47 científicos españoles en busca de la vacuna ., .-9- Jueves Abril , 23.40 - después de de ‘Néboa’, en La 1 / foto,.
47 científicos españoles en busca de la vacuna,.
La élite de la investigación biomédica nacional pugna con otros 50 equipos del mundo por inmunizarnos ante el Covid- 19 tras una década de drásticos recortes. «No hay atajos; estará en 2021», avisan,.
Los velocistas de 2020 corren por circuitos exiguos carentes de luz natural, visten incómodos trajes
de protección y manejan probetas con microorganismos potencialmente
mortíferos. Doblegados por el diabólico coronavirus, los gobiernos y las
sociedades del mundo invocan a la científicos para que se olviden de su
condición natural de corredores de fondo y se calcen las zapatillas de
esprinters. La especie humana necesita herramientas eficaces con las que
plantar cara a la pandemia. Y las necesita con urgencia. Nunca antes se había exigido tanto a la investigación médica y nunca antes ésta había reaccionado con tanta celeridad y contundencia.
Hasta 53 instituciones académicas, centros de investigación y compañías farmacéuticas de Europa, América, Asia y Oceanía, según el cómputo de la Organización Mundial de la Salud (OMS), disputan la carrera a contrarreloj por alumbrar cuanto antes una vacuna que permita anular el Covid-19. Buena parte de ellos están inmersos en ello desde enero, cuando las partículas infecciosas estaban aún diseminándose desde Wuhan hacia el resto del planeta. Para entonces, los científicos de China ya habían secuenciado el material genético de Sars-CoV-2 -una información crucial para averiguar cómo ataca a las células humanas y enferma a las personas-, que se apresuraron a compartir con la comunidad internacional al objeto de incentivar su estudio y acelerar la búsqueda de un arma con el que hacerle frente.
En esta fabulosa tormenta de conocimiento exprés generada para buscar el modo de hacernos inmunes al nuevo coronavirus, y a la que solo China tiene dedicados un millar de científicos, la firma de biotecnología Moderna, con sede en Boston, va en cabeza. Después de probar satisfactoriamente su prototipo con moléculas, y después con animales, hace apenas tres semanas empezó a aplicar los test clínicos a los primeros voluntarios de un grupo de 45, todos adultos sanos, de entre 18 y 55 años. Otros dos grupos de investigadores, de Pekín y de Oxford, aseguran que está a punto de entrar en la misma fase.
España, el tercer país en donde más estragos está causando el virus después de los Estados Unidos e Italia -si las cifras que da China son ciertas- y uno de los seis únicos socios europeos que ha recortado su inversión en ciencia en la última década, también participa en este frenético esprint por cruzar la meta de la vacuna. Lo hace con 47 científicos de primer nivel que forman la liga de las estrellas de la investigación médica nacional en el campo de los antídotos. Se distribuyen en tres proyectos que emplean técnicas diferentes. Dos son de titularidad pública y en ambos casos están liderados por el Centro Nacional de Biotecnología (CNB), dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), adscrito a su vez al Ministerio de Sanidad, y que acaba de recibir una inyección europea y otra de 4,5 millones del Gobierno central para propulsar la búsqueda de la ampolla. El tercero es el consorcio público-privado catalán que ha puesto en marcha la iniciativa #Yomecorono, con la que lleva recaudados más de un millón de euros.
Estos
días, la viróloga navarra Isabel Sola, investiga a su pesar desde casa.
Está en cuarentena después de que el investigador Luis Enjuanes, con el
que codirige el proyecto, diera positivo por coronavirus. Es una de las
personas que más sabe de esta familia de agentes infecciosos de España.
Lleva veinticinco pisándole los talones. Su laboratorio madrileño,
donde trabajan otros catorce científicos, es pionero mundial en un
método de clonación de virus que permite manipularlos genéticamente para
atenuar su virulencia, un paso esencial para hallar el compuesto final
que lo ponga a raya. «Trabajamos con una versión simplificada del virus completo que circula por la calle.
Es decir, le hemos eliminado los genes que causan daño para que no
pueda pasar de una persona a otra, ni siquiera de una célula a otra,
pero hemos conservado su maquinaria de replicación para que inmunice
mejor, así como sus proteínas, necesarias para inducir una respuesta
inmune intensa y duradera», detalla a este periódico.
En este laboratorio de la capital aspiran a diseñar una ampolla «administrable a toda la población, de todas las edades y con todos los niveles de inmunodeficiencia». Arriaza no mueve una semana el plazo establecido por la doctora Sola, que es el mismo de la OMS. «En ciencia hay que ser cuidadosos. Los atajos no existen. Menos aún los milagros. Nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena y esta crisis debe enseñarnos que no hay mejor inversión que las vacunas».
En Badalona, Julià Blanco dirige el
grupo de Virología e Inmunología Celular de IrsiCaixa, un instituto
privado volcado en la investigación de una vacuna contra el sida que
ahora centra sus avances en domesticar el Covid-19. Para ello se apoya
en el Centro de Investigación en Sanidad Animal, un organismo del
Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias, perteneciente a
su vez a la Generalitat, y también en los ingentes datos de estructuras
moleculares que les proporciona el 'Maremagnum IV', el colosal
ordenador del Barcelona Supercomputing Center. Toda colaboración es poca
ante una misión tan imperiosa. «Una vacuna no consiste solo en saber qué parte del virus ponemos para que nuestro sistema inmune lo reconozca.
