domingo, 22 de junio de 2014

ENTREVISTA, James Fallon: "¡El mal está dentro de mí!"/ A FONDO, LOS GUARDAESPALDAS, CUENTAN LOS SECRETOS DEL JEFE,.


Según Fallon, Clinton era un psicópata 'light'. James Fallon era uno de los neurólogos más prestigiosos del mundo. Su especialidad: el comportamiento psicópata. Profesor de neurociencia ...-fotos
 
Entrevista

James Fallon: "¡El mal está dentro de mí!"

James Fallon era uno de los neurólogos más prestigiosos del mundo. Su especialidad: el comportamiento psicópata. Profesor de neurociencia, llevaba veinte años analizando cómo funciona el cerebro de los asesinos, hasta que un día... hizo un descubrimiento escalofriante. Esta es su historia.
Tengo el cerebro de un psicópata. Y los genes de un psicópata. Y una historia familiar llena de psicópatas. Pero, a pesar de todo, soy inofensivo», asegura James Fallon, neurocientífico de la Universidad de California en Irvine (Estados Unidos). La vida de este científico, asesor del Pentágono y auténtica referencia en el estudio de la mente criminal, cambió hace nueve años, cuando un colega le pidió que examinara los escáneres cerebrales de varios asesinos en serie condenados. Para ello le enviaron una montaña de escáneres de criminales, que iban mezclados con otros de gente sin historial delictivo. Lo que tenía que hacer era diferenciar las personas normales de los asesinos solo a partir de esas imágenes. Uno de los escáneres presentaba con claridad todos los rasgos de un asesino psicópata. «Como se imaginarán, ese escáner era el mío».
XLSemanal. ¿Le impactó su descubrimiento?
James Fallon. Al principio, me pareció divertido y me reí mucho con el técnico del laboratorio, que me conocía desde hacía años. Yo era un científico inofensivo y nunca había cometido un asesinato. Así que me dije: «No, no puede ser; mi teoría es absurda o mis colegas me han colado un escáner falso para gastarme una broma». Y seguí con el trabajo como si nada. En aquella época tenía otra prioridad: me dedicaba a investigar el alzhéimer.
XL. ¿Cuándo volvió a acordarse del tema?
J.F. Meses después, durante una barbacoa aquí en el jardín de casa, le hablé del asunto a mi madre. Se rio y me dijo que en la familia de mi padre había habido siete asesinos. Una de ellas fue Lizzie Borden, que mató a su padre y a su madrastra con un hacha y luego los descuartizó en 40 trozos. Aquello me dio que pensar.
XL. ¿Por qué se rio su madre?
J.F. Porque era algo que podía achacarle a la familia de mi padre... y porque me conoce y sabe que soy buena persona.
XL. ¿Qué es un psicópata para la ciencia?
J.F. La psicopatía es un trastorno de la personalidad. A grandes rasgos, podríamos decir que los psicópatas son personas incapaces de amar. Muy manipuladores y unos mentirosos geniales. Pueden ser increíblemente encantadores y se mantienen extremadamente fríos en situaciones de estrés. Son impulsivos, no conocen la culpa y no se arrepienten de sus actos. Hay un cuestionario, la llamada 'lista de verificación de Hare', que valora estos aspectos dentro del contexto biográfico del paciente. La puntuación máxima es 40. Con 40 se es un psicópata de manual. Además, también se distingue entre psicópatas primarios y secundarios.
XL. ¿Qué es un psicópata primario?
J.F. El que nace así. Es un arma cargada que puede dispararse en cualquier momento. No necesita influencias externas negativas. Una persona así no siente ninguna empatía por los demás. De niños ya suelen presentar unos patrones de conducta distintivos.
XL. Son bombas de relojería activadas...
J.F. Sí, pero no siempre acaban siendo asesinos. Si no sufren malos tratos durante la infancia, existe una pequeña posibilidad de que crezcan y evolucionen de forma normal.
XL. ¿Y usted?
J.F. Estoy en torno a 20 puntos. Estoy en el límite, soy un psicópata secundario. Los secundarios llevamos los genes que nos hacen psicópatas, pero, a diferencia de los primarios, necesitamos obligatoriamente un factor desencadenante para convertirnos en asesinos. Haber recibido palizas de niño es uno de ellos, pero también, por ejemplo, sufrir acoso en el colegio.
