domingo, 18 de mayo de 2014

EL BLOC DEL CARTERO, GIBRALTAR Y EL CONTRABANDO DE TABACO,./ LA CARTA DE LA SEMANA,.COLECCIONISMOS,.

TÍTULO:  EL BLOC DEL CARTERO,GIBRALTAR Y EL CONTRABANDO DE TABACO,.

  1. Si el Presupuesto General de la colonia británica de Gibraltar fuera, dijéramos, de 500 millones de euros, el contrabando de tabaco le cubriría ...-foto
     
    Si el Presupuesto General de la colonia británica de Gibraltar fuera, dijéramos, de 500 millones de euros, el contrabando de tabaco le cubriría una cantidad cercana a los 150. Casi un 30 por ciento de sus ingresos. Busquen en esa clave la razón del turbio comportamiento de sus autoridades ante el fenómeno de la entrada y salida de cigarrillos por tierra y mar.
    Las grandes industrias tabaqueras venden cajetillas a Gibraltar en una cantidad tal que da para que todos los habitantes de la Roca fumen 70 paquetes diarios, lo cual, de ser cierto, los habría matado a todos. El tabaco que entra en Gibraltar sale de Gibraltar para ser vendido de extranjis, fundamentalmente en España. Las tabaqueras hacen cada año un peculiar estudio: investigan cientos de papeleras por toda España, una muestra, para ver qué paquetes de tabaco se ha fumado el personal. Cada cajetilla lleva un código que indica su origen de venta. Sorprendentemente, el que procede de Gibraltar destaca por encima del 12 por ciento. ¿Quiere eso decir que los españoles viajan masivamente a Gibraltar a comprar tabaco? Evidentemente, no. El tabaco sale de los excedentes clamorosos que llegan a la colonia, cruza la frontera y se distribuye por todas partes, vendiéndose en quioscos, panaderías, tiendas de chuches y algún supermercado. Es tabaco que no paga impuestos y que, por lo tanto, es más barato. El Estado se lleva aproximadamente 16 de los 20 cigarrilllos de cada paquete legal: si un Winston o un Marlboro cuestan 4,75 euros, cerca del 80 por ciento es impuesto, con lo que hagan las cuentas. España es el país de nuestro entorno que más cigarrillos consume, lo que hace que el Estado recaude cerca de 10.000 millones de euros, más de lo que se gasta últimamente en infraestructuras. Si un 12 por ciento de ese tabaco proviene de Gibraltar y no paga impuestos, quiere decir que se dejan de recaudar algo más de mil millones de euros. Una pasta.
    En Gibraltar, por demás, se venden dos marcas que fuman muchísimos españoles y que solo se venden en aquel pozo de mangantes: Ducal y American Legend. ¿Ustedes conocen esas marcas? Pues aquí se fuman en cantidad respetable. Son cigarrillos fabricados en Grecia y Luxemburgo por empresas que se llaman Landewyck y Karelia, que en su casa las conocerán. Son más baratos, ya que no pagan impuestos. Y son ingresados en España a través de varios canales, por frontera y por mar. En La Línea de la Concepción no pocos correos viven de cruzar y traer cargamento incluso varias veces al día. El que coordina todo eso en una oficina en La Línea ni siquiera les da el dinero a los correos: tiene crédito ante el llanito y le paga cada mes. El transportador cobra una parte muy menor, y sobrevive así. Sorprendentemente, la alcaldesa de la población limítrofe con la colonia ha pedido que no se acose a estos individuos, puesto que su dinero supone garantía de estabilidad en economías particulares y generales, mostrando absoluta indiferencia ante el mucho dinero que deja de ingresar el Estado vía impuestos. O sea, veamos bien el contrabando y hagamos la vista gorda por muy delito que sea, ya que beneficia a algunos aunque perjudique a todos. Sorprendente visión la suya.
    Para todos aquellos que se muestran comprensivos con la colonia británica de Gibraltar y para los inocentes que creen que tó er mundo es güeno, no estará de más ilustrarles con ejemplos como el presente. Gibraltar vive de todo tipo de irregularidades, de sociedades fantasmas, de contrabando, de evasiones fiscales, de tráfico ilegal; y, desgraciadamente, un pozo de ladrones suele perjudicar a quien convive pegado a él, que en este caso es España. Otrosí: el 40 por ciento del tabaco incautado por las autoridades en 2013 procede de Gibraltar, siendo solo el 12 por ciento la proporción en 2012. Crecimiento exponencial se llama. Sepa usted que al comprar tabaco de contrabando por muy poco menos que el regular, todo sea dicho está haciendo ricos a muchos piratas y está restando dinero al presupuesto de todos con el que luego le asisten a usted. Ya sé que eso no le va a importar a nadie, pero saberlo puede resultar conveniente.
TÍTULO: LA CARTA DE LA SEMANA, COLECCIONISMOS,.

