Irina Shayk: "Estoy enamorada de mi cuerpo"
Es una de las modelos más cotizadas del
mundo. Después de un romance turbulento con Cristiano Ronaldo ha
encontrado el amor con el actor Bradley Cooper. Sin embargo, bajo el
brillo de los focos de la fama y las principales firmas de moda está la
historia de una chica pobre de un pueblo perdido de Rusia en busca de un
sueño. Ella misma nos lo cuenta.
Irina emigró, engatusada por uno de esos flautistas de Hamelín que va por los colegios de los Urales, buscando vetas del preciado carbón rubio que alimenta a la maquinaria de la moda, hambrienta siempre de nuevas hornadas de adolescentes pálidas, huesudas y espectrales.
Aunque llegó tarde a ese mundo, siendo una mujer hecha y derecha, despuntó porque no se parecía a sus camaradas desnutridas: doncellas de mirada lánguida y muslitos de batracio. Irina da la impresión de ser más exuberante de lo que es. Mide 1,78 y pesa 58 kilos. La revista Sport Illustrated le puso un bikini y la llevó a su portada en 2007. Así se hizo carne de póster y habitó en los talleres de automóviles. En cuestión de mujeres, mecánicos de garaje y futbolistas comparten gustos. Por eso, que la modelo se emparejase con el delantero portugués Cristiano Ronaldo en 2010 fue tan natural como la simbiosis de un torero y una tonadillera.
Irina es una chica de provincias y se enamoró de otro chico de pueblo, Cristiano Ronaldo, que jugaba al balón en las calles de Madeira mientras daba mordiscos al bocadillo de sardinas que le había hecho su madre, doña Maria Dolores dos Santos Aveiro. A la mamá Dolores nunca le gustó la rusa. Nunca la vio como madre para sus nietos. Y que Irina no tuviese el carácter dócil y fuese cortante y gélida tampoco ayudó. Por su parte, Irina se dio cuenta pronto de que tendría que competir con otras mujeres por el cariño de su novio.
Por entonces, Cristiano Ronaldo andaba a lo suyo: marcar goles y ser padre. En sus cosas va a su bola y prefiere fabricarse sus remates y sus hijos, pues el trabajo en equipo le resulta un rodeo superfluo. Su hijo, como sus balones de oro, se lo gestionó él mismo. Alquiló el vientre de una estudiante cuya identidad no ha trascendido y le pagó 14 millones de euros para que renunciase a la custodia. De este modo, Irina se encontró de pronto con un hijastro, Cris Júnior. La rusa confesó que se sintió mal cuando Cristiano trajo el niño a casa, pero que se fue acostumbrando: «Es imposible no amar a esa criatura». Nunca tuvo que cambiar un pañal. La abuela Dolores se encargó de todo. Como se encargó en su momento de Cristiano y sus tres hermanos, a los que sacó adelante a pesar de la losa de un marido alcohólico. Es una mujer resuelta, a la que la Guardia Civil sorprendió en un aeropuerto hace unos días con un fajo de 55.000 euros sin declarar en el equipaje de mano.
Los Aveiro son un clan. E Irina nunca encajó. Tampoco le perdonaron que se centrase tanto en su carrera. Nadie debe hacer sombra al astro del Real Madrid, que gana 21 millones de euros al año, y menos su novia, que por entonces ya iba camino de ser una de las modelos más cotizadas del mundo, hacía sus pinitos en el cine (Hércules) y hoy supera los cuatro millones de ganancias anuales. «Quiero ser indecentemente rica confesó en una entrevista hace unos años. Acumulo apartamentos y los alquilo. A los rusos nos gusta el dinero, pero nunca nos parece suficiente».
Irina y Cristiano se conocieron posando juntos para una campaña de Armani. Cristiano la invitó a su yate poco antes del Mundial de Sudáfrica. La pareja se prometió en 2011. Sonaron campanas de boda, pues ambos lucían anillos de compromiso de diamantes. Pero ese mismo año llegó la primera crisis. Cristiano envió por correo electrónico unas fotos de una fan desnuda a todos los contactos de su agenda, incluida a su novia rusa. Cristiano jura que se le escapó el dedo y en vez de darle al botón de borrar le dio al de enviar. Irina se tragó el sapo. Tiene fama de celosa, pero hay que herirla mucho para sacarla de sus casillas. Solo salta cuando se publica algo que afecta a su honor. Por ejemplo, cuando se rumoreó que había sido una de las amantes del presidente en funciones de la FIFA, Joseph Blatter, de 79 años, empedernido mujeriego, Irina lo desmintió.