XL. ¿La psicopatía es una cuestión genética?
J.F. Hay genes que llevan asociada una tendencia a la agresividad, a la violencia y a tener una baja capacidad de empatía emocional. Es más habitual que estén presentes en los hombres, ya que, por lo general, van vinculados al cromosoma Y. Estos genes cargan el arma, pero el gatillo es el entorno, y lo es desde la misma infancia. Hay indicios muy claros que apuntan a que los malos tratos en los primeros años de vida son determinantes. Nunca ha llegado a mis manos el caso de un psicópata secundario en el que no haya sido así.
XL. Entonces, ¿usted no se ha convertido en un asesino porque sus padres jamás le pegaron?
J.F. Estoy convencido. Si en mi infancia no hubiese recibido un trato tan bueno por parte de mis padres y de mi entorno, difícilmente habría llegado a la adolescencia. Me habría suicidado o habría acabado matando a alguien.
XL. ¿Su esposa nunca ha tenido miedo de usted?
J.F. No. Pero mi hijo dice que a veces no sabía cómo iba a reaccionar con él. Puedo enfadarme terriblemente y, si lo hago, llego a dar miedo de verdad. Soy un hombre corpulento, fuerte. Diane también dice que conoce el lado oscuro de mi carácter.
XL. ¿Cómo es ese lado oscuro? Parece usted un hombre muy amigable...
J.F. No se dejen engañar. Algunas cosas me las llevaré a la tumba... Soy encantador y sé cómo ganarme a la gente. Los demás se sienten vinculados a mí, pero a mí ellos me dan igual. Cuando terminemos esta conversación, me olvidaré de ustedes. De quien no me olvido nunca es de la gente que me lleva la contraria.
XL. ¿Qué quiere decir con eso?
J.F. Me gusta vengarme. Eso es algo totalmente psicopático. Puedo esperar durante años. Si alguien me pone furioso, no reacciono en ese mismo instante, pero me la guardo y, llegado el momento, respondo con una eficacia quirúrgica. Algunas personas han perdido su trabajo por mi culpa.
XL. Ahora sí que me parece usted una persona fría y peligrosa. ¿Qué otros rasgos malvados tiene?
J.F. Mi incapacidad para sentirme emocionalmente vinculado a otras personas. Mi mundo, en lo que a los sentimientos se refiere, está congelado.
XL. ¿Es capaz de amar?
J.F. Creo, sé, que amo a Diane. Pero nunca he estado vinculado emocionalmente a ella de verdad, igual que me ocurre con todos los demás. Ella me fascina, tenemos objetivos y valores comunes, pero nunca la he entendido. Creo que no la amo de la misma manera en que ella me ama.
XL. ¿Qué siente por su hijo y sus dos hijas?
J.F. Al principio eran como juguetes. Más tarde, cuando se hicieron mayores, se convirtieron en mis amigos. Pero nunca he tenido hacia ellos los sentimientos que tienen los padres normales hacia sus hijos. Siempre he estado dispuesto a pasar una noche de fiesta con ellos en un bar. Y lo que más les frustraba es que en el bar podía tener una conversación igual de cálida con cualquier desconocido que con ellos. No los trato mal, pero tampoco trato nunca a nadie especialmente bien.
XL. Sin embargo, tiene usted muchos amigos. ¿Qué es lo que le gusta a la gente de usted?
J.F. Que siempre pasa algo cuando están conmigo. Se lo pasan bien. No me comporto como se espera que lo haga un profesor de universidad. Se supone que a mi edad ya no bailas subido a una mesa, en el sentido literal, y yo sí lo hago. Pero esto también tiene un lado peligroso. Seamos sinceros: la gente quiere que los demás se porten mal y que hagan lo que ellos no se atreven a hacer. Lo que yo hago es crear un entorno en el que se sientan bien y en el que puedan sentirse totalmente desinhibidos.
XL. ¿Cómo es cuando se sienta a solas en el sofá por la noche?
J.F. Vuelvo a mi mundo ultracongelado, incluso dejo de comer y de beber. El alcohol me ayuda a sentir más cerca a la gente, pero en el fondo me dan igual. Nunca quedaría a solas con una persona, eso no me motiva. Necesito más público, subirme al centro del escenario.
XL. ¿Echa de menos sentir empatía?
