miércoles, 18 de marzo de 2015

TAPAS Y BARRAS, Restaurante La Chopera ,./ UN PAIS PARA COMERSELO, ENTRE IBARRA Y MONAGO,.

TÍTULO: TAPAS Y BARRAS, Restaurante La Chopera ,.
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En un idílico entorno, el Parque de la Chopera de Leganés, nuestra Terraza – Restaurante le ofrece una gran variedad de productos avalados por su calidad y la minuciosa elaboración a cargo de nuestro Chef.
Disponemos de un salon acristalado, con capacidad para más de 70 personas en el que podrá degustar lo mejor de la Cocina mediterránea, con especialidad en carnes a la brasa, arroz con bogavante, rabo de toro y los más sabrosos pescados.
Además le ofrecemos una selecta carta de vinos con la que poder ‘regar’ nuestros platos.
Para terminar, déjese impresionar por nuestros deliciosos postres y helados artesanos.
Si lo desea, disponemos también de un salón interior -junto a la barra- donde podrá disfrutar de una manera más informal de una gran variedad de raciones, tostas, hamburguesas y deliciosas carnes elaboradas a la brasa en nuestra barbacoa.
Por último, le ofrecemos la posibilidad de elaborar menús especiales para cualquier tipo de celebración.

 TÍTULO:  UN PAIS PARA COMERSELO, ENTRE IBARRA Y MONAGO,.

Extremeños reivindicando Guadalupe, en Toledo. :: HOYA los extremeños no nos identifican bien y recurren a estereotipos, foto,.

Nunca he sido más extremeño que cuando vivía en Galicia. Fuera de mi tierra, cualquier cosa me servía para emocionarme. Si salía Cáceres en la prensa gallega, o sea, solo durante el Womad, presumía de diversidad intercultural como nadie. Si aparecía Badajoz, es decir, en Carnaval, me peleaba con quien fuera para demostrar que los carnavales pacenses eran insuperables y mil veces mejores que el Antroido gallego. Cuando el Extremadura ascendió a Primera, pegué tales gritos de euforia que llamaron tres vecinos por si pasaba algo grave. Y así todo.
Años después, de vuelta ya a la región, es raro que baje al Womad, nunca he acudido a los carnavales de ningún sitio porque no me gustan y el equipo de fútbol de Almendralejo me interesa si juega contra el Cacereño y para vencerle, claro. Pero lejos de aquí, todo me valía para hacer patria y podía llorar con una canasta del Cáceres en la ACB, con una visita de Rodríguez Ibarra a Ourense o con una botella de Tentudía que vi una vez en un escaparate de Brujas.
Julio Camba, que nació justo donde pasé 20 años alejado de casa, escribió que el español se europeíza en España y se españoliza en el extranjero. Contaba el articulista de Vilanova de Arousa que los españoles, en cuanto llegan a París, actúan como los franceses imaginan a los españoles: una cosa mixta entre fraile y torero, que se pasa todo el día bailando y tocando las castañuelas y haciendo una pausa para fusilar a todo el que se le pone por delante.
A los extremeños, fuera de nuestra tierra, no nos sitúan muy bien, no tienen el concepto claro. Y como tienen que aferrarse a algo, pues nos imaginan como una mezcla entre Ibarra y Monago: chuletillas, amigos del desplante, algo faltones, de verbo fácil, razonamientos sencillos y, en general, bastante entretenidos. Y uno, sin darse cuenta, hacía como los españoles que conoció Camba en París, que, aunque fueran de Olot, se vestían con capa y sombrero cordobés, toreaban los coches en los Campos Elíseos y hablaban con acento andaluz, todo fuera por hacer patria y no defraudar a los franceses.
Yo actuaba como se esperaba de mí. Volvía de cada viaje a Extremadura con licor de bellota y jamón de recebo, que presentaba como algo genuino, aunque el licor lo hubiera inventado un mejicano y el jamón fuera de tercera división, pero mis invitados no se enteraban y creían degustar esencias extremeñas sustanciadas en bellotas y perniles. Contaba los chistes exagerando las aspiradas, razonaba directo y tajante y con temple torero y decía a cada rato cucha y chacho. Me convertía en un extremeño de caricatura y a la gente le encantaba.
Como nuestro nacionalismo es más bien un regionalismo folclórico y gastronómico que no agrede a nadie, la gente nos aprecia y nos sonríe. Pero todo cambia cuando nos ponemos ligeramente reivindicativos. Días atrás, un grupo de extremeños pidió en Toledo que Guadalupe y su monasterio pasaran a depender diocesanamente de Extremadura y el arzobispo de Toledo arrugó el hocico y se quejó de que aquel acto era un poquito nacionalista. Un poquito solo, es verdad, pero nacionalista al fin y al cabo.
Es desesperante constatar cómo Antonio Elviro Berdeguer, un líder regionalista extremeño comparable en lo político con el gallego Castelao, el andaluz Blas Infante o el vasco Sabino Arana, es un ilustre desconocido en su tierra. Elviro era médico en Salorino y dedicó toda su vida a conseguir lo mejor para su región, yendo de derrota en derrota hasta el fusilamiento final en Cáceres en 1936.
Ya era hora de que alguien nos acusara de nacionalismo y de que una reivindicación extremeña asustara, aunque solo fuera un poquito y a un arzobispo. Últimamente, parecíamos regionalistas de la Sección Femenina, unos Coros y Danzas muy emotivos, pero poco reivindicativos, que nos conformábamos con presumir de cerezas, patateras y tortas del Casar. Ahora exigimos el traspaso de una Virgen. Algo es algo.

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