Diálogo de pura raza: Lolita & Pastora
Las dos son gitanas por parte de padre.
Y eso marca el carácter, dicen. Este verano se suben juntas al
escenario con la obra 'La asamblea de las mujeres', de Aristófanes. De
mujeres, del amor y de cómo estar espléndidas pasados los cincuenta
hablamos con ellas.
Ha sido fácil y divertido quedar con las dos a la vez porque
son casi hermanas. Se conocen desde que nacieron porque sus familias
siempre fueron amigas. Pero es que, además, Pastora Vega y Lolita Flores
coinciden este verano sobre el escenario. ¿El responsable? Juan
Echanove, el director de La asamblea de las mujeres, de
Aristófanes, que ambas representan en el Festival Internacional de
Teatro Clásico de Mérida (del 29 de julio al 2 de agosto y del 5 al 9 de
agosto). Aprovechamos la ocasión para hablar con las dos actrices sobre
el gobierno de las mujeres y sobre la vida después de los 50.
XLSemanal. Festival de Mérida, palabras mayores...
Lolita Flores. Desde luego. Yo nunca había estado, ni siquiera de espectadora.
Pastora Vega. Yo sí; en varias ocasiones como espectadora y este año entregando un premio.
XL. En La asamblea de las mujeres, Lolita es Praxágora, la que manda...
Pastora. Es la cabecilla del golpe de Estado en Atenas, sí.
Lolita. Pero no mando tanto, ¿eh? Luego, en la vida real, no soy tan fuerte como la gente se imagina. Sí tengo mucho temperamento, pero la fortaleza no tiene nada que ver con eso. Se me va la fuerza por la boca.
XL. Llama la atención que en Grecia, hoy en día, no haya una sola mujer en el Gobierno ni en el Parlamento.
Pastora. Es bastante sospechoso, sí. Habría que hacer una investigación de por qué las mujeres en Grecia o no se presentan o, si lo hacen, por qué no les votan [ríe].
Lolita. Bueno, todo es cíclico. A lo mejor nos sorprenden y, en un futuro, en Grecia quienes triunfan son las mujeres. Pero yo lo que quiero es que ese país salga adelante, con una mujer al frente o con un hombre, me da igual.
XL. Dicen que son ustedes de armas tomar, ¿exageran?
Pastora. Depende. Si esta expresión tiene una connotación negativa, pues no. Es cierto que somos mujeres de carácter, valientes, que cogemos los toros por los cuernos, vengan de donde vengan, que sacamos adelante a nuestras familias. Es verdad que somos muy de clan, muy solidarias con nuestra gente, con nuestros amigos, trabajadoras y que, cuando hay que dar el do de pecho, no nos escondemos debajo de una mesa.
Lolita. Yo creo que la raza influye. Pastora es gitana por parte de padre y yo también. Aunque yo soy un poquito más que ella porque mi padre era puro puro [se ríe].
XL. ¿Se creen más bravas por ser gitanas?
Lolita. Vamos a ver, yo pienso que influye mucho el hecho de tener la familia tan arraigada.
Pastora. Es por el sentido familiar, que no quiere decir que solo los gitanos lo tengan. Hay gente paya que lo tiene igual o más. Pero sí es verdad que es un rasgo inherente a nuestra raza.
XL. Pero si el patriarca gitano siempre es varón...
Lolita. En nuestras familias no ha habido patriarcas. Y lo que quiero decir es que la gente se piensa que somos mujeres de armas tomar porque somos morenas, porque somos gitanas, porque tenemos rasgos fuertes y porque parece que nos vamos comiendo el mundo. Y no es así porque, luego, somos seres humanos como los demás.
XL. ¿Sus familias son matriarcados?
Pastora. Pues más bien sí. En mi casa éramos cuatro hermanas y estaba llena de primas, de amigas... Y cuando mi bisabuela vivía, que era un personaje increíble, el matriarcado era total. No necesitaba más que hacer un gesto para poner firmes a todos; sobre todo en los momentos difíciles, porque ahí es cuando se ve quién lleva la cuestión.
Lolita. En mi familia, mi padre decía la última palabra, pero la que decidía todo era mi madre. Y en mi casa, ahora, mi hija y yo somos las que partimos el bacalao.
XL. Pero la mujer en ocasiones está sometida al marido.
Lolita. No. Yo he estado sola mucho tiempo: me casé, me divorcié, estuve diez años sola, luego me volví a casar, ahora estoy otra vez separada, y siempre me he sentido libre. Aunque también es verdad que el mundo de la farándula es mucho más libre que otros.
Pastora. Todavía hay muchos fantasmas con respecto a la mujer libre e independiente. En general, la mirada sobre la realidad sigue siendo machista. Queda mucho por hacer.
XL. Cambio de tercio, ¿cumplir 50 años fue un impacto?
Lolita. No, yo ya cumplí los 50 hace siete años.
Pastora. Y yo hace cinco; ya ha pasado un montón de tiempo.
XL. ¿No les molesta reconocer la edad?
Pastora. No; y si nos importara nos daría igual, porque cada vez que salimos en una revista lo ponen entre paréntesis: «Lolita, en la playa tomando el sol (57)»; «Pastora, de vacaciones (55)». Como si a la gente le importara saber si tengo 55 o 53. Da igual, hemos pasado los 50 y no hay que pedir perdón por ello.
Lolita. Lo que hay que hacer es dar gracias a Dios porque estamos de puta madre [se ríen].
XL. La pregunta iba más sobre si el cambio de década impone. Hay a quien le da vértigo...
Pastora. ¿Cómo no va a imponer? Me impuso cumplir los 30, los 40, los 50. Pero esto es lo que hay: cumplir años, envejecer e irse. Lo que quiero es estar lo mejor posible en cada etapa.
Lolita. A mí, sin embargo, me da miedo cumplir años; simplemente porque sé que me queda menos tiempo, nada más. Y eso me asusta porque me gusta mucho la vida. Además, creo que le hago mucha falta a mis hijos y no me gustaría morirme; por eso, me preocupan los años.
XL. ¿Se quitarían años si pudieran?
Lolita. Yo es que no me salvo ni de coña porque cuando nací fui la niña más retratada de ese año. Todo el mundo sabe que yo vine al mundo el 6 de mayo de 1959.
Pastora. Jamás; pero tengo muchas amigas que, ridículamente, se quitan siempre dos o tres años. Y yo me pregunto si hay tanta diferencia entre tener 54 o 56. Para mí es un honor decir: «Tengo 55 años y estoy feliz, con ganas de vivir y me siento bien». Y el día que tenga 70 habrá que encajarlo y torear el toro que te toque.
XL. Parece que las actrices tienen fecha de caducidad antes que los actores...
Lolita. ¡Como los yogures! [se ríen].
Pastora. Yo creo que no, mira sino a Meryl Streep. Pero es verdad que el universo es machista: la mayoría de los personajes importantes están escritos para hombres. Y, además, un hombre como Harrison Ford, con 70 años, es todavía un galanazo que se separa y se va con una que tiene 35 años menos. Si eso le ocurre a una mujer, es una loca que se ha ido con uno que podría ser su nieto. En los papeles que escriben, siempre somos la madre de..., la abuela de..., la vecina de... ¡Coño! ¿Qué pasa? ¿Que no puedo yo con 55 años vivir una historia de amor? La realidad no es así, joder. A ver si se enteran los guionistas.
