Terrorismo
Silvia, Esther, Ángel, Rocío... Las seis infancias robadas por Josu Ternera
fotos / Hablan
todos los familiares de las cinco niñas y el adolescente asesinados por
ETA en la casa cuartel de Zaragoza en 1987. Silvia no se separaba de
sus Pinypon, Ángel quería ser peluquero, las gemelas se
intercambiaban... "Todas las noches sueño con el atentado"
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Para recordar a Silvia y a los otros cinco menores -cuatro niñas y un adolescente- que murieron entre los escombros de la casa cuartel situada en la avenida Cataluña de Zaragoza, la Guardia Civil ha bautizado como Infancia robada la operación con la que este jueves logró detener, 32 años después, a quien se considera cerebro de aquel brutal atentado. Una masacre con 11 asesinados y 88 heridos ordenada presuntamente por el entonces miembro del Comité Ejecutivo de ETA José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea, alias Josu Ternera.
En homenaje a los seis niños que perdieron la vida en aquel bloque de viviendas al que llamaban "el pabellón", Crónica reconstruye la breve historia de sus infancias robadas. Aunque fueron más, porque en los cuatro pisos que se erguían sobre el economato del cuartel, a la altura a la que el comando Argala de ETA colocó el coche bomba, hubo también tres niños que quedaron heridos, que perdieron a sus hermanas y a sus padres, que fueron internados en un colegio para huérfanos y que aún arrastran hondas heridas.
PISO PRIMERO: LAS GEMELAS Y SU TÍO
El primer piso del bloque de viviendas era el de los Barrera-Alcaraz. En el modesto inmueble de tres habitaciones, salón-comedor, baño y cocina vivían Juan José Barrera, guardia civil granadino de 29 años; su mujer, Rosa María Alcaraz, jienense de la misma edad; sus dos hijas gemelas, Míriam y Esther, de tres años, y el hermano de la mujer, Ángel Alcaraz Martos, de 17, que se había ido a vivir con ellos porque le gustaba Zaragoza y quería estudiar peluquería.El cabeza de familia era desactivador de explosivos. Su niñez había transcurrido en el País Vasco, donde estaba destinado su padre, y con 12 años presenció su primer atentado. Desde Zaragoza él también hacía incursiones en "el norte", mientras Rosa María criaba a las pequeñas y se sacaba un dinero extra cosiendo bolsas de deporte. Había que alimentar cinco bocas y el sueldo de guardia civil no daba para mucho.
A Zaragoza habían llegado cinco años atrás.
"El día anterior fue normal", recuerda emocionada Rosa María. "Recogí a las niñas de la guardería, que estaba cerca del cuartel. Les di la merienda, jugamos un poco y hablamos sobre las navidades, que estaban cerca. [Era 11 de diciembre]. Íbamos a bajar a Jaén a ver a los abuelos y a los tíos, y estaban tan contentas...".
"Un juez me lo comentó", cuenta el padre. "Me dijo que uno de los terroristas declaró que se fijaron en que había ropa de niña tendida en un balcón y que por eso pusieron la bomba ahí. Ese balcón era el nuestro, justo encima del economato".
Como a las otras tres familias del bloque, el atentado los pilló durmiendo. Las pequeñas, en su cuarto, juntas, cerca del dichoso balcón.
"A nosotros la bomba nos volteó", recuerda Juan José. "Nos quedamos uno encima del otro en la cama, mi mujer encima de mí. Nos salvó una viga que cayó de algún piso superior y se quedó cruzada de lado a lado de la habitación, de forma que los escombros cayeron encima de la viga. Eso nos salvó. Nos quedamos casi 45 minutos enterrados. Escuchábamos todo desde abajo. No nos podíamos mover... Yo entonces ya sabía dónde estaban mis hijas y mi cuñado. Yo entonces ya supe lo que había pasado".
Los rescataron de allí en ropa interior. Les pusieron un pijama. Juan José fue quien tuvo que acudir al hospital militar a identificar a sus pequeñas. Sus rostros estaban desfigurados.
Esther y Míriam eran gemelas, muy gemelas. A sus padres les costaba distinguirlas. Sólo se diferenciaban por un lunar en la pierna. "Cuando una se ponía mala, se ponía mala la otra. Si le empezabas a hacer coletas a una, la otra también quería coletas... Nos tomaban el pelo haciéndose pasar la una por la otra", recuerda su madre. "Les encantaba jugar con muñecas... Todavía tengo una muñeca suya que un compañero recogió del piso tras el atentado". El silencio de Rosa María es largo. Sólo lo corta un pequeño sollozo.
¿Y Ángel, el estudiante de peluquería? ¿Un chico de 17 años, con toda la vida por delante? "Mi hermano era muy divertido", dice ella. "Introvertido, cariñoso al máximo, feliz, bromista... Hacía lo que quería...".