También cuenta el adyuvante que añadimos para estimularlo, y que puede
hacer que funcione o no, y que ese preparado sea fácil de producir.
Porque si es excelente pero difícil de fabricar y caro, es inviable.
Debe ser eficaz, proporcionar una amplia respuesta protectora y debe
poder producirse a gran escala. Porque lo ideal es que toda la población
se vacune», expone el científico. «Por eso tiene que haber diferentes
prototipos. Los 53 trabajos en marcha van a dar resultados diferentes,
lo que nos va a permitir tener la mejor vacuna y estar más preparados
para otros coronavirus que puedan venir».
Mientras ese momento llega, Blanco advierte de que «de este pico de infecciones vamos a tener que salir con las herramientas limitadas que tenemos, confinamiento y testaje de la población. La ciencia dará una respuesta cuando pueda hacerlo y aún no la tenemos».
Solo una
comunidad española, la de Euskadi, parece tocar con los dedos esos
dígitos, «después de que la Administración vasca haya mantenido el
presupuesto e incluso lo haya aumentado durante la crisis para contratar
jóvenes investigadores y blindar proyectos ya en marcha. El reflejo de este apoyo en el PIB representa casi un 1,9%».
Lo cuenta Fernando Cossío, director científico de Ikerbasque, una
fundación creada en 2007 por el Ejecutivo autónomo para contribuir
precisamente al desarrollo de la investigación. «Aunque arriesgada y con
resultados inciertos, es una actividad esencial que nos habría
permitido tener una masa mayor de científicos y estar en mejores
condiciones para afrontar esta pandemia».
Cossío no solo apunta con el índice a la política. «Cuando se recorta en I+D la presión social es baja. Nuestra capacidad de generar conocimiento debería asociarse también al orgullo nacional. Tenemos científicos de enorme prestigio, pero no tienen la misma proyección social que un futbolista. Debemos preguntarnos qué futuro nos merecemos, qué cabe esperar y exigir».
Hasta 53 instituciones académicas, centros de investigación y compañías farmacéuticas de Europa, América, Asia y Oceanía, según el cómputo de la Organización Mundial de la Salud (OMS), disputan la carrera a contrarreloj por alumbrar cuanto antes una vacuna que permita anular el Covid-19. Buena parte de ellos están inmersos en ello desde enero, cuando las partículas infecciosas estaban aún diseminándose desde Wuhan hacia el resto del planeta. Para entonces, los científicos de China ya habían secuenciado el material genético de Sars-CoV-2 -una información crucial para averiguar cómo ataca a las células humanas y enferma a las personas-, que se apresuraron a compartir con la comunidad internacional al objeto de incentivar su estudio y acelerar la búsqueda de un arma con el que hacerle frente.
En esta fabulosa tormenta de conocimiento exprés generada para buscar el modo de hacernos inmunes al nuevo coronavirus, y a la que solo China tiene dedicados un millar de científicos, la firma de biotecnología Moderna, con sede en Boston, va en cabeza. Después de probar satisfactoriamente su prototipo con moléculas, y después con animales, hace apenas tres semanas empezó a aplicar los test clínicos a los primeros voluntarios de un grupo de 45, todos adultos sanos, de entre 18 y 55 años. Otros dos grupos de investigadores, de Pekín y de Oxford, aseguran que está a punto de entrar en la misma fase.
España, el tercer país en donde más estragos está causando el virus después de los Estados Unidos e Italia -si las cifras que da China son ciertas- y uno de los seis únicos socios europeos que ha recortado su inversión en ciencia en la última década, también participa en este frenético esprint por cruzar la meta de la vacuna. Lo hace con 47 científicos de primer nivel que forman la liga de las estrellas de la investigación médica nacional en el campo de los antídotos. Se distribuyen en tres proyectos que emplean técnicas diferentes. Dos son de titularidad pública y en ambos casos están liderados por el Centro Nacional de Biotecnología (CNB), dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), adscrito a su vez al Ministerio de Sanidad, y que acaba de recibir una inyección europea y otra de 4,5 millones del Gobierno central para propulsar la búsqueda de la ampolla. El tercero es el consorcio público-privado catalán que ha puesto en marcha la iniciativa #Yomecorono, con la que lleva recaudados más de un millón de euros.
«Cuando un político recorta en ciencia recibe poca presión social. La
sociedad debe preguntarse qué cabe esperar y exigir», dice Fernando
Cossío
Sola calcula que en «uno o dos meses»
estarán listos para probarla en ratones. La distancia entre ese ensayo
con una hipotética solución apta, eficiente y distribuible para los
humanos es bastante más larga. «No llegará antes de doce o dieciocho meses, y eso ya sería un récord olímpico».