Lolita. Yo creo que la edad también depende del físico que tengas. Yo veo chicas con 25 y 30 años que...
Pastora. ¡Que están hechas unos zorros! [se ríen].
Lolita. No tienen mis piernas.
Pastora. ¡Y ya quisieran tus muslos!
Lolita. Y tengo 57 años y todavía no he pasado por quirófano. ¡Espérate al día que pase! [se ríen].
XL. ¿Así que no hay pacto con el diablo ni con cirujanos ni con el Photoshop?
Pastora. ¡No! Yo me cuido bastante, pero sin obsesionarme.
Lolita. Yo lo único que hago es darle gracias a Dios porque estoy más cerca de los 60 que de los 50 y me encuentro estupenda; aunque me cuido mucho, eso sí. El único vicio que tengo es el de fumar, que, con esta vida de estrés que yo llevo, es más complicado de quitar; pero lo conseguiré.
XL. Las arrugas las combaten bien.
Lolita. Yo tengo algunas, pero no demasiadas.
Pastora. Es verdad que no todo el mundo tiene ni tiempo ni ganas ni presupuesto, pero hay cada vez más alternativas a un estironazo de esos que les deja a todos las caras iguales. Hay tratamientos puntuales que te ayudan a tener mejor aspecto.
Lolita. Pero para el descuelgue en los brazos, por ejemplo, no hay tratamiento.
Pastora. Sí, sí que lo hay y te dura un año. Ya te contaré. Yo, en un futuro, me lo pienso hacer.
Lolita. Pero si estás muy bien de brazos.
Pastora. Yo voy al gimnasio, camino mucho y, si un día me paso comiendo o bebiendo, al día siguiente me dedico a hacer zumos y me hago una limpieza de colon.
Lolita. Yo no hago nada, la verdad; solo yoga de vez en cuando.
XL. ¿Cada vez es mayor la parte de estantería que ocupan en el cuarto de baño?
Pastora. La estantería es toda mía [se ríe]. No comparto cuarto de baño con nadie porque yo vivo sola con mis hijos. Pero, si tuviera que compartir la estantería con alguien, sería horrible porque no le quedaría hueco.
Lolita. Yo tampoco lo comparto [se ríe]; bueno, con mi hijo Guillermo porque a veces prefiere usar mi baño.
Pastora. Yo me cuido la cara y me pongo buenas cremas y, de vez en cuando, me hago algún tratamiento de vitaminas.
Lolita. Yo soy de las que piensan que lo que es importantísimo es lavarse la cara antes de acostarte, llegues a la hora que llegues. He tenido esa disciplina toda mi vida: primero, me la lavo con agua y jabón y, después, me pongo la crema, aunque sea ya metida en la cama.
XL. Y ¿para qué no tienen ya edad?
Pastora.Para irme de aventura con una mochila sin saber dónde voy a dormir. Yo quiero dormir en un sitio muy bueno, donde haya una ducha muy buena.
Lolita. Pues depende; porque, si es por amor, yo sí cogería una mochila y hasta una tienda de campaña.
TÍTULO: REVISTA XL SEMANAL - PORTADA - Rory Mcilroy: "Cuando te obsesionas,las cosas se tuercen",.
En portada / fotos
XLSemanal. Festival de Mérida, palabras mayores...
Lolita Flores. Desde luego. Yo nunca había estado, ni siquiera de espectadora.
Pastora Vega. Yo sí; en varias ocasiones como espectadora y este año entregando un premio.
XL. En La asamblea de las mujeres, Lolita es Praxágora, la que manda...
Pastora. Es la cabecilla del golpe de Estado en Atenas, sí.
Lolita. Pero no mando tanto, ¿eh? Luego, en la vida real, no soy tan fuerte como la gente se imagina. Sí tengo mucho temperamento, pero la fortaleza no tiene nada que ver con eso. Se me va la fuerza por la boca.
XL. Llama la atención que en Grecia, hoy en día, no haya una sola mujer en el Gobierno ni en el Parlamento.
Pastora. Es bastante sospechoso, sí. Habría que hacer una investigación de por qué las mujeres en Grecia o no se presentan o, si lo hacen, por qué no les votan [ríe].
Lolita. Bueno, todo es cíclico. A lo mejor nos sorprenden y, en un futuro, en Grecia quienes triunfan son las mujeres. Pero yo lo que quiero es que ese país salga adelante, con una mujer al frente o con un hombre, me da igual.
XL. Dicen que son ustedes de armas tomar, ¿exageran?
Pastora. Depende. Si esta expresión tiene una connotación negativa, pues no. Es cierto que somos mujeres de carácter, valientes, que cogemos los toros por los cuernos, vengan de donde vengan, que sacamos adelante a nuestras familias. Es verdad que somos muy de clan, muy solidarias con nuestra gente, con nuestros amigos, trabajadoras y que, cuando hay que dar el do de pecho, no nos escondemos debajo de una mesa.
Lolita. Yo creo que la raza influye. Pastora es gitana por parte de padre y yo también. Aunque yo soy un poquito más que ella porque mi padre era puro puro [se ríe].
XL. ¿Se creen más bravas por ser gitanas?
Lolita. Vamos a ver, yo pienso que influye mucho el hecho de tener la familia tan arraigada.
Pastora. Es por el sentido familiar, que no quiere decir que solo los gitanos lo tengan. Hay gente paya que lo tiene igual o más. Pero sí es verdad que es un rasgo inherente a nuestra raza.
XL. Pero si el patriarca gitano siempre es varón...
Lolita. En nuestras familias no ha habido patriarcas. Y lo que quiero decir es que la gente se piensa que somos mujeres de armas tomar porque somos morenas, porque somos gitanas, porque tenemos rasgos fuertes y porque parece que nos vamos comiendo el mundo. Y no es así porque, luego, somos seres humanos como los demás.
XL. ¿Sus familias son matriarcados?
Pastora. Pues más bien sí. En mi casa éramos cuatro hermanas y estaba llena de primas, de amigas... Y cuando mi bisabuela vivía, que era un personaje increíble, el matriarcado era total. No necesitaba más que hacer un gesto para poner firmes a todos; sobre todo en los momentos difíciles, porque ahí es cuando se ve quién lleva la cuestión.
Lolita. En mi familia, mi padre decía la última palabra, pero la que decidía todo era mi madre. Y en mi casa, ahora, mi hija y yo somos las que partimos el bacalao.
XL. Pero la mujer en ocasiones está sometida al marido.
Lolita. No. Yo he estado sola mucho tiempo: me casé, me divorcié, estuve diez años sola, luego me volví a casar, ahora estoy otra vez separada, y siempre me he sentido libre. Aunque también es verdad que el mundo de la farándula es mucho más libre que otros.
Pastora. Todavía hay muchos fantasmas con respecto a la mujer libre e independiente. En general, la mirada sobre la realidad sigue siendo machista. Queda mucho por hacer.
XL. Cambio de tercio, ¿cumplir 50 años fue un impacto?
Lolita. No, yo ya cumplí los 50 hace siete años.
Pastora. Y yo hace cinco; ya ha pasado un montón de tiempo.