J.F. Es difícil decirlo. Sí que me gustaría compartir sentimientos con otras personas, pero quizá durante un día. Las emociones solo te hacen débil.
XL. ¿Ha llorado alguna vez?
J.F. No muy a menudo. Pero hay una cosa curiosa: cuando veo a un niño con discapacidad intelectual, me pongo a llorar. No lo puedo controlar. Es la emoción más intensa que experimento.
XL. ¿De dónde le viene esa sensibilidad?
J.F. Lo he hablado con un psicólogo. Él cree que se trata de una respuesta condicionada. Cuando era joven, trabajaba repartiendo medicinas en la farmacia de mi padre y conocí a muchos niños con discapacidad intelectual. Es probable que en aquella época todavía tuviera algo más de capacidad emocional que ahora.
XL. ¿Ha cambiado su forma de actuar desde que es consciente de la particularidad de su cerebro?
J.F. Lo estoy intentando. Ahora, me comporto como mi entorno esperaría que lo hiciera una persona normal.
XL. ¿Qué significa eso exactamente?
J.F. Hago como si me interesara por los demás y me preocupara, pero no es más que una actuación.
XL. ¿Y su familia se conforma?
J.F. Sí, me ha sorprendido mucho, pero sí. Parecen aceptar que, al menos, haga el esfuerzo. Sigo siendo bueno entreteniendo a los demás, pero antes no habría tenido el menor problema en dejar a alguien colgado y ya no lo hago. Y todo el mundo parece estar tan contento.
XL. Partiendo de su experiencia, ¿diría que los psicópatas pueden cambiar? ¿Pueden aprender a tener sentimientos?
J.F. No se nos puede curar, eso es seguro. Que un tipo malo pueda cambiar solamente se lo creen las jovencitas inocentes, las que quieren casarse con un delincuente y convertirlo en una buena persona. ¡Venga ya! Es una chorrada.
XL. Así que no cree que, por ejemplo, se pueda curar a un agresor sexual.
J.F. Puedes cortarle los huevos y neutralizar parte de su cerebro. Desde mi punto de vista, es lo único que serviría de algo frente a un depredador sexual.
XL. Es una medida brutal e inaplicable. ¿Por qué no cree que la psicoterapia pueda funcionar?
J.F. No creo que se puedan cambiar sentimientos básicos de ninguna persona. Evidentemente, la pena de muerte tampoco es la solución. Pero estoy en contra de que estos tipos salgan en libertad al terminar sus condenas. Habría que mandarlos a algún sitio donde necesitaran utilizar todas sus energías para sobrevivir. Los tipos realmente peligrosos son irrecuperables.
XL. ¿Un psicópata violento tiene libre albedrío?
J.F. Yo diría que no, porque no es capaz de contenerse. El mal aflora de forma inevitable.
XL. Así que solo nos queda la prevención: diagnosticar a los psicópatas lo antes posible.
J.F. Cierto. Pero desgraciadamente no ocurre así. Habría que hacer un gran esfuerzo, pero esos tipos causan tanto daño que sería rentable.
XL. ¿Habría que hacerles un escáner a todos los niños como medida preventiva?
J.F. No, no me gusta la idea. Imagínese las consecuencias que tendría identificar a un niño como psicópata. Todo el mundo lo odiaría y le tendría miedo.
XL. ¿Cuáles serían las medidas adecuadas?
J.F. Bastaría con tener enfermeras y médicos formados en este campo, que fuesen capaces de reconocer las señales; por ejemplo, si un niño te mira con total frialdad, como si no estuvieras ahí. Si confirmáramos la existencia de esa predisposición, tendríamos que encargarnos de que los niños no sufriesen malos tratos en casa ni que fuesen objeto de acoso. De esa forma impediríamos que llegaran a convertirse en psicópatas de verdad.
XL. ¿Por qué reconoció abiertamente que es un psicópata?
J.F. Fue un descuido. Un colega me preguntó si me apetecía dar una de las charlas TED Talks que organiza, que es como grabar una clase en vídeo. La propuesta le encantó a mi cerebro psicópata, porque resultaba muy halagadora. En realidad se suponía que tenía que hablar de las células madre, pero me pareció un tema aburrido y hablé de mis escáneres cerebrales. Más tarde me llamó un colega y me dijo: «Oye, tu vídeo está en YouTube, y ya va por más de 30.000 visitas». No hay que extrañarse; el vídeo se titulaba Investigando la mente de un asesino.

