Libros y lecturas digitales, con David Fernández - foto
Es el director de Nubico, una de las
grandes plataformas de 'e-books' de España. Antes trabajó 20 años en la
editorial Planeta. El modelo de entretenimiento, dice, está cambiando
y, con él, el modo en que leemos.
David Fernández. Hombre, no porque el sector esté mal, claro, pero cuando ves que las ventas en papel han caído un 30 por ciento desde 2011 y que las digitales suben un 12 por ciento el último año, igual es que hay que prestar más atención al e-book.
XL. ¿Podría comparar España con otros países?
D.F. Estamos a años luz del mundo anglosajón. En España, los e-books representan un 5 por ciento de las ventas. En EE.UU., por ejemplo, son ya el 30 por ciento.
XL. ¿Por qué esta diferencia con respecto a España: leemos poco, rechazo al digital, los precios...?
D.F. El romanticismo del papel es, sin duda, una de las causas. El digital tiene grandes ventajas: de peso, capacidad, agrandas la letra, lees de noche con luz, tienes una biblioteca entera... En cuanto la gente lo prueba, cambia de idea.
XL. En EE.UU., la diferencia de precio entre el e-book y el papel es mayor...
D.F. Yo no tengo ese problema. En nuestra plataforma pagas una cuota y lees lo que quieras...
XL. Que no quiere mojarse, vamos... Lo que digo es que poner un libro con poca diferencia de precio entre digital y papel puede indignar al comprador...
D.F. Es que hay gente que piensa que como el e-book es 'solo' un fichero digital tiene que ser más barato.
XL. Hombre, el e-book no requiere distribución, que se lleva el mayor porcentaje del precio...
D.F. Aun así, no tengo claro que un libro deba costar más por estar en papel. Si pago 3 euros y no me gusta, me sentiré peor que si pago 20 o 30 y disfruto como un niño. Mira, si un libro te apasiona, te engancha y cuando faltan 10 páginas para el final te dicen: «Paga 5 euros más y tienes otras 500 páginas con esa tensión», yo pago encantado.
XL. Eso no estaría mal: que el lector fuera el último juez. ¿Es lo que propone?
D.F. Bueno, lo que propongo es lo que hacemos en Nubico. Que si coges 25 libros y solo te gustan uno o dos, ya te merece la pena.
XL. Explíqueme en diez segundos cómo funciona la plataforma que dirige...
D.F. ¿Diez segundos? Suelo tardar más [se ríe]. A ver, imagínate que hace diez años alguien te dice: «Tú y toda tu familia vais a poder ir a una librería con más de diez mil títulos y coger los que os dé la gana sin salir de casa y sin necesidad de devolverlos. Y todo por 9 euros». Es como vivir en una biblioteca sin tener que pisarla.
XL. ¿El e-book crea lectores nuevos o lo usan quienes ya leían en papel?
D.F. Yo pienso que se crean algunos lectores. Eso significaría que estamos consiguiendo que personas que no pisan nunca una librería compren libros. Si no tienes el hábito, es muy difícil, pero gracias a Internet es más sencillo adquirir un libro digital que uno en papel. En todo caso, la cuestión no es digital o papel; la cuestión es fomentar la lectura en general y luego que cada uno elija.
XL. Cada vez hay más sellos o servicios exclusivamente digitales, como SB e&books, Tagus y otros... ¿Es un síntoma de que crece el mercado?
D.F. Claro, claro, y están surgiendo muchos sellos pequeños de libros digitales.
XL. Gracias al e-book crece también la autoedición. En algunas librerías digitales representan ya el 31 por ciento de las ventas...
D.F. En nuestro catálogo no hay libros autoeditados. Solo trabajamos con e-books publicados por editoriales. Tenemos acuerdos con más de doscientas. Es cierto que todos los grandes editores del mundo han rechazado libros que luego han sido éxitos, pero es que el control de calidad que hacen, por pequeñas que sean, sigue siendo la mejor garantía.
XL. ¿Hay una hora punta para comprar 'e-books'?
D.F. Sí, claro. Se lee mucho más por la tarde, entre las cinco y las nueve. Y el domingo es, con gran diferencia, el día que más se lee de toda la semana. Y el lunes el que menos.
TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - Editores sin escrúpulos,.
foto - reloj.
Hay quien se va de putas, como otros se van de libros. De
librerías. Lo de las putas lo trajino poco, pero de las librerías soy un
adicto. Voy por la calle, veo una y me meto dentro antes de que me diga
ojos negros tienes. Igual da que sea una librería general que una
especializada en ortopedia, aeronáutica, medicina homeopática o asuntos
religiosos, como, sin ir más lejos, pueden certificar en las estupendas
San Pablo de la calle Sierpes de Sevilla y en la de la plaza Benavente
de Madrid, donde hago frecuentes incursiones para cargarme de libros de
Patrología y obras de Hans Kung, cuya extraordinaria Historia de la Iglesia Católica,
por cierto, recomiendo y regalo mucho. Quiero decir que soy,
prácticamente, un psicópata de las librerías, de las que me gusta
incluso el olor; hasta el punto de que, cuando estoy en países de cuya
lengua no entiendo un carajo, me meto en ellas para tocar los libros,
mirar las cubiertas, la encuadernación y lo demás.
Toda esta introducción, o proemio, viene al hilo para decirles que tengo cierta idea de qué es un libro. No ya por lo que tiene dentro, que en eso Dios reconoce a los suyos, sino por el libro en sí. Por sus características físicas. Ando entre libros desde que tengo memoria, pues tuve la suerte de crecer entre los estantes de un par de buenas bibliotecas familiares, y durante toda mi vida procuré, también, rodearme de libros. En ellos confío precisamente, a medida que me hago mayor, para atrincherarme cuando todo, al fin, acabe de irse al carajo y me encierre, en esa biblioteca que he ido preparando durante toda mi vida, con música de tango, bolero y copla en el aparato, unas cuantas botellas de Juan Gil y una escopeta de postas del calibre doce, mientras las respetables matronas corren desoladas, los imbéciles se preguntan cómo ha podido ocurrir esto, y los bárbaros, como es su vigorosa obligación histórica, saquean la Roma que amo y conozco.
Dicho todo lo anterior, ya estoy en condiciones de contarles que el otro día iba a comprar una biografía de Virginia Woolf publicada por Taurus. Le eché mano, encantado con el grueso tamaño del volumen -920 páginas-, miré el canto del lomo, como cada vez que cojo un libro, y mi exclamación indignada hizo levantar la cabeza al librero Antonio Méndez. «Estos sinvergüenzas -le dije, estupefacto- han guillotinado el lomo». Antonio se encogió de hombros, como quien ha visto de todo, y yo arrojé, despectivo, el libro al lugar donde estaba. Porque un lomo guillotinado y encolado, señoras y señores, puede tolerarse en una novela de edición barata, en un libro de usar y tirar; pero nunca en un ejemplar que deseas leer, conservar y consultar, pues el pegamento termina estropeándose, y la misma acción de abrir el libro y pasar páginas termina desencolando éstas. El pretexto, ahora, es que las colas son mejores que antes y sujetan mejor; pero eso es mentira, o no tiene nada que ver. Un libro debe ser un libro de verdad, con cuadernillos cosidos, resistente y bien hecho. Lo que pasa es que un libro de lomo cortado y encolado sale más barato para el editor que otro de cuadernillos cosidos y encuadernados como es debido, y permite ahorrar, en gastos de producción, un miserable medio euro que aumentará el beneficio editorial sobre el precio del libro. O más, cuando el libro es gordo. Y como ahora todos buscan ganar lo mismo, pero gastando menos, resulta que, con el pretexto de la crisis, cada vez hay más libros encuadernados con ese sistema miserable. Algunos de Taurus, Cátedra y Seix Barral, por ejemplo, son de juzgado de guardia, y hasta algunos que se editan para la Real Academia caen en eso. Paradójicamente, los libros más gruesos. Los que mejor encuadernados deberían estar.
