jueves, 28 de noviembre de 2024

España a ras de cielo - Colson Whitehead Escritor - El primer criptopresidente ,. - PLANETA CALLEJA - Domingo - 1 - Diciembre ,. / Centenarios - Jordi Sierra i Fabra ,. / Tramoyista - Soldados de albuera ,. / Aquí la tierra - La ludoteca celebra su Semana del mar ,.

 

TITULO: España a ras de cielo - Colson Whitehead Escritor -  El primer criptopresidente  ,. - PLANETA CALLEJA -Domingo -- 1 - Diciembre,.

 

España a ras de cielo  ,.

 

España a ras de cielo es un programa de televisión emitido por TVE y se estrenó el 17 de septiembre de 2013. Desde el primer programa, está presentado por Francis Lorenzo Martes a las 22h30,.
 El programa permite conocer lugar de España desconocidos y ya conocidos desde otro punto de vista., etc,.


PLANETA CALLEJA - DOMINGO -  1 - Diciembre,.
 

   Planeta Calleja es un programa de televisión de España que se emite cada domingo a las 21:30, en Cuatro de Mediaset España,. Jesús Calleja enfrentará a rostros conocidos a vivir experiencias únicas e irrepetibles fuera de su contexto habitual y en los lugares más remotos y fascinantes ., etc.

 

 Colson Whitehead Escritor -  El primer criptopresidente ,.

 

 Colson Whitehead.


foto / Colson Whitehead Escritor ,.

 

 

«Nueva York es muy corrupta y no perdona»,.

Doble ganador del Pulitzer, el escritor regresa al convulso Harlem de los 70 con 'Manifiesto criminal',.

Si lo consigue de nuevo, Colson Whitehead será el primer escritor en ganar tres veces el Pulitzer. El narrador neoyorquino (1969) publica en español 'Manifiesto criminal' (Random House), un descarnado retrato de la infernal Nueva York de los años 70, podrida por la corrupción, el crimen, la suciedad y las drogas. Es la segunda entrega de una trilogía que inició con 'El ritmo de Harlem' y que protagoniza Ray Carney, hijo de un delincuente, vendedor de muebles y perista de poca monta, que trata sin éxito de caminar por la recta vía en una mega urbe «que no perdona».

La corrupción está en el alma de la novela. «Es muy difícil pensar en un sistema o una organización que no sea corrupta. Los tipos como Carney, un malote tontorrón que intenta sobrevivir en ese ambiente. Tal vez sea triste, pero sin corruptos, sin villanos, no tendríamos relato», dice el doble ganador del Pulitzer con las novelas 'Ferrocarriles subterráneos (2017) y 'Los chicos de la Nickel' (2020).

«Nueva York, mi fuente de inspiración, sigue siendo una ciudad terriblemente corrupta», afirma Whitehead. «El Departamento de Justicia y el FBI investigan al actual alcalde (Eric Adams) por llenarse los bolsillos con sobornos y contratos públicos de dudosa legalidad, por lo que deberá dejar su cargo en breve», aventura. «Nueva York no perdona. Hoy como en los 70, atrae a gente que trata de sobrevivir. Ahora en vez de ir a Harlem irían a Brooklyn o a Sunset Park, pero no cambia la dinámica de clase», señala el gran cronista de la ciudad insomne. «Cuando asciende a la clase media y consigue sus sueños, la gente se va y deja hueco a otra generación», dice Whitehead del «alentador» ciclo que inspira sus novelas.

Elegiría, con todo, vivir en la convulsa, derrotada y mugrienta Nueva York de los 70 carcomida por el crack «pero de la que surgió un arte fabuloso». «Iría a clubes como CBGB a escuchar en directo a los Ramones -nunca los vi en concierto-, a Blondie, a Patti Smith... Crecí con el punk, el hip hop y la música disco, que tuvieron su momento álgido en los años», explica al autor de un relato que vibra al ritmo de los éxitos funk de Motown.

«No la jodas, da la talla y hazlo lo mejor que puedas», se alienta a sí mismo el narrador, que sabe que «sin villanos no habría relato»

En esa urbe corrupta hasta el tuétano aparece Michael Jackson, entonces el pequeño de los Jackson 5. «Es un buen ejemplo de la corrupción: un gran cantante y autor que escribió temas formidables que se convirtió en un monstruo corrupto abusador. Escucho su música, pero no lo contrataría como canguro para mis hijos», dice en un encuentro telemático con informadores españoles.

¿Otro Pulitzer?