XL. ¿No les molesta reconocer la edad?
Pastora. No; y si nos importara nos daría igual, porque cada vez que salimos en una revista lo ponen entre paréntesis: «Lolita, en la playa tomando el sol (57)»; «Pastora, de vacaciones (55)». Como si a la gente le importara saber si tengo 55 o 53. Da igual, hemos pasado los 50 y no hay que pedir perdón por ello.
Lolita. Lo que hay que hacer es dar gracias a Dios porque estamos de puta madre [se ríen].
XL. La pregunta iba más sobre si el cambio de década impone. Hay a quien le da vértigo...
Pastora. ¿Cómo no va a imponer? Me impuso cumplir los 30, los 40, los 50. Pero esto es lo que hay: cumplir años, envejecer e irse. Lo que quiero es estar lo mejor posible en cada etapa.
Lolita. A mí, sin embargo, me da miedo cumplir años; simplemente porque sé que me queda menos tiempo, nada más. Y eso me asusta porque me gusta mucho la vida. Además, creo que le hago mucha falta a mis hijos y no me gustaría morirme; por eso, me preocupan los años.
XL. ¿Se quitarían años si pudieran?
Lolita. Yo es que no me salvo ni de coña porque cuando nací fui la niña más retratada de ese año. Todo el mundo sabe que yo vine al mundo el 6 de mayo de 1959.
Pastora. Jamás; pero tengo muchas amigas que, ridículamente, se quitan siempre dos o tres años. Y yo me pregunto si hay tanta diferencia entre tener 54 o 56. Para mí es un honor decir: «Tengo 55 años y estoy feliz, con ganas de vivir y me siento bien». Y el día que tenga 70 habrá que encajarlo y torear el toro que te toque.
XL. Parece que las actrices tienen fecha de caducidad antes que los actores...
Lolita. ¡Como los yogures! [se ríen].
Pastora. Yo creo que no, mira sino a Meryl Streep. Pero es verdad que el universo es machista: la mayoría de los personajes importantes están escritos para hombres. Y, además, un hombre como Harrison Ford, con 70 años, es todavía un galanazo que se separa y se va con una que tiene 35 años menos. Si eso le ocurre a una mujer, es una loca que se ha ido con uno que podría ser su nieto. En los papeles que escriben, siempre somos la madre de..., la abuela de..., la vecina de... ¡Coño! ¿Qué pasa? ¿Que no puedo yo con 55 años vivir una historia de amor? La realidad no es así, joder. A ver si se enteran los guionistas.
Lolita. Yo creo que la edad también depende del físico que tengas. Yo veo chicas con 25 y 30 años que...
Pastora. ¡Que están hechas unos zorros! [se ríen].
Lolita. No tienen mis piernas.
Pastora. ¡Y ya quisieran tus muslos!
Lolita. Y tengo 57 años y todavía no he pasado por quirófano. ¡Espérate al día que pase! [se ríen].
XL. ¿Así que no hay pacto con el diablo ni con cirujanos ni con el Photoshop?
Pastora. ¡No! Yo me cuido bastante, pero sin obsesionarme.
Lolita. Yo lo único que hago es darle gracias a Dios porque estoy más cerca de los 60 que de los 50 y me encuentro estupenda; aunque me cuido mucho, eso sí. El único vicio que tengo es el de fumar, que, con esta vida de estrés que yo llevo, es más complicado de quitar; pero lo conseguiré.
XL. Las arrugas las combaten bien.
Lolita. Yo tengo algunas, pero no demasiadas.
Pastora. Es verdad que no todo el mundo tiene ni tiempo ni ganas ni presupuesto, pero hay cada vez más alternativas a un estironazo de esos que les deja a todos las caras iguales. Hay tratamientos puntuales que te ayudan a tener mejor aspecto.
Lolita. Pero para el descuelgue en los brazos, por ejemplo, no hay tratamiento.
Pastora. Sí, sí que lo hay y te dura un año. Ya te contaré. Yo, en un futuro, me lo pienso hacer.
Lolita. Pero si estás muy bien de brazos.
Pastora. Yo voy al gimnasio, camino mucho y, si un día me paso comiendo o bebiendo, al día siguiente me dedico a hacer zumos y me hago una limpieza de colon.
Lolita. Yo no hago nada, la verdad; solo yoga de vez en cuando.
XL. ¿Cada vez es mayor la parte de estantería que ocupan en el cuarto de baño?
Pastora. La estantería es toda mía [se ríe]. No comparto cuarto de baño con nadie porque yo vivo sola con mis hijos. Pero, si tuviera que compartir la estantería con alguien, sería horrible porque no le quedaría hueco.
Lolita. Yo tampoco lo comparto [se ríe]; bueno, con mi hijo Guillermo porque a veces prefiere usar mi baño.
Pastora. Yo me cuido la cara y me pongo buenas cremas y, de vez en cuando, me hago algún tratamiento de vitaminas.
Lolita. Yo soy de las que piensan que lo que es importantísimo es lavarse la cara antes de acostarte, llegues a la hora que llegues. He tenido esa disciplina toda mi vida: primero, me la lavo con agua y jabón y, después, me pongo la crema, aunque sea ya metida en la cama.
XL. Y ¿para qué no tienen ya edad?
Pastora.Para irme de aventura con una mochila sin saber dónde voy a dormir. Yo quiero dormir en un sitio muy bueno, donde haya una ducha muy buena.
Lolita. Pues depende; porque, si es por amor, yo sí cogería una mochila y hasta una tienda de campaña.
TÍTULO: REVISTA XL SEMANAL - PORTADA - Rory Mcilroy: "Cuando te obsesionas,las cosas se tuercen",.
Rory Mcilroy: "Cuando te obsesionas,las cosas se tuercen"
Es el mejor golfista del mundo. Un
número uno que va de frente. Ahora, una lesión ha frenado su carrera por
unos meses, pero el campeón norirlandés es capaz de seguir dando
lecciones. Es lo que hace en esta entrevista. Y no solo sobre golf,
también sobre lo que de verdad importa en la vida.
Nunca olvido que mi padre tenía tres empleos a la vez y que trabajaba más de 90 horas a la semana.
Apenas libraba miércoles por la noche y domingos por la tarde. Estoy
seguro de que se moría de ganas de quedarse en casa sin hacer nada, pero
yo siempre lo arrastraba al campo de golf o a la cancha de prácticas.
Durante mi niñez y adolescencia, mi padre hacía lo que yo quería, y no
lo que a él le hubiera gustado hacer. Y lo mismo pasaba con mi madre,
que, cuando yo tenía nueve o diez años, trabajaba todas las horas del
mundo para pagarme las inscripciones en los torneos».
Rory McIlroy es un norirlandés bajito y de ojos brillantes, un número uno del golf capaz de emocionarse hasta las lágrimas cuando habla de sus padres: Rosie y Gerry. Él trabajaba de barman y como empleado de limpieza y, al igual que ella, hacía horas extras por la noche en una fábrica para costear la formación del pequeño Rory como golfista.
McIlroy, de 26 años, se inició en el golf con dos. Su padre era muy aficionado a este deporte, pero, a diferencia del progenitor de Tiger Woods, el del irlandés nunca ambicionó que se convirtiera en profesional.
«Cuando eres tan pequeño, no percibes la magnitud de su sacrificio. Yo pensaba que era lo normal. Hoy sé que de normal no tenía nada. Todo lo hacían por mí, para ayudarme a ser mejor jugador -confiesa el hijo pródigo, progresivamente emocionado-. Tampoco soñaban con que me convirtiera en figura. De hecho, trataron de que me interesara por otros deportes, haciendo siempre hincapié en la importancia de los estudios».