En 2013 se publicó que Cristiano había engañado a Irina con una modelo brasileña, Andressa Urach, más conocida como Miss Bum Bum ['Miss Culo']. Esta vez fue él quien, furioso, desmintió el rumor. Pero un año más tarde dijo en una entrevista que era demasiado joven para casarse. El diario sensacionalista británico The Sun ha publicado que el futbolista le puso los cuernos a Irina con una docena de mujeres durante los cinco años que duró la relación, y que terminó como terminan hoy las relaciones: con el teléfono móvil del infiel olvidado y sin bloquear, y la pareja que lo encuentra y se pone a husmear el historial de mensajes. Irina no lo acompañó a recoger el último Balón de Oro, ni quiso ir al cumpleaños de doña Dolores, ni celebrar la Nochevieja juntos. Por supuesto, el final del amor en los tiempos de Twitter se certifica públicamente con un unfollow que equivale a un bofetón. Y eso hizo Irina, dejar de seguir a Cristiano en las redes sociales. Y así se enteró el mundo de que el romance había acabado. «Quiero un hombre fiel, honesto, un caballero que sepa cómo respetar a las mujeres. No creo en los hombres que nos hacen caer y sentirnos infelices, porque eso no es de hombres, sino de niños», dijo a la revista ¡Hola! Y añadió: «Pienso que una mujer se siente fea cuando tiene al hombre equivocado a su lado. Yo me sentí fea e insegura».
Irina ha comenzado una relación con uno de los guapos oficiales de Hollywood, Bradley Cooper, que este verano estrena obra de teatro en Londres. Los tortolitos han instalado su nido de amor provisional en un hotel londinense, aunque ella sigue teniendo su residencia en Nueva York y ha desfilado para Givenchy en la Semana de la Moda de París. Irina está donde quiere, en la cima del mundo. Y ahora está con quien quiere.
La niña que cultivaba patatas
«Nací en una pequeña ciudad perdida en el mapa llamada Yemanzhelinsk. Mi padre trabajaba en una mina de carbón, y mi madre era profesora de piano. Teníamos un huerto, porque en Rusia has de tener un huerto para sobrevivir. Cultivábamos tomates, patatas y pepinos. Del huerto me ocupaba yo, al volver del colegio. También ayudaba a mi madre en las faenas de casa».
El cazatalentos de los Urales
«Mi hermana mayor iba a un instituto de belleza adyacente a una escuela de modelos y un día me pidió que la acompañara. Poco después, un agente se puso en contacto conmigo. Era el mismo que descubrió a Natalia Vodianova y a todas las grandes modelos rusas. Quería llevarme a París. Acepté al cabo de un par de meses, pues pensé que sería una oportunidad para ayudar a mi familia».
Sin blanca en París
«Nunca había estado en una gran ciudad antes de ir a París. Por entonces tenía 20 años, lo que era una edad muy tardía para empezar como modelo. No hablaba el idioma y estaba sin blanca. Vivía en un apartamento con otras modelos y algunas de ellas se burlaban de mí. Nuestra profesión es complicada, porque hay mucha competitividad. La gente que no sabe cómo vivimos cree que todo es muy fácil, que somos unas chicas guapas y que basta con lucir un vestido bonito y sonreír para ganar un pastón sin hacer nada, pero nuestro trabajo es muy duro».
Barcelona le abre las puertas
«Si eres una modelo, sabes que centenares de personas van a decirte que no, pero que también es posible que unas diez te digan que sí, y esa es la manera en la que sales adelante. Mi etapa en París fue muy difícil, pero lo que no quería era volver a mi ciudad natal sin un céntimo. Por lo menos tenía que ganar un poco de dinero. Pero no había manera de ganarlo, razón por la que al cabo de seis meses me fui a Barcelona, donde empecé a sacarme algo de dinero».