Comparte Colson con John Updike, William Faulkner y Booth Tarkington el honor de ganar dos veces el Pulitzer. «No espero el tercero», dice. «Con los anteriores pagué la hipoteca y pude disfrutar en casa de mi familia y devanarme los sesos con mis libros», dice. «Logré enorme aceptación de la crítica y reconocimiento, pero al día siguiente era yo frente a mi ordenador», agrega rebajando las expectativas de un tercer premio que nadie ha logrado. «Que tu libro guste no hace que el próximo sea más fácil», afirma. «'No la jodas Colson. No metas la pata. No seas perezoso: da la talla y hazlo lo mejor que puedas, como hiciste en los últimos 25 años'», se autoestimula.

La raza, la historia de Nueva York y la de Estados Unidos son temas recurrentes del autor afroamericano, que recurre al humor en su trágicos relatos. «Adoro los chistes raros; el mundo es trágico pero muy absurdo, como reflejan mis libros. En cuanto a la política, estudio cómo se han construido Estados Unidos y cómo me han conformado como persona sobre la esclavitud, la segregación y el racismo», dice. No quiere hablar de política actual, pero admite que pensó «alguna vez» dejar Estados Unidos. «Cualquier lugar es complicado. ¿Dónde hay un lugar puro, sin racismo?», se pregunta.

'El ferrocarril subterráneo' se convirtió en una serie televisiva y la película sobre 'Los chicos de la Nickel', con buenas críticas en el circuito de festivales, se estrena el mes que viene. No progresa, por contra, la serie sobre 'El ritmo de Harlem' se ambienta en los años 60, cuya producción se ha detenido. Trabaja, entretanto, en la tercera entrega de su tríptico sobre Harlem en los años 60 y terminará en los 90: que terminará tras el verano. «Entonces haré muchas barbacoas, me daré un panzada de videojuegos y beberé muchas cervezas, este es mi proyecto inmediato», ironiza.

Autor de seis novelas y del libro 'El coloso de Nueva York' (2005), con la primera de ellas, 'La intuicionista' (2000), fue finalista del PEN/Hemingway. En español ha publicado 'Zona Uno' (2012) ,'El ferrocarril subterráneo' (2017) -'bestseller' internacional merecedor del National Book Award además del Premio Pulitzer- , y 'Los chicos de la Nickel' (2020), considerada una de las diez mejores novelas de la década pasada según la revista Time.

TITULO: Centenarios - Jordi Sierra i Fabra,.


Jordi Sierra i Fabra,.

 

Jordi Sierra i Fabra, el lunes en su piso de Barcelona.

foto  - Jordi Sierra i Fabra: “Cuando yo era pequeño el mundo era mucho más duro, pero había espacio para los sueños. Hoy en día cuesta mucho soñar”,.

 

Leyenda de las letras con 575 títulos publicados, el escritor recibe el premio Antonio de Sancha de los editores de Madrid,.

 Un accidente gravísimo a los 8 años que casi le cuesta un brazo y la nariz. Una convalecencia en la que el niño, tartamudo a más no poder, descubre que escribe rápido, que su mano no se traba, que puede comunicarse por escrito. Un comienzo fulgurante como reportero musical estrella, de fiesta VIP en fiesta VIP, hasta que, a los 28 años, lo deja todo de lado para dedicarse a su verdadera pasión. Una declaración a su novia en la que le dice que, antes que marido o padre, será escritor. 54 años casado con una mujer a la que perdió hace dos, atropellada por un camionero que a él no le ha pedido ni perdón. 30.000 discos atesorados en su casa, y miles de libros. 575 libros publicados,.

TITULO: Tramoyista  - Soldados de albuera,.


Soldados de albuera,.

 

La guerra que todos perdimos

foto / Los niños. Eso es siempre lo peor, en cualquier guerra; pero todavía hoy, cada vez que veo las viejas imágenes en blanco y negro, o las fotos desvaídas de hace sesenta años, me remuevo incómodo en el asiento al verlos pasar ante mí, llorando de la mano de sus padres por la frontera camino del exilio, agazapados en un portal mirando hacia arriba mientras suena el estrépito de las bombas, haciendo colas con ojos grandes de hambre y miedo para conseguir un mendrugo de pan. El cadáver en la cuneta, el soldado que tiembla de frío en el frente de Huesca, el inválido ayudado por los compañeros que es empujado por los gendarmes franceses mientras se le cae la manta raída de los escuálidos hombros… Estos otros personajes son adultos; saben, o al menos deben saber qué diablos está ocurriendo. Por eso me producen menos compasión que esas docenas de ojos de críos que miran sin comprender. Que todavía hoy, medio siglo y una década más tarde, congelados en las sales de plata de la película fotográfica donde ya nunca envejecerán ni morirán, siguen mirándonos con ojos espantados que son una acusación, una denuncia, un insulto, un recordatorio de nuestro oprobio, nuestra vergüenza y nuestra locura.

