
7. No te puedes concentrar. Te sumerges en constantes fantasías y ensoñaciones. Es positivo cuando se trata de cambios existenciales accesibles, no son buenas cuando son inviables.
8. Te 'resbalan' los ánimos. Si haces caso omiso de los gestos amigables o de la calidez de quienes te quieren animar, no es porque seas difícil de contentar. Es que estás deprimido.
9. Te ha dado por salir. Acudes a todos los saraos, aunque no logras pasarlo bien. Si tu propósito es no hacer frente a tus pensamientos y sentimientos, una apretada agenda social no es la respuesta adecuada.
10. Ríes y lloras a la mínima. Reaccionas de forma desmesurada a los contratiempos insignificantes y no prestas atención a las noticias pésimas.
Para saber más: El demonio de la depresión. Andrew Solomon. Editorial Debate.
El resultado es El demonio de la depresión, un voluminoso atlas de la enfermedad, merecedor del National Book Award y finalista del premio Pulitzer. Solomon, que continúa con medicación y psicoterapia para prevenir una recaída, es un hombre sonriente, alegre, un tipo que ha salido del pozo más profundo y que celebra cada día que pasa sin sentir lo que él llama 'la grieta del amor'. Eso es la depresión para él. Una herida que se supera.
XLSemanal. ¿Por qué nos deprimimos?
Andrew Solomon. La depresión es el resultado de una vulnerabilidad y algo que la desencadena, que pueden ser dificultades en el trabajo, la pérdida de un ser querido...
XL. ¿Son esos los principales desencadenantes?
A.S. Entre los más frecuentes están la muerte, el divorcio, el sentir el rechazo de alguien en quien se ha confiado mucho, el estrés de una mudanza, el que sientas que tu carrera se está derrumbando... Quienes son poco vulnerables a la depresión necesitan desencadenantes muy fuertes, mientras que otros pueden caer en ella por pequeñas cosas. Conozco a personas que la padecen porque no las ascendieron, no se enamoraron de ellas, no ingresaron en la universidad que querían... y, sin embargo, hay otras soldados, por ejemplo que han vivido experiencias terribles y no se deprimen.
XL. ¿Qué podemos hacer para evitar caer en ella?
A.S. Debes ser consciente de tu vulnerabilidad: si sabes que es importante para ti estar rodeado de gente conocida, procura no mudarte a un sitio en el que no conozcas a nadie; si eres muy sensible al rechazo sexual, no te metas en páginas web donde te pueden hacer daño... Y debes cuidar tu sueño y tu alimentación, son cosas básicas que aumentan tu resiliencia.
XL. ¿Usted qué hace para prevenir recaídas?
A.S. Soy cuidadoso con mi sueño, la comida y la bebida, tomo medicación y acudo a psicoterapia. Es mi opción de vida y a mí me vale.
XL. ¿Es esa la terapia más efectiva? Ahora proliferan muchas...
A.S. La psicoterapia y la medicación son de las que hay más evidencia de su efectividad. Hay gente a la que la ayudan distintas alternativas (homeopatía, hierbas, hipnosis...). Existen muchas, si la ayuda, bien está. Ya es positivo tener la sensación de que hacer algo, aunque sea el pino, te ayuda. Cada persona es un mundo.
XL. ¿Qué es lo más doloroso?
A.S. Hay dos tipos de dolor, el que te produce la depresión, que no es una experiencia nada agradable, y el dolor de la actitud de la sociedad. El estigma social es peligroso: obliga a muchos a mantener la depresión en secreto, y ese secreto es otra causa de la depresión.
XL. Habla de una sociedad pensada para el superhombre.
A.S. Esperamos sentirnos felices todo el día, como esos personajes que vemos en los medios de comunicación con el cuerpo perfecto y todo el día pasándolo pipa, mientras que esas vidas que miramos con envidia a lo mejor están llenas de sufrimiento. La gente cree que si un día está triste o abatida es que está enferma. No es así, hay un abanico emocional que es normal: unas veces estás enfadado, otras más melancólico...
XL. ¿Cuándo sabe que está deprimido?
A.S. Cuando sientes que nadie puede amarte y no puedes amar: hay una incapacidad para el amor. Una paciente me contó que, cuando se curó, sintió que se le había agrandado el corazón. También hay una incapacidad para actuar, una laxitud absoluta: lo contrario de la depresión es la actividad. Es paralizante en todo, en la cognición, el apetito, el afecto, la voluntad y la acción. No se puede ni pensar ni en cómo relacionarte con los demás. Cuando la gente tiene experiencias de gran dolor, se mantienen muy vivos y, cuando acaba ese dolor, se dan cuenta de que se ha agotado su energía emocional. Les ha sucedido a muchos supervivientes de Auschwitz, por ejemplo. Cuando vives un trauma, tienes sensación de shock y, cuando ha pasado, de pronto te encuentras solo. En mi caso, mi madre murió cuando yo tenía 27 años y caí en la depresión a los 31.