Psicópatas de manual, según Fallon
-De película: «Cuando se menciona la palabra 'psicópata', muchos piensan en Anibal Lecter, el brutal asesino de El silencio de los corderos. Pero en realidad solo unos pocos son así. Para alcanzar ese nivel de psicopatía, hay que tener 40 puntos de 40 en la escala Hare, que es la que mide el trastorno. Estas personas nacen así. Son un arma cargada que puede dispararse en cualquier momento sin necesidad de influencias externas negativas. No sienten empatía por los demás».
-De la Casa Blanca: «En EE.UU. hemos tenido presidentes maravillosos que eran psicópatas. Bill Clinton es algo así como el santo patrón de los psicópatas light. Dios lo bendiga. Todos los presidentes menos Obama se han sometido a la lista Hare, que mide el índice de psicopatía. Los psicópatas son unos líderes estupendos: no sienten miedo y toman decisiones sin ninguna emoción. El presidente con los rasgos más marcados fue Theodore Roosevelt. El número dos, JFK; el número tres, Franklin D. Roosevelt; y el cuarto, Clinton».

-De Wall Street: «Los psicópatas también tienen un lado positivo. Según un estudio, son muy buenos tomando decisiones económicas. ¿A qué se debe eso? A que no sienten la interferencia de las emociones. Les da igual lo que les diga el corazón, solo ven los datos. Así que Wall Street es un buen sitio para los psicópatas».
Qué aspecto tiene el cerebro de un psicópata
-El cerebro de una persona con rasgos psicopáticos carece de actividad en la zona de los lóbulos frontal y temporal, que son las regiones responsables de la empatía y el autocontrol. Eso implica que estas personas no son capaces de razonar moralmente ni de controlar sus impulsos. Las regiones encargadas del estrés y de la emoción aparecen igualmente inactivas. Eso conduce a un comportamiento insensible.

Bill Whitfield y Javon Beard, los guardaespaldas de Michael Jackson hasta 2009. TÍTULO:  A FONDO, LOS GUARDAESPALDAS, CUENTAN LOS SECRETOS DEL JEFE,.


Los tres últimos años de su vida, Michael Jackson era un recluso. el cantante vivía solo en las vegas, con sus tres hijos, la cuidadora de los ...-foto,.
 
A fondo

Los guardaespaldas cuentan los secretos del jefe, foto,.