Quién no ha coleccionado algo en la vida? Tal vez coleccionar chismes sea una pasión inútil; pero, desde luego, se trata de una pasión ...

¿Quién no ha coleccionado algo en la vida? Tal vez coleccionar chismes sea una pasión inútil; pero, desde luego, se trata de una pasión concurridísima. Cuando era niño coleccioné chapas de botellas, siguiendo el ejemplo de Blas (¿o era Epi?), el monigote de Barrio Sésamo; e, inevitablemente, cromos, que tenían su negociado futbolístico y su negociado de series de dibujos animados. Recuerdo que, cuando ya estaba a punto de completar mis álbumes de cromos, la colección se suspendía impepinablemente y era sustituida por otra nueva (del mismo modo que los futbolistas eran sustituidos por otros en el mercado de fichajes o en las sobremesas se sucedían las series de dibujos animados), dejándome con tres pares de narices y una sensación indefinible de frustración, como si acabaran de birlarme una novia.
Luego empecé a coleccionar sellos. Así pude, por primera vez en mi vida, compartir una pasión con mi padre; y descubrí que la filatelia (como la numismática) era uno de los pocos consuelos que restan a los adultos para seguir siendo niños sin temor a los reproches y a las burlas. Coleccionando sellos descubrí, sin embargo, el horror al infinito que se agazapa detrás de todo afán acaparador: ya no se trataba, como me ocurría de niño, del miedo a que tal o cual colección de cromos se suspendiera antes de que yo la hubiese concluido, sino de la certeza mucho más angustiosa de saber que toda una vida entera no bastaría para completar una colección de sellos. Acongojado, decidí abandonar la filatelia; y me dediqué -en complicidad también con mi padre- al coleccionismo de mariposas, que muy esmerada y cruelmente ensartábamos con un alfiler en un corcho, extendiendo el traje de gala de sus alas, para después clasificarlas como expertos lepidopterólogos y alinearlas en unos cuadros a modo de vitrinas que todavía penden de las paredes de la casa de mis padres. Pero una noche soñé que las mariposas de los cuadros resucitaban de repente y se ponían a agitar las alas, ensartadas en sus cuadros, y casi me da un patatús.
Siendo ya un jovencito con ínfulas literarias, empecé a estudiar con curiosidad irónica el fenómeno del coleccionismo. Merodeando los quioscos -que llegaron a convertirse en almacenes de quincalla- descubrí que existía un coleccionismo enloquecedor de las maulas más diversas y superferolíticas. ¿Quién demonios podía coleccionar, por ejemplo, una colección de «dedales de todas las épocas y latitudes», fabricados seguramente en un polígono industrial de Corea? ¿Acaso el capataz de un taller de costura? ¿Y qué delirante perversión habría que desarrollar para engancharse a una colección de condecoraciones de hojalata? Quizá la adquiriesen quienes aspiraban a reclamar una pensión al Gobierno, haciéndose pasar por heroicos mutilados de guerra; o quienes arrastrasen un trauma incurable desde que fueran rechazados por bajitos en el reclutamiento, allá en la época en que aún se prestaba servicio militar.
¿Y qué decir de las colecciones de teteras, que también tuvieron su momentazo en los quioscos? ¿Para qué servirían aquellas teteras apócrifas de Sevres o Macao? ¿Cuántos aparadores se requerirían para colocar esas teteras de pega, que además eran teteras viudas, pues nunca las acompañaban las tacitas a juego? Tratando de imaginar el destino de aquellos coleccionables que se vendían en los quioscos llegué a padecer pesadillas opresivas y recurrentes; aunque también he de reconocer que llegué a fantasear con la idea de ponerme a coleccionar teteras o condecoraciones, en un arrebato pestilentemente kitsch. Me disuadió de esta idea imaginar, allá dentro de cincuenta años, a mis nietos haciendo limpieza de armarios y descubriendo al principio con incredulidad, después con desconcierto, por último con pavor un arcón atestado de esta morralla; experiencia que, a buen seguro, no debe desmerecer de las padecidas por un niño desprevenido que un día cualquiera descubre por accidente que su papá gusta de disfrazarse de nazi o calzarse unas braguitas de volantes en la intimidad.
En todo coleccionismo se demuestra, en fin, que en los seres humanos anida una vocación fallida de urracas que, lamentablemente, suele dejar huella. Leemos en el Evangelio: «No atesoréis bienes en la tierra, donde el orín y la polilla los corroen y los ladrones los roban». Pero mucho peor es que no haya un orín benigno, una piadosa polilla o un misericordioso ladrón que los corroan o los roben; porque entonces es cuando en verdad se prueba la lastimosa ridiculez de todos nuestros afanes acaparadores.

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