Lo que de verdad importa
McIlroy se detiene. Traga saliva. Sus ojos enrojecen. Necesita unos segundos para rehacerse, mientras sonríe como pidiendo perdón. El número uno mundial se muestra meditabundo, como si se descubriera a sí mismo al reflexionar sobre lo que de verdad importa en la vida.
Incluso hoy sus padres no aspiran a vivir a través del hijo famosísimo; se limitan a brindarle apoyo constante. «Andan siempre a caballo entre Irlanda y Estados Unidos -explica-, de forma que nos vemos con mucha frecuencia. Eso sí, nunca voy a poder hacer por ellos lo que en su momento hicieron por mí. Nunca voy a poder pagar esa deuda. Solo espero que sepan lo mucho que significan para mí. No hay nada más importante en el mundo».
El trono de McIlroy se tambalea estos días debido a una lesión que le ha impedido jugar ya el Open Británico y que lo apartará también del torneo de la PGA -del 13 al 16 de agosto-, último major del calendario. Aun así es uno de los deportistas con mayores ingresos: 48,3 millones de dólares anuales. Una cifra astronómica que no se entiende sin la figura de Tiger Woods, el hombre que popularizó este deporte hasta convertirlo en una industria gigantesca, con mareantes premios en metálico. El ganador de 14 'grandes', de hecho, sigue siendo la principal referencia para los patrocinadores, aunque el hombre no levante cabeza desde 2009, tras confesar sus infidelidades conyugales. Woods, que no se lleva un major desde 2008, ingresa mucho más que el irlandés fuera de los torneos.
El pastel, en todo caso, da para mucho. Según Bloomberg, se trata de un negocio con beneficios anuales de 70.000 millones de dólares en Estados Unidos y otros 15.100 millones en Europa, mientras crece el número de profesionales y aficionados en Asia y América Latina.
La asignatura pendiente
McIlroy es el número uno, sí, pero también es uno de los jugadores con mayor talento en la historia del golf. A sus 26 años ya ha ganado cuatro majors, los torneos que componen el Grand Slam: Open Británico (2014), Open USA (2011) y PGA (2012 y 2014). Le falta, eso sí, el Masters de Augusta. Un déficit grave para un número uno.
Su lesión, además, en el curso de una pachanga futbolera con sus amigos ha puesto en peligro su reinado ante la huracanada irrupción de un chaval de 21 años llamado Jordan Spieth, triunfador este año en el Masters y en el Open USA. McIlroy, que no volverá a jugar hasta septiembre, podría perder su trono este mes ante el empuje de Spieth. Una circunstancia que el vigente rey del golf lleva con naturalidad: «Las cosas que hace Jordan me sirven de motivación. Es bueno tener rivales que te empujan».
Pregunto a McIlroy cómo se las arregla para preservar la ambición durante todos sus años de formación y los millares de horas pasadas en el campo durante su etapa profesional. Las recompensas, sin duda, son enormes, pero ¿alguna vez hubiera preferido dedicarse a otra cosa, llevar una vida de otro tipo?
Sonríe. «Cuando tenía 17 años, acababa de ganar un importante torneo para aficionados en Irlanda y mi padre me estaba llevando a casa en coche. Recuerdo, sin embargo, que en aquel momento no sentía nada. Había ganado, pero no estaba contento. Le dije a mi padre que no quería seguir jugando al golf. Se lo tomó con calma y dijo: 'Bueno, pues no pasa nada. Dedícate a otra cosa que te guste. Tu madre y yo seguiremos apoyándote, como siempre'. Durante tres o cuatro días ni toqué los palos, pero entonces volví a sentir la comezón del juego. Simplemente, necesitaba un respiro. Comprendí que, por mucho que te guste una cosa, de vez en cuando necesitas olvidarte un poco de ella».
El momento más significativo de su carrera profesional sucedió el 10 de abril de 2011. McIlroy había llegado al punto culminante de su primer gran torneo, encabezaba el Masters de Augusta y se disponía a cubrir los últimos nueve hoyos en la ronda final. La pifió de forma espectacular en el golpe de salida del décimo hoyo y, a continuación, se vino abajo. En los hoyos decimoprimero y decimosegundo ejecutó un triple bogey, seguido por un bogey y por un doble bogey. Fue una humillación pública tan grande que muchos comentaristas se preguntaron si algún día se recuperaría de lo sucedido. Ian Poulter, su compañero en la Ryder-Cup, publicó un tuit en el que se veía una señalización con la leyenda: «Primeros auxilios para los que tengan ganas de vomitar».
Promesas personales
Pero McIlroy es un hombre resuelto. «Necesitaba transformar la decepción en motivación -afirma-. Me dije que, en realidad, lo sucedido no tenía nada que ver con quien yo era, con quien yo quería ser. Es decir, un competidor duro de roer, capaz de mantener la cabeza fría. Me negaba a ser de esos que se desmoronan bajo la presión y me prometí que nunca más iba a sucederme una cosa igual. Me fui a casa y analicé bien lo ocurrido. Miré el vídeo una y otra vez. Hablé con unas cuantas personas y me di cuenta de que el problema era que estaba demasiado obsesionado. No hacía más que pensar en aquella ronda final a todas horas del día y de la noche. Pensaba en lo que podía salir bien, pero también en lo que podía salir mal. Estaba demasiado tenso y angustiado. Ese no es el estado mental adecuado a la hora de salir al campo a jugar».
Dos meses después aplicó su nueva estrategia mental. La víspera de la jornada final del Open USA iba por delante con una ventaja de ocho golpes. En lugar de pasarse la noche dándole vueltas en la cabeza a la ronda final, desconectó. «La lección que aprendí en Augusta, y a la que trato de seguir ateniéndome cada vez que llega una ronda final, es que tengo que abstraerme de los nervios y de la presión. Incluso he aprendido a desconectar por completo entre un golpe y el siguiente. Ahora hablo con mi caddie sobre la película o el partido de fútbol que estuve viendo por la noche. A veces, yo mismo animo a J. P. (su caddie) a que me hable de una película, de lo que sea, para olvidarme de la presión y vuelvo a concentrarme en el momento de golpear la bola. De ese modo, no tengo tiempo para pensar en lo que puede salir mal o que, de pronto, me entren dudas. Solo tengo tiempo para considerar el golpe que voy a ejecutar, sacar el palo de la bolsa y visualizar lo que voy a hacer a continuación. Soy una persona muy visual, y lo que hago es crear una imagen de la trayectoria de la pelota, de lo que la bola va a hacer. Y a continuación ejecuto ese golpe final».
Una estrella de nueve años
A los dos años, Rory ya era capaz de enviar una pelota a 40 metros con el palo de plástico que su padre le había comprado. A los nueve, la televisión de Irlanda del Norte lo grabó ejercitándose de una forma insólita: enviando una bola tras otra al tambor de la lavadora de su madre; fue por entonces cuando empezó a ganar torneos en Estados Unidos. Hoy sigue sintiéndose empujado por el poderoso afán de convertirse en el mejor golfista de todos. Su ética del trabajo es irreprochable. «Me digo que ha llegado el momento de dejar mi impronta en el juego», explica.