Juan José siguió como guardia civil hasta que en 2015, tras dos infartos, se jubiló. Ambos tienen ahora 61 años. Nunca lo han superado, dicen, pero se vieron obligados a seguir adelante. Tuvieron otras dos hijas, que les han dado dos razones para vivir. Sara nació un año después de la tragedia, en 1988. Lorena, en 1991. Hasta hace dos décadas, ambas creían que las dos niñas que salían en la foto que presidía el salón de su casa eran ellas de pequeñas, hasta que un día encontraron cartas y documentos con los nombres de Míriam y Esther y sus padres acabaron explicándoles la verdad.
"Vivimos porque hay que vivir", dice él, "pero esto no se supera nunca".
Hace siete días, Míriam y Esther habrían cumplido 35 años.
PISO SEGUNDO: ROCÍO, BAILARINA DE JOTAS
La tragedia que se desarrolló en el segundo piso del cuartel la cuenta desde Córdoba Emilio José Capilla Franco. Él fue el único miembro de su familia que sobrevivió. Lo encontraron muy quieto, agarrado a una baldosa, y lo rescataron.Entonces Emilio José tenía nueve años, y con esa edad vio cómo la casa se le venía abajo y se quedaba solo, porque allí murieron sus padres, Emilio y María Dolores, y su hermana pequeña, Rocío, de 12 años.
Ahora esboza una sonrisa al hablar de su hermana. "Rocío era una niña normal y corriente... ¡Era mejor estudiante que yo! Los dos íbamos al colegio Don Bosco. Ella jugaba al balonmano y además los dos estábamos apuntados a una academia de jotas ... Jugábamos a las chapas, a la comba... Yo me metía con ella porque le gustaban mucho los Hombres G... Yo la llamaba "tata"".
Apenas llevaban un año en el cuartel y se lo pasaban bien. Aunque su padre quería trasladarse a vivir fuera, "consciente de que los cuarteles eran objetivo de ETA". No les dio tiempo.
Así evoca aquella mañana:
"Mi padre había llegado de trabajar en el servicio fiscal del aeropuerto de Zaragoza como a las 10 y media de la noche... Eran las seis de la mañana, estábamos durmiendo... De repente estoy enterrado, los ojos se me llenan de tierra, intento sacudirme y estoy atascado por las piedras. Pero consigo salir... Luego fui andando por los escombros, no sabía dónde estaba... Me contaron que un policía o un bombero me vio y le dio una crisis nerviosa. Yo oía gritos, veía manos saliendo de la tierra... Busco a mis padres y a mi hermana, los llamo, pero nada... La policía me recoge... En el hospital me hacen una radiografía y me curan los arañazos que tengo en el cuello, los cortes en las manos y en los pies... Todo lesiones leves".
"Ese mismo día, con unos tíos míos que vivían en Zaragoza, fui de hospital en hospital para ver qué se sabía de ellos. Nadie nos decía nada. A las tres de la tarde lo vi en las noticias". Los tres habían muerto.
Su siguiente destino fue el colegio de huérfanos de la Guardia Civil en Madrid. Allí pasó 10 años. Como todos tenían historias parecidas, no era el raro, cuenta. Estuvo a punto de seguir los pasos de su padre, pero empezó a llamarle la soldadura y se apuntó a la FP.
"Me hice autónomo, me compré un olivar... Pero tengo muchos problemas de espalda que nunca me han querido reconocer que sean a causa del atentado y tuve que dejarlo. Ahora me he hecho camionero y conduzco un tráiler".
"Tiras para delante, aunque no lo superas nunca. Los echas de menos cada vez que pasa algo, cuando te casas, cuando nació mi hija... Los echas de menos".
PISO TERCERO: LA REINA DE LA CASA
En el tercer piso del bloque, el sargento José Julián Pino Arriero, que trabajaba en el aeropuerto, y su mujer, María del Carmen Fernández Muñoz, criaban a tres niños. José María, de 13 años, era el mayor. Después estaban Víctor, de 11, y Silvia, la pequeña de la casa. "Presumidilla, siempre con sus vestidos", relata el primogénito. Y con sus Pinypon.Sólo los dos chicos sobrevivieron a la masacre que, según las fuerzas antiterroristas, ordenó Josu Ternera.
"Estábamos durmiendo. Yo compartía habitación con mi hermano", recuerda hoy José María. "Nos despertó la explosión del coche bomba. Abrimos los ojos y estaba todo caído, destrozado, la casa nuestra ya no existía. Mi cama estaba partida en dos. Mi hermano y yo nos salvamos porque nos quedamos colgando de un metro que no se vino abajo. No sé cómo no nos caímos para abajo... Al principio no veía nada. Al caerse el cuartel subió una polvareda tremenda. Cuando pudimos ver, miramos para arriba y no había nada. No había techo, sólo cielo. Todo se había derrumbado".
"No podíamos salir. Oíamos los chillidos de la gente, los lloros... Mi hermano se movía y yo le decía que no se moviera, que se iba a caer. Yo no me di ni cuenta de que tenía una pierna rota... Ya entonces supe que nuestros padres y nuestra hermana no podían estar vivos".