XL. Aconseja a quienes viven solos que hablen con alguien, aunque sea virtual, y por otra parte dice que la expansión tecnológica incide de manera negativa en la depresión...
A.S. Por supuesto es mejor interactuar con otros de manera directa. Pero el que no tenga con quién hacerlo, las redes sociales pueden ayudarlo, aunque claro que no es lo mismo. Lo ideal es sentirse rodeado por gente que te quiere.
XL. ¿Por qué ahora hay más niños deprimidos?
A.S. Se están diagnosticando casos con más frecuencia, pero es que ahora sabemos más. También creo que los niños de hoy sienten más presión que los de antes. Ya no son mano de obra barata en los países desarrollados, pero los niños que se deprimen sienten que deben ser los más listos, los mejores deportistas, los más guapos. Hay una crítica implícita de la sociedad si no eres bueno en algo, si no destacas. Además, los niños pasan cada vez más tiempo lejos de sus padres, cambian de cuidadores: unos días va su abuela, otro una chica, otro se quedan en una actividad extraescolar... Han perdido el contacto constante con una única persona que es quien los cuida.
XL. Dice usted que la pérdida de un progenitor en la infancia es definitivo.
A.S. Se desprende de los estudios que se han hecho: las tres cuartas partes de los suicidios consumados son protagonizados por personas que en la infancia quedaron traumatizadas por la muerte de alguien muy próximo, en la mayoría de los casos uno de los padres.
XL. ¿A usted qué le ha enseñado la depresión?
A.S. Me ha hecho más humano y me ha enseñado que debo celebrar cada día sin depresión, que debo sacarle jugo a la vida. He aprendido a darle al amor la importancia que tiene, y que mi estado emocional, mi vida interior, no la puedo resolver cambiando las circunstancias.
XL. Cuenta el escritor William Styron que, cuando se iba a suicidar, escuchó una canción en la radio y eso le hizo detenerse. ¿A usted qué lo ayudó?
A.S. Me reconfortaba la literatura y también la música, que es la que más me hacía conectar con mi tristeza, Romeo y Julieta, de Prokokiev, me hacía sentir una conexión especial.
XL. ¿Con su tristeza?
A.S. Sí, es bueno. La depresión hace que pierdas las sensaciones, así que estar triste es positivo. Cuando estás muy deprimido, es imposible conectar con la alegría, y la tristeza de otros te puede acompañar.
XL. ¿Qué aconseja a los que quieren ayudar al deprimido?
A.S. La depresión es una enfermedad de la soledad. No deben dejarlo solo, hay que impedir que se aísle, pero hay que hacerlo con sumo cuidado. Si no quiere hablar, te puedes sentar a su lado en silencio. Si no tolera ni tu presencia, le dices que estarás en la habitación de al lado. Si no quiere salir, le propones un paseo de cinco minutos... Ofreces tu aliento de una manera constante, pero sin presionar ni regañar. Y si lo acompañas de humor, mejor. Sé que es difícil para los otros, yo recuerdo que estar con la gente era para mí la situación más agotadora.
DIEZ SÍNTOMAS DE DEPRESIÓN INADVERTIDOS
1. Estás pletórico. Te atraen las empresas arriesgadas. Te crees invencible cuando, de hecho, te invade la impotencia y el desamparo. Detestas esa sensación y la combates a través de la acción.
2. Bebes más. La copa de vino diaria se ha convertido en una botella. El consumo de alcohol es la táctica más extendida a la hora de afrontar el dolor emocional.
3. Te obsesionas con ligar. Te esfuerzas en seducir a todo el que se te pone por delante, así tratas de mantener la depresión a raya.
4. Te peleas. Quieres echar a la cuneta al coche que te adelantó de mala manera y darle unos guantazos a un compañero de trabajo... Es una forma de combatir tu sensación de indefensión.
5. No sientes nada. Para no sentirte triste, decides renunciar a los sentimientos. Esta estrategia a lo zombi provoca la ansiedad y el alejamiento de tus seres queridos.
6. No te cunde el trabajo. Te esfuerzas más que nunca sin buenos resultados. Algo te angustia.
7. No te puedes concentrar. Te sumerges en constantes fantasías y ensoñaciones. Es positivo cuando se trata de cambios existenciales accesibles, no son buenas cuando son inviables.
8. Te 'resbalan' los ánimos. Si haces caso omiso de los gestos amigables o de la calidez de quienes te quieren animar, no es porque seas difícil de contentar. Es que estás deprimido.
9. Te ha dado por salir. Acudes a todos los saraos, aunque no logras pasarlo bien. Si tu propósito es no hacer frente a tus pensamientos y sentimientos, una apretada agenda social no es la respuesta adecuada.
10. Ríes y lloras a la mínima. Reaccionas de forma desmesurada a los contratiempos insignificantes y no prestas atención a las noticias pésimas.
Para saber más: El demonio de la depresión. Andrew Solomon. Editorial Debate.
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