A principios de 2013, McIlroy pasó por otro bache en su carrera profesional tras firmar un contrato con Nike por valor de 78 millones de dólares a lo largo de cinco años. La firma tuvo lugar por todo lo alto en el esplendoroso hotel Fairmont Bab Al Bahr de Abu Dabi. Casi de forma inmediata, su forma se resintió. «Era la primera vez que un patrocinador de los grandes depositaba tantas expectativas en mí -observa-. Todo el mundo andaba alborotado y nunca había experimentado nada semejante. Había ganado torneos importantes, pero hasta entonces seguía jugando con los mismos palos que cuando tenía 15 años».
«Voy a serle sincero: después de aquel follón en Abu Dabi, me sentí bajo una presión increíble. Durante un tiempo no jugué a mi mejor nivel. Quizá ponía demasiado empeño en demostrar que lo sucedido no iba a afectarme para nada a la hora de jugar. Necesitaba seguir entrenando como siempre, mirar al pasado para seguir adelante. Me estaba obsesionando demasiado en el plano mental, y eso nunca es bueno. Muchas veces las cosas se tuercen en momentos así». Fue otra lección sobre la importancia de la mente en este deporte, donde el factor psicológico resulta más determinante que en cualquier otra disciplina.
McIlroy vive ahora en Palm Beach, Florida, y tras la difícil separación de la tenista danesa Caroline Wozniacki, ex número uno del ranking femenino, ahora tiene un nuevo amor. Su nombre es Erica Stoll, tiene 29 años y es empleada de la PGA. «Estoy muy satisfecho con mi vida sentimental -indica-. Tampoco hemos dado mucha publicidad a nuestra relación. Erica es estadounidense, por eso me gusta pasar temporadas en Palm Beach. Los últimos seis o siete meses han sido muy bonitos. Este aspecto de mi vida marcha sobre ruedas».
«Soy una persona casera. Me encanta volver a Irlanda y reunirme con los amigos de siempre. No soy muy dado a las fiestas con alfombra roja o a relacionarme con los famosos. Esas cosas no me van. Lo paso mucho mejor en casa, con los amigos y la familia, con la gente que me conoce de verdad y sabe bien cómo soy. No es que sea una persona en público y otra en privado. En mi barrio tengo media docena de colegas que me conocen desde que era un chaval. Toda esta gente es muy importante para mí. Es sencillo, me resulta más fácil relajarme y ser yo mismo cuando estoy con gente que me conoce desde hace mucho tiempo».
El encuentro toca a su fin y sus padres regresan a la conversación, al rememorar su sonado fracaso en el Masters de 2011. Entonces, McIlroy rompió a llorar al hablar por teléfono con su madre. «Cuando ves llorar a una persona a la que quieres -recuerda-, es inevitable que te emociones». La otra vez que estuvo a punto de romper en llanto tras un partido fue en circunstancias muy distintas. En el Open Británico de 2014 le dedicó el triunfo a su madre, con la que se abrazó ante todo el mundo en el mismo green. Era la primera vez que ella estaba presente durante la ronda final de un torneo de relumbrón. «Se puso a llorar como una magdalena y tuve que reprimirme para no hacer otro tanto -cuenta-. Fue un momento muy especial».
Los grandes duelos del golf
Años sesenta
Arnold Palmer & Jack Nicklaus
Rory McIlroy es un norirlandés bajito y de ojos brillantes, un número uno del golf capaz de emocionarse hasta las lágrimas cuando habla de sus padres: Rosie y Gerry. Él trabajaba de barman y como empleado de limpieza y, al igual que ella, hacía horas extras por la noche en una fábrica para costear la formación del pequeño Rory como golfista.
McIlroy, de 26 años, se inició en el golf con dos. Su padre era muy aficionado a este deporte, pero, a diferencia del progenitor de Tiger Woods, el del irlandés nunca ambicionó que se convirtiera en profesional.
«Cuando eres tan pequeño, no percibes la magnitud de su sacrificio. Yo pensaba que era lo normal. Hoy sé que de normal no tenía nada. Todo lo hacían por mí, para ayudarme a ser mejor jugador -confiesa el hijo pródigo, progresivamente emocionado-. Tampoco soñaban con que me convirtiera en figura. De hecho, trataron de que me interesara por otros deportes, haciendo siempre hincapié en la importancia de los estudios».
Lo que de verdad importa
McIlroy se detiene. Traga saliva. Sus ojos enrojecen. Necesita unos segundos para rehacerse, mientras sonríe como pidiendo perdón. El número uno mundial se muestra meditabundo, como si se descubriera a sí mismo al reflexionar sobre lo que de verdad importa en la vida.
Incluso hoy sus padres no aspiran a vivir a través del hijo famosísimo; se limitan a brindarle apoyo constante. «Andan siempre a caballo entre Irlanda y Estados Unidos -explica-, de forma que nos vemos con mucha frecuencia. Eso sí, nunca voy a poder hacer por ellos lo que en su momento hicieron por mí. Nunca voy a poder pagar esa deuda. Solo espero que sepan lo mucho que significan para mí. No hay nada más importante en el mundo».
El trono de McIlroy se tambalea estos días debido a una lesión que le ha impedido jugar ya el Open Británico y que lo apartará también del torneo de la PGA -del 13 al 16 de agosto-, último major del calendario. Aun así es uno de los deportistas con mayores ingresos: 48,3 millones de dólares anuales. Una cifra astronómica que no se entiende sin la figura de Tiger Woods, el hombre que popularizó este deporte hasta convertirlo en una industria gigantesca, con mareantes premios en metálico. El ganador de 14 'grandes', de hecho, sigue siendo la principal referencia para los patrocinadores, aunque el hombre no levante cabeza desde 2009, tras confesar sus infidelidades conyugales. Woods, que no se lleva un major desde 2008, ingresa mucho más que el irlandés fuera de los torneos.
El pastel, en todo caso, da para mucho. Según Bloomberg, se trata de un negocio con beneficios anuales de 70.000 millones de dólares en Estados Unidos y otros 15.100 millones en Europa, mientras crece el número de profesionales y aficionados en Asia y América Latina.
La asignatura pendiente
McIlroy es el número uno, sí, pero también es uno de los jugadores con mayor talento en la historia del golf. A sus 26 años ya ha ganado cuatro majors, los torneos que componen el Grand Slam: Open Británico (2014), Open USA (2011) y PGA (2012 y 2014). Le falta, eso sí, el Masters de Augusta. Un déficit grave para un número uno.
Su lesión, además, en el curso de una pachanga futbolera con sus amigos ha puesto en peligro su reinado ante la huracanada irrupción de un chaval de 21 años llamado Jordan Spieth, triunfador este año en el Masters y en el Open USA. McIlroy, que no volverá a jugar hasta septiembre, podría perder su trono este mes ante el empuje de Spieth. Una circunstancia que el vigente rey del golf lleva con naturalidad: «Las cosas que hace Jordan me sirven de motivación. Es bueno tener rivales que te empujan».
Pregunto a McIlroy cómo se las arregla para preservar la ambición durante todos sus años de formación y los millares de horas pasadas en el campo durante su etapa profesional. Las recompensas, sin duda, son enormes, pero ¿alguna vez hubiera preferido dedicarse a otra cosa, llevar una vida de otro tipo?