Así que voy a pedirles algo, señoras y señores, si aman los libros o aman a quienes los aman: niéguense a comprar libros importantes si están editados de esa forma infame. Si los volúmenes no tienen sus cuadernillos cosidos y encuadernados como debe ser. Niéguense a ser cómplices de editores sin decoro; de tenderos miserables -pues también hay tenderos decentes-, sin cariño por los libros que editan, sin respeto por quienes los leen. Niéguense a cooperar con esas ratas de almacén cuyos infames lomos guillotinados son una desatención hacia el lector, y un insulto para quienes aman los libros como objeto a cuidar y conservar. Unos libros que debemos exigir se editen dignos, hermosos, duraderos en lo razonable. Que puedan acompañarnos el resto de nuestra vida y luego pasen a manos de amigos, hijos o nietos, con las huellas de nuestras lecturas y el rumor lejano de nuestras vidas.
Toda esta introducción, o proemio, viene al hilo para decirles que tengo cierta idea de qué es un libro. No ya por lo que tiene dentro, que en eso Dios reconoce a los suyos, sino por el libro en sí. Por sus características físicas. Ando entre libros desde que tengo memoria, pues tuve la suerte de crecer entre los estantes de un par de buenas bibliotecas familiares, y durante toda mi vida procuré, también, rodearme de libros. En ellos confío precisamente, a medida que me hago mayor, para atrincherarme cuando todo, al fin, acabe de irse al carajo y me encierre, en esa biblioteca que he ido preparando durante toda mi vida, con música de tango, bolero y copla en el aparato, unas cuantas botellas de Juan Gil y una escopeta de postas del calibre doce, mientras las respetables matronas corren desoladas, los imbéciles se preguntan cómo ha podido ocurrir esto, y los bárbaros, como es su vigorosa obligación histórica, saquean la Roma que amo y conozco.
Dicho todo lo anterior, ya estoy en condiciones de contarles que el otro día iba a comprar una biografía de Virginia Woolf publicada por Taurus. Le eché mano, encantado con el grueso tamaño del volumen -920 páginas-, miré el canto del lomo, como cada vez que cojo un libro, y mi exclamación indignada hizo levantar la cabeza al librero Antonio Méndez. «Estos sinvergüenzas -le dije, estupefacto- han guillotinado el lomo». Antonio se encogió de hombros, como quien ha visto de todo, y yo arrojé, despectivo, el libro al lugar donde estaba. Porque un lomo guillotinado y encolado, señoras y señores, puede tolerarse en una novela de edición barata, en un libro de usar y tirar; pero nunca en un ejemplar que deseas leer, conservar y consultar, pues el pegamento termina estropeándose, y la misma acción de abrir el libro y pasar páginas termina desencolando éstas. El pretexto, ahora, es que las colas son mejores que antes y sujetan mejor; pero eso es mentira, o no tiene nada que ver. Un libro debe ser un libro de verdad, con cuadernillos cosidos, resistente y bien hecho. Lo que pasa es que un libro de lomo cortado y encolado sale más barato para el editor que otro de cuadernillos cosidos y encuadernados como es debido, y permite ahorrar, en gastos de producción, un miserable medio euro que aumentará el beneficio editorial sobre el precio del libro. O más, cuando el libro es gordo. Y como ahora todos buscan ganar lo mismo, pero gastando menos, resulta que, con el pretexto de la crisis, cada vez hay más libros encuadernados con ese sistema miserable. Algunos de Taurus, Cátedra y Seix Barral, por ejemplo, son de juzgado de guardia, y hasta algunos que se editan para la Real Academia caen en eso. Paradójicamente, los libros más gruesos. Los que mejor encuadernados deberían estar.
Así que voy a pedirles algo, señoras y señores, si aman los libros o aman a quienes los aman: niéguense a comprar libros importantes si están editados de esa forma infame. Si los volúmenes no tienen sus cuadernillos cosidos y encuadernados como debe ser. Niéguense a ser cómplices de editores sin decoro; de tenderos miserables -pues también hay tenderos decentes-, sin cariño por los libros que editan, sin respeto por quienes los leen. Niéguense a cooperar con esas ratas de almacén cuyos infames lomos guillotinados son una desatención hacia el lector, y un insulto para quienes aman los libros como objeto a cuidar y conservar. Unos libros que debemos exigir se editen dignos, hermosos, duraderos en lo razonable. Que puedan acompañarnos el resto de nuestra vida y luego pasen a manos de amigos, hijos o nietos, con las huellas de nuestras lecturas y el rumor lejano de nuestras vidas.
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