Es decir, estará disponible para sofocar un segunda oleada de
contagios, «pero también para tratar a quienes han pasado la infección.
Porque aunque eso les has hecho desarrollar una respuesta inmune, no
sabemos si les va a durar un año o diez, por lo que también deberían
ponerse la vacuna», matiza.El camino de la viruela
En el mismo organismo, el CNB, Mariano Esteban, otro referente internacional en materia de virus, encabeza una investigación obcecada en el mismo fin. Discurre, eso sí, por un camino diferente, inspirado en la solución química aplicada a la viruela y a otras enfermedades más exóticas. Uno de los miembros destacados de su equipo, el biólogo molecular Juan García Arriaza, ha capitaneado con éxito el desarrollo de un antídoto 100% eficaz en animales contra el chikungunya, un agente vírico que transmiten los mismos mosquitos que difunden el dengue y el zika, para los que también han creado compuestos que funcionan en ratones. «Estos estudios nos han permitido entrar de forma rápida en la investigación de una antídoto contra el Sars-CoV-2, de manera que en cuatro o seis semanas estaremos en disposición de testarlo en roedores», adelanta.En este laboratorio de la capital aspiran a diseñar una ampolla «administrable a toda la población, de todas las edades y con todos los niveles de inmunodeficiencia». Arriaza no mueve una semana el plazo establecido por la doctora Sola, que es el mismo de la OMS. «En ciencia hay que ser cuidadosos. Los atajos no existen. Menos aún los milagros. Nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena y esta crisis debe enseñarnos que no hay mejor inversión que las vacunas».
«Desde luego que podemos ser los primeros en hallarla», dice el ministro Duque
«Desde luego que tenemos posibilidades de ser los primeros en encontrar la vacuna contra el Covid-19 y estamos poniendo todos los medios para favorecerlo. España cuenta con centros de investigación y científicos de un nivel altísimo que trabajan sin descanso para encontrar soluciones a este enorme desafío», asegura a este diario el ministro de Ciencia, Innovación y Universidades. Aunque esperanzado, Pedro Duque admite un «déficit» en ciencia e innovación «muy importante, que tenemos que ir cubriendo». Apela para ello a un acuerdo social y político a medio plazo, para que la inversión aumente de forma «sostenida y sin vaivenes».Mientras ese momento llega, Blanco advierte de que «de este pico de infecciones vamos a tener que salir con las herramientas limitadas que tenemos, confinamiento y testaje de la población. La ciencia dará una respuesta cuando pueda hacerlo y aún no la tenemos».
«No tenemos industria biotecnológica y eso no se improvisa. Por eso vamos como pollo sin cabeza», dice José María Mato
José María Mato, ex director del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y responsable en la
actualidad del Centro de Investigación Cooperativa en Biociencias (CIC
Bigune), en Bilbao, comparte la crudeza de esa visión. Y lo hace,
confiesa, con gran «tristeza», porque después del brote del coronavirus
conocido como SARS-Cov y que mató a 774 personas en China, en 2002,
«todo esto se podía haber previsto». «Europa no lo hizo, pero algunos países tienen una capacidad de respuesta de la que nosotros carecemos porque, simplemente, no tenemos industria biotecnológica.
Ni siquiera la más básica. Faltan respiradores, kits de diagnóstico...
No hay empresas a las que se les haya pedido en la última década que los
hicieran. No ha habido compra pública y todo esto no se puede
improvisar. Por eso vamos como pollo sin cabeza», se lamenta.El desplome de la I+D
Las estadísticas del profundo declive de la Investigación y Desarrollo (I+D) en España le asisten. Mientras veintidós países comunitarios han reforzado en la última década su gasto en conocimiento, los Ejecutivos de Zapatero y de Rajoy optaban por sacrificar la ciencia, aplicándole drásticos recortes en el nombre de la desaceleración económica. Si en 2010, dos años después de que estallara esa crisis, estas inversiones suponían el 1,4% del Producto Interior Bruto (PIB), en 2018 se limitaban al 1,24%, lo que nos sitúa a años luz del 2,07% que rige la media europea.Los números
- 53
- Son los prototipos de vacuna contra el Covid-19 que hay en el mundo. De ellos, 22 son proyectos estadounidenses y canadienses, 16 europeos, 13 asiáticos y 2 de Australia.
- 318
- Son los euros que España invierte en Investigación por habitante al año, frente a la media europea de 655, después de una década de recortes.
- 1,24%
- Es la inversión española en conocimiento en su PIB, frente al 1,4% de 2010. Solo País Vasco, Navarra, Madrid y Cataluña se colocan por encima. La media europea es del 2,07%.
Cossío no solo apunta con el índice a la política. «Cuando se recorta en I+D la presión social es baja. Nuestra capacidad de generar conocimiento debería asociarse también al orgullo nacional. Tenemos científicos de enorme prestigio, pero no tienen la misma proyección social que un futbolista. Debemos preguntarnos qué futuro nos merecemos, qué cabe esperar y exigir».
TITULO: EN PORTADA CRONICAS MUJERES VIAJERAS - Gernika, del horror al lienzo,. , jueves -9- Abril,.
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