Sonríe. «Cuando tenía 17 años, acababa de ganar un importante torneo para aficionados en Irlanda y mi padre me estaba llevando a casa en coche. Recuerdo, sin embargo, que en aquel momento no sentía nada. Había ganado, pero no estaba contento. Le dije a mi padre que no quería seguir jugando al golf. Se lo tomó con calma y dijo: 'Bueno, pues no pasa nada. Dedícate a otra cosa que te guste. Tu madre y yo seguiremos apoyándote, como siempre'. Durante tres o cuatro días ni toqué los palos, pero entonces volví a sentir la comezón del juego. Simplemente, necesitaba un respiro. Comprendí que, por mucho que te guste una cosa, de vez en cuando necesitas olvidarte un poco de ella».
El momento más significativo de su carrera profesional sucedió el 10 de abril de 2011. McIlroy había llegado al punto culminante de su primer gran torneo, encabezaba el Masters de Augusta y se disponía a cubrir los últimos nueve hoyos en la ronda final. La pifió de forma espectacular en el golpe de salida del décimo hoyo y, a continuación, se vino abajo. En los hoyos decimoprimero y decimosegundo ejecutó un triple bogey, seguido por un bogey y por un doble bogey. Fue una humillación pública tan grande que muchos comentaristas se preguntaron si algún día se recuperaría de lo sucedido. Ian Poulter, su compañero en la Ryder-Cup, publicó un tuit en el que se veía una señalización con la leyenda: «Primeros auxilios para los que tengan ganas de vomitar».
Promesas personales
Pero McIlroy es un hombre resuelto. «Necesitaba transformar la decepción en motivación -afirma-. Me dije que, en realidad, lo sucedido no tenía nada que ver con quien yo era, con quien yo quería ser. Es decir, un competidor duro de roer, capaz de mantener la cabeza fría. Me negaba a ser de esos que se desmoronan bajo la presión y me prometí que nunca más iba a sucederme una cosa igual. Me fui a casa y analicé bien lo ocurrido. Miré el vídeo una y otra vez. Hablé con unas cuantas personas y me di cuenta de que el problema era que estaba demasiado obsesionado. No hacía más que pensar en aquella ronda final a todas horas del día y de la noche. Pensaba en lo que podía salir bien, pero también en lo que podía salir mal. Estaba demasiado tenso y angustiado. Ese no es el estado mental adecuado a la hora de salir al campo a jugar».
Dos meses después aplicó su nueva estrategia mental. La víspera de la jornada final del Open USA iba por delante con una ventaja de ocho golpes. En lugar de pasarse la noche dándole vueltas en la cabeza a la ronda final, desconectó. «La lección que aprendí en Augusta, y a la que trato de seguir ateniéndome cada vez que llega una ronda final, es que tengo que abstraerme de los nervios y de la presión. Incluso he aprendido a desconectar por completo entre un golpe y el siguiente. Ahora hablo con mi caddie sobre la película o el partido de fútbol que estuve viendo por la noche. A veces, yo mismo animo a J. P. (su caddie) a que me hable de una película, de lo que sea, para olvidarme de la presión y vuelvo a concentrarme en el momento de golpear la bola. De ese modo, no tengo tiempo para pensar en lo que puede salir mal o que, de pronto, me entren dudas. Solo tengo tiempo para considerar el golpe que voy a ejecutar, sacar el palo de la bolsa y visualizar lo que voy a hacer a continuación. Soy una persona muy visual, y lo que hago es crear una imagen de la trayectoria de la pelota, de lo que la bola va a hacer. Y a continuación ejecuto ese golpe final».
Una estrella de nueve años
A los dos años, Rory ya era capaz de enviar una pelota a 40 metros con el palo de plástico que su padre le había comprado. A los nueve, la televisión de Irlanda del Norte lo grabó ejercitándose de una forma insólita: enviando una bola tras otra al tambor de la lavadora de su madre; fue por entonces cuando empezó a ganar torneos en Estados Unidos. Hoy sigue sintiéndose empujado por el poderoso afán de convertirse en el mejor golfista de todos. Su ética del trabajo es irreprochable. «Me digo que ha llegado el momento de dejar mi impronta en el juego», explica.
A principios de 2013, McIlroy pasó por otro bache en su carrera profesional tras firmar un contrato con Nike por valor de 78 millones de dólares a lo largo de cinco años. La firma tuvo lugar por todo lo alto en el esplendoroso hotel Fairmont Bab Al Bahr de Abu Dabi. Casi de forma inmediata, su forma se resintió. «Era la primera vez que un patrocinador de los grandes depositaba tantas expectativas en mí -observa-. Todo el mundo andaba alborotado y nunca había experimentado nada semejante. Había ganado torneos importantes, pero hasta entonces seguía jugando con los mismos palos que cuando tenía 15 años».
«Voy a serle sincero: después de aquel follón en Abu Dabi, me sentí bajo una presión increíble. Durante un tiempo no jugué a mi mejor nivel. Quizá ponía demasiado empeño en demostrar que lo sucedido no iba a afectarme para nada a la hora de jugar. Necesitaba seguir entrenando como siempre, mirar al pasado para seguir adelante. Me estaba obsesionando demasiado en el plano mental, y eso nunca es bueno. Muchas veces las cosas se tuercen en momentos así». Fue otra lección sobre la importancia de la mente en este deporte, donde el factor psicológico resulta más determinante que en cualquier otra disciplina.
McIlroy vive ahora en Palm Beach, Florida, y tras la difícil separación de la tenista danesa Caroline Wozniacki, ex número uno del ranking femenino, ahora tiene un nuevo amor. Su nombre es Erica Stoll, tiene 29 años y es empleada de la PGA. «Estoy muy satisfecho con mi vida sentimental -indica-. Tampoco hemos dado mucha publicidad a nuestra relación. Erica es estadounidense, por eso me gusta pasar temporadas en Palm Beach. Los últimos seis o siete meses han sido muy bonitos. Este aspecto de mi vida marcha sobre ruedas».
«Soy una persona casera. Me encanta volver a Irlanda y reunirme con los amigos de siempre. No soy muy dado a las fiestas con alfombra roja o a relacionarme con los famosos. Esas cosas no me van. Lo paso mucho mejor en casa, con los amigos y la familia, con la gente que me conoce de verdad y sabe bien cómo soy. No es que sea una persona en público y otra en privado. En mi barrio tengo media docena de colegas que me conocen desde que era un chaval. Toda esta gente es muy importante para mí. Es sencillo, me resulta más fácil relajarme y ser yo mismo cuando estoy con gente que me conoce desde hace mucho tiempo».
El encuentro toca a su fin y sus padres regresan a la conversación, al rememorar su sonado fracaso en el Masters de 2011. Entonces, McIlroy rompió a llorar al hablar por teléfono con su madre. «Cuando ves llorar a una persona a la que quieres -recuerda-, es inevitable que te emociones». La otra vez que estuvo a punto de romper en llanto tras un partido fue en circunstancias muy distintas. En el Open Británico de 2014 le dedicó el triunfo a su madre, con la que se abrazó ante todo el mundo en el mismo green. Era la primera vez que ella estaba presente durante la ronda final de un torneo de relumbrón. «Se puso a llorar como una magdalena y tuve que reprimirme para no hacer otro tanto -cuenta-. Fue un momento muy especial».