Javon Beard - XL Semanal
Encerrado con sus hijos y el personal de servicio en su mansión de Las Vegas, los únicos hombres en quienes Michael Jackson confiaba antes de morir, en 2009, eran sus dos guardaespaldas. En esta entrevista revelan cómo era la vida de la estrella. Desde sus amantes, hasta la relación con su familia. ü
Los tres últimos años de su vida, Michael Jackson era un recluso. el cantante vivía solo en las vegas, con sus tres hijos, la cuidadora de los niños y los agentes de seguridad Bill Whitfield y Javon Beard.
El padre de Jackson: un matón
Bill. Lo que volvía paranoico al señor Jackson era el sentirse desprotegido ante su propio círculo. Nos quería a su lado para esconder sus movimientos a sus abogados y representantes. Éramos el dique de contención entre él y su familia. Ningún familiar estaba autorizado a cruzar la entrada principal sin previo aviso, a excepción de la señora Jackson, su madre. Todos los demás tenían que concertar una cita. La situación era muy delicada.
Constantemente se acercaban admiradores a echar un ojo a la mansión. Cierto día vimos que un PT Cruiser pasaba frente a la casa varias veces. Nos chocó. Al día siguiente, el mismo PT Cruiser se detuvo en la entrada. Fui a ver quién era. Era el padre del señor Jackson: Joe Jackson. Un tipo de aspecto peligroso. Yo no hacía más que decirme: «Maldita sea, este es el fulano que zurraba a los cinco chavales de los Jackson Five».
Le pregunté:
-«¿Cómo está usted, señor?».
El hombre me miró tras la verja con esos ojos desagradables suyos y dijo:
-«Tiene usted la pinta de ser uno de esos que ayuda a mi hijo a chutarse drogas por la vena».
No respondí. «Vengo a ver a Michael», dijo.
Entré en la casa para avisar al señor Jackson. Oía música a todo volumen.
-«Señor, su padre está fuera», dije.
-«¿Tiene cita? ¿Está en la agenda del día?».
-«Me temo que no, señor».
-«Pues no hay visita que valga. Estoy trabajando, que concierte una cita», afirmó concluyente.
Me puso en un brete. Fui andando hasta la verja. «Maldita sea, pensaba, ¿y ahora cómo le digo a este hombre que necesita cita para hablar con su hijo...?».
Le dije que el señor Jackson estaba ocupado, que si no le importaba volver al día siguiente. Le tendí la tarjeta con mi número. Se negó a cogerla. «¡No necesito su maldito teléfono! ¡De no haber sido por mí, ningún cabrón como usted tendría trabajo! ¡Yo puse en marcha toda esta mierda!».
La fiesta de Elizabeth Taylor
Bill: El señor Jackson y Elizabeth Taylor eran amigos. Ella iba a celebrar su 75 cumpleaños por todo lo alto. El señor Jackson iba a acudir a la fiesta.
Javon: Lo primero que hizo fue llamar a Roberto Cavalli, el diseñador, para que le hiciera un traje. Cavalli se embarcó en el primer vuelo hasta aquí. También hizo venir a su peluquero y a su maquilladora. Estaba tomándose el asunto muy en serio.
Bill: Llegó el día de la fiesta, y durante toda la jornada estuvo de muy buen humor. De un buen humor contagioso. Nos disponíamos a salir, pero el señor Jackson estaba tardando una eternidad en arreglarse. Seguíamos a la espera, cuando de repente, ¡BUM!, un ruido de mil demonios. Me giré y vi que un Mercedes se había lanzado a toda velocidad contra el portón y había entrado en el recinto. Eché mano a la pistola y corrí hacia el vehículo.
Javon: Nuestro jefe estaba saliendo por la puerta del garaje en ese momento. «¡Señor Jackson! ¡No!», grité. Lo metí en la casa a empujones. Estaba alterado y no hacía más que preguntar: «¿Qué es lo que pasa? ¿Cuál es el problema?».
Bill: Saqué la pistola y encañoné al conductor. Me quedé helado. «Joder me dije. Es su hermano. Randy Jackson». Randy entreabrió la ventanilla y gritó: «¡Deje de apuntarme o llamo a la prensa!».
¿La prensa? Eso era lo último que quería el jefe. Me acerqué y dije: «Señor Jackson, no puede hacer esto».«Vengo a ver a mi hermano», respondió.