Esa guerra civil no la viví; pero he vivido otras y sé que siempre son la misma. Esa guerra civil no la presencié, pero me la contaron cuando niño, mientras aún estaban frescas las heridas, la huella de la metralla en los muros de los edificios; cuando todavía había hombres y mujeres en cárceles y en el exilio y cuando el general Franco aún firmaba sentencias de muerte. De las veladas alrededor de la mesa de camilla de mi abuelo recuerdo historias de bombardeos, y de ejecuciones públicas para después, ante los cadáveres hacer desfilar a las tropas a fin de que tomases buena cuenta de ello. Historias de héroes y de gentuza, mezclados unos con otros; indiferenciados bajo el mono azul de miliciano, la boina de requeté o la camisa azul de Falange. Relatos escalofriantes de amigos, vecinos y parientes detenidos de madrugada, sacados de su casa en pijama mientras la mujer y los hijos imploraban en la escalera; juzgados en tribunales sumarísimos, torturados en chekas, fusilados ante un paredón bajo la bendición de un cura con el yugo y las flechas bordado en la sotana, o asesinados a la luz de los faros de un camión en cualquier carretera. Esas viejas carreteras españolas, las monótonas autovías, también nos borraron esa memoria, donde muchos años después aún me estremecía al ver los pequeños monumentos conmemorativos de lugares donde hombres de toda condición e ideología fueron asesinados con las luces del alba. Un nombre, una fecha, a veces una cruz. A veces flores secas.

Cada uno de nosotros tiene una, veinte historias familiares. Estúpidos aquellos jóvenes que no acuden a sus mayores a que se las cuenten, antes de que estas historias se extingan con ellos y duerman en el silencio sin aportar nada a las generaciones que no lo vivieron, haciendo imposibles la lucidez y la experiencia. Mis mayores han muerto, o están muriendo poco a poco, pero el niño curioso que fui logró arrancar un puñado de esas historias al olvido, y ahora lamento que no hubieran sido más. Lamento las horas perdidas sin preguntar a aquellos que ya no están conmigo.

Eran —son— las historias de cada uno de nosotros: de nuestros padres y nuestras madres y nuestros abuelos. Así pude saber, así sé, del tío Lorenzo, que cruzó el Ebro con diecisiete años y el agua por la cintura, con dos cojones, un máuser en las manos y los dientes apretados, que recibió un balazo y volvió a casa de sargento republicano con dieciocho años, y que nunca cumplió los veinte. Así pude saber de cuando mi abuelo Arturo pasó cuatro horas bajo un bombardeo, pegado a la pared de un polvorín; o de cuando una noche unos milicianos quisieron llevárselo a dar un paseo porque había cenado a la luz de una vela y eso, decían, era señales para la aviación nacional. O de cuando sus antiguos compañeros de la Armada quisieron fusilarlo por haber permanecido fiel a la República. Así supe de mi madre con doce años llevándole comida a la cárcel a Pencho, mi otro abuelo, y cómo siempre pedía a los carceleros darle la fiambrera en persona, para así verlo un instante entre las rejas de un portillo y contarle a mi abuela que seguía vivo. O de mi tío Antonio que todavía, con setenta tacos largos, llora cuando recuerda el día en que le llevó, teniendo trece años, en bicicleta, una tortilla de patatas hecha por su madre a su hermano, cuya brigada pasó un día a treinta kilómetros de Cartagena. O de mi abuela María Cristina paralizada en mitad de la calle en mitad de un bombardeo alemán. O de mi tío Peque, que aprovechaba los ataques aéreos para ir corriendo por las calles desiertas, llenas de cristales rotos, y ponerse el primero en la cola del pan antes de que la gente saliera de los refugios. O de mi padre, caminando en una de las filas de soldados a uno y otro lado de la carretera, la manta al hombro y el fusil a la espalda, camino del matadero, salvado de casualidad porque un comisario se detuvo junto a él y preguntó quién de aquella fila tenía estudios y sabía escribir a máquina. O del tío de mi madre fusilado porque un vecino era militar, y los del piquete, que eran analfabetos, se equivocaron de piso. O la cajita de lata que siempre conservó, hasta su fallecimiento, mi abuela Juana, con las cartas escritas desde el frente por su hijo muerto, la bala que le sacaron en su primera herida, y el trozo de madera que, a falta de anestesia, apretó entre los dientes mientras le arreglaban el agujero que le hicieron en Belchite.