Los grandes duelos del golf
Años sesenta
Arnold Palmer & Jack Nicklaus
En
los primeros momentos del golf moderno, ya con la irrupción de la
televisión y la publicidad, Palmer y Nicklaus monopolizaron de tal forma
los triunfos en los grandes torneos que se los consideraba
alternativamente los mejores del mundo. Todavía no existía el ranking
mundial. El primero, The King, contaba con una legión de seguidores («el
ejército de Arnie») que disfrutaron de sus siete majors entre 1958 y
1964. El Oso Dorado, por su parte, tuvo una carrera mucho más longeva.
Logró también siete 'grandes' en esa época inicial (el último ante El
Rey) y 11 más a lo largo de su trayectoria. Todavía hoy, nadie tiene más
que él: 18.
Años ochenta
Bernhard Langer & Seve Ballesteros
La irrupción de estrellas de todas partes del mundo, y el hecho de que no todas participaran en el PGA Tour regularmente, forzó la creación de una lista universal, que empezó a funcionar en 1986 con Bernhard Langer como primer líder tras ganar el Masters de Augusta. Sin embargo, al alemán le duró solo tres semanas el puesto. Seve Ballesteros se lo arrebató y lo conservó durante 61 semanas de manera alternativa a lo largo de las siguientes tres temporadas. Su rivalidad se trasladó sobre todo a los torneos del Circuito Europeo, aunque luego nació una gran amistad entre ellos. Años noventa Greg Norman & Nick Faldo
Aunque hubo incursiones de otras figuras a lo largo de esta década (Ian Woosnam, Nick Price o Tiger Woods), el protagonismo se lo llevaron el australiano Greg Norman y el inglés Nick Faldo. El primero, conocido como el 'Tiburón Blanco', fue número uno mundial durante 331 semanas a lo largo de doce años, por lo que los dos únicos majors que ganó se quedan como escaso premio a su calidad; el británico, por contra, estuvo menos tiempo en la cumbre (97 semanas), aunque sacó un mayor rendimiento a sus victorias (seis 'grandes'). Años 2000 'Tiger' Woods & Phil Mickelson
El dominio de Tiger Woods en lo más alto se extendió desde 1997 hasta 2014 (683 semanas) y en este tiempo conquistó 14 torneos del Grand Slam. Curiosamente, el hombre con el que ha mantenido las más duras contiendas dentro y fuera de los campos, Phil Mickelson, nunca ha llegado a ser número uno mundial (ha sido número dos durante 270 semanas), pese a tener cinco 'grandes' en su palmarés. También suma nueve subcampeonatos en los majors. En su caso, la sombra del Tigre ha oscurecido su carrera de forma significativa. Su gran rival Jordan Spieth: "Ser el número uno es uno de mis objetivos, pero no me lo tomo como una obligación"
Nadie lo esperaba tan pronto, pero tras arrasar, con apenas 20 años (acaba de cumplir 21), en el Masters de Augusta y en el US Open, es el gran aspirante al número uno.
Lleva tiempo agotando la capacidad de asombro de los aficionados. Tras ganar el Masters en abril y el US Open en junio, falló en su asalto al tercer major del año: el Open Británico. Se quedó a un golpe de entrar en el desempate (acabó cuarto) y se le frustró la oportunidad de llevarse el Grand Slam (los cuatro majors en un año). XLSemanal. ¿Cuántas veces va a pensar en esos cuatro putts del hoyo 8 que, a la postre, lo alejaron del título? Jordan Spieth. Ya los he olvidado. A lo largo del torneo tomé algunas decisiones incorrectas y muchas correctas más; son las que me guardo. Estoy orgulloso de cómo jugué el British. Ya vendrán más ediciones en el futuro. XL. Ya tiene a Rory McIlroy a tiro. Como él está lesionado, le bastará con una victoria en uno de sus dos próximos torneos (Bridgestone o PGA) para ser número uno. ¿Es una presión añadida? J.S. En absoluto. Es uno de mis objetivos, pero no me lo tomo como una obligación. Si fuera así, no disfrutaría como lo hago cada semana. Lo afronto paso a paso. Primero trato de dar buenos golpes; luego, buenas vueltas; después, buenos torneos; y, una vez que ganas, llegan las recompensas. No se construye la casa por el tejado. XL. McIlroy se está perdiendo la parte más intensa de la temporada por un percance no relacionado con el golf. ¿Qué le parece? J.S. Todo el mundo necesita una vida fuera de su profesión. Todos necesitamos evadirnos de la tensión de los torneos para no volvernos locos. No ha hecho nada incorrecto por jugar al fútbol con sus amigos. Yo también soy un fanático del deporte y juego al baloncesto con mi hermano. Los accidentes ocurren. XL. En su caso, ¿cuál es la última locura que ha hecho? J.S. Quizá haya sido pescar un tiburón el mes pasado [sonríe]. Estuve de vacaciones en las Bahamas durante la Semana del Tiburón y salí de pesca con mis amigos. Nunca lo había hecho previamente y estaba tremendamente excitado con la situación, sobre todo cuando noté que un atún picaba el anzuelo y empezamos a batallar cada uno en una dirección. Aguanté con todas mis fuerzas, pero no conseguía izarlo al bote. A las dos horas y media tenía el brazo agarrotado, no lo podía mover. Lo mejor fue cuando conseguimos subirlo a cubierta. ¡Era un tiburón! Se había comido el atún y se había quedado enganchado en el mismo anzuelo. Lo soltamos, claro, pero me llevé un susto tremendo. XL. ¿Sus éxitos le están cambiando la vida? J.S. No. Tengo menos tiempo para atender a los chavales y me da mucha rabia marcharme de los campos sin haber firmado todos los autógrafos que me piden, pero mi vida diaria sigue como antes. Mis padres me han inculcado unos valores muy sólidos. Gracias a eso, lo sobrellevo bien. XL. ¿Saca la fuerza mental de su familia? J.S. Sin duda. Cuando alguien muy cercano tiene una discapacidad, ves la vida desde otro punto de vista y tus valores son diferentes a los de los demás. Mi hermana Ellie es el pilar en el que me apoyo para conseguir mis objetivos. Me ayuda a mantener siempre los pies en el suelo. Ella es lo mejor que nos ha sucedido en casa, y verla disfrutar cada vez que le traigo un regalo de un viaje o gano un torneo es algo impagable. Trato de llevarla al colegio siempre que puedo y hace poco estuvimos en una fiesta con sus compañeros de clase en la que pasamos unos momentos geniales. XL. Una de las primeras cosas que hizo al triunfar en el Circuito Americano fue poner su propia fundación benéfica, la Fundación de la Familia de Jordan Spieth... J.S. Tratamos de ayudar a la gente desde una triple vía: la educación para chavales con necesidades especiales, el deporte de base y el apoyo a las familias de militares y veteranos. También tenemos un programa de integración laboral de discapacitados en unas cadenas de restaurantes. XL. Volviendo al golf, ¿cómo mantiene la tensión? J.S. Lo importante es no conformarse y ponerse los objetivos más ambiciosos posibles. No vale con decir: «Ya he ganado un 'grande', estoy en la élite y me voy de fiesta». Al contrario, hay que seguir trabajando, más si cabe, para tratar de ganar el segundo, el tercero, el cuarto... Hay que mejorar cada semana para subir un peldaño más. XL. El ejemplo de Tiger Woods está siempre presente. Usted está igualando las marcas que consiguió a su edad. ¿Le gusta que lo comparen con él? J.S. No, es injusto hacia su figura. Es cierto que yo le empato hasta ahora, pero solo llevo tres años de profesional y he ganado apenas dos 'grandes'. Cuando tenga 14 como él y haya estado triunfando una semana tras otra durante tres lustros, entonces podremos comentarlo. Miguel ángel barbero,.