No importa la talla
«No creo en la cirugía plástica. Considero que las mujeres han de estar enamoradas de sus propios cuerpos y que todo es cuestión de tener seguridad en una misma. Cuando estoy trabajando en una sesión de fotografía, me digo que estoy orgullosa de mi cuerpo y que no tengo reparo en mostrarlo. Lo que me gustaría es que cada mujer se sintiera especial y estuviera enamorada de su cuerpo, con independencia de la talla».
Artes marciales para lucir lencería
«En el momento de ponerte lencería o un bañador para una sesión, tienes que sentirte mejor que nunca, y para eso debes hacer ejercicio y estar en buena forma física. Últimamente estoy practicando jiu-jitsu, un arte marcial japonés. Es muy divertido y un ejercicio estupendo para el corazón. Lo principal es encontrar algo que le vaya bien a tu cuerpo. Soy propensa a aburrirme con facilidad, por lo que siempre estoy probando cosas nuevas».
Ahorradora y austera
«He sido lista con mi dinero. Detesto malgastar comprándome trapitos. Prefiero comprar modelos clásicos que puedes tener en el armario durante años seguidos. Prefiero vestir prendas de estilo sencillo, elegantes pero poco llamativas».
Despeinada y en chándal
«Puedo pasarme el día entero vestida con unos pantalones de chándal o ropa del gimnasio. Cuando no estoy trabajando, no me gusta emperifollarme. Detesto arreglarme el cabello y maquillarme, pues lo encuentro aburrido».
Comprensiva con la 'canallesca'
«Cuando eres una persona conocida, te das cuenta de que el seguimiento constante por parte de la prensa forma parte de tu trabajo. Como es natural, hay ocasiones en las que prefieres esconderte y no te gusta ese seguimiento, pero lo que diga la gente tampoco tiene importancia. Mi familia y mis amigos me conocen y saben quién soy. Yo nunca me enfado; los que escriben todas esas cosas están haciendo su trabajo. Del mismo modo que yo también hago mi trabajo».
Sus amigos de Instagram
«Me encanta Instagram, pero tampoco soy una adicta. Sigo a los amigos que tengo en Rusia, a mis amigos en Nueva York, al diseñador de Givenchy Riccardo Tisci, marcas como Prada y Miu Miu y a la modelo Chrissy Teigen, porque con ella te partes de risa».
Sin planes
«Ni siquiera sé lo que voy a hacer la semana que viene. Los de la agencia a veces me llaman a primera hora del día y me dicen que mañana tengo que volar a Los Ángeles. Llevo una vida que no me permite hacer planes de ningún tipo. Me quejo, pero el hecho es que disfruto de cada momento. No puedo imaginarme sentada en una oficina el día entero».
Enamorada de Dostoyevski
«Mi autor preferido es Dostoyevski. Creo que si viviera en 1867 me encantaría tener una cita con él. Justo acabo de empezar a leer la novela de Harper Lee Matar a un ruiseñor. Me resulta muy difícil, porque estoy leyéndola en inglés, pero me las arreglo como puedo».
Una rusa muy rusa
«Hay quien dice que no soy una persona de trato agradable. Es verdad que soy rusa y que puedo ser muy rusa, pero soy una rusa muy amigable. Soy una persona bastante amable, pero la gente a veces no se da cuenta porque soy muy directa: si me gustas, me gustas. Y si no, mejor ni te acerques a mí». T.M.
TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - Una historia de España (XLVIII),.
foto - reloj,.