Javon: Se puso a chillar como un descosido, repitiendo que le debían dinero y que no iba a marcharse sin el dinero. «¡Michael me debe una pasta! ¡Quiero el puto dinero!».
Bill: Le pedí que habláramos de forma civilizada. Se negó. La situación era complicada. Dejé a Javon vigilando a Randy y entré en la casa para hablar con el señor Jackson. «Su hermano Randy ha entrado en el recinto por las bravas. Dice que no se marchará sin haber hablado con usted».El señor Jackson torció el gesto. «Se las arreglará para seguirnos hasta la fiesta de Liz y montará un escándalo de los gordos; Liz no se merece una cosa así».
El señor Jackson siguió sentado en silencio, suspiró y dijo: «Bueno. Yo me voy a la cama». Subió al piso de arriba, cerró la puerta y no volvió a salir.
Javon: Después de este episodio, el señor Jackson no salió de la casa durante tres días seguidos. No le oímos decir una sola palabra. No oímos que llamara a nadie... Nada. Sencillamente se aisló.
Las extrañas enfermedades
Bill: Una semana después, su familia se reunió al completo a la una de noche. Estaban todos, a excepción de Randy y de Marlon. Tuve la impresión de estar contemplando una especie de reunión de los Jackson Five. Fui a la entrada y les pregunté a qué venían a esa hora de la noche. «Hemos oído que nuestro hermano está enfermo».
Les dije que el señor Jackson no estaba mal de salud. Me respondieron que querían verlo y que no iban a marcharse. Estaba en un aprieto. El señor Jackson nos había dado órdenes de no molestarlo. Volví a la casa, llamé al timbre y esperé a que el señor Jackson bajara. Le dije: «Señor, su familia se ha presentado. Insisten en verlo». Se llevó un disgusto. «Dígales que estoy perfectamente». «Señor, no van a marcharse hasta verlo a usted», le respondí.
Guardó silencio y dijo: «De acuerdo, hablaré con ellos. Pero no quiero que entren en casa». «Puedo hacer que vayan al camión del equipo de seguridad dije. Allí podrá hablar con ellos». «Muy bien. Pero solo voy a hablar con mis hermanos». Fui a la puerta y anuncié: «El señor Jackson solo quiere ver a sus hermanos». «¿Y yo qué?», dijo alguien situado al final del grupo. Al principio no vi de quién se trataba. Hasta que me di cuenta de que era Janet.
Me entraron ganas de gritar: «¡Vaya! ¡Janet Jackson!». Pero me contuve y dije: «Lo siento, señora. Usted, no». Los hermanos dieron un paso al frente. Los acompañé hasta el interior del camión. El señor Jackson y ellos estuvieron dentro 20 minutos. No tengo ni idea de qué hablaron.
Javon: Más tarde nos enteramos de que habían venido porque les había llegado el rumor de que su hermano estaba enfermo, pero quienes estaban malos eran sus hijos. Habían pillado un resfriado. El señor Jackson los acompañó a la consulta del médico a última hora de la tarde, cuando se suponía que estaba cerrada. La recepcionista de la consulta filtró la noticia de que Michael Jackson había ido a ver al médico, y la familia se enteró y se sintió escamada. Bill: Ese era el problema de ser Michael Jackson. El simple hecho de llevar a los hijos al médico requería planificación. Bastaba con una filtración y el bulo empezaba a correr.
Las fiestas para sus hijos
Bill: Cuando celebraba una fiesta de cumpleaños de los niños, el señor Jackson nos entregaba un listado con todo lo que quería. «A ver. Quiero un payaso. Un mago. Una máquina de palomitas. Otra de hilar azúcar. Un castillo hinchable». Sus instrucciones eran muy específicas. «Quiero que el payaso sepa hacer globos con formas de animalitos».
Javon: Siempre hacíamos lo mismo. Cerrábamos una juguetería para que los niños pudieran hacer sus compras sin ser molestados. Cuando los niños volvían, se llevaban la gran sorpresa: les habíamos conseguido el mago, el payaso, la máquina de azúcar hilado...