La irrupción de estrellas de todas partes del mundo, y el hecho de que no todas participaran en el PGA Tour regularmente, forzó la creación de una lista universal, que empezó a funcionar en 1986 con Bernhard Langer como primer líder tras ganar el Masters de Augusta. Sin embargo, al alemán le duró solo tres semanas el puesto. Seve Ballesteros se lo arrebató y lo conservó durante 61 semanas de manera alternativa a lo largo de las siguientes tres temporadas. Su rivalidad se trasladó sobre todo a los torneos del Circuito Europeo, aunque luego nació una gran amistad entre ellos. Años noventa Greg Norman & Nick Faldo
Aunque hubo incursiones de otras figuras a lo largo de esta década (Ian Woosnam, Nick Price o Tiger Woods), el protagonismo se lo llevaron el australiano Greg Norman y el inglés Nick Faldo. El primero, conocido como el 'Tiburón Blanco', fue número uno mundial durante 331 semanas a lo largo de doce años, por lo que los dos únicos majors que ganó se quedan como escaso premio a su calidad; el británico, por contra, estuvo menos tiempo en la cumbre (97 semanas), aunque sacó un mayor rendimiento a sus victorias (seis 'grandes'). Años 2000 'Tiger' Woods & Phil Mickelson
El dominio de Tiger Woods en lo más alto se extendió desde 1997 hasta 2014 (683 semanas) y en este tiempo conquistó 14 torneos del Grand Slam. Curiosamente, el hombre con el que ha mantenido las más duras contiendas dentro y fuera de los campos, Phil Mickelson, nunca ha llegado a ser número uno mundial (ha sido número dos durante 270 semanas), pese a tener cinco 'grandes' en su palmarés. También suma nueve subcampeonatos en los majors. En su caso, la sombra del Tigre ha oscurecido su carrera de forma significativa. Su gran rival Jordan Spieth: "Ser el número uno es uno de mis objetivos, pero no me lo tomo como una obligación"
Nadie lo esperaba tan pronto, pero tras arrasar, con apenas 20 años (acaba de cumplir 21), en el Masters de Augusta y en el US Open, es el gran aspirante al número uno.
Lleva tiempo agotando la capacidad de asombro de los aficionados. Tras ganar el Masters en abril y el US Open en junio, falló en su asalto al tercer major del año: el Open Británico. Se quedó a un golpe de entrar en el desempate (acabó cuarto) y se le frustró la oportunidad de llevarse el Grand Slam (los cuatro majors en un año). XLSemanal. ¿Cuántas veces va a pensar en esos cuatro putts del hoyo 8 que, a la postre, lo alejaron del título? Jordan Spieth. Ya los he olvidado. A lo largo del torneo tomé algunas decisiones incorrectas y muchas correctas más; son las que me guardo. Estoy orgulloso de cómo jugué el British. Ya vendrán más ediciones en el futuro. XL. Ya tiene a Rory McIlroy a tiro. Como él está lesionado, le bastará con una victoria en uno de sus dos próximos torneos (Bridgestone o PGA) para ser número uno. ¿Es una presión añadida? J.S. En absoluto. Es uno de mis objetivos, pero no me lo tomo como una obligación. Si fuera así, no disfrutaría como lo hago cada semana. Lo afronto paso a paso. Primero trato de dar buenos golpes; luego, buenas vueltas; después, buenos torneos; y, una vez que ganas, llegan las recompensas. No se construye la casa por el tejado. XL. McIlroy se está perdiendo la parte más intensa de la temporada por un percance no relacionado con el golf. ¿Qué le parece? J.S. Todo el mundo necesita una vida fuera de su profesión. Todos necesitamos evadirnos de la tensión de los torneos para no volvernos locos. No ha hecho nada incorrecto por jugar al fútbol con sus amigos. Yo también soy un fanático del deporte y juego al baloncesto con mi hermano. Los accidentes ocurren. XL. En su caso, ¿cuál es la última locura que ha hecho? J.S. Quizá haya sido pescar un tiburón el mes pasado [sonríe]. Estuve de vacaciones en las Bahamas durante la Semana del Tiburón y salí de pesca con mis amigos. Nunca lo había hecho previamente y estaba tremendamente excitado con la situación, sobre todo cuando noté que un atún picaba el anzuelo y empezamos a batallar cada uno en una dirección. Aguanté con todas mis fuerzas, pero no conseguía izarlo al bote. A las dos horas y media tenía el brazo agarrotado, no lo podía mover. Lo mejor fue cuando conseguimos subirlo a cubierta. ¡Era un tiburón! Se había comido el atún y se había quedado enganchado en el mismo anzuelo. Lo soltamos, claro, pero me llevé un susto tremendo. XL. ¿Sus éxitos le están cambiando la vida? J.S. No. Tengo menos tiempo para atender a los chavales y me da mucha rabia marcharme de los campos sin haber firmado todos los autógrafos que me piden, pero mi vida diaria sigue como antes. Mis padres me han inculcado unos valores muy sólidos. Gracias a eso, lo sobrellevo bien. XL. ¿Saca la fuerza mental de su familia? J.S. Sin duda. Cuando alguien muy cercano tiene una discapacidad, ves la vida desde otro punto de vista y tus valores son diferentes a los de los demás. Mi hermana Ellie es el pilar en el que me apoyo para conseguir mis objetivos. Me ayuda a mantener siempre los pies en el suelo. Ella es lo mejor que nos ha sucedido en casa, y verla disfrutar cada vez que le traigo un regalo de un viaje o gano un torneo es algo impagable. Trato de llevarla al colegio siempre que puedo y hace poco estuvimos en una fiesta con sus compañeros de clase en la que pasamos unos momentos geniales. XL. Una de las primeras cosas que hizo al triunfar en el Circuito Americano fue poner su propia fundación benéfica, la Fundación de la Familia de Jordan Spieth... J.S. Tratamos de ayudar a la gente desde una triple vía: la educación para chavales con necesidades especiales, el deporte de base y el apoyo a las familias de militares y veteranos. También tenemos un programa de integración laboral de discapacitados en unas cadenas de restaurantes. XL. Volviendo al golf, ¿cómo mantiene la tensión? J.S. Lo importante es no conformarse y ponerse los objetivos más ambiciosos posibles. No vale con decir: «Ya he ganado un 'grande', estoy en la élite y me voy de fiesta». Al contrario, hay que seguir trabajando, más si cabe, para tratar de ganar el segundo, el tercero, el cuarto... Hay que mejorar cada semana para subir un peldaño más. XL. El ejemplo de Tiger Woods está siempre presente. Usted está igualando las marcas que consiguió a su edad. ¿Le gusta que lo comparen con él? J.S. No, es injusto hacia su figura. Es cierto que yo le empato hasta ahora, pero solo llevo tres años de profesional y he ganado apenas dos 'grandes'. Cuando tenga 14 como él y haya estado triunfando una semana tras otra durante tres lustros, entonces podremos comentarlo. Miguel ángel barbero,.
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