Las guerras carlistas fueron tres, a lo largo del siglo XIX, y dejaron a España a punto de caramelo para una especie de cuarta guerra carlista, llevada luego más al extremo y a lo bestia, que sería la de 1936 (y también para el sucio intento de una quinta, el terrorismo de ETA del siglo XX, en el que para cierta estúpida clase de vascos y vascas, clero incluido, Santi Potros, Pakito, Josu Ternera y demás chusma asesina serían generales carlistas reencarnados). De todo eso iremos hablando cuando toque, porque de momento estamos en 1833, empezando la cosa, cuando en torno al pretendiente don Carlos se agruparon los partidarios del trono y el altar, los contrarios a la separación Iglesia-Estado, los que estaban hasta el cimbel de que los crujieran a impuestos y los que, sobre todo en el País Vasco, Navarra, Aragón y Cataluña, querían recobrar los privilegios forales suprimidos por Felipe V: el norte de España más o menos hasta Valencia, aunque las ciudades siguieron siendo liberales. El movimiento insurreccional arraigó sobre todo en el medio rural, entre pequeños propietarios arruinados y campesinos analfabetos, fáciles de llevar al huerto con el concurso del clero local, los curas de pueblo que cada domingo subían al púlpito para poner a parir a los progres de Madrid: «Hablad en vasco -decían, y no recuerdo ahora si el testimonio es de Baroja o de Unamuno-, que el castellano es la lengua de los liberales y del demonio». Con lo que pueden imaginarse la peña y el panorama. La finura ideológica. En el otro bando, cerca de la regente Cristina y de su niña Isabelita, que tantas horas de gloria privada y pública iba a darnos pronto, se situaban, en general, los políticos progresistas y liberales, los altos mandos militares, la burguesía urbana y los partidarios de la industrialización, el progreso social y la modernidad. O sea, el comercio, los sables y el dinero. Y también -nunca hay que poner todos los huevos en el mismo cesto- algunas altas jerarquías de la Iglesia católica situadas cerca de los núcleos de poder del Estado; que aunque de corazón estaban más con los de Dios, Patria y Rey, tampoco veían con buenos ojos a aquellos humildes párrocos broncos y sin afeitar: esos curas trabucaires que, sin el menor complejo, se echaban al monte con boina roja, animaban a fusilar liberales y se pasaban por el prepucio las mansas exhortaciones pastorales de sus obispos -lo que igual a ustedes les suena a reciente-. El caso es que la sublevación carlista, léase (simplificando la cosa, claro, esto no es más que un artículo de folio y medio) campo contra ciudad, fueros contra centralismo, tradición frente a modernidad, meapilas contra liberales y otros etcéteras, acabaría siendo un desparrame sanguinario a nuestro clásico estilo, donde las dos Españas, unidas en la vieja España de toda la vida, la de la violencia, la delación, el odio y la represalia infame, estallaron y ajustaron cuentas sin distinción de bandos en lo que a vileza e hijoputez se refiere, fusilándose incluso a madres, esposas e hijos de los militares enemigos; mientras que por arriba, como ocurre siempre, alrededor de don Carlos, de la regente y la futura Isabel II, unos y otros, generales y políticos con boina o sin ella, disfrazaban el mismo objetivo: hacerse con el poder y establecer un despotismo hipócrita que sometiera a los españoles a los mismos caciques de toda la vida. A los trincones y mangantes enquistados en nuestro tuétano desde que el cabo de la Nao era soldado raso. Lo expresaba muy bien Galdós en uno de sus Episodios Nacionales: «La pobre y asendereada España continuaría su desabrida historia dedicándose a cambiar de pescuezo, en los diferentes perros, los mismos dorados collares». En fin. Como lo de los carlistas fue muy importante en nuestra historia, el desarrollo de la cosa militar, Zumalacárregui, Cabrera, Espartero y compañía, lo dejaremos para otro capítulo. De momento recurramos a un escritor que también trató el asunto, Pío Baroja, que era vasco y cuya simpatía por los carlistas puede resumirse en dos citas: «El carlista es un animal de cresta colorada que habita el monte y que de vez en cuando baja al llano al grito de ¡rediós!, atacando al hombre». Y la otra: «El carlismo se cura leyendo, y el nacionalismo, viajando». Un tercer aserto vale para ambos bandos: «Europa acaba en los Pirineos». Con tales antecedentes, se comprende que en el 36 Baroja tuviera que refugiarse en Francia, huyendo de los carlistas que querían agradecerle las citas; aunque, de haber estado en zona republicana, el tiro se lo habrían pegado los otros. Detalle también muy español: como criticaba por igual a unos y a otros, era intensamente odiado por unos y por otros.
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