"Recuerdo la lluvia, porque llovía mientras estábamos allí. Recuerdo el olor a los explosivos... Los sonidos de sirenas, los gritos...".
"En el hospital perdí el conocimiento. Me acuerdo de estar en la habitación del hospital con mi hermano al lado y que venían a vernos compañeros, profesores de clase... Como mis padres no se asomaban por allí, más claro, agua".
"Mi madre era muy buena, yo me llevaba muy bien con ella... Y trabajaba mucho. Como allí había una residencia de estudiantes que se preparaban para entrar en la Academia General Militar y la mayoría no sabían hacer nada de las cosas de casa, ella se sacaba un dinero lavándoles y planchándoles la ropa, cosiéndoles botones...".
Su vida después fue dura. Los dos hermanos fueron internados en el colegio de huérfanos de la Guardia Civil. Ya no están en el cuerpo, pero se hicieron guardias civiles; no por el atentado, precisa José María, sino por una vocación que ya sentían antes. Según cuenta, ninguno de los dos se ha librado de la pesadilla que vivieron aquel diciembre de 1987.
"Han pasado 32 años y yo sigo con tratamiento psicológico y psiquiátrico. Me han diagnosticado estrés postraumático crónico. Es para toda la vida. Aquello me cambió; yo era un niño súper feliz, súper contento. Lo que vi no me lo quito de la cabeza. Muchas noches no duermo. Cuando duermo sueño con el atentado y durante el día tengo recuerdos, flashbacks... Leo un libro y no me concentro".
"No me gusta ir a lugares donde hay muchas personas. Cuando voy a la compra con mi mujer, me quedo en el coche. Me agobio, estoy en una actitud de hipervigilancia constante, pensando que nos va a pasar algo, que nos van a atacar. No tengo amigos, más allá de mi hermano, mi mujer y la familia de mi mujer. Y mi hermano está igual. Tomo ansiolíticos, antidepresivos, pastillas para dormir".
"Han pasado 32 años desde que vi la barbarie y lo sigo teniendo metido en la cabeza".
El jueves, cuando arrestaron a Josu Ternera, fue un buen día para José María Pino. "Nunca es tarde si la dicha es buena, que se dice. Pero espero que no sea otro caso Bolinaga y le suelten porque está malo...".
PISO CUARTO: LAS PINTURAS DE SILVIA
Llegamos al último piso. Bajo el tejado dormía la familia formada por el cabo primero José Ignacio Ballarín Cazaña; su esposa, Teresa Gay Escribano, y la hija de ambos, que también se llamaba Silvia. Aquella mañana sólo la madre se salvó de la muerte. Cada 21 de julio desde entonces, Pilar, la hermana de José Ignacio, recuerda el cumpleaños de la pequeña. Entonces tenía seis años.En Zaragoza llevaban apenas un mes. La niña había nacido en la ciudad "por capricho", porque los dos padres eran de allí, aunque en el momento de su nacimiento él estaba destinado en Madrid. Pilar recuerda a José Ignacio como un "hombre muy bueno", "una hermanita de la caridad pero en guardia civil". Tenía 31 años, llevaba 10 en el cuerpo y era "muy listo". Fue de los primeros de su promoción, cuenta. Había empezado Farmacia, estaba sopesando estudiar Químicas... "No quería perder comba. Quería ascender".
"Mi hermano acababa de salir de un servicio de 48 horas en el cuartel del Carmen, que es donde trabajaba en las oficinas, y era la primera noche que dormía en casa. Y fíjate...". Silencio.
Teresa resultó herida de una pierna. Se quedó bajo el cielo raso. "Es difícil de explicar cómo lo ha pasado. A mí me resulta difícil; imagínate a una madre y esposa. Hay que aprender a vivir de alguna manera. Pero uno no se acostumbra nunca".
"Yo he sentido odio, que no te deja vivir; rabia, que te hace ser menos buena persona... Pero es que esto no fue una muerte fortuita, que te genera pena y tristeza, sino que fue una decisión de alguien. Todavía siento odio".
En su habitación del cuarto piso del 'pabellón' murió la pequeña Silvia Ballarín. Bajo el techo derrumbado. Y era tan dulce, tan divertida. "Le gustaba mucho pintar y con su padre jugaba mucho... Un día antes su abuela la había ido a buscar al colegio y la niña se había ilusionado mucho. Era muy cariñosa".
Fue Pilar quien una semana después de perder a su hermano y a su sobrina acudió al colegio a recoger la cartera escolar de la niña. Con sus pinturas, sus lápices, sus cuadernos. "Los dibujos de casitas y de niños de una niña de seis años".
"Que esto se recuerde, que no se olvide. Fue una catástrofe y siempre la llevamos dentro".
Silvia, su sobrina pintora, tendría hoy 37 años.
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