Bill: A esas fiestas no venían invitados; no había otros niños. Solo los payasos, el señor Jackson... Los niños no tenían amiguitos. Recuerdo que un día pasamos en coche frente a una escuela. Era la hora del patio. Paris y los dos niños tenían los rostros pegados a las ventanillas. Miraba a los otros chavales con fascinación.
Javon: A veces sentías lástima al ver lo aislados que estaban, pero eran felices. Cuando el señor Jackson tenía que salir y dejar a los niños en casa, cada uno de ellos se despedía diciéndole: «Te quiero, papá». Y él respondía: «Y yo te quiero más todavía». Era un pequeño ritual que compartían. Y cuando él volvía a casa, los tres salían a recibirlo gritando: «¡Papá! ¡Papá...!».
Bill: Los cuatro formaban una especie de pequeña unidad. No tenían a otras personas en el mundo.
Su 'amiga' desconocida
Bill: Una vez, el señor Jackson me dijo que una amiga iba a visitarlo. El se refería a ella como la 'amiga'. Le pregunté: «¿Tengo que comprobar su historial por seguridad?».«No, no, con ella no hay problema», respondió. Fuimos a recogerla al aeropuerto. Tenía acento de Europa del Este.
Javon: Era hermosísima. Mientras volvíamos del aeropuerto, echó mano al móvil, llamó al señor Jackson y dijo: «Ya estoy aquí. Tus hombres me están llevando al hotel». Estaba claro que se trataba de alguien importante. Nadie más tenía el número del señor Jackson. Hicimos que se registrara en el hotel.
Bill: La 'amiga' llevaría unos dos días en la ciudad cuando el señor Jackson fue a verla bien entrada la noche. Entrábamos de tapadillo por la salida de emergencia y lo acompañaba hasta la habitación donde estaba alojada esta mujer. La primera vez que lo acompañé, estuvo con ella unas cuatro horas. Siempre se las arreglaba para estar de vuelta en casa a la hora del desayuno de los niños. La 'amiga' estuvo en la ciudad una semana.
Javon: Fue la primera en visitarlo. La segunda fue una mujer a la que él denominaba 'flor'. Todos los desplazamientos los hacíamos en secreto.
Bill: Me quedé con la impresión de que 'flor' no le atraía tanto como la 'amiga'. Cuando ella venía, el señor Jackson nos hacía comprarle regalos de los buenos; un día me ordenó ir a Tiffanys para que grabaran su nombre en una pieza. Se cogían de la mano, y en el coche se abrazaban, se besaban...
El funeral, como en hollywood
Bill: Tras su fallecimiento recibí una llamada. Una mujer lloraba al otro extremo «Bill, soy Joanna», dijo. ¿Joanna? Yo no conocía a ninguna Joanna.
-«Bill, soy yo me dijo. Soy la 'amiga'».
-«Ah. La 'amiga'. Hola, ¿cómo se encuentra?», pregunté.
La mujer seguía llorando. «Bill, tengo que ver a Michael. Tengo que decirle adiós. Ayúdeme, Bill...».
La mujer no sabía cómo decir 'servicio fúnebre'. Todo el rato usaba la palabra 'show'. «Bill, tengo que ir al show», decía. Pero no había forma de colarla. El señor Jackson la había mantenido en secreto. No sabía qué hacer. Le dije que ya la llamaría más tarde.
Javon: Yo no quería ir al sepelio. No soportaba ver a todos aquellos famosos fingiendo ser sus mejores amigos. Pura comedia. Entonces, Bill me llamó y me contó lo de la 'amiga'. Le dije: «Bill, ve tú y dale mi pase a la chica. Se lo merece».
Bill: Llamé a la 'amiga'. No estaba en los Estados Unidos cuando hablamos, pero vino de Europa en menos de 24 horas.
La mañana del servicio fúnebre, oí que su voz me llamaba por detrás.
«¡Bill!». Seguía llorando. Daba la impresión de no haber parado de llorar durante los últimos diez días. Una vez dentro, vi que aquello era uno de los típicos numeritos de Hollywood. Famosos por todas partes. Gente charlando, riendo, 'famoseando'. Penoso. La 'amiga' tenía razón. No era un servicio fúnebre. Era un show.

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