Cuántos muertos, y cuánto horror, y cuántos sueños, y cuánto heroísmo, y cuánta sangre, y cuánta mierda acumulado en sólo tres años. Curas santificando balas y justificando ejecuciones o siento torturados como animales, hasta morir. Generales, comandantes, soldados; heroicos y abyectos, y a menudo ambas cosas a la vez. Épica y barbarie, la mejor infantería del mundo contra la mejor infantería del mundo; Caín en plena forma, lo más hermoso y lo más miserable de nuestra tierra y nuestra raza maldita. Chusma acuchillando a los desvalidos, miserables aprovechándose del río revuelto, cambiando de chaqueta, congraciándose con el poderoso. Hombres honrados poniéndose en pie para pelear. Ojos de miedo y desesperación, balazos y bayonetas, casa por casa en Teruel, en la Ciudad Universitaria, monte arriba en Somosierra, Arriba España entre los escombros del alcázar de Toledo, Viva la República en el valle del Jarama. Moros, legionarios, milicianos, héroes y cobardes, vivos y muertos. El patio del Cuartel de la Montaña en esa foto terrible, el suelo lleno de cadáveres, España eterna que se repite a sí misma en el ritual de la muerte y la tragedia. Plaza de toros de Badajoz, barcos prisión, españoles fusilados por comisarios húngaros o franceses o por legionarios alemanes o fascistas italianos, por hijos de puta que ni siquiera sabían hablar castellano y vinieron aquí a mojar en la sangre y en la muerte que sólo era de nuestra incumbencia, sin que a ellos les hubiera dado nadie maldita vela en nuestro entierro. Mujeres rapadas al cero, hombres humillados ante sus familias y sus vecinos, pidiendo clemencia o escupiendo a la cara a sus verdugos. Y esa foto que tanto me impresiona, la del español bajito y moreno con camisa blanca, que acaba de rendirse y al que llevan a fusilar, y que levanta los brazos resignado, fatalista, con una colilla en la boca. Esa colilla, ya lo escribí una vez, que siempre tenemos en la boca los españoles cuando nos llevan al paredón.

Dios. Cómo amo y cómo detesto a este país nuestro, cada vez que miro esas fotos. Cómo me enternecen esos rostros que son el rostro de nuestra tragedia, de nuestra desgracia. Pobre gente y pobre España. Qué guerra tan atroz, y tan española, o tan atroz por española. Una guerra civil como Dios manda, guerra civil de la buena, la que enfrenta a hermano contra hermano, a hijo contra padre, a vecino contra vecino. En ninguna guerra como en ésa, la que tuvimos, las que tuvimos antes, y las que a unos cuantos desalmados e irresponsables no les importaría que volviéramos a tener, aflora toda la ruindad que albergan los rincones oscuros del corazón del hombre. Los viejos rencores, la envidia, el odio vecinal tan propios de la condición humana y tan nuestros; tan españoles. Tú me quitaste la novia, tú desviaste el agua de la acequia, tú mataste un conejo en mis tierras, tú me negaste el pan, tú publicaste aquel libro, tú fuiste feliz y yo no. Delaciones, chivatazos, ajustes de cuentas, canallas que medran con el dolor, y el sufrimiento de los otros, desgraciados que se humillan para comer, o para sobrevivir. Cárceles, campos de batalla, cementerios, exiliados, Machado muriéndose enfermo de pena en el extranjero, Max Aub, Sender, tantos pobres hombres, mujeres y niños anónimos, perdidos. Españoles detenidos en Rusia y enviados a Siberia, niños de la guerra que luego morirán peleando en Stalingrado, franceses miserables que humillan a los vecinos, a los fugitivos, en la frontera, y que después los entregarán atados de pies y manos a los carniceros nazis…

Cielo santo. Cómo nos dio por el saco todo Dios, todo el mundo, toda Europa, estrangulando a este pobre, entrañable, desgraciado y viejo país. A esta pobre, entrañable, desgraciada y vieja gente nuestra. No es cierto que nos ayudaran; déjenme de milongas pamperas, de camelos retóricos, de demagogia. El arriba firmante se cisca en la solidaridad internacional de las derechas y las izquierdas, en los discursos y en la mandanga. Aquí a la España en guerra, se asomó todo Cristo a ver qué podía mojar en la salsa, a fumarse nuestro tabaco y a quemarnos los muebles. Comprendo que fuéramos un espectáculo apasionante: sangre, vino, mujeres guapas, guerra, romanticismo, intereses estratégicos, barbarie ancestral. Pero que no me vengan con historias de hermandades solidarias. Yo he pasado veintiún años yendo a guerras que no eran mías, y sé de qué iba Hemingway. Por eso me cisco en Hemingway y en la madre que lo parió.

TITULO : Aquí la tierra - La ludoteca celebra su Semana del mar ,.

 

 La ludoteca celebra su Semana del mar ,.

 

 La ludoteca celebra su Semana del mar

foto / Del 11 al 15 de noviembre la ludoteca de Miajadas celebra su Semana del mar, con actividades relacionadas con el mar y todos sus habitantes.

Mañana lunes, 11 de noviembre, los pequeños crearán su propia pecera, mientras que el martes tendrán un juego libre guiado, para continuar el miércoles con la actividad 'Nuestros peces divertidos'. El jueves 14 volverán a participar en una tarde de juegos, y el viernes finalizarán la semana con 'Hoy pesqué un cangrejo',.

No hay comentarios:

